Bosquejo histórico de la
República Oriental del Uruguay
Francisco A. Berra
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Bosquejo histórico de la
República Oriental del Uruguay
Francisco A. Berra
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I
BOSQUEJO HISTÓRICO
De u
REPÜBLICA ORIENTAL
DEL ÜRUGÜAY
rTHE NEW YvO'^-K:
PÜBLiC u)'-F\nY
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1
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BOSQLEJO HISTORICO
DEL URUGUAY
POR
F. A. BERRA, abogado, etc.
GUA&TA EDICIÓN
RBFU1IB2DA T CONBIDERABLEllSNTfi AUMENTADA
el Áator
MONTEVIDEO
FRANCISCO YBARHA, EDITOR
Ubreria Arfentlna
iüb, CALLE RINCÓN, Y CÁMARAS 112
/* (Esquina Plaza ConstitociOo)
y 1895
PROPIEDAD DEL CDiTOft
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4
A LOS LECTORES
DE LA CUARTA EDICIÓN
La presente edición del Bosquejo histórico de la
Rei'Cblica ORIEM AL i>KL Ukuguay dilicre Considerable-
mente de las anteriores por varios conceptos, pero
sobretodo por el plan } por las materias que comprende.
Será útil» pues, que demos á conocer brevemente las
mejoras y que expliquemos su razón de ser, para que
el lector las juzgue sin necesidad de que se engolfe en
li lectura de la obra.
I
Los hechos humanos uo ocurren de modo inconexo y
m orden, sino que hay entre ellos enlace y sucesión
lógica, pues que unos son causados por otros anteriores.
Y, como el estudio de la historia obedece al propósito
de conocer qué efectos se han seguido á determinados
aconiccimientos en circunstancias dadas, para inferir
r^las de conducta aplicables á las acciones ñituras, se
deduce que el historiador debe presentar ios hechos
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6
A LOS LECTORES
80^1 n el orden y la dependencia que realmente han
teiiHlo.
El Autor del Bosquejo procedió así en las ediciones
anteriores, puesto (jue rosuiiiió los principales antece-
dentes cada vez que la explicación de algún hecho lo
reí|uorfa. Pero, habiendo advertido que esta manera
Uo üubirar por ocasiúa satisíace eu medida muy escasa
la necesidad intelectual de los lectores^ porque impide
íibarcar el cuadro de todas las circunstancias que luílu-
yen en la producción de una época histórica, ha refor-
mndo esta parte del plan exponiendo, antes que los
sucesos de un lapso de la iiisioria uruguaya, los princi-
pales hechos externos deque hayan dependido aquellos
sucesos.
Es así que precede á la obra una introducción gene*
ral, en la cual se describe el estado de las civilizaciones
de EuiX)i)a y de América, y más especialmente de
Esi)ana y del Río de la Plata antes de la conquista, con
el lin de que el lector se explique sin esfuerzo como
pudieron dominar los españoles á tantos pueblos ameri-
canos A pesar de la gran desigualdad del número de
combatientes, y como la civilización importada y las
instituciones establecidas por los conquistadores fueron,
con todas sus ventajas y defectos, propias de ia civi-
üzación más adelantada de los tiempos.
Y, como los hechos de la Banda oriental han depen-
dido muy particularmente del estado y de las relaciones
políticas de España, de Portugal y del Brasil, el Autor
ha hecho preceder cada hbro de historia uruguaya por
un libro en el cual ha resumido la historia de aquellos
países, en cuauLo interesara para cxj)licar los acontecí-
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Á LOS LBCTORBS
alientos del Rfo de la Plata que en seguida se proponía
eiponer.
De esta manera habrá conseguido que los estudiantes
tengan nociones completas y claras, y, lo que no es
o^os importante, que sean ellos mismos quienes for-
sos convicciones, mediante el propio ejeracio
natural de su inteligencia.
11
Los historiadores del T'ni^ny han acostumbrado
narrar el descubrimiento, conquista y colonización del
Paraguay, como si fliesen hechos de la historia uru-
;?uaya. Más de un historiador de iu dominación española
ha habido qae no se ha ocjipado de otra cosa que de la
dominación española del I^iraguay, bajo el título de
historia uruguaya. Este concepto se ha arraigado de
tal manera, que por haberse resumido en pocas páginas
del Bosquejo las cosas del Paraguay en la edición ter-
cera, se ha dicho que el Autor elevó su edíflcio histórico
sobre bases muy estrechas.
Sin embai^, necesario es que se reconozca que se
ha incurrido en un error de tanto bulto, que sólo
puede explicarse por inadvertencia en los primeros que
lo cometieron y por rutina en los continuadores.
El Parag'uay ha estado siempre geográficamente tan
separado de la Banda oriental del Uruguay, y su con-
quista y colonización precedieron de tanto tiempo á la
conquista y colonización del territorio uruguayo, y tan
independiente ha sido desde el origen la suerte de
ambos países, que ao sólo es aberración inexcusable el
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8
A LOS LECTORES
presentar la historia paraguaya como oriental, sino que
no hay motivo racional ni para resumirla á manera de
antecedente histórico, como la hay para resumir las
historias de España, de Portugal y del Brasil.
El Autor ha ehiuinado, pues, del cuerpo de la übra^
en la presente edición, la historia del Paraguay, y sólo
ha puesto algunos apuntes en la Introducción, como
datos curiosos que le han servido de motivo para dar
idea de instituciones coloniales que es útil conocer,
aunque ao se hayan adoptado en la Banda oriental y
son, por lo mismo, extraños á su historia.
III
Pero, si así debe pensarse del Paraguay, uo de Bue-
nos Aires y del extenso territorio á que ha servido y
sirve de < a[)ital, y (j\ie se extiende del Pilcomayo al
cabo de Hornos. La Banda oriental íUé colonizada des*
pués que la gobernación de Buenos Aires flié instituida,
y fué constantemente parte de la provincia de Buenos
Aires ó de las Provincias-unidas, hasta 1817, y auu
después de 1825, hasta que se le dió la independencia
de que hoy goza. Como las autoridades de la Banda-
oriental dependieron en todo ese tiempo de las princi-
pales que tuvieron su asieuio en Buenos Aires, así en
tiempo de la dominación española como después de la
revolución de 1810, la suerte de los orientales ha estado
subordinada á las vicisitudes de la administración y á
los movimientos de la política bonaerense y argentina.
De aquí que no se pueda tratar la historia uruguaya
con prescindencia de la historia argentina, como algu-
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Á LOS LECTORES
aos han preiendido, llegando hasta calificar de ^ histo-
ria aporteñada » la que se ha escrito del Uruguay con
abundantes referencias á la de Buenos Aires.
£sta correlación es de dos clases. Desde luego se vé
que los sucesos occidentales tienen respecto de los
orientales el mismo valor de antecedentes que tienen
los sucesos de Portugal y del Brasil. Pero además existe
la relación del todo á la parte, on virtud de la cual las
instituciones y los hechos argeníüm^ son instituciones
y hechos orientales, asi como muchos de los sucesos
más importantes de la Banda oriental son sucosos
argenímos^ no tanto porque se hayan reaUzado en esta
parte del territorio argentino, sino porque son hechos
que interesaron á toda la comunidad de los pueblos
orientales y occidentales ; es decir, á la gobernación de
Buenos Aires, al virreinato ó á las Provincias-unidas.
E&ia es la razón porque el Autor ha resumido la his-
toria argentina en seguida de resumir la española, la
portuguesa y la brasileña, y porque ha comprendido
en ese resumen de historia ai^entína los principales
acontecimientos de la Banda ó provincia oriental. Así
se vé fácil, clara y completamente cuales han sido las
relaciones del Uruguay con el todo de que tué parte
dependiente, y se prepara al lector para leer con pro-
vecho la subsiguiente narración especial y detallada de
los hechos uruguayos:
IV
De lo expuesto precedentemente se inñere que el
Autor ba concebido su plan de modo que sirva la obra
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A LOS LECTORES
á las personas que conocen poco ó han olvidado la his-
toria de los [»aíses reluciunados con la Banda oriental
que se han mencionado. Son muy numerosas las per-
sonas del pueblo que están en tal caso. Es sabido, ade-
más» que en las escuelas y en los colólos se enseña la
historia nacional antes que la de países extranjeros.
Luego, el plan adoptado por el Autor da al Bosquejo
condiciones de comprensibilidad especialmente adecua-
das á la instrucción popular y á la que se da en los
establecimientos de enseñanza.
Por oti*a parte, como en los antecedentes se resumen
en muy poco espacio las historias de Europa, de Amé^
rica» de España, de Portugal, del Brasil, del Para^ay,
de las provincias ariientinas y de la llanda oriuiital,
estas nociones sintéticas destinadas principalmente á
&cilitar la cabal inteligencia del libro, pueden em-
picarse para dar un curso muy breve de historia gene-
ral. Pero su importancia más apreciable consiste en
que permite aplicar á la enseñanza de la Instoria el
principio pedagógico universaimente conocido con el
nombre de desarrollo concénMco, El lector aprende en
el Bosquejo ante todo los hechos culminantes; y cuando
ha explorado, por decirlo asi, el campo del estudio y ha
dominado su conjunto, pasa á tratar la misma materia
más circunstanciadamente, con mucha más facilidad
de inteligencia y de memoria que si de una vez sola
abordase toda la complicada red de acontecimientos.
Ei Autor se propuso realizar este plan en todo el libro ;
pero, siendo muciias sus ocupaciones y poco el tiempo
de que puede disponer para trabajos extraños á su pro-
fesión, no ha podido ejecutarlo, para la fecha en que ha
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k LOS LECTORES
debido imprimirse esta edición, sino hasta el momento en
que, vencido Artillas y refugiado en el Paraguay, quedan
lo& portugueses adueuados de ia provincia uruguaya.
Como es de esperarse que el Bosquejo no sea menos
í^licitado en lo futuro que en lo pasado, la próxima
edición aparecerá totalmente reformada seg^n el plan
loe el Autor ha aplicado en sus dos priuieros tercios.
V
Otra novedad importante de la cuarta edición está en
la elección de materia. Los tratados de historia ui'u-
guaya se han ocupado exclusivamente de los hechos
administrativos v militares, como si fueran los únicos
importantes ó los más importantes que en un país
ocurren.
Tienen importancia, sui duda niní,''una, porque de ellos
se derivan á menudo sucesos de trascendencia* Pero ni
es tanta que requieran la abundancia fatigosa de por-
menores, con que se les suele relatar, ni tan exclusiva
qoe ningún otro orden de hechos merezca una parte del
espacio que á ellos se consagra.
El Autor piensa que los hechos administrativos y
Uiiiitáres no del»en ocupar luizar en un compendio his-
tórico, sino cuando son de tal importancia, que iiayan
generado alteraciones graves en la vida i)olítica ó civil
deles pueblos, y que deben darse á conocer sin más
detalles que los necesarios para demostrar cómo influye-
ron en lo venidero. Y piensa por otra j)arte que tanto ó
más que aquellos sucesos interesa conocer las costumbres
I>opulares y las instituciones, porque en ellas está ver-
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Á LOS LBíTTORES
daderamente la raí;; y la fuerza eficiente de todos los
acontecimientos iuiuianos.
Consecuente con estas ideas» el Autor se ha detenido
muy poco á describir batallas, y no ha cuidado de |>ar-
licularizarse con act iuüe¿> iiiíii^iiilicantes ; peix) en
cambio ha descripto costumbres de todas clases, ha
dado á conorer insniuciuiies y lia diseñinlo cuidadosa-
mente el cuadro de la lucha de los ¿grandes sistemas
políticos del Río de la Plata, con el fin de que los lecto-
res se den cuenta, por este medio, de nuu has cosas que
se imaginan ó se niegan hoy en día falsamente, ix)rque
se supone que la civilización de la América era, hace
setenta ó cien años, la misma que ahora es.
Desgraciadamente son muy escasos é incompletos los
documentos á que el Iiistoriftdor pueda recui^rir para
conocer la vida civil de los pueblos ui^banos y rurales de
aquellos tiempos, y esos mismos no siempre íljan la
época en que tales ó cuales costumhres duminalKUi, por
manera que exponen á incurrir en anacronismos de
más ó menos gravedad. El Autor ha usado con la dis-
creción que ha podido ios documentos que ha tenido a
mano, entre los cuales merecen citarse especialmente
las obras de Azara y el Montevideo antiguo de don
Isidoro De-María. (1) No puede tener la >aiisiaccióü de
haber sido completo, ni enteramente verdadero, porque
el serlo no ha dependido de su voluntad ni de sus
medios. Pero ha tarazado una nueva dirección en obras
nacionales de este género, y espera que con olio hará
(1 ! 1,1 Amor e<fá muv .igiatl«'i ¡tlo a rstr svúor por la * aljalUní>iilad con qiw
\v li.i I * rmitiilo que usaru lilireineiile de \m noticias que lU <mi la inleie&anle
obra ciiuda.
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A LOS LECTORES
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más bien que si por no incurrir en inevitables errores
se hubiese absieiiido de dará su refundición el carácter
que en su concepto debe tener.
Á estas adiciones se debe el aumento de volumen do
la obía. Mas no por ésto se habrá aumentado la fatiga
de los lectores. £1 cansancio no depende tanto del
námero de páginas que se lee como fio la materia leída,
l.'na página llena de nombres y de lechas fatiga mucho
más que veinte de una relación de costumbres. La his-
toria, tratada couio loes, en esta edición del Bosquejo,
tiene la propiedad de ser tau amena, interesante y fácil
romo útil.
VI
El criterio con que el autor lia escrito el Bosquejo
merece algunas consideraciones.
£1 fin práctico de la historia no es satisfacer la curio-
sidad, ni aun exaltar el sentimiento patriótico, como
muchos creen incurriendo.engi^avísimo error : es servir
de guiñ á la conducta ftitura de los hombres, mostrando
cuales son ios efectos que fatalmente se siguen de deter-
minados hechos verificados en determinadas circuns-
tancias.
Por tanto, es condición esencial de la historia : que
los hechos y sus efectos sean narrados con entera fran-
queza y exactitud, sean buenos ó malos, agradables ó
desagradables ; y que esos hechos y efectos sean juzga-
dos con austera imparcialidad, sin detenerse á conside-
rar si los juicios humillarán el sentimiento nacional ó si
causarán el orgullo del pueblo. Ningún interés legítimo
esui reñido con la verdad, ni con la justicia.
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14
Á LOS LECTORES
El juicio de los hechos históricos suele ser mateiúa de
apreciaciones diversas, cuyo valor moral y práctico
conviene dilucidar, aunque sea brevemente.
Cuando los hechos son remotos puede ocurrir :
P Que algunos de los actores pertenezcan á una
civilización adelantada.
2. ^ Que los demás actores pertenezcan á pueblos
iiiueho menos civilizados.
3. '' Que ambas civilizaciones» ó una de ellas» sean
atrasadas respecto de la presente.
Y cuando de lales hechos se trata opinan unos que
deben juzgarse comparándolos con las ideas que eran
propias del pueblu a que los actores pertenecieron, en
la época en que se desenvolvieron los acontecimientos ; y
otros opinan que todos los liechos, por remotos que sean,
deben juzgarse según las ideas del presente. Si se adopta
la primera de estas opiniones, se reputarán hechos
correciíísimos ios de los pueblos que obraron según las
ideas que tenían, aunque ahora esté demostrado que
esas ideas eran erróneas 6 malas ; pero, si se adopta la
segunda opinión» se reputarán malos todos los hechos
que no se conformen con las ideas presentes» aunque se
hubiesen ajustado á las ideas de su época y lugar.
¿ Cuál de las dos opiniones es la verdadera { ¿Cuál es
la falsa ? Es fácil demostrar que una de ellas no existi-
ría» si no se confundiesen las expresiones ^ explicar un
hecho « y - jitstíficar un hecho, « que tienen significa-
ción prolUiidameüte diversa. Si, por ejemplo, las creen-
cias religiosas impusieron á un pueblo el deber de
niuüiar en vida, sin necesidad niuguna, ;í las personas
de todo pueblo vencido en la guerra» se expHcatian per*
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X LOS LECTORES
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fedamente esas mutilaciones y el gozo con que se ejeeu*
taran, pues los autores tuvieron tales ideas, que creyeron
ese acto meritorio y grato á la divinidad. Pero nos-
oíros, si bien esiaríiimos convencidos de que aquellos
antepasados obraron según su conciencia, pensaríamos
ahora, con arreglo á nuestras ideas, que tales mutila-
ciones eran actos abominables, y que el pueblo que los
ejecutaba fué un pueblo feroz. No reputaríamos buena
su conducta, no la tendríamos por justa, no la justifica*
riuinos. Pensaríamos que aquellas atrocidades íUeron
determinadas por un error de opinión, y que este error
las hizo inevitables ; pero no negaremos que la opinión
ibé errónea, no pondremos en duda que la costumbre
fué horriblemente mala, no vacilaiemos en declarar
que el pueblo que así pensaba y obraba era un pueblo
salvaje.
£sta iiipótesis tiene su realidad en la vida humana.
En cada época, en cada nación, y en cada clase popular
prevalecen ciertas ideas; y, como nadie obra ordinaria-
mente sino en conformidad con sus opiniones, resulta
que los actos humanos se suelen ajustar á las ideas que
rigen en ei tiempo y en el lugar en que ocurren ; es
decir á las ideas de que participan los actores.
Suele suceder también, á menudo, que las circuns-
tancias impiden obrar segán ios principios que los
autores profesan, y aun que obligan á obrai' de modo
que los actores no quisieran.
Los contemporáneos de esos hombres los juzgan según
las ideas de su época y de su clase social : reputan
bueno todo lo que se conforma con el modo de pensar
común, malo todo lo que no se conforma ; es decir que
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16 A L«>S LECTORES
justifican ó no los hechos, en virtud de tal principio.
Los juzgan además según las circunstancias externas
que hayan influido en el obrar. Sí han sido causa do
que los lioiiilires ejecutaran algo á pesar de no creerlo
bueno, reputan maia la acción, pero consideran á la vez
que los actores ftieron obligados á ejecutarla; y, así
como por ser mala no la juhiiíican, por haber sido
forzosa juz^n á los actores Ubres de responsabilidad y
los absuelven.
Viene medio siglo, un siglo, vanos siglos más taixie
el historiador, nacido y educado en un pueblo mucho
más adelantado, cuyas ideas diñeren, ])or lo mismo, de
las que prevalecían cuando aquellos hechos se verifi-
caron. K-^e historiador no puede prescindir del modo de
ser de sus antepasados ; no puede pretender racional-
mente que un pueblo imbuido por ideas que diAeren de
las suyas, ó necesitado de obrar por circunstancias
distintas de las que al historiador rodean, observara
una conducta iiorual á la que él observaría acomodán-
dose al modo de pensar y al estado de las cosas en el
momento en que vive. La lógica natural de los sucesos
requiere que estudie, además que los hechos, las ideas
y las demls circunstancias que los determinaim, y que
demuestre la relación que hu1>o entre los primeros y los
úlumos. Requiere que crjjüí^uc la lógica de los aconte-
cimientos.
{ Se deduce de aquí que el historiador debe prescindir
de las doctrinas que ligen en el lugar y tiempo en que
escribe? De manera alguna.
Vaí lo moral, como en lo físico, progresan las cien-
cias. Teorías que no ha mucho se consideraban verda-
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Á LOS LECTORES
Í7
lleras son hoy desechadas por falsas, y otras nuevas las
reemplazan en la dirección de la vida.
Si por algo existe la ciencia y se desenvuelve mediante
la coDsagrucióu de los talentos más preclaros, es porque
reconoce y ha reconocido el mundo en todo tiempo la
necesidad de que en las industrias y en las relaciones
humanas de toda ciase se conformen las acciones con
las leyes de la naturaleza ; cuya certeza es la razón
[)oniue los cuidadanos y los gobiernos inculcan á los
pueblos, desde la infancia, los progresos que realiza el
aiSn de los sabios.
El historiador es un obrero de esta labor universal
encaminada á hacer progresar á los hombres. Su misión
consiste : en estudiar los sucesos pasados, sus causas y
sus efectos ; en demostrar qué leyes presiden el enca-
denamiento de los grandes actos humanos ; en discernir
en qué cumplieron y en qué infringieron las genera-
ciones extinguidas las nociones que ahora se reputan
verdaderas ; y en inferir cómo las consecuencias funes-
tas se han debido al error, y cómo se habrían evitado
si se hubiesen conocido y aplicado las verdades descu-
t'ienas ¡losteriormente. Estas investigaciones y demos-
traciones van al mismo íin que todas las demás de la
ciencia : al fin de conocer la naturaleza, y la necesidad
de acomudarlo todo á sus fuerzas y á sus leyes, para
que las generaciones presentes y venideras eludan las
faltas en que incurrieron las pasadas, ya [)or el temor
de que la sanción natural haga seguir las faltas de más
¿ menos graves desventuras, ya por la esperanza de que
la observancia de las buenas ideas sea fuente de bie-
nestar.
3
I
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18
A LOS LECTOKKS
Si el historiador debiera contraerse á juzgar á los
hombres y los acontecimientos se^ún el criterio, verda-
dero ó íalso, de lu época eii ([xw íigunuron los primeros
y ocurrieron los segundos, resultaría ({ue hoy reputaría
líueno y pt*rfecto 1<> qiiu btieno y perfecto i)arerió en
tiempos anteriores* á pesar de que los progresos de la
ciencia hubiesen demostrado que lo que antes pareció
períecto y bueno lúe en realidad defectuoso y malo ; y
con proceder tan anacrónico la historia seniría, no
como fuerza impul^-iva de progresos morales y mate-
riales que obrara en armonía con las fuerzas civilizar
doras de las demás ramas de la ciencia, pero sí como
un poder reaci lunario aplicado á difundir y á perpetuar
en la humanidad los errores de todos los siglos.
Bl historiador debe constatar si tales acciones {Midie-
ron ocurrir ó no de otro modo que como ocurrieron,
dadas las ideas y las circunstancias del medio en que se
realizaron; pero tiene también el deber de demostrar
que lo hecho en otros tiempos en concepto de bueno no
lo ñié realmente ; y que, si sus autores merecen ser
disculpados en consideración á su ignorancia y á su
educación» no por eso ha sido legitima su conducta,
no por eso merece que la posteridad la repute moral y
justa. No es razonable esperai' del l)árbaro más que
barbarie, ni del salraje más que salvsyismo ; pero el
bárbaro será siempre bárbaro ; el salvaje, salvaje ; y
serán la barbarie y el salv^ismo, barbarie y salvajismo
siempre.
Así piensa el Autor. Tal es el criiei io que ha aplicado
en el Bosquejo histórico. En esta edición» mucho más
que en las anteriores, se esmera por dar á conocer las
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A LO^ Li¿CTORES
19
<:oudiciones de los pueblos cuya historia escribe, y las
circunstancias que influyeron en los sucesos. Cumple
esta parte de sus deberes con toda la imparcialidad que
ha podido ; y asi ha sido justo con el pasado. Pero,
considerando que la historia debe servir para corregir
las ideas y para moralizar las costumbres del porvenir,
juzga ios hombres y los hechos segün los principios que
hoy reciben universal acatamiento ; los aplaude si son
buenos, los condena si son malos ; y los condena, sobre
todo, si son malos según las ideas que rigen en lo pre-
sente y según las ideas qixo regían cuando los hechos
se verificaron.
Este modo austero de tratar la historia no será del
agrrado de los que por cálculo hacen alarde de patriotas
encubriendo y aun ensalzando cuanto merece vituperio ;
no lo será tampoco de los que ingenuamente han sen-
tado plaza de chauc mistas, que de iodo esto abunda en
el Uruguay como en todas partes ; pero la austeridad
es lo que más conviene, por dura que sea, á los inte-
reses morales del pueblo ^ lo que mejor satisiace las
exigencias de todo corazón verdaderamente patriota y
iioni*ado.
Montevideo, 1895.
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Bosau£JO uisióaico
DE Lk
REPÜBLICA ORIENTAL
DEL UROGUAT
LIBRO PRIMERO
INTRODUCCIÓN GENERAL
La coiiquista de la Banda occidental del Uruguay
CAPÍTULO I
LA BDKOPA Y LA. AMÉRICA Á PRINCIPIOS D£L SIQLO XVI
I. — Desenbrimleiito de Amériea
Aunque parece cierto que varios siglos antes habían
üag^o ya al continente americano algunos europeos»
esa emigración había sido suspendida y olvidada, razón
por la cual no se conocía en Europa la existencia de un
continente occidental cuando á fines del siglo XV lo
descubrió el genovés Cristóbal Colón, puesto al servicio
de los reyes de Aragón y de Castilla.
En esa misma época los portugueses habían empe*
fado á llamar la atención del Mundo por sus descubri-
luieatos á lo largo de la margen occidental del África, y
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22 BOüQLiiJü tílSTÚRlCt»
por haber descubierto el camino marítimo de las Indias,.
doblando el cabo de luieiia-esperanza.
Elstos iiechos contemporáneos do ilus naciones vt»ci-
nas, fueron el origen del gran (K>derio que ambas tuvie*
ron y de las grandes rivalidades que causaron durante
más de tres siglos muchas de las más graves vicisitudes
de su historia.
II. — hm UMriMMM á iKtediilot del dflo XTI
La América no tenía nombre ^^ ^ irráfico general
cuando (uó desrul)ierta por Culón, ni tuvieron idea de
sus dimensiones los primeros que la ocuparon. Su cono-
cimiento se extendió poco á poco, á favor de las expío*
raciones que hicieron navegantes y conquistadores en
varios jmntos de las costas orientales y occidentah^s.
Desde que se reconoció que es un coniinenie se le llamó
el Attevo mundo^ nombre que se emplea todavía. Los
españoles solían llamarle, sobre todo en lenguaje ofi-
cial, las Indias , i>en) luego se ereneralizó también el
nombre de A?né^ica^ y prevaleció \k)V úlLimo. Esta
denominación le vino de que Américo Vespucci ó Ves-
pucio, que vligó por las nuevas tierras algunos ailos
después del descubrimiento, publicó varias cartas
geográficas de las regiones 4iie había visitado, á las
cuales denominaban, segtin se dice, amcricas, y de que
esta denominación se extendió de las cartas á la cosa
que ellas representaban.
Los descubridores hallaron el territorio aaicricanu
poblado en toda su extensión por una raza de hombres
distinta de las que habitaban la Europa y el África» y
semejante á la que habitaba el Asia ; es decir que no
era blanca como la primera, ni ne*:ra ( ouiu la segunda,
y sí de un color intermedio que variaba entre el ama-
rillo, el rojo, el bronceado y el aceitunado más ó menos
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I>£ LA REPÚBLICA ORIENTAL D£L URUGUAY 23
oscuro. La raza americana ha sido dividida por razones
cuyo valor cieiitííico no está comprobado, en ocho
grandes sub-raziis que ocupaban : la californiana, la
roja y la mejicana, el Oeste, el centro y el Sud de Norte-
américa; la caribe, la peruana, la hrasilefia, la pam-
peana y la araucana, el Norte, el Oeste, el Este y el
Sud de la América meridional. Cada sub-raza se dividía
en variedades, á las cuales llamaron naciones los espa-
ñoles que las conocieron y describieron. El número de
lenguas que entre todas baldaron no es menor, segtin
se afirma, que 400; ni son menos de 2^000 los dialectos
qae de estas lenguas nacieron. Tan gran número de
maneras de hablar da idea de lo muy dividida que
estaba la población americana, y do la duración que
habían tenido tales divisiones, pues las lenguas y los
dialectos no se forman sino mediante el transcurso de
m
muchos años.
La civilización de los americanos era muy desigual.
En las regiones que se extienden al Norte del it^iuio, en
éste y al Sur, al Oeste de los Andes, estaba bastante
adelantada. Estos pueblos poseían, en mayor ó menor
grado, nociones de varias ciencias; cultivaban la escul-
tura, la arquitectura y la literatura, en alguna de cuyas
artes habían producido obras monumentales; habían
progresado en la agricultura; ejercían varías industrias
manufactureras, y son muy dignas de estudio sus insti-
tuciones civiles, religiosas y políticas, así como la orga-
nización social, sobre todo en los grandes imperios de
M^ico y del Perú. Pero, fuera de allí, las poblaciones
americanas eran mucho menos civilizadas ó entera-
mente salvajes. Industrias y gobierno eran en ellas tan
nidimeniarios, tan imperfectos y escasos, que apenas
bastaban para impedir que se negara su existencia.
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24
BOSQUEJO HISTÓRICO
III. — Los habitantes del Uragnar en tiempo de la conquista
Kn las regiones próximas al río de la Plata estaban
situadas las sub-razas brasileña y pampeana. La primera
habitaba el Brasil, Corrientes y el Paraguay principal-
mente. La segunda ocupaba el espacio comprendido
entro el Atlántico y los Andes, y la Patagonia y el
Chaco. Los individuos de ambas tenían el cabello negrro,
lacio, grueso y duix), y poca ó ninguna barba. Pero
diferían en que mientras los brasileños eran de color
amarilloso tirando á rojizo muy pálido, rostro circular,
ojos frecuentemente oblicuos, nariz corta y delgada,
l)()ca mediana poco saliente, labios finos, rasgos afemi-
nados y fisonomía dulce, los pampeanos ó pampas
tenían color de aceituna moreno ó marrón oscuro,
rostro alargado, ojos horizontales, nariz muy corta y
abierta, boca grande, labios gruesos, rasgos varoniles
muy pronunciados, y expresión fisonómica fría, á
menudo feroz.
Una de las naciones brasileñas, la gnaranitica, que
se distinguía por la claridad de su color, se había exten-
dido por el Sud del Bri\sil, Corrientes y el Paraguay; y
otra de las naciones pami)eanas, la charrúa, de color
casi negro, habitaba entre los ríos Uruguay y Paraná.
Varias naciones ocupaban la zona comprendida entre
la laguna Merim y el Uruguay, el río de la Plata y el
río Negro. Si esas naciones pertenecían todas á la sub-
raza pampeana ó á ésta y á la brasileña, es cosa que se
ha discutido y que no está todavía l)ien averiguada. No
se duda do (jue parte de la nación charrúa vivía sobre
la margen izquierda del Plata, entre el Uruguay y el
cabo de Santa-María, internándose haoia el Norte unas
veinte ó treinta leguas. Y, aun cuando naturalistas de
reputación han opinado hace medio siglo que á la
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DE LA KEPÜBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 25
misma nación pertenecieron los demás pobladores,
parece que estudios hechos después tienden á dem(3Strar
que la nación guaraní se había corrido desde el lirasil
á las tierras que lindan con la margen occidental de la
ia^na Merim, y aun á las márgenes del rfo Negro y
á las islas del Uruguay situadas frente á la desem-
bocadura de aquel aüueute, en grupos que se dis-
tinguían con los nombres de guenoas^ martidanes^
éhanáSy etc. (1).
Los guaraníes estaban atrasadísimos en conocimien-
tos é industrias. Los más no contaban sol)re cuatro
tmidades; pocos llegaban á diez. Ingerían semicruda la
carne, porque la encontraban más sabrosa que cocida
é asada. Eran muy diestros en la pesca y en la caza y
algo se dedicaban á la a«7ricultiira, cuya ocupación
demuestra que sus j^arot^o^ ó estaciones en un punto
determinado solían ser duraderas. No se vestían : sólo
se cubrían por delante desde la cintura hasta algo más
arriba que las rodillas; pero se adornaban con plumas,
con collares y con brazaletes. Vivían en chozas, nave-
gaban en piraguas y se acostaban en hamacas, cuyas
cosas todas ellos mismos construían, así como los vasos
(le barro cocido que usaban para beber ó empleaban
para encerrtar en ellos los esqueletos antes de deposi-
tarlos bajo de tierra deíinitivamente. Más atrasada aún
en la industria de los charrúas. No conocían la nave-
gación ni la agricultura. Hombres y mujeres se cubrían
parte del cuerpo c on mantas de cuero. Sus viviendas se
componían también de cueros, sostenidos por cuatro
palos» y tácilmente se desarmaban y eran transporta-
(1) Don Jo&é H. Figueira descubriu, íiácq. al^;uiiui ai^ is, en la purle orieulal
4i MUí lerrttorio numerosos túmulos que coiiienían restos humanos del tipo
MieOo. Hace poco el misino teftor, en excavaciones que hizo en las islas
M rio Negro como individuo de la OmináH de /i<tl9ría arntricatui pirthM»
halló restos que le inJaccn á creer que pertenecen al mismo tipo*
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26 Bk.>(¿1:EJv H1:STÓR1C0
dos, así que la caza escaseaba y les inducía á trasla-
darse á parajes en que más abundara. Tanto los gua-
rani< c inv los chamí-ts hacían ¡nstiuuiciiios y armas
de madera ó de piedra, nunca de cuerpos metálicos.
Esto se debe á qae no sabían elaborar ni trabajar los
metales. Pero pulían lien la madera y la piedra, sir-
viéndose de piedras más duras < 1\.
Los gnaranís y los charrúas se reunían en pequeños
grupos ó tribus. Aquéllos reconocían la autoridad de un
jefe en ca la tribu. Este jefe, ^ je lo era civil y miliiai ,
y se llamaba tubicha, era desangre nuiile y adquiría el
mando por herencia. Los súbditos ó mboyás le presta-
ban el homenaje de labrar la tierra, de sembrar, de
recogerlos ir utos, de edificar las chuziis y de servirle
en las guerras que sostuviera con tribus de otxas
naciones. Los charrúas^ más independientes ó indisci-
plinados, no obedecían ú obedecían apenas en tiempo
de paz a ea^ique aliruno, sino que cada individuo obral)a
según su voluntad, una vez que desaparecía por la edñd
la subordinación natural de la familia. En tiempo de
guerra elegían para jefe al más valiente y feroz y á él
seguían mientras duraban las hostilidades.
£1 carácter de losguaranís era manso, afable, tranco,
hospitalario. Amaban su libertad y la defendían con
bravura contra la fuerza ; pero cedían fácilmente á la
persuasión. Ese amor de su libertad era causa de que
no acertaran á formar extensas unidades por la agrega*
ción de tribus, ni en momentos en que corrían pelig^ro ;
por manera que, si bien dotados de valentía, eran débi-
les por el número. Los charrúas diferían también i)aji>
este respec^to. Eran falsos, alevosos ; nunca respetaban
sus compromisos ; no sentían amistad respecto de nacio-
nes extranjeras, sino fría y aparente ; pero en los casos
(I) Se ve en éfto que guarsitit y cbarnias «staban, por tu civiUxación, en U
•dad de piedra, período neolítico.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 27
de peligro sabían unirse y mantener esa unidad mien-
tras les fuera útil. Y no se unían solamente las tribus
charrúas que habitaban al naciente del Truíruay: solían
mancomunar sus fuerzas con las que vivían al occidente.
Estas alianzas solían Terificarse principalmente con los
minuanes.
La íTucrra era la ocupación principal de todas estas
! naciones ; mas aun en esto había diferencias. £1 gua-
raní recibió su nombre de su temperamento guerrero,
como que en su lengua quiere decir lo mismo que
guerra. Hacíala sin elegir terreno, en donde se encon-
trara con el onetnigo, y se lanzaba contra el en com-
{ pleto desorden. No usaba ninguna arma defensiva ; las
ofensivas eran la flecha, la honda, la bola y la macana
(especie de clava.) Era cruel con los prisioneros. Si éstos
eran mujeres y niños, los esclavizaban ; si eran hom-
bres, los alimentaban con cuanto tenían hasta engor-
darlos, y luego los mataban en actos solemnes, los des-
pedazaban menudamente, y repartían los trozos entre
todos los que hubieran tenido parte en la guerra, para
que los comieran. Los charrúas, como que eran anda-
riegos, dados á la rapiña, y en extremo belicosos, ha-*
liaban en cualquiera pequeñez motivo para emprender
una guerra. Solía decidirse ésta en junta de jefes de
familia, y llevarla contra las tribus guaraníes con prefe-
rencia. Envestían al enemigo como lo hacían los gua-
ranís, y procurando amedrentarlo á lUerza de gritos
que aturdían. Carecían también de armas de defensa, y
ofendían con flechas, lanzas, mazas y l)olus arrojadizas.
Todo su afán se reducía á matar muclios enemigos. El
más honroso titulo de un charrúa era la constancia del
número de sus víctimas ; y se dice que para que füese
duradero y ptiblico, acostumbraba dai^e en el cuerpo
tantos cortes como eran las pelanas que por su mano
ultimaba.
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28
BOSQUEJO HISTÓRICO
IT. lm «uw^ms á prtMtftM dd sirto xn.
En tiemix)S antiquísimos la civilización del mundo
estaba concentrada en el Asia, principalmente en la
China y en la India ; y, segün el testimonio de la his-
toria y los vestigios que aún existen de aquel tíempo,
esa civilización fué tan adelantada, que no ha tenido
igual posteriormente baju ciertos respectos De allí se
extendió al Ai'rica, alcanzando gi*an esplendor en el
Egipto. Luego pasó á Europa, y primeramente á Grecia,
en donde brillaron tanto las letras, las artes, la filosofía
y la política que sus ubra.N asiunln :ui lodavía y sirven
de modelo. Después civilizóse la Italia bajo la direc-
ción de Roma, y los romanos llevaron sus adelantos con
sus conquistas famosas, al resto conocido del mundo,
manteniendo á la vez á gran altura las letras y las
artes, que imitaron n los «j-i'iegos, constitnyondo la
legislación, en (pie fueron maestros por nadie y nunca
superados, y haciendo progresar la política, en la cual
sobresalieron también.
El imi>erio romano abarcaba en el si^rlo IV toda la
parte meridional de la Europa, desde el Atlántico hasta
sus límites orientales ; la parte occidental del Asia desde
el hoy denominado Mar negro hasta el Golfo arábigo, y
toda la parte septentrional del África bañada por el
Mediterráneo. Al norte de este inmenso imperio exis-
tían los pueblos germánicos incivilizados, destructores
y nómadas, llamados bárbaros por los romanos, que se
distinguían entre sí con los nombres de ris¡go(J<ts, iijrodos
<lel Oeste) oslrogodos^ (godos del Esíe) y ¿palos, (godos
rezagados al Norte) alanos^ suevos, vándalos, burgun-
dos, francos, seyones, anglos, lombardos, etc. Estos
pueblos hicieron correrías hacia el Sud en varias oca-
siones siendo rechazados en todas ; i>ero en el siglo IV
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i
DB Uk RSPÚBUCA ORIENTAL URUGUAY 29
pasaron por el Norte del Asia á la Europa las terribles
hordas de los hunos, cayeron sangrientamente sobre
ellos y determinaron las grand« s invasiones que unos
} otros verilearon ai ¿ud durante ese biglu y ios siguien-
tes, eo los cuales ocuparon» dominaron y destruyeron
d imperio romano. Los francos habitaban ya parte de
lo que es ahora Francia ; los visi^rodos se ampararon de
otra parte y descendieron hasta i¿spana, en cuyo terri-
tofio se situaron también los suevoSt los alanos y los
vándalos ; los lombardos los hérulos ftieron á parar
en Italia; los ostr0"4odu.s se sítuaruü al Norte del Mar
adiiáüco ; los gépidos más al Norte ; los hunos amena-
laron» mandados por su rey Atila, con entrar en Roma ;
y los sajones y los anglos crasaron el mar de la Man-
cha. Los germanos devastaron Luda la Europa, como
ios hunos ; por rivalidades y por ambición se combatie-
roQ cruelmente entre sí, aniquilándose á menudo en una
serie no interrumpida de guerras, y así debilitados die-
ron lugar á que Carlomagno, rev de Francia, los atacase
y venciese sucesivamente y Uegase á reunir en un solo
imperio casi todos los estados occidentales de la Europa
romana y íjr«TnKÍnica, á fines de siglo VIH y principios
del IX. Pero este imperio no sobrevivió á su autor.
Desde que Carlomaguo falleció se formaron varios
estados, cuyos reyes se debilitaron por efecto de las
gut-rras a que la ambición los arrastró. Sus [)roiiombres,
dueños de extensas tierras desde que los bárbaros inva-
dieron, eran señores dentro de los límites de sus domi-
Bies respectivos, y como tales ejercieron poder soberano
solare lodos los que en ellos habitaban, de modo que
dictaban leyes, impomau contribuciones, acuñaban
noneda, administraban justicia, hacían la guerra, y
obligaban al servicio de sangre; es decir que cada
señorío fué un pequeño estado independiente y cada
^or un monarca absoluto. Repartían sus tierras entre
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30 BOSQUEJO HISTÓRICO
stis hombres 6 sus vasallos, así como los Uiuiiies y cuanto
iuera explotable, mediante un contrato en que se esU*
pulaban las oblígacioiies y los derechos, y descendían
luego, en orden casi jerárquico, los villanos, los manos
nnf.c7'fas, los síe7H'os, el vulgo. Las tierras thidas por el
seílor constituían el feudo ; quienes las recibíau eran los
feudatarios. Los señores dependían débilmente del rey;
pero eran soberanos omnipotentes respecto de sus súb-
ditos, de cuyas vitlas y de cuyo honor disponían como
querían, pues el siervo ora poco menos que lin esclavo.
De aquí que, mientras los señores vivían en la opulen-
cia y gozando de una libertad ilimitada, los plebeyos
vivieran oprimidos y en la más espantosa miseria. Esta
situación era para el pueblo tanto más desírraciada,
cuanto los señores se ¡^vian de ellos para satisfacer
sus pasiones en incesantes guerras con otros señores,
6 para servir á su rey en guerras no menos san^ientas
con monarquiuí» extranjeras, cuyas guerras todas se
resolvían en despojo de soberanos.
Se vé por todo lo dicho que la £uropa estaba, cuando
se descubrió la América, enteramente preocupada por
empresas de dominación y de conquista ; y que tan con-
quistadores eran los civilizados como los bárbaros.
El modo de hacer la guerra dilería mucho del que
estamos acostumbrados á ver. Se empleaban entonces,
como en tiempos más remotos, armas que tenían por
objeto ofender al enemigo ó deíeaderse; pero eran
variables el número y la l'orma. Las armas ofensivas
más usadas al comenzar el siglo XVI eran : la espada
y el puñal ó daga ; la maza y el hacha ; la lanza, la
alabrirda y la pica; el arco, la azagaya y la ballesta; la
iionda y el arma de fuego. La espada, el puñal y la
<iaga, aunque de formas y dimensiones variables, son
cosas demasiado comunes para que haya necesidad de
•describirlas. Sólo conviene notar que la espada solía ser
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DE LA REPÚBLICA ORlE^íTAL DEL URUGUAY 31
más lar^a y de más peso que las que hoy se usan, y
que el puñal y la daga soliaii llevarse pendientes de la
tintura, ya adelante, ya atrás del cuerpo. La maza era
un trozo de madera, de forma á menudo cónica alar-
gada, guarnecida de hierro, que se manejaba tomán-
dola por el extremo correspondiente al vértice y servía
para dar golpi's. La alabarda se parecía á la vez al
hacha y á la lanza : tenía, como ésta, un asta larga que
terminaba en una hoja de hierro afilada y puntiaguda;
y, como aquélla* una media luna añlada en uno de los
i^xtremos de una especie de cuchilla que cruzaba en la
()arte iníerior dé la hoja. La pica, hierro agudo asegu-
rado en una asta, dió mucha importancia al arma de
infantecfa. El arco, usado desde tiempos antiquísimos,
vino á alternar con la azagaya', especie de dardo ó lanza
corta que se arrojaba con la mano, y con la ballesta,
que era un arco armado en una caja semejante á la de
un flisil, que servía para arrojar con gran fuerza dar-
dos y saetas ^jruesas. Se usó también desde muy aatiLiruo
la hüuda, para arrojar piedras con mucha mayor vio-
lencia que con la mano, y puede decirse que fué un
perfeccionamiento de este modo de ofender la aplicación
á la guerra que se hizo de la pólvora desde el siglo XIV.
La primera arma de fuego fue el <■ ifión. No se tardó me-
nos de un siglo en adoptar un arma de fuego portátil,
que lo fúé el cañón ó culebrina de mano, y más tarde
el arcabuz. El servicio de estas armas era mucho más
pesado, lento e insegmo t^ue el de las parecidas que se
emplean ahora. Era indispensable aplicarles una mecha
para que hicieran fUego» y apoyarlas en una horquilla
para apuntar. Y, como no bastaba un solo hombre para
manejarlas, se empleaban dos : uno [)ara sostener y
apuntar y otro para a[)licar la meclia. Aunque tenían
sobre todas las armas usadas hasta entonces la ventaja
de herir á mayor distancia y con mucha mayor flierza.
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32 BOSQUEJO HISTÓRICO
era tan molesto su empleo y tau imperfecto su resul-
tado, que Uegó un escritor célebre á predecir que no se
tardarla mucho en renunciar al arma de fiiego.
Sin eniljargo, no ha sido necesario vivir en nuestros
días para conocer cuanto liabia de aventurado en ese
vaticinio* Antes de generalizarse el uso de las culebrinas
de mano y los arcabuces, se empleaban como armas de
defensa el casco, la armadura de mallas y el bruíiuel.
£1 casco preservaba la cabeza ; la armadura defendía
el cuerpo y las extremidades ; el broTiuel, especie de
escudo, sujeto al brazo izquierdo, completaba la defensa
parando gol])es. A la armadura de mallas aventajó y
sustituyó la armadura de planchas metálicas, que cubría
la cabeza, el cuello, el pecho, el vientre, los muslos,
las piernas, los brazos, las manos y los pies ; y, como
por sí sola defendía suticientemente del arma blanca,
los que la usaban abandonaron el escudo. Esta era la
armadura de los noUes. Los plebeyos que iban á la
guerra llevaban defensas mucho más ligeras, causa por
la cual sucedía que, mientras en una baialla morían
unos pocos caballeros, la mortandad de los subditos era
de muchos centenares ; y que fUera comCin el hecho de
que cada prohombre contase muchas víctimas al termi-
nai*se la acción, sin que él hubiera recibido ofensa
alguna en su cuerpo, aunque abundaran las de su yelmo
y de su coraza. Pero desde que entraron en jue^afo las
nuevas armas se conoció que había que dar mayor resis-
tencia á la armadura ; se engrosaron las chapas,
aumentó su peso, y hubo que suprimir poco á poco las
piezas menos importantes, conservando las destinadas
á defender la cabeza y el pecho ; esto es, el casco y la
coraza.
No es difícil concebir el influjo que ejercieron todas
esas costumbres en el carácter de los hombres. Por ser
la guerra un heclio en que se juega la suerte y la vida^
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 33
maeve por sf sola á gravedad, á firmeza de resoluciones»
y á escasear miramientos. Ki tener que matar 6 morir
anima á matar sin consideración ; y la costumbre de
sentir y de obrar asi en el campo de batalla da al carác-
ter una dureza que peraste en los intervalos de paz.
Los guerreros cuidaban además de que esta condición
de su carácter no se doliiliiai-a mientras descansaban,
porque entendían que conservándola eran más temibles
en la pelea que si la perdiesen. Agréguese que los moti-
vos comunes de las guerras eran de los que más tienen
el poder de encon n los ánimos, y que el uso del arma
blanca aumenta mucho el ardor de los combatientes y
estimula los sentimientos sanguinarios, y se concluirá
de formar la convicción de que los europeos tenían que
ser ásperos, duros de corazón y poco pródigos de con-
sideraciones, por la fuerza de las circunstancias en que
vivían.
Contribuía también á ello en gran manera el estado
de la instrucción páfolica. Los bárbaros del Norte des-
truyeron, no sólo la obra política de los romanos, sino
también su bxiüante civilización. El latín, que se había
generalizado en todos los dominios de Roma, como
efecto de la anidad del imperio, se corrompió desde que
los invasores se repartieron el territorio é influyeron
en la lengua y en las costumbres de los pueblos con
quistados con las suyas propias. La literatura latiai
áejó de ser comprensible ; los maestros latinos desapa-
recieron ; cesó toda enseñanza, y en la ignorancia más
absoluta cayeron los pueblos para el sigilo VI, no obs-
tante que los bárbaros, como cristianos que eran, liabían
respetado la existencia de los conventos católicos. Nadie
se avergonzaba de ser ignorante, ni comprendía la uti-
lidad de no serlo. Al contrario, lleíró á rayar en lujo el
carecer de instrucción, por elemental que fuera. Estci
«xplica porqué eran tan pocos los que leían y escribían,
3
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34
BOSQUEJO HISTÓRICO
aunque fuera muy inoorTefiaiueiiie. El lanaiisiuo reli-
gioso y la supersticióa se desaiTollaron á favor de la
profunda ignorancia en lo alto y en lo bajo de las socie-
dades ; el Santo Oficio persiguió despiadadamente i los
que pública y |)rivadaineute no (Iciiuxtraluin por actos
y palabras la más ciega suuu^ióu álas doctrinas y á los
hombres de la Iglesia, y los papas ejercían como repre-
sentantes de Dios la primera potestad espiritual y tem-
poral del Mundo, hasta el i>unto de disponer como que-
rían del poder de reyes y emperadores.
Este deplorable estado de cosas no distaba mucho,
sin embargo, en los comienzos del siglo XVI, de sufrir
un profundo cambio. La invención de las armas de
fuejQTO había empezado á disminuir la diferencia de los
medios de ataque y defensa de que dis[)onian los seño-
res y los siervas ; y, al conocerse éstos relativamente
más ftiertes que antes, habían de empezar á influir en
el orden público de modo <pie no fuese tanta como iiabia
sido la diferencia de poder enti^e la nobleza y la monar-
qaia. La imprenta, inventada á mediados del siglo XV,
favorecería la reproducción y la circulación de los libros,
y la instrucción del pueblo. Se abrían ya univei'sidades ;
en ellas se volvía á ebludiar la literatura clásica, y
renacían las letras, las artes y las ciencias, y fomen-
tábanlas los reyes atrayendo á su corte á los más nom-
brados representantes y disi^ensándoles sus favores.
Estos proírresos, bien que no muy acentuados todavía,
no tardarían en dar á la razón liuoiana posesión de sí
r:nsma y en preparai*la para emanciparse tanto de la
autoridad de la I^'lesia como de la autoridad del poder
pclitico. Luego, descubriendo» los [tortugueses el camino
marítimo á la India á lo largo de las costas de Africa,
y los españoles la América, daban causa á que el comer-
cio exterior, concentrado en las ciudades italianas del
Mediterráneo hasta entonces, se repartiera más en
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 35
Europa y ganara nuevas é inmensas plazas, que serían
promotoras de la indu^ria y fuentes de incalculables
riquezas.
""Tal era, en i^us i ui^us prominentes, el estado general
de la Europa en los momenlos eu que se iuiciaba la
vida histórica del Río de la Plata.
T. — Los espaAoles al principio del si^lo XYI
Como que España es una nación europea» le convenía*
m el primer cuarto del siglo XVI, mucho de lo que se
acaba de escribir en general de Europa. Hay, sin
embargo, ciertas particularidades que será útil consig-
nar, para que se vea que existían notables diferencias.
La España había sido conquistada por Roma, y entrado á
aer parte del imperio romano. Cuando los pueblos de la
Oennania invadieron el Sud de I jirupa, los suevos y los
visigodos se fijai'on en la península, hacia el año 500 :
los primeros sobre el Atlántico y los segundos en el
resto del país. Dos siglos después los visigodos habían
absorbido el riinu de los suevos; pero en el sigilo VIII
viüieroQ del Al'riea lus árabes y conquistaron toda la
España, menos una pequeña parte monta nosa del
Noroeste, constituyendo el famoso Cali/alo de Córdoba,
Los árabes se condujeron en la conciuisia de España
mucho más benigu.inientc que los bárbaros del Norte.
Los españoles tuvieron la libertad de conservar sus
leyes y sus jueces. Los cristianos pudieron también
profesar su culto ; y los judíos, que muchos lo eran,
fueron tratados con consideraciones á que no estaban
acostumbrados. De aquí resultó que vencidos y vence-
dores vivieran en amistad, y aun mezclados, y que se
llamase arabizados 6 mozárabes á los españoles que así
aceptaban la autoridad de los gobernantes nuisuhnanes.
Varios de estos soberanos son célebres por lo mucho
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3(5 BOSQUEJO HISTÓRICO
que favorecieron las industrias, el comercio, las artes»
las letras, la filosofía, la instrucción, la higiene, la
medicina y el ])ienestar del piiel)lo. Los centros princi-
pales de estos brillantes progresos, que contrastaban
con la barbarie del resto de Buropa, flieron Granada y
Córdoba. Asombran aún á los viajeros los monumentos
íine se conservan de aquella época. El pueblo cristiano
se mantuvo» empero» muy distante de imiiar al maho-
metano en sus grandes progresos artísticos, cientiñcos é
industriales. Puede decirse que fiieron los judíos los
únicos que, después de los musulmanes, se disting-uieron
por su ciencia, por su industria y por su riqueza. Des-
pués de tantos esplendores, el Califato de Córdoba fué
presa de una proftanda anarquía, la cual dió lugar á
que se declarasen independientes, en el |)rimcr tercio
del siglo XI, ios gobernadores que dependían del Califa»
y á que surgiesen» por lo mismo, numerosos pequefios
estados nial avenidos, que debilitaron Inmensamente el
poder moral y material de los árabes.
Mientras tanto, los cristianos del Norte se ocupaban
de reconquistar el terreno que habían perdido. Un rey
de Francia recuperó, á mitad del siglo octavo, una
fracción situada más allá de los Pirineos. Parlo Magno
les tomó, medio siglo después, mayor extensión al Sud»
hasta el río Ebro. Los cristianos espafioles que se habían
conservado independientes en las montañas del Noroeste
avanzaron á su vez. En 1030, cuando se fraccionó el
calitato» los españoles habían reivindicado todo el
espacio limitado por el Atlántico, los Pirineos y la
cadena de sierras que por el Norte da ;viruas al Tfijo. Á
principios del siglo XIII habían llegado hasta este río y
más al Sud del Ebro. Á mediados del siglo XIV habían
perdido los árabes sus monarquías de Zaragoza, Toledo,
Badajoz, Seviü i y Córdoba, y sólo les quedaba el terri-
torio de Granada, el cual fué reconquistado el mismo
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DBL URrorAY 37
ifio en que se descubrió la América. (1492) Se dice
I i|ue en esta guerra de cristianos y moros, que duró
ocho siglos, se dieron m is de tres mil batallas. \ Prueba
admimble de lo que podiaa entonces las autipatias de
rdigión y de raza !
Pero influyó también mucho el espíritu guerrero de
los tiempos. Couio bi no les bastara á los es[»aíioles,
para satisfacer ese sentimiento^ la empresa de recupe-
rar el terreno que habían conquistado los sarracenos,
sostuvieroii t iitre sí guerras numerosas, cuyo objeto fué,
como en el resio de Europa, arrebatarse el i)oder los
I r^es unos á otros» como medio de engrandecer su
estado. Los dos primeros reinos que formaron los espa-
ñoles independientes fueiou ios pequeños de León y
Asturias. Galicia íUé lomada por el (altimo, el cual
desapareció á su vez absorbido por el de León á prin*
dpios del siglo X. Por el lado del Este se formó, para
el siglo XI, el reino de Sancho con las provincias
vascongadas y con Castilla, que había pertenecido al
feino de León. No tardó el reino de Sancho en dividirse
en cuatro, los cuales se reunieron ó se separaron varías
ve^es alternativamente, ya extendiendo sus dominios,
ya disminuyéndolos. Á principios del siglo XIII se dis-
tinguíanlos estados de Portugal» León, Castilla, Navarra,
V Aragón. Agregáronse más tarde los reinos de Val«n-
*cia. Murcia, Sevilla y Córdoba; así romo al de Av-món
las islas mediterráneas Baleares, Sicilia y Cerdeua.
Algunos aSos después de mediar el siglo XV se habían
reducido todos estos estados á los cuatro de Portugal,
Castilla, AraíJÓn ícon sus islas del Mediterráneo) y
Navarra. Habiendo heredado Isabel la ratóllca el reino
I de Castilla, y su marido Femando el de Aragón, se
anieron ambos reinos y, después que reconquistaron á
Granada, Fernando, ya viudo, y hecho regente de su
jemo Felipe I, se apoderó de Navarra. Así quedó sujeta
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38 ba^QUEJa msiólua)
toda Espafia á una sola corona, con excepción de
Portuc*al, que siguió íbrni.iiidr) reino independiante, por
haber resistido con éxito las leaiativas de conquista.
Mientras los reyes católicos dai>an unidad política á
casi toda la España, y engrandecían sucesivamente su
poder interior, obraban en el extranjero por mantener
y ensanchar sus posesiones. Ganaion los franceses el
Roseilón, territorio situado sobre el extivmo orientad
de ios Pirineos; les conquistaron el teiTitono de
les, al Sud de Italia, formando con la isla siciliana las
Dos Siciiéná, (¿uitaron ú Veri»'cia varios puertos que
poseía eu las costas NapoiiUmas, llevamu la guerra ai
África, en donde obtuvieron triunfos» y se hicieron
dueños de ^ran parte de la América.
Pero, si por medio de las ai nías dieron grandeza á
España, la perjudicaron por medio de la política. Bn
efecto : en los diez años que si^ieron á la toma de
Granada expulsaron de sus posesiones á los que profe-
sat)an el judaismo y el mahometismo ; es decir, á todos
Ion que j>i'iii "¡pi luiente representaban l'^^s progresos
intelectuales y materiales de la Península. Y como, \yor
otra parte, establecieron en Sevilla el Tribunal de la
inquisición, presidido por el fraile Torquemada, que se
hizo lamoso pi)r lo horrible de su conilucia, pues persi-
guió con la ho^^ruera á cuantos daban la menor señal de
no profesar la religión católica con fanatismo, sentaron
las causas de una decadencia industrial, artística, lite-
raria y citíniííica que había de sobrevenir pronta e ine-
vitablemente.
TI* ^ Com^meiÓB de los pueblo^ aioeri^'anos j cwvpMS
Por la lectura de los cuatro articuh)s que preceden
se habrán notado las analo^jías y las diferencias que ai
principiar el siglo XVI había entre americanos y euro-
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DB LA REFÚBUCA ORIBNTÁL DEL URUGUAY 39
pees. Se parecían ea que todos olios eran insubordi -
nados dentro y conquistadores fíiera de sus estados ó
tribus, en que no respetaban la autoridad del soberano,
ni la independencia de las naciones, sino mientras les
convenia ó no podían dominarlas. Se parecían en la
crueldad y el valor con que hacían la guerra, y en que
eran comunes algunas de las armas ofensivas que usa-
ban y también en que eran muy a^ierridos; pues así
como los indios estaban habituados á pelear continua-
mente entre sí, los espafioles habíanse ejercitado no
menos continua mente peleando por unos señores 6
reyes contra ou us, en las guerras con los moros y en
las campañas de Italia.
Pero diferían mucho, sobre todo con las poblaciones
del Plata, bajo otros respectos. Los europeos eian
muchísimo más inteligentes; sabían mucho más en
toda clase de materias; estaban mucho más organiza-
dos, disponían de medios de acción mucho más eñcaces;
y. particularmente en la guerra, eran mucho más |)ode-
rusas algunas de sus armas oíensivas, usaban uruias
d^OQSívas de que carecían completamente los guaranís
y los pampeanos, y no peleaban muchedumbres desor-
'ienadas, sino ([ue iban á la guerra tro[>as especial-
mente preparadas y organizadas para pelear según
^^^gUs de táctica y aun de estrategia, que ya entonces
litó tenían los europeos, auutjue incomparablemente
laenos adelantadas que ahora.
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BOSQUEJO HISTÓRICO
CAPITULO II
EXPLORACIÓN Y CONQUISTA DE LA BANDA OCCIDENTAL
DEL URUGUAY
TIL — B«M«krtaüMito MBiode ia Plato. ExykcMltMS ét CéM»
Descubierta la América, los «lescubridores dieron
noticia en la Península de las poblaciones indígenas
que hallaron y de las cosas que vieron, haciendo con-
cebir esperanzas de adquirir grandes riquezas en las
nuevas tierras. La ambición de monarcas y vasallos se
despertó, estimulada tanto como por aquellas í)'1:.| lec-
tivas, por el deseo de superar á los portugueses en
grandeza y gloría, y á su impulso se organizaron suce-
sivas expediciones destinadas á explorar y á conquistar
en el Nuevo mundo.
Una de ellas es la que en 1515 partió del puerto de
Lepe, b(go el mando de Juan I»íaz de Solís, quien ya
en 1508 y en 1512 había emprendido otros viajes en
i^rual dirección. Anduvo este navegante hacia el Sud,
llegó á principios de 151(3 á la desembocadura de un
gran rio, al cual denominó Mat' dulce por creerlo un
brazo de mar, entró en él, llegó hasta la confluencia
délos ríos Paraná y Uruguay, se^jnn se cree, si bien
no hay certeza respecto de este lugar, y, queriendo
tomar posesión de la tierra á nombre de su rey, según
entonces se usaba, desembarcó, acompañado de algu-
nas personas, y confiado en las demostraciones, al
parecer cordiales, que los indígenas le hacían ; pero
Solís y los acompañantes fueron acometidos y muertos.
Lo que Solís creyó un mar dulce, era el rio que
llamamos de la Piala, En la margen izquierda tuvo
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DB LA RFPÚBUGA ORIENTAL DEL URÜGUAT 41
lugar el desembarque y muerte del descubridor. Los
indígenas eran los charrúas. Los compañeros de Solís
qae habían quedado en las naves regresaron á España,
en donde dieron la triste noticia de lo ocurrido.
Pocos años después salió de la Península Sebastián
Caboto al mando de tropas, con la intención de ir ai
Pacíflco; pero al llegar al Río de la Plata penetró en
él, subió hasta el Uruguay, y, mientras un subalterno
suyo exploró las orillas de este rio liasta el San Salva-
dor» en donde quedó fondado un fuerte y guarnecido,
él se dirigió al Paraná, flindó otro fuerte, (Sancti Spiri-
tus) llegó hasta ei río P)ormejo y ordenó su exploración,
no sin haber tenido que vencer en sangriento combate
la oposición de los indígenas. Se dice que aquí recibió
de éstos varias piezas de plata elaborada. Ya se sabe
que üo i)odíaii ser obra de aquellos indios; pero Caboto
las atribuyó á su industria, se imaiíinó que había cerca
ricas minas de aquel metal, y de tal modo iniundió su
creencia en España, que denominaron rio de la Plata
al descubierto por Solís y á su afluente, el Paraná.
Tin. — ThilH^OT ie Meato»
Sncedió á Caboto don Pedro de Mendoza, quien armó
una ñuta á su costa, coa permiso del rey, y llegó al río
<ie la Plata en 1535 con más de 2,500 hombres, entre
ettos muchos nobles, é inició los trabcyos de la conquista
hndando con algunas chozas, en la margen derecha de
aquel río,' la ciudad de Buenos Aires, dispuesto, se^^án
parece, á establecer en ella el asiento del gobierno civil
y militar que había de tercer con el título de adelan^
f9do. Pero no pudo lograr su fin.
Aquellas tierras estaban habitadas, como se ha dicho,
por indios pampas. Si bien los espn fióles íueron recibi-
dos pacificamente por ellos, les correspondieron con la
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BOSQUEJO HISTÓRICO
dureza propia de su carácter, irritaroQ su ánimo, y por
esta causa fueron tan hostilizados, que no pudieron
permanecer, á pesar de la fuerza relativamente grrande
que tenían á su dis¡H)bi i jii, abandonaron la colonia, y
trasladáronse á Sancti Spiritus.
Mendoza, desengañado, volvió á* España dejando
encargado del g obiei no á don Juan de Ayolas. Este
siguió hacia el Norte y entró en el río que lleva el
nombre de Paraguatft fundó la ciudad de la Asunción,
y se internó con fuerzas en el territorio del Oeste. AUT
tuvo que luchar con los indios; mató á muchos, p^
fué niuerto por ellos á su vez. Por causa de esta muerte
quedai^on los couqui:siadores sin adelantado; es decir,
sin gobernante.
VL ^ Elefetdft j tramM Ae Ynda
Los conquistadores de estas regiones recibieron del
rey la íácultad de elegir gobernante interíno, cuando
el poder quedaba acéfalo por un acontecimiento impre-
visto. Los colonos la Asunción usaron ese derecho
nombrando al general Domingo Martínez de Yrída,
después de muerto Ayolas, para que igerciera las ñin-
ciones de éste mientras el Rey no proveía al adelan*
tazgo. Yrala, que ya se había hecho conocer ventajo-
samente como hombre de gobierno y como militar,
organizó por primera vez en estas regiones la adminis*
tración de los cabildos, fundó una iglesia y varios otros
ediíicios púl)licos, señaló los líniit-es de la Asunción, y
se esmeró por establecer vínculos de amistad entre sus
compatriotas y los naturales, influyendo porque se
casaran aquéllos con las h^as de éstos. Además enseñó
agricultura y varios oficios á los indios. Con tan meri-
torias acciones inüuj'ó benéücamente en la suerte de
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liK LA REPÚBLICA OKIEM AL DEL URUGUAY 43
todos los moradores y se hizo digno de grata me-
moria.
Admiulstriieiéii de Alvar Núüez (Jnbeza de Taea
Estaba el gobernador interino comprometido en los
mencionndos trabajos, cuando vino el segundo adelan-
tado, (ion Alvar Núñez Cabeza de Vaca, con 70ü iiom-
bres, en 1542. Alvai* Náñez tomó el mando, hizo la jus-
ticia de nombrar su segando á Yrala, y luego se ocupó
en someter las tribus indígenas, empleando tan pronto
medidas enérgicas como actos de ^'enerosidad; de modo
que llegó á ser respetado por los indios en consideración
á su poder y á sus sentimientos elevados. Habíale preo-
cupado, desde que solicitó el adelantazgo, el problema
de abrir comunicaciones terrestres entre la Asunción y
el Perú. Aürmada su autoridad en la colonia de la
Asunción, se propuso poner en práctica sus proyectos,
preparóse para ello y se puso él mismo en camino,
dejando á Yrala encargado del gobierno interinamente.
Todos los esfuerzos que se hicieron no bastaron para
vencer las dificultades que opusieron la naturaleza del
terreno y la estación lluviosa en que se inició la
f iiipresa; la tropa no tardó en mostrarse descontenta, y
fué necesario que regresase sin satisfacer su anhelo.
Este fracaso hizo cundir el disgusto entre los oficiales
qoe estaban á su servicio, porque lo atribuyeron á
iíiconveniencia de las medidas tomadas para establecer
la comunicación. Quejábanse además muchas personas -
de sus actos administrativos, juzgándolos menos acer-
tados que los de Yrala. Los descontentos se amotina-
ron, por último, aprovecliando la ausencia de este capi-
fán : líeimsieron y engrillaron á Alvar Núñez» y lo man-
daron preso á España, de donde no volvió, aunque ñié
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BOSQUEJO HISTÓRICO
absueltOt después de mucho tiempo, por las autoridades
que tenían á su cargo los asuntos de las Indias.
XI. — tkfwiia el— di» 4e InUa
Los españoles de la Asunción pensaron desde luego
en suplir la autoridad del adelantado y nombraron»
pnvñ qu<^ ejeiviera el gobierno por seirii! la vez, á
Yrala. Se dice que este aceptó el uoiubramieiUo contra
m voluntad, aunque no faltan qufenes lo suponen el
instigador oculto de los hechos ociuridos, con el ánimo
de suplantar al adelantado.
Sea de esto lo (iue fuere, el hecho es que asumió el
mando supremo. La anarquía so^l^*vino, porque ios
{)artidarios del desgraciado Alvar Núúez reñían con los
de Yrala ; el desorden influyó con su mal ejemplo en las
trüms indígenas ; algunas se sul)levaron y el goberna-
dor tuvo que reprimir la sublevación, para lo cual
empleó medios tan severos como blandos habían sido
los que usara su antecesor. Esta conducta le atn^o la
adhesión entusiasta de sus compairiuias, más inclina-
dos á la severidad que á los mi ra ni lentos generosos.
Afianzado así su poder» pensó en llevar á cabo los
proyectos de Alvar NAñez. Los españoles de la colonia
se ofrecieron á acompañarle, i)ersuadidos de que licita-
rían á su fin con tan distinguido jefe, y de que auinea-
tarían su fortuna con los metales y cosas preciosas que
hallaran en el Perú. Se emprendió la expedición y
llegó ésta á la frontera de su destino ; pero Yrala, mal
recibido por las autoridades, y jK'or .secundailo por los
oficiales, que ya se habían cansado de sufrir y de obe-
decerle, tuvo que regresar sin otras venUgas que la de
algunas ovejas y gran número de indios que su gente
tomara en el tránsito.
La ausencia de Yrala fue funesta para la colonia de la
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 45
Asunción : se suscitaron rivalidades entre algunos ofí-
ciales que quedaron, estalló la guerra civil, y la anar-
quía llegó á dominar nuevamente por todas partes.
Cuando volvió la expedición, había desaparecido el
sustituto de Yrala y otros habíanse apoderado de la
dirección de los negocios públicos. El Gobernador cas-
tigó con el suplicio á los principales culpables, tranqui-
lizó al pueblo y se dedicó en seguida á formar aldeasi
en las cuales repartió los indígenas poniéndolos ai ser-
vicio de las familias españolas, bajo el gobierno inme-
diato de alcaldes y la inspección de oficiales españoles.
Eiie hombre, cuyos servicios lo colocan en el número
de los buenos gobernantes que en aquellos lejanos
tiempos tuvo el Río de la Plata, no obstante el reparto
de los indios y la tolerancia del concubinato, falleció
en 1557, á los 70 años de edad, con general sentimiento
de españoles y americanos.
XIL — Lm Meomieadas de Míos
Se ha dicho en el artículo anterior que Yrala repartió
los indios vencidos entre las üimilias españolas. Este
reparto no fué invención suya. Cuando Cristóbal Colón
conquistó las tierras por él descubiertas se prodigo este
hecho : que los indios eran machos, que era necesario
enseñarles la religión y alguna industria, y reducirlos
á la imposibilidad de sublevarse, para (|ue ios españoles
güsaran de paz; y que tal instrucción y sometimiento
serían muy difíciles, si se Ies dejase en libertad, aparte
de que los mismos indígenas no podrían vivir, mezcla-
dos con los españoles, porque careciendo de oficios, no
ganarían lo indispensable para su subsistencia. Colón
pensó que lo más conveniente para todos sería repartir
la población entre las familias españolas, con cargo de
que les enseñasen en cambio de utilizar su trabajo. A
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46 BOSQUEJO HISTÓRICO
esia leparlicióii se le Ihuaó encomienda ; repartir así los
indios era enconenciarlos ; y quienes los recibían eran
encomenderos 6 comendatarios.
Los conquistadores cjue siguieron á Colón tomaroii
por refrln su ejeinj lo y enruniriidai'oa indios. Esto fué
lo que iiizo Yrala en el Paraguay.
.Las encomiendas fueron de dos clases : de ¡/anaconas
y de mitayos. Los encomendados yanaconas 8er%'ían á
su Señor Oh Lotln rl afuj v lo aoumpañ;it>:in cii «\iso de
guerra. Le estaban enteramente someiidos. Esta clase
de encomienda fué la primera que se usó, y los asf
encomendados eran generalmente indios aprisionados
en la guerra, «Kunii. alos por la fuerza de las ai mas.
Los indios sometidos voluntariamente ó aliados, como
más fáciles de gobernar, gozaban de más libertad.
Elegían un terreno, formaban un pueblo, recibían las
autoridades espaíi<das (]u«' habían de regirlos, se divi-
dían en eneoUiieiidas, cad¿i una de las cUvde^ tenia su
cacique, disponían de si mismos con relativa libertad,
pero con el fin de que se acostumbraran á arrendar
voluntariamente sus servicios, se les obligaba al prin-
cipio á arrendarlos por un corto tienii)0 cada año,
medianil' un precio. Este servicio forzoso se llamaba
mita^ de donde les vino á los obligados el nombre de
indios de mita y el de mitat/os.
Pero sucedí»'» ^ue los encomenderos no enseñaban á
los indios más que lo que estos necesitaban >aber pai*a
enriquecerlos, que los mitayos fueron igualándose á los
yanaconas, y que se servían los encomenderos de unos
y otros como si fueran sus esclavus, obli::aiidolos á un
trabigo exeeaivo, sin permitirles lu liberuid ni el iles-
canso debidos, tratándolos con dureza no permitida por
las leyes, y hasta vendiéndolos, prestándolos ó dándo*
los en prenda. Los indíi:enas eran considerados mfís
como cosas que como personas; dependían poco menos
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DE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 47
que en absoluto de sus comendatarios. Los reyes de
España prohibieron las encomiendas en cuanto tuvieron
noticia de lo que sucedía, y mandaron dar libertad á
todos los indios encomendados; pero el abuso se había
¿echo costumbre y las providencias reales fueron
desoídas. Convencidos los reyes, por la experiencia de
muchos años, de que no conseguirían curar el mal, lo
toleraron procurando disrainuirlo, y mandaron en dife-
rentes fechas : que los indios dependieran del Rey en
lo futuro; que no se les diera en encomienda como
esclavos, ni á título de servicio personal, y sí obligando
á ios comendatarios á docinucirlos, á defender sus per-
sonas y bienes y á tratarlos bien. Se señalaría modera-
damente el tributo que los indios debieran al Rey, y lo
pagarían á los encomenderos, sin estar obligados á
más. Los encomenderos quedarían obli^^'^ados, por la
delegación que gozaran, á acudir al servicio del Rey y
defensa del reino, toda vez que fuera menester, no
como vasallos ordinarios, y sí como feudatarios, pres-
tando juramento de fidelidad. Los indios cambiaban así
su condición de esclavos por la de tribuiarius; y punjuc
no se abusase ni aún de este concepto, proliibieroa los
rqres que asignaran tales tributos otros gobernadores
que los que hubiesen recibido facultad especial, y que
' Jera; i cari emiendas á personas que no fueran merece-
doras y de bien.
Los indios del Río de la Plata, de Tucuman y del
Paraguay flieron objeto de disposiciones especiales en
íavor lie su libertad y de su bieiiesiar. No debían trí-
bulo sino desde los 18 anos de edad y podían pagarlo
en dinero ó en frutos. No podían ser encomendados para
servicio personal, ni empleados en sacar yerba-mate, ni
sacados fhera de su pueblo, sino á distancias limitadas
V con íines determinados por la lev. Las indias na
jodian ser obligadas á amamantar hijos de españoles-
y"
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BOSQUEJO HISTÓRIGO
mientras estuviese vivo el sayo. Podiaa ser arrendados
los servicios de los indios, pero pagándoles el jornal
mínimo tasado por la ley, y estaba prohibido mantener-
los con solo la íruta del algarrobo.
C!on tales providencias no desaparecieron del todo los
abusos ; pero sin duda disminuyeron mucho. Los indí-
genas tuvieron á los reyes constantemente en su favor;
si hubieran sido tratados como las leyes mandaban,
habrían sido tan bien enseñados* gobernados y respeta-
dus como lo permitieran las instituciones y las costum-
bres de ?iquelIo¿ tiempos; pero no cabía en lo humana-
mente posible que todos, ni los más de los que venían á
la América fueran recomendables por su prudencia y
por sus virtudes, y de ahí que la benévola iiuención de
los gobiernos de España no fuera realizada en America
tan fielmente como debiera serlo.
XIII. — Más desórdenes. — O^bkmo de Tersara.
Dej(5 Yrala ocupando su puesto á uno de sus yernos,
que falleció al poco tiempo, habiéndose dado á conocer
como buen administrador. Los españoles eligieron
entonces (1558) jKira g(>bernador á otro yerno, que lo
era D. Francisco úrúz de Vergara, Gobernó éste en paz
durante un afl>, mas tuvo que sofocar en los dos
siguientes la sublevación de lo^ indios del Paraguay y de
la provincia de Guayrá, (situada al Nordeste, á ambos
lados del Paraná) los cuales estaban descontentos del
trato que recibían de los encomenderos. Se restableció
el sosiego en las encomiendas, debido á la gran supe,
riohdad de los españoles en organización y en armas;
pero no tardó en interrumpirse en la Asunción, en donde
las pasiones tenían constantemente desasosegados á los
que veían en el poder una fuente de satisfacciones. Ver-
gara se resolvió á marchar á la capital del Perú, con
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D£ LA Ri^CbUCA ORIENTAL DKL URUGUAY 4 9
Qi designio de que el Virrey lo confirmase en la gober^
nación, cuyo puesto temió perder por suresos desagra-
(kbieSy aunque de carácter privado» que ocurrieron entre
personas de su fiumlia, Saponen unos que esta determí-
nación (ué espontánea, y otros qne flié sugerida con el
propósito de que dejara el poder. Sea lo ([ue fuere, es
lo cierto que sus adversarios consiguieron cfue se le des-
pegase de la autoridad que había ejercido, así que el
Viney intervino en el asunto.
XI?. — CMIeiao ^ Cáeem y de Ortli de Zémle
Diebo virrey nombró para reemplazar á Vergara, y en
calidad de adelantado, á su oíicial D. Juan Oniz de
Zárate, á condición de que había de solicitar de la
Corona de España la confirmación del nombramiento.
M lo hizo y obtuvo la ratificación, comprometiéndose
á importar en sus dominios cantidad de ganado vacuno,
lanar, caballar y cabrío de los que poseía en su pro-
piedad del Perá, á extender las conquistas, á flindar
poblaciones y encomiendas de indios, en cambio del
udtiiaülazgo para sí y uno de sus sucesores, y otras
prerrogativas. Zárate fué muy desgraciado en su vi^e
de Bspafia á la Asunción, pues combatido primero en
el mar por las tempestades y después en las márgenes
(Jei Plata y del Uruguay por los indígenas, perdió con-
siderable parte de los hombres y cosas que traía y salvó
él mismo con lo poco que le quedaba, debido á la pro-
tección que le prestó I). Juan de Garay, que descendió
apresuradamente á lo lai*go del Paraná con tai objeto,
al saber la crítica situación en que tenían al tercer
adelantado las dificultades de la naturaleza y la bravura
♦le los charrúas.
Salvo de peligros, fuudó más al Norte, sobre la mar-
gen izquierda del Uruguay, algo distante del lugar que
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50 ' BOSQUEJO HISTÓRICO
hoy ocupa, no sin liaber librado sangrienta batalla á
las tribus charrúas de Taboba» Abayuba y Zapicán, el
pueblo de San Salvador, abandonado luego, y se dirigió
á la Asunción, dejando en el nuevo pueblo una petj^ueüa
fuerza.
Pero» á los disgustos que llevaba de su viaje se agre-
garon otros en el Paraguay, originados principalmente
por la noticia de que durante su ausencia liabían ocu-
rrido graves trastornos entre los españoles, por los cua-
les el gobernador interino FeUpe de Cáceres había sido
depuesto y engrillado y apoderádose del poder un tal
Suárez Toledo, así como por la mala acogida que le
hizo el pueblo á quien iba á gobernar, y falleció de
pesar poco después, (1575) segtm parece, aunque se dice
también que fué envenenado por los parciales del usur-
pador que le precedió en el gobierno.
XT* — GoMem Interino de Gamj'
Antes ih- inni ir dispuso Ortiz do Zarate, usando el
dercclio que ei gobierno de la Península le había acor-
dado, que le sucediera en el adelantazgo el que contra-
jera matrimonio con una hija que tenia en Chuquisaca.
Kfi virtuíl de esta disposición vino á í<er el cuarto ade-
lantado don Juan Torres de ra y Aragón ; pero como
no pudiera tomar posesión del cargo por el momento,
encomendó el gobierno á Garay. Éste afirmó ]K)r las
armas la autoridad española en el Paraguay, fundó
poblaciones, y se dirigió después hacia el Sud con el
pensamiento de establecer una colonia en paraje que
sirviera de escala á las eíiibarcaeiones (jue hacían la
carrera entre Es]»aña y la Asunción, á la vez que fuera
centro de las comunicaciones que en el porvenir se efec-
tuasen por los princiiuales ríos que concurren á formar
d Piala. Li paraje elegido fué próximo al riachuelo,
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 51
eñ donde fundó la actual ciudad de Buenos Aires, (1580)
algo distante del punto en que la habíu fundado Men-
dosa. Los querandis opusieron una terrible resistencia
ahora, como 45 años antes ; pero la lucha de dos civi-
lizaciones tan desiguales había de dar por resultado
que los salvóles fuesen definitivamente vencidos, y lo
flieron en una gran batalla, á pesar del muy escaso
número de tropas de que disponía el conquistador. Esta
hazaña es una de las más notables que se realizaron en
el curso de la conquista del Río de la Plata, llevada á
cabo á fuerza de valor y de audacia» y la fundación de
Buenos Aires uno de los hechos más fecundos.
El u i unto alcanzado aseguraba la permanencia de la
üueva colonia, aunque no su tranquilidad, pues que
ios indígenas, raza belicosa» no cesarían de molestar á
los colonos. Pudo Garay pretender escarmentarlos por
la fuerza ya que tanto á la fuerza debía ; eini)ero, pre-
firió someieilus por la persuasión, mandando cerca de
ellos misioneros cristianos que los convirtieran á la ve«
á la creencia de la Iglesia y á la autoridad de la Corona.
La experiencia había demostrado que los españoles
ha!)ían extendido y asegurado mucho más su imperio
f)or los medios suaves que por la violencia de las armas.
Cerca de cuatro años empleó Garay en organizar y en
acrecentar la población de Buenos Aires, y en asegu-
rar la paz, después de los cuales í'iu' sorprcndidt) y
muerto por los minuanes, á orillas del Paraná, en viaje
para Santa Fe> Hombre de grandes cualidades, es mere*
ceder de que su nombre sea pronunciado con reconoci-
miento.
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Bosquejo hií>tühico
XYl. — Trak»^io6 de Torres Xaranete y de Taires de Ver» j Ara«te
Á Garay sucedió, en ausencia del adelantado, el
primo de éste Juan de Torres Navarrete, durante cuya
administración se fundaron otras poblaciones y se
repartieron los indios, com'o era costumbre, entre
encomenderos» en los territorios cercanos al Paraná.
El adelantado Torres de Vera y Aragón Uegó al Para-
guay en 1587, trayendo los f^anados que /árate se
había ol «ligado á importar. Halló anai quizada y desmo-
ralizada la colonia; se esforsó por restablecer el orden,
por extender las conquistas, y por llevar á las tribus
indígenas la fe del cristianismo ; {.ero, cansado de tan*
tas dificultades como eran las que se le presentaban y
empobrecido, renunció sus derechos y se retiró á
Espaüa (1591).
XVII. — Oobierno de Ueniando Ariaü de üaaTedrm
Fue nombrado, des[>ues de Torres de Vera y Aragón,
Don Hernando Arias de Saavedra (llamado comunmente
Hemandarias) para gobernador del Paraguay. Es de
notarse que Arias fué paraguayo, pues nació en la
Asunción. Nunca se había visto á un criollo elevado á
esta dignidad, y era cosa que los españoles evitaban^
tanto por no dar á los hijos del país demasiado poder»
temerosos de que se formara y generalizara el senti-
miento del americanismo, cuanto por no excitar los
celos de los prohombres, que se creian en el derecho de
gobernar á titulo de conquistadores, que valia tanto
como el de señores del país conquistado. Es indudable
que si se hi/u una excepción en favor de Hernandarias,
fué por lo emparentado que éste estaba con los prime*
ros conquistadores del Rio de la Plata, por el alto con-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 53
cepto en que por tal razón se le tenía, y porque sus
ideas y sentimientos eran demasiado favorables á
Kspaüa para que nada tuvieran que temer los españoles.
Durante su administración, varias veces interrum-
pida, y relativamente duradera, se continuó en memo-
rables acciones de guerra la conquista sobre los indios ;
iiuho manifestaciones en ei sentido de dar ensanche al
comercio excesivamente restringido por las leyes; se
fundaron las Misiones paraguayas, con ánimo de civi-
lizar pacíficamente á los salvajes, y se sostuvo ante el
^•onsejo de Indias el pensamiento de dividir en dos
^bemaciones la administración de lo que constituía
hasta entonces el Paraguay. Hemandarias es conside-
rado el último de los conquistadores del Río de la Plata,
y el primero de sus írobernantes naturales. Su gobierno
tUé laborioso y bien intencionado, y dió el ejemplo de
no haber servido para enriquecer al que tuvo en su
mano la suma del poder de la gobernación.
XTUL — La Mnqoisla en ei Uterior de la Banda oeeldentai
Como se ha visto, los conquistadores que siguieron
la ruta de Solts no se ocuparon de dominar más que el
terrilurio del I'araíjuuy propiamente dicho, el de
Guayrá, que se extendía á ios dos lados del alto Paraná,
ambas márgenes del biyo Paraná y la izquierda del río
de la Plata. No debe pensarse, por ésto, que gozaban
<le independencia los pueblos diseminados en el interior,
hasta la cordillera de los Andes. Los españoles que
habían conquistado las tierras que ahora pertenecen al
Perú y á Chile enviaron en la segunda mitad del siglo
i XVI varias expediciones más acá de los Andes, y ésas,
I desgraciadas unas, felices otras, vinieron sojuzgando
I por las armas y por la acción persuasiva de religiosos
misioneros, las numerosas tribus que hallaron, flin-
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54 B4»swcej'^ histórico
dando poblaciones y dando encomieadas. Así nacieron
varias de las ciadaces que son ahora capitales de pro
TÍncia; j los iodios someüdos fuaron taniofi, qae» ¿egiía
ae caenta, nno aoio de aquellos conqnistadixies repartió
entre 56 encomesuleros cerca de cincuenta mil Indios.
Con la acción simultánea, aunque independiente, de
los conquistadores mediterráneos j ríbereik» quedó
asegurada la domina^nón d-:- la.s extensas tierras que
median entre el Uruguay y ios And^>^ v -ntre Buenos
Aires y los límites septentrionales del Paraguay. Las
zonas que aún quedaban libres del poder extranjero, si
bit;n r-onside-rables, no serían ya un peligro para el
gobierno y la prosperidad de ios nuevos estahlecimien-
tos, y recibirían, en el curso de los tiempos futuros, el
p^íulaíino influjo de las civilizaciones que se suce-
dí r^ran.
En los hechos que hasta aquí se han narrado iiay
cuatro cosas que principalmente Uaman la atención : la
conquista, el orden civil del pueblo conquistador, el
orden civil del pueblo conquistado, y el infliyo que tales
sucesos habían de ejercér en las comarcas platenses.
Se nota desde luego que los combates hanse librado
entre un corto número de españoles y un número r- la-
tívarnente grande de indígenas, y que estos solían sacar
la i)eor parte. £1 triunfo constante de los menos se
explica sin esftierzo por la superioridad de los medios de
ataque y de defensa. Pero á pesar de esta diferencia,
ns^imbro causa el valor moral y físico que necesitaron
los europeos para lanzarse en barcos muy defectuosos,
A través de océanos imponentes, á dominar y residir en
dilatadas (¡erras desconocidas y llenas de peligros, en
Ins cuales se verían privados del bienestar y de los
auxilios á que estaban habituados en su patria. Eran
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 55
empresas que revelaban un pueblo heroico, verdadera-
meaító legendario. Dora tenía que ser para los vencidos
la conquista de tierras y pueblos ; pero ya se ha visto
que talaba en las prácticas seculares de todo el mundo :
americanos y europeos, africanos y asiáticos, tenían la
costumbre de iaiponerla y de soportarla alternativa-
mente, según fuese la suerte de las armas. Los salvajes
no poíiian extrañarla, pues que se los aplicaba la ioy
de la íuerza, que era su propia ley.
Foé grande la anarquía en que vivieron loí conquis-
tadores. No se la podría explicar atribuyéndola sólo á
li satisfacción de maiular, pues poco liala^üefio había
en los primeros tiempos del gobierno del Paraguay. Su
explicación debe buscarse en el modo de ser general
de los pueblos europeos, acostumbrados á rivalidades y
ú arhitrariedad^iS hereditarias. t*n los cuales se desarro-
llaban las pasiones espontáneamente, determinando
rejertas, duelos* desórdenes y guerras que hoy se ten-
drían [.or neuróticos. La anarquía era un mal de los
tieiapos. La Asunción del Paraguay era, b^jo este
aspecto, una representación del mundo.
Los indios acostumbraban comerse á los vencidos en
h í; lid ra, ó matarlos simplemente, ó someterlos á una
esclavitud tan bárbara como ellos lo eran. Los españo-
les, pueblo civilizado, les dieron el raro ejemplo de no
comerse ni matar á los que en la guerra tomaban, salvo
los casos de rebelión en los cuales eran muertos con
frecuencia loa promotores ó jefes principales, no á titulo
de enemigros» sino por reprimir los graves delitos de que
eran causantes. Sometían á los vencidos al sistema de
ks enconaien<las, por juzgar que era una necesidad de
la conquista. Ellos eran pocos, y los conquistados
muchos y habituados á vivir sin trabajar, sin gobierno
y sin género alguno de disciplina. } Cómo mantenerlos
libres y á la vez ordenados bajo la autoridad del con-
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56 B05QUBJO HISTÓRICO
quislador ? Era absolutamente imposible. Era necesario
habituarlos á la civilización europea» y esta babituación
requería que si' les enseñase á trabajar y á observar las
leyes que regían las relaciones iu*ivaclas y públicas ; es
decir á la subordinación de la moral y del derecho. No
Ies ocurrió nada más adecuado que repartir á los natu-
rales entre los euroj^eos, para (lue en el trato de ellos
aprendiesen lo que liabían menester para vivir después
con libertad. Consideraban» pues» á los indios coma
incapaces de obrar regularmente en una sociedad cultn,
y los encomenderos venían á ser una especie de curado-
res. Los soberanos» algunos eclesiásticos (no todos) y
gentes de otras clases procuraron que ese régimen fuera
en los hechos suave, benigno, humanitario como su fin.
Los arios dr severidad y aun de crueldad esluvier.>n,
emi>ero, harto generalizados en toda la América.
Nacian, en parte, de que los europeos» fuesen ó no
españoles, habían endurecido su carácter por el natural
influjo de l.'is furiosas guerras á que sin tregua se dcMli-
caban hacía siglos; y en parte se debían también á que
los indígenas eran» por razón de sus hábitos» difíciles de
reducir al trabajo y á la disciplina.
Dos siglos v medio larsros han transcurrido desde hi
époíM á que ha llegado esta narración» y las naciones
iñás civilizadas conquistan aún» y no ha desaparecido
de sus dominios la esclavitud, y menos la servidumbre.
Iv'o es de extrañar, por lo mismo, la -conducta que en
aquellos tiempos remotos observaron los conquistadores
de la América. Mas» si las circunstancias de lugar y tiempo
sin^en para explicar y excusar los actos humanos, no
sirven para legitimar los que por virtud de su propia
naturaleza no se recomiendan. La conquista ha sido
parte» siempre, de las costumbres internacionales ; pero»
las más de las veces ha sido también un abuso de la
fuerza» una violación del derecho llevada á cabo por
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DE Ul república ORIENTAL DEL URÜOÜAT 57
satisfacer ambiciones ó rencores. £1 hombre ha nacido,
desde que existe su especie, para ser libre; y el estado
no ha debido formarse con otro fin que el de irarantir
esa lihortíid i>or los medios estrictamente indis|)ensables.
Verdad que entre estos medios se cuenta el de privar de
la Kbertad ; pero no se le emplea sino contra aquellos,
índiTÍdaos 6 estados, que abusan de ella en perjuicio
del derecho de terceros ; y, aun entonces, la privación
áa de ser tan limitada, que baste para asegurar el
dmcbo amenazado y no anole la personalidad moral y
vindica d*- la entidad sujeta á coacción. Los americanos
no habían sido un peligro para ios eui opeos, puesto que
no se trataban, ni aun se conocían. No fué justo, pues,
que at destruyesen sus instituciones y se les redujese á
li s^rvidtimbre por la fuerza. Cierto que esta verdad no
na podido ser respetada, mienu^as no fué generalmente
conocida, y el estado de las ideas que prevalecían en el
y\^\o XV basta para excusar á los españoles. Pero hoy,
que sabemos cuan crróne; miente se pensaba entonces,
no podemos juzgar los hechos de nuestros antepasados
como los juzgraron ellos.
El derecho de propaganda es y ha sido siempre un
derecho de los indiviiluos y de los pueldu8 ; y no sólo
un derecho, sino también un deber. Los españoles ejer-
cieron ese derecho, cumplieron ese deber en América,
nmque equivocando los medios : propagaron sus ideas,
sus creencias, sus instituciones, sus costumbres y sus
industrias en la medida posible ; exploraron la América
y la dieron á conocer al resto del Mundo. Las transfor-
maciones que en la civilización americana verificaron,
yapara íines del siglo XVI,- ftieron grandes efectiva-
la^te ; pero mucho más lo eran por su virtualidad,
puesto que de su natural desenvolvimiento llegarían á
reportar incalculables ventajas los americanos y la
humanidad entera en los futuros siglos.
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LIBRO 8E6UND0
España, Portugal, el Brasil y bl Rio de la Plata
H.VSTA 18 lü
XX. ^ Expüeadfo preTia
Se antepuso, á la breve nai I cü íum jue precede de la
conquista de la Banda occidental del Uruguay, uiia
idea samarísima del estado de las civilizaciones europea
y americana, y especialmente de las española y rio-
pláteiisr, con el fin de que el lector apreciara los
hechos de la coníjuista mejor y con más facilidad que
si careciera de aquellos conocimientos.
La causa ocasional de la conquista y colonización de
la Banda oriental fue la larga lucha sostenida enti'e la
Banda occidental y el Brasil por dominar aquel terri-
torio. Las vicisitudes de esta lucha dependieron á sa
vez de las relaciones políticas de España y de Portugal.
Y, como en esa larga coiuienda triunfaron al tin los
españoles en las márgenes del Plata y del Uruguay, la
Banda occidental extendió á la oriental la autoridad de
las instituciones judiciales y [eolíticas generales, implantó
en esta instituciones locales iguíil^^s á las suyas, y la
gobernó como parte integrante de la dominación espa-
ñola del Plata.
Dadas estas relaciones, no es difícil comprender lo
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D£ LA KEPCBUCA uRI£NTAL DEL URLGCAT ^
oecesaiio que es tener alguna noción de las mstíta<io-
nes que en común tuvieron iodos los puebiu.-^ del Rí»» de
la Plata mientras duró la dominación española, y de
cámo se desenvolvieron los sucesos en Espafia, en
Ponuíral, en el Brasil y en vi Pa'o de la Plata mientras
se operó la conquista y colonización de la Banda
oriental. Tales ideas pueden suministrarse de paso que
se narra la historia particalar de este pafs ; pero algu-
nas no encontrarían fácil acomodo, otras producirían
d electo de interrumpir la ilación del relato, y además
las nociones dadas ocasionalmente no tendrían la yírtod
de hacer percibir el conjunto de las relaciones polfticaSt
económicas y administrativas fjue obran en los sucesos
uruguayos, cuyo defecto engendraríagraves oscuridades,
errores y deficiencias de concepto.
Parece, pues, conveniente trazar ante todo los
trnuides rasgos de la historia de aquellos cuatro p^^lses
relativa á los siglos XVI, XVII, XVIII y principio del
XK^ y describir las principales instituciones que rigie-
ron las colonias del Río de la Plata, sin perjuicio de
recordar y de ampliar, si es necesario, los hechos en
que se ftmden los acontecimientos del Uruguay, á
medida que las oportunidades se presenten.
Tal es el propósito á que corresponde el libro pri-
mero.
CAPÍTULO I
España desde bl siglo xvi haísta 1810
TSL — £spafa imnte el reinado de la dinastia anstriaca
Muertos Felipe I y Fernando el catóhco, pasó en
1516 la corona de España al hijo de aquél, Carlos I,
soberano de los Países Bajos y del Condado de Borgofia,
4ue fué proclamado también emperador de Alemania
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60 BOSQUEJO HISTÓRICO
Imjo el nombre de Carlos V, con el cual se le designa
más firecuentemente. Se levantaron contra él la nobleza,
el clero y las comunidades de Castilla; pero íüeron
vencidos y desaparecieron úíjMc entonces las antiguas
libertades de España. No taixió en manifestarse la riva-
lidad de Carlos y de Francisco I, rey de Francia:
ambos se hicieron la guerra en Italia, con tan mala
suerte del seírundo, que cayó prisionero en Pavía.
Carlos se pronunció contra la reforma religiosa de
Lutero, con cuyo motivo sostuvo sangrientas guerras,
como lo fueron siempre las religiosas. Combatió asw
mismo en Áfnc ». V después de nuaierusas campañas
en las cuales no igualaron los reveses á las viciorias,
hastiado ya del poder, renunció á la triple soberanía
de Espafta, Alemania y América. Engrandeció sus
doiíiijiios de los Países B.íjos con varias adquisiciones;
libró á Flandes y al Artois del homenaje que rendían á
Francia; ocupó el Milanesado, conquistó Túnez,
dominó con su poder la Europa toda y elevó á Espalla
á tanta altiir.i, que fué en su tiempo la nación m;ís
poderosa del Mundo. Al abdicar dejó á su henaano las
posesiones alemanas y las españolas y americanas á su
hijo Felipe II.
Felipe se distinguió por su gran ambición y por su
fanatismo. Pretendió á In vez sofocar el i)roiesianti^ino
y apoderarse de Europa, y este doble proi)ósit^ lo com-
prometió en continuas guerras. Triunfó en Italia» venció
á los turcos en Lepante y conquistó el reino de Portugal
en 1580, pero Francia pudo recuperar territorios fron-
terizos que había perdido. Llevó la inquisición á Sicilia
y á los Países Bsyos, é intentó concluir con el poder de
Inglaterra, pero se separan de su dominio varias pro*
vincias holandesas, y la fiini^sa Arma^h invencible
mandada contra los inirleses es destruida en un combate
y por una tempestad. Al fallecer Felipe II en 1598»
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 61
quedó España horrorizada por la inquisición, arruinada
y sin sangre.
Le siguieron, uno después de otro, Felipe líl hasta
1621, Felipe IV hasta 1665, y Carlos, el hechizado,
hasta 1700, pertenecientes, como los anteriores, á la
íkinilia de Austria. Ninguno de ellos i^aló en talento y
carácter á Carlos I y á Felipe II. Al contrario, se hicie-
ron notar todos por su incapacidad, por su apatía y por
su superstición. Abandonaron el gobierno á uünistros
tan altaneros como ineptos, que comprometieron á
España en guerras externas funestísimas, sin haber
acertado á satisfacer sus necesidades internas. La
corona perdió algunas posesiones en América, (1681) y
en Europa, el dominio de Portugal, (1640-1663) el
Artois, el Rosellón, el Sud de Flandes y el Franco
Condado durante el siglo XVII; no disminuyeron el
despotismo religioso ni el político; aniquiláronse la
agricultura, el comercio y todas las demás industrias ;
á penas quedaron insigniflcantes restos de la marina;
se anuló totalmente el prestigio de su política exterior
del remo; y hasta el respeto que merecía, siquiera
fiiese por las grandezas pasadas y la presente desgracia,
Uegó á rebajarse tanto, que las potencias celebraron
congresos ]j;ira decidir cómo habían de repartirse entre
sí el lerriiorio de ia Península.
XXII. — £siMiúa bi^o la dinastía borbónica
La rama borbónica de lus capetos reinaba en Francia
desde 1589, y ocupaba el trono Luis XI\', apellidado al
grande^ cuando falleció Carlos II. Deseaba dominar ese
monarca en España. Opúsose el celo de las otras nació- '
ues, pero consiguió que al infeliz Carlos II se le indujese
a testar en favor de Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV
y nacido en Francia, quien tomó la corona con el nom-
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-62 BOSQUBJO HISTÓRICO
bre de Felipe V. La casa de Auísiria no se resignó á
perder ua trono que había ocupado, auiique malamente,
por espacio de dos siglos, y alegó que el derecho de
sucesión favorecía al archiduque Carlos. Los españoles
se dividieron, tomando unos el partido de los borbones
y otros el de los austriacos. Dividiéronse también las
potencias : Inglaterra, Prusia, Holanda, Saboya, y más
tarde Portugal, hicieron causa común con el Austria;
Francia, como era cousi*nn<Mto, defendió á los espa-
ñoles que sostenían á Felipe V. Ux guerra se hizo euro-
pea; duró trece años y terminó por el tratado de
Utrecht. Las potencias reconocieron el derecho del
sucesor borbónico de Carlos II, pero en cambio de Sici-
lia, N.ipoles, Milán, Cerdeña, ios Países Bajos, Menorca
y Gibraltar. Los catalanes ^continuaron todavía la lucha
-después de la paz internacional de 1713; franceses y
-españoles penetraron i>or asalto en Barcelona, y al
vencer derogaron los tueros de los vencidos, que eran
restos de la autonomía provincial española. I^o andu-
vieron mucho mejor los asuntos americanos* Nuevo
tratado celebrado en Utrecht el año 1715 obligó á
Felipe V á entregar posc^siones á Portugal, ¡«revalié-
ronse los portugueses de la debilidad de Espaíía para
avanzar la línea de sus posesiones, y las discusiones
continuaron á pesar del tratado de París concluido en
1737. Entre tanto, í^I bien intenciunaiK) Felipe procuró
reponer á la Península de sus quebrantos internos l)ajo
la hábil dirección de ministros como el cardenal Albe-
foni y don José Patiño. Si bien acosado por flrecuentes
guerras, consiguió disciplinar el ejercito, comenzar la
nueva formación de una marina, mejorar la adminis-
tración pública y fomentar las letras y las ciencias,
Jiasta el año 1746 en que terminó su reinado.
Sucediéronle Femando VI hasta 1759 y Carlos III
Jiasta 1788 en el empeño de hacer progresar á España, ^
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DE LA REPÚBLICA URiEMAL DEL URUGUAY 63
£1 primero, auxiliado por Carvf^al, el marqués de la
Ensenada» Jorge Juan, Peyoo y otros hombres eminen-
tes, se propuso vivir en paz con la Europa firmando en
1748 el tratado de Aquisgram, y con Portugal por
medio de otro tratado, que se celebró en 1750» el cual
decidió la larga contienda del dominio de las tierras
situadas al Este del Uruguay. Creó numerosas institu-
ciones científicas y literarias, protegió á los hombres
itostres, hizo adelantar el comercio y las industrias,
«amentó la escuadra hasta dotarla de 50 buques, y, á
ia vez que rebajó los impuestos, hizo prosperar tanto el
tesoix) público, que dejó en él al morir 3 millones de
libras esterlinas.
Carlos III comenzó su reinado devolviendo á Cataluña
y á Ara^^-ón sus abolidos fueros y i)erdoiiando á las ciu-
dades ios crecidos impuestos que desde anos atrás debían
á la Corona. Hallábase Francia desde 175t> comprome-
tida en la Guerra de siete ano^que sostuvo contra Ingia-
tWTíi, cuando ultrajes cometidos por ésta obligaron á
España á aliai^e á F!*ancia por el Pació de familia,
Ü7(il) en el cual entraron también Nápoles y Turiu.
Como el«Portugal se inclinara en fovor de Inglaterra, se
extendió á él la guerra de los aliados. Los portugueses
I»erdieron en Europa dos provincias y en América pla-
xas fuertes y territorios que ocupaban, y los españoles
fueron vencidos por Inglaterra en Cuba, en Manila y
eo el castillo del Morro. Esta guerra terminó en 1763,
jH>r el traindo de Fontainebleau, en el cual se pactó la
íesüiución de las presas tomadas y de algunos de los
territorios conquistados. Como los portugueses no respe-
taron en América las cláusulas de este acuerdo, sino
que tomaron posesión de tierras cuyo derecho habían
recí>nocido á España, Carlos IIT les decían') la guerra
<4ra vez ; los españoles consiguieron señalados tiiuoíbs
m las márgenes del Plata y en Río Grande, y obtuvieron
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Í>4 BUísyLKJU HISTÓRICO
por el tratado de paz de 1777 que se les reconociese el
dominio de las rilieras del río (Waiule del Sud, cuya
paciiicaenai fué robu^ieoida por otro U'atado de comercio
que ambas potencias subscribieron eu el Pardo el año
1778. Con ocasión de la guerra de la independencia
norte americana, favorecida por Francia, atacó España
á In^Lrlaterra. La campaña í'u<» tremenda. Lñs ingleses
perdieron varias posesiones : pero, si bien íavoreridos
por las tempestades y empleando balas incendiarias
(prohibidas por el derecho) consiguieron mantener el
peíuiü de (li frailar, < aya reconquisui había sido una
de las principales aspiraciones de Carlos UX. Entre tanto,
este ilustre monarca, que tuvo el tacto de emplear hom-
bres de grandes cualidades, como lo fiieron Campo-
manes y los condes de Aranda y Floridablanca, expulsó
íí los jesuiias, reüenó el poder de la inquisición, dió
muy notable impulso al comercio, á la industria, á las
letras, á las ciencias, á la hacienda, al ^ército y á la
marina, y devolvió á España mucho del esplendor y del
prestigio que en otros tiempos había tenido.
Sucedióle Carlos IV hasta 1807. Débil, indeciso, [pere-
zoso y nada afecto á las ocupaciones gubernativas,
abandonó los negocios públicos á sus ministros. Fué-
roulo al principio Floridablanca y el conde de Aranda ;
pero, no habiendo eviiado que los revolucionarios de
Francia llevaran al cadalso á Luis XVI, vino al poder
don Manuel Godoy, que había interesado á los reyes
por su hermosura, pero ahsohuamente incapaz para
gobernar. Dueño de la voluntad de Caiios IV y de 5vU
esposa María Luisa, atrajo en poco tiempo sobre Espafia
las mayores calamidades imaginables. Declaró la guerra
;i Francia revolucionada, obedeciendo á sug'estioncs de
Ingflaterra, |>ur vengar la muerte de Luis XVI ; ios íran-
ceses invadieron la Cataluña y las provincias vascon-
gadas, y la paz, que se firmó en Basilea el afio 1795» le
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DK LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 65
costó la isla de Santo Domingo y la obligación de auxi-
liar al vencedor con tropas. Al afio siguiente se unió á
Francia para llevar la guerra á In?>laterra, y tuvo que
sufrir la dexTOta de su escuadra en el cabo de San
Vicente. La misma alianza lo obligó á enviar un ejér*
cito contra Portugal en 1800, por impedir que Ingla*
térra aprovechara los puertos do esta nación |>ara su
comercio ; y si bien la paz celebrada en 1801 le permitió
establecer buenas relaciones con los ingleses y retener
la ciudad de Olivenza, no se resarcieron con ella los
grandes sacrificios de la campaña, á los cuales se agregó
la cesión de Luisiana con 6 navios y más de un millón
de pesos á Francia y de Trinidad á los ingleses. En
1801 tuvo que auxiliar á Francia con 15 mil hombres
destinados á las guerras del Norte. Habiéndose roto las
hostilidades entre Francia é Inglaterra en 1803, y exi-
gido aquélla que España concurriese con 24 mil liom-
bres, en cumplimiento del tratado de 1795, Carlos IV
compró el derecho de abstenerse pagando un ñierte
subsidio anual, })ero Inglaterra, que no aceptó est^
modo de ser neutral, apresó tres fragatas españolas que
iban de América cargadas de plata y echó á pique otra
(1804). Obligado entonces Carlos rvá aliarse con Francia,
perdió en Traíalgüi- su brillante maiMna (1S05). Al año
subsiguiente envía un ejército Napoleón contra Portugal
por peijudicar el comercio inglés, pero ese ejército es
acompañado por otro de España, la familia real portu-
guesa huye con su tesoro al ]>rasil (1807) y el general
íraücés proclama rey á Napoleón. En este mismo año
había conseguido el emperador que Carlos IV le cediera
d Norte de España, basta el Ebro, en cambio de sentar
en el trono de Portugal á una hija del último y en el
<íe Alg*arves á Godoy ; pero esta promesa no se cumplió,
tomo se vé, y aquella adquisición fué el prólogo de una
Monía sin cjjemplo.
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60
BOSgUKJU HISTÓRICO
XXIII. — España In^o el imperio de Ñapóle^ I
Lo resumido en el aríiVuIo antoiior da idea, auiiiiue
iiicomideta, de lo desastroso del reinado de Carlos IV.
España había agotado las flierzas materiales y morales
acumuladas por los tres monarcas que le precedieron ;
halu'a sido vrncida, humillada y explotada en el exterior
y en el iiuerior, abochornada por desórdenes escanda-
losos de la corte, tuvo además que ver desquiciarse
cuanto signiflcaba alguna señal de progreso. Se ha
dicho <¿ue, al entrar en el siglo XIX, la civilización
española distaba más de un siglo de la civilización
general de Europa. Y toda esta ruina se debía al iañi\io
omnímodo de Godoy. Sin embargo, el rey y la reina
seguían enamorados más que nunca de su favorito, y
con tanius títulos y honores lo hal)ian culin.ulo, que no
pareciendo suticientes los creados se crearon especial-
mente para él, y aun los cegados monarcas lamentaban
que su inventiva no les sugiriese otros mayores.
El pueblo, que liabía estado cuiUemplando con estu-
)inr y honda pena las desgracias del país y la conducta
de los reyes para con la (Unesta personalidad que ellos
mismos habían creado de la nada, concluyó por odiar
á Godey, por persuadirse de que nada bueno había que
esperítr ya del indolente Carlos IV, y ])or puaer todas
sus esperanzas en el príncipe de Asturias. Éste, á su
vez, más por ambición qu viitud, se declaró ene-
miiro del favorito, y aspiró á arrebatar el trono d su
padre. Tales ambiciones y enemistades fueron causa de
que ociu'rieran en la corte sucesos muy escandalosos,
éstos determinaron al pueblo á sublevarse en Arai\juez
contra Godoy en Marzo de 1808, y el rey, temeroso de
que bU favorito perdiera la vida, ab.iicó la comna en el
principe de Astm^ias, quien lomó el nombre de Fer*
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DE LA REI'CbLICA ORIENTAL DEL ÜRÜÜUAY 67
nando VII, en medio de entusiastas festejos populares.
Napoleón I, que perseguía el pensamiento de apode-
rarse de toda la Península, aprovechó la oportunidad
que le presentaron los desastres de España y los increi-
bles desórdenes de la fanúlia real, para llegar á su fin.
InTOcando la alianza que existía y las necesidades
de la guoria de l'ortugal, obtuvo de ('arlos IV el per-
miso de pasar un nuevo ejércitx>. Éste, dividido en
varios cuerpos y constante de 100 mil hombres, entró
en España por diversos puntos (Enero de 1808) y ocupó
varias plazas imponaiucs. Esto hecho, el g'eneral 1 i an-
ees que operaba en Portugal desde ISOC) proclamó rey
á Napoleón (Febrero); Mural ocupó á Madrid mientras
Carlos abdicaba, y cuando Femando VII entró en la *
ciudad aclamado por el pueblo, se vió que el generalí-
simo de las tropas riancesas le negó el reconocimiento
de la autoridad real que acababa de recibir, y que,
anunciando la venida del Emperador, indico á Carlos,
á Femando, á toda la familia real y á Godoy á que
^alierau al camino para rcci))irlo.
Los tres fueron á Francia : Fernando con el ánimo de
hacerse reconocer rey; Carlos, arrepentido de haber
abdicado, con la pretensión de que su h^o le devolviera
la corona ; y Godoy con la esperanza de conservar su
posición mediante el resuiblecimiento de Carlos en el
trono. Todos ellos buscaban en Napoleón I al juez de su
derecho; pero el Emperador obligó en Bayona á Fer-
nando á que abdicase en favor de su padre y á éste á
que le entregase el cetro (i é\ mismo, con lo cual la
larnilia napoleónica sucedió á los borbones (Mayo de
1808). £1 emperador reunió en la misma ciudad un con-
greso para que ratificase la cesión de Carlos y no tardó
on nombrar á su heriiiciiio José Bonaparte rey de Ks-
pauay de las Indias (Junio).
En cuanto el pueblo se convenció de que los que
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Bi>S4^U£JO HISTÓRICO
pagaban por alia-los se habían convertido pérfidamente
en coniiuUtadores, se levant«> en toda España espontá-
neameate v comenzó á luchar individuo contra indivi-
dúo írr"p"> c<intríi imipo, ejército contra ejército, niños,
m'ijeros y hombros de Traf>ajo contra mi!it;uvs a;j:'uerri-
dos^ con armas ó siü ellaa^ cada cual como podía. Sin
concierto previo desconocióse en todas partes el derecho
de la naoTO dinastía, proolamtise A Femando VII, cada
provinria n'^inbn') \.inn j>f/>M para que !a gobernase, y
todas enviaron después dipuutdos pai'a que compusiesen
la Jtinfa siepre)fia de gobíei^no, así que los españoles
^ marón la famosa batalla de Bailen (1808). Esta junta,
instalada ♦mi Araiibit^T, tuvo que trasladarse .i Sevilla,
> lue^) a la isla de León, en donde se constituyó tam-
bit^n un Consfiio suprt*mo de regencia para que supliese
la autoridad real unviitras Fernando VII estuviese
detenido en Francia. Á k>s espiiüoies se unieron los
iiijrUws on la puerra, y ésta continuó sangrienta y te-
rrible durante seis anos.
PORTUGAL DBSDE EL SIGLO XVI HASTA 1810
XXIT. — KttSTMid€«hBÍeBto ét P^rtvnl ea f I sifla XTI
Los descubrimientos hechos por los portugueses en
Africa, Asia y América dieron á Poriu¿:al imporiaii<*ia
suma y renombre. Esta monarqma estableció colonias
por todas partes y se puso en relación con chinos y
japoneses, por manera que su comercio, su marina y su
poder político crecieron liiui ho en el d^M urso del siglo
^^l. nnuíjue no tanto como hubieran aumentado silos
colonos del Brasil hubiesen estado sometidos á una
Capítulo ii
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DE LA REPÚfiLlCA URIKKTAL DEL URUGUAY Ü9
sabia organización y hubiesen sido más arreglados en
su conducta.
XXT. — Fortagal \m¡Q la dMlaacién etiiaftola
Portugal fué conquistado por Felipe II en 1580, y con
é\ pasaron al dominio de España las posesiones portu-
guesas de América, Africa y Asia. Conocido es ya el
despotismo con que la dinastía austriaca gobernaba en
Espaüa. No era más blanda en los otros países que le
obedecían. La tiranía que desplegó en todas partes el
conde-ílu(iUc cU* olivares, primer ministro de Felipe IV, •
8uper(> á la de Felipe il; y tanto, que, no pudiendo
resistirla los catalanes, se sublevaron con el auxilio de
la Francia por emanciparse. Portugal estaba airado así
pc»r liaber perdido su indep(Mulencia como por la dureza
exti*ema del gobierno, cuando sus nobles fueron llama-
dos á la guerra que se seguía contra Cataluña.
La irritación de los ánimos se aumentó con este
motivo de tal modo, (|ue los pc t ni-iieses se rebelaron,
se déelararon nidepeudieiues, y llamaron al trono al
du^ue de Braganza con el nombre de Juan IV (IG40).
La guerra duraba aún, cuando este rey fué sustituido
por Alfonso VI, su hijo, en lObú. De conducta en
exucmo desarreglada, pesó el nuevo rey como una
desgracia en su patria. Su vida fue una sucesión de
escándalos. Los ingleses le exigieron Bombay y Tánger;
los holandeses se apoderaron de las colonias de las
Indias. Pasó los tiltimos años de su vida en el encierro
y murió adiado por su pueblo (1G83.).
XXTI. — Fortag^al mo el inflijo de IngiaUrra
A Aiioiiso sucedió su heru^ano Pedro II, que ejercía
la regencia desde 1007. £n 1068 ajustó la paz con
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70 BOSQUEJO HISTÓRICO
España, quien reconoció la independencia de Portugal,
si bieu quedándose con la africana de Ceuta. Hizo
florecer el comercio y las arles y asegui(5 la i^a? de su
reino contra eventuales ambiciones de España mar-
chando de acuerdo con Inglaterra, la cual se prevalió
después de estas relaciones para influir en la política
portuguesa en favor de su interés comercial. Uno de
los actos debidos á esta influencia filé el haber acom-
pañado á inofleses y austríacos en la guerra que hicie-
ron á España cuando vino la familia borbónica al trono
de este estado, invadiéndolo y tomando las principales
ciudades de Estremadura (1703).
Muerto de apoplejía en 1706, vino al poder Joan V.
biguio el ejemplo de su padre, haciendo causa común
con el Austria, pero lo derrotaron ios franceses. Desde
la paz celebrada en Utrecht (1713) gozó de tranquilidad
y se dedicó á hacer prosperar las ciencias, las letras y
las rentas públicas. Fundó la academia iwtuo^uesa y
restringió el poder de la inquisición ; pero este espíritu
no le impidió celebrar con fausto extraordinario las
fiestas de la Iirlcsia.
Su hijo José I ocupó el trono en 1750. Le acompañó
el ministro marqués de Pombal, que se hizo célebre por
sus actos de gobierno. No le permitieron los compro-
misos con Inirlaterra absteníase de auxiliarla en la
Guerra de siete años, que le fué desfavorable, pues que
perdió dos provincias en Europa y posesiones en Amé*
rica. Pero, hecha la paz en 1763, el ministro Pombal
se aplicó á combatir la prepotencia comercial y política
de los ingleses, abatió el poder de los nobles, expulsó á
los jesuítas, reprimió á los inquisidores y dió notable
impulso á la civilización.
Pero vino lue^sro María I (1777), quien, como si
hubiese traído el propósito de deshacer la obra que dió
gloria al padre, restituyó su poder al clero, á la inqui-
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DE hJL REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 71
sidí^n y .í la nohlezfi, así como ronsintió que Inírlaterra
Foáfiese á tercer su costoso iañi^o. Padeció larga
meiancolia por la muerte de su marido y por fin vol-
vióse loca por temores religiosos que le infundir) su
»?onfesor. Durante el primero de estos esia l- ^ iiu ntales
la suplió su hyo Juan en el gobierno como auxiliar
(desde 1793) y después como regente (desde 1799). La
revolucitli. íiancesa, que conmovió desde el primer día
i'>dos ios tronos, obligaba á los monarcas á de^pieg^ar
iDQCbo genio para conjurar el peligro ; pero Juan no lo
turo. Lo habían educado su madre y los clérigos, y for-
maron en él un místico ajeno á la vida re.il y á las
necesidades del mundo. No fué difícil, .pues, imponerle
ministros incapaces, susceptibles de servir dócilmente
de Instrumento, y que éstos hicieran de él lo que qui-
aeran. Entre los errores írrave^s de este frobierno sr>bre-
saie el de haber secundado á España y á Inglaterra en
la guerra que en 1793 declararon á la Francia republi-
cana, por obedecer á la segunda, pues sacó de esa
empresa la peor parte, tuvo que soportar la prei^otencia
ilimitada que los ingleses ejerciemn en Lisboa, y se
atrqo la malquerencia de Napoleón, que habla de serle
limesta.
UTIL Portagal mo el foén át lísfelete Bonanrte
Halñendo sido enemigas Inglaterra y Francia cons*
hntemente desde la muerte de Luis XVI, se propuso
Napoleón combatir la preponderancia comercial de los
ingleses; y como éstos disponían y abusaban de las
complacencias de Portugal, así como los franceses
tenían ^ran'^da la voluntad del rey de España, resulto
(oe la monarquía lusitana tuviera que sufrir la guerra
qoe en su territorio hacía Napaleón á los ingleses y que
aquél contase para ello con la cooperación de Carlos IV»
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72 BOSQUEJO HISTORICO
Es así que en la guerra de 1600 mandó Napoleón á
Portuprai un rjíTcitü francés, acoinpaiiado de otro espa-
ñol, por desalqjar la iuüaoacia inglesa y cerrarle los
puertos lusitanos. Los portugueses perdieron una parte
de la Guayana y la plaza de Olivenza, y tuvieron que
¡KiLiciv una fuerle suinci cü düicro. Vuelven los ingleses
á conseguir ios favores del regente don Juan, y Napo-
león á lucliar con loe ingleses, en cuanto de Cónsul
1^ pasa á ser emperador de los firanceses. Don Juan,
tcniLiuso de este despota, se mantuvo durante algim
tiempo en actitud equívoca; pero, uiiiigado á declararse
eneniiu*' de Francia ó do Inglaterra claramente, se
decidió á ser amigo y aliado de Francia y de España y
se obligó á cerrar los puertos de Portugal á la Gran
Bretaña. En Noviembre de 1807 llenó á ordenar el
secuestro de los subditos y de las propiedades inglesas
existentes en Lisboa.
El gobierno inglés ordenó inmediatamente el bloqueo
del Tiijv, »• iiiuiii*'» al ri iiiciite re^^ente que le entregase
la escuadra, ó que se sirviera de ella para trasladar
la familia real al Brasil.
Mientras tanto los ejércitos de Francia y España
habían invadido el territorio portugués en son de
guerra, y el primero estaba cerca de Lisl)oa. Viendo el
Regente que su conducta para coa Inglaterra (dema-
siado tardía quizás) no lo salvaba de la enemistad de
Napoleón, aceptó la intimación del gobierno inglés, se
embarcó en su escuadra con la familia real, lus minis-
tros y las personas que componían la corte, y tomó ei
camino del Brasil, publicando un decreto por el cual
declaró que, habiéndole sido imposible conservar la
neutralidad, ú pesar de liabcr agolado su tesoro y hecho
ei sacrificio de cerrar los puertos á su antiguo y leal
aliado el rey de la Gran Bretaña, había resuelto, por
evitar al pueblo los peligros de una resistencia inútil al
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DE LA RK1»ÚBLICA ORlEíiTAL DEL URL'ÜUAY 73
ctiércilo que se acercaba á la capital, partir á sus esta-
dos de la América }- íijar su residencia en Río de
Janeiro hasta que se restableciese ia paz general de
Europa.
Rl general Junot, jefe del ejército invasori proclamó
entonces á Napoleón rey de Portugal, á consecuencia
de haber declarado el Emperador depuesta la dinastía
de Braganza. Sin embargo» los ingleses ocuparon á
Lisboa y la gobernaron como si les perteneciera, á
pesar de haber enviado Francia en 1808, 1809 y 1810
tres ejércitos para desalojarlos.
CAPÍTULO III
EL BRASIL HASTA 1810
XXmL La gran lüm dlTltorla de las posesiones espauoUs
7 p«rlagMM en IfHea» Isla y Amériea
Los poríuOTeses habían hocbo, como ya se ha expre-
sado, descubrimientos en las cosías occidentales del
África y babían llegado á las Indias asiáticas doblando
ei cabo de Buena Esperanza antes que los españoles
hubiesen descubierto la América. Así que este descu-
brimiento se efectuó, los reyes de España y Portugal
soUciíaron del papa Alejandro VI que interpusiera su
autoridad suprema, como representante de Dios que
era, adjudicándoles el dominio de las tierras ya descu-
biertas y que en adelante descubriesen sus súbdiios.
El papa decidió que en adelante pertenecerían á
Portugal las tierras que descubriese al Levante de una
Knea meridiana situada á cien leguas de las islas
.\20res y las de Cabo Verde, y que pertenecerían á
España las que ésta descubriese al poniente de la
misma línea meridiana. Pero, no habiéndose confor-
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74 BOSQUEJO U16TÓKÍC0
mado con esta decisión el gfobierno portugués, ambos
soberanos celebraron en 1494 o\ tratado de Toi\ie>ill:is
izando la línea meridiana divisoria á 3ú0 leguas al
Oeste de Ca)>o Verde.
XXIX. — DescnMuiiento y ex|»lorftei6ii del Brasil
En Noviembre de 1499 salió de España Vicente
Yáíiez Piüzun, cruzó el mai del Norte y llegó en Enero
do 1500 á tierras desconocidas. El punto descubierto
pertenecía á la costa del Brasil y estaba próximo al
Amazonas. Descendió en otros pangos de la misma
costa y hu'iTt) rei^resó á Esp¿ifia.
Pedro Aivarez Cabral salió á su vez de Portugal
mandando una escuadra que había de ir al Asia para
ase^?urar las posesiones allá adquiridas. Pero, como
marchara ú cierta distancia de las costa?> alriranas, las
corrieutos del AilaiiiiiN», desconocidas entonces, lo
arrastraron tanto de Este á Oeste, que dió sin pensar
con tierra de que no tenía noticia, en Abril de 1500.
Esa iierra era tambiea parte del Brasil y estaba cerca
de Puerto Se^mro.
Es decir que con intervalo de tres meses tuvo el
Brasil dos descubridores: uno espafiol primero, otro
portugués más tarde. Pero, más lista la corona de
Portugal que la d»^ España, se apresuró á tomar iK>se-
sión de los descubrimientos de Cabral y á hacerlos
explorar, acaso en el concepto de que estaban com-
prendidos en el hemisferio oriental del meridiano seña-
lado ea el tratado de Tordesillas.
XXX. — IaeertMaite« m«vb»4« ki IiMa41vlMria ea ÁMértoa
Nació inmediatamente la cuestión de si los lugares
descubiertos por Yáñez y Cabral estaban dentro de los
límites de Portugal ó dentro de los de España. Calcu-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY
lahm los españoles que la línea meridiana que separaba
ambos 'lomiiiios pasaba por la boca del río Maraíión.
Los portugueses sostenían que la linea pasaba mucho
más al Oeste, y llegaron á pretender que por muy cerca
del rio Uruguay. Según el primer parecer, no i)ertene-
da á los portugueses más tierra americana que la
situada al (tríente del meridiano 53, (longitud de París)
pero según el segundo parecer les pertenecía la gran
extensión situada al Este del meridiano 60.
i Qn'wn «'>taba en lo verdadero ? Para saberlo liabría
sido indispensable demarcar en el suelo los puntos por
donde pasara la línea divisoria que en Tordesillas se
acordó. Geógrafos nombrados por los dos gobiernos
varias veces se reunieron para delimitar las posesiones,
pero no pudieron resolver nada, porque mientras unos
entendían que las 360 leguas debían partir de una isla»
entendían los otros que debería partir de otra; aquéllos
lomaban una legua como unidad de medida, y éstos
oira de diferente loníritud: y, romo si estas desave-
nencias no bastaran para diücultar la solución, se
agregaba que los instrumentos, demasiado imperfectos,
no daban á españoles y portugueses iguales resultados.
Es decir que, no habiendo pudido entenderse sobre la
demarcación de la línea divisoria, no podían ponerse
de acuerdo las dos potencias sobre si tales ó cuales
pontos dados pertenecían á una ó á la otra, de cuya
incertidunilii o tenían que ¿urgir necesariamente nume-
rosas disputas,
XXXI. — Las eapitanias del Brasil
EH rey de Portugal no se sintió arredrado por tales
dificultades, sino que, aprovechándose hábilmente de
btt circunstancias en que la política europea tenía
absorbidas la atención y las flierzas de España, ocupó
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7(> HoSyrEJO HISTÓRICO
rápidamente casi toda la costa oriental de SuU Aiuérica*
que queda al Norte de Santa Catalina» la dividió en
capitatnas y lu rolonizi». Para \7y¿'¿ ias capiianias oran
14. La más scpicniriunal era la de Gran Para; la más
meridional la de San Vicente. Sus trentes al océano
Atlántico eran muy desiguales. El mayor era el de
Gran Pará, que contaba K^O 1oíj:ii as. Ei frente menor
era de (> leguas. Los deiuas ucupaban términos iniei-
medios, que se acercaban al máximo ó mínimo ; pero
ninguno era mayor de 125 leguas ni menor de 25. La
capitanía de San Vicente no tuvo latitud fija, pues á
veces no [)asi'> al Sud de la isla de Santa Cataima y uiras
voces se ha pretendido que llegara hasta el río de la
Plata. £n cuanto á la extensión desde la costa hacia el
Oeste, era indefinida : cada capitanía podía ocupar
hasta donde los españoles iierinitieran.
£1 rey ac^udicií cada oapiiania á un hidalgo u á una
persona que se hubiese distinguido por sus servicios, y á
titulo de recompensa. Los titulares podían disponer de las
tion asy de los indiosdesu respectiva oa[»itanía con mucha
libertad. Cada uno era gobernador y ca[)iián general; y
estaba investido, por lo mismo, de autoridad política,
civil y militar. Sus derechos y facultades eran semi-sobe-
ranos, y pasaban ásus hijos hereditariamente. La corona
se había resorvailu el décimo de lus productos y o l derecho
de acuñar moneda. Como estos gobernadores eran inde-
pendientes entre sí, y no había una autoridad superior
que armonizase sus actos administrativos, cada capitanía
fué gobernada como á su jefe le plug-o, y su admi-
nistración difirió de la de las otras más u menos,
según las aptitudes é ¡deas del gobernador. Aparte de
estas diferencias, nacieron rivalidades y conñictos de
derecho entre las capitanías, que no podían dirimii^se á
juoiiudo de otro mudo que por la luoiza. El interés» de
reprimir tales desórdenes, á la vez que el de dar unidad
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DE LA REPt-BLICA ORIENTAL DEL ÜRÜOÜaY 77
al gobierno como medio de que las fuerzas de unas
capitaoias sirvieran para salvar de peligros á otras,
movió al rey, en 1549. á abolir ali,nmos privilegios de
los í^ol)ernadores y ;t establecer uno íreneral con plenos
p. M iei os en materia civil y criminal, quien estableció en
la había de Todos os Santos la capital del Brasil ó
Nueva Lnsitania, fundando y fortificando la ciudad de
San Salvador, conocida comunmente por el nombre de
Hahia. Esta gobernación única dui^'> veintidós aíios. En
1572 se dividió el Brasil en dos ¿robiernos: uno del
Norte, con Bahía por capital, y otro al Sud, cuya capital
se estableció en Río de Janeiro : pero cuatro años des-
pués se restableció la gobernación única dándole asiento
en Kio de Janeiro.
Alfanas capitanías prosperaron en población é indus-
tria, otras no. Todas tuvieron que luchar con los salva-
j\s y las huís fueron teatro de desórdenes internos,
debido á que los colonos que las poblaban no eran
^empre de clase escogida y á que se incorporaban á
ellas demasiado á menudo malhechores y gentes de
malas costumbres que huían de la justicia de Portugal
ó que las autoridades del reino coniinaban,
XXXn. — La eolonla ae Saa FéqIo
La capitanía de San Vicente merece atención especial
\^rque era la m;í$ inmediata á las posesiones españo-
las ríoplatenses, y porque en el interior de su territorio
se fundó y floreció una colonia que gozó de mal renom-
bre dorante mucho tiempo.
Es la colonia de San Paulo, que se estableció hacia
1554. La compusieron personas de diversas proceden-
cías» entre las cuales abundaron las de ^ costumbres
depravadas y aventureros indisciplinados. 'Esta pobla-
ción se mantuvo durante más de un siglo sin sujeción
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78
al rey de Portugal, ni al gobierno general del Brasi
ni al gobierno particular de San Vicente. Obró ce
entera independencia de autoridades humanas, y <
preciso agregar que también con indet^endencia de 1í
leyes naturales que regulan la vida moral de los hon
bres.
Tomaron por mujeres, sin las formalidades que 1
civilización prescribe, á las indias. Muchos de ellos,
de los mestizos que engendraron, se mezclaron con le
negros esclavos que el Brasil importaba del África y ú
Europa, y resultaron de estas uniones íreneraciones d
zambos y mulatos que compusieron la clase denominad
de los mamelucos, casi nómada, de instintos bárbaroí
incansable en sus correrías.
Los portugueses esclavizaron á los indios salvaje
como á los negros africanos. La condición de aquéllo
fué más desgraciada en el Brasil que en las posesione
españolas, porque mientras acá muchas leyes defendíai
la libertad del indígena y no faltaban autoridades qu
vigilaron el cumplimiento de la ley, allá faltó la proiec
ción del monarca y los gobernadores se cuidaron poc(
de hacer respetar el carácter humano de los salvajes
Es así que se generalizó la compra-venta y la permutí
de indios tanto como la de africanos.
Los mamelucos se dedicaron, pues, á cautivar indi
genas y al abigeato, y á comerciar con los hombres >
las bestias, cuando no los empleaban ellos mismos er
los campos que violentamente se apropiaran. Laí
grandes distancias que solían recorrer, ya solos, ya ei
unión con tribus salvajes aliadas, la audacia y el tesón
que desplegaron, y la crueldad de que hicieron alarúe
contribuyeron á extender por toda la América del Sud
Va fama de sus empresas, y á qtie nadie oyese su nombra
^una extí^nsa zona sin horrorizarse.
V
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HE LA REPÚBLICA 0R1£KTAL DEL URUGUAY 79
£i firasil ha sido codiciado en diversas épocas por
Tanas naciones europeas, pero principalmente por los
franceses y los holandeses. Las primeras invasiones
francesas se verificaron en el siglo XVI, por motivos
rdi^'osos. La reforma de Lutero se había extendido al
li-oJiodia Je Europa, y las autoridades de Francia y de
España la perseguían terriblemente. El almirante
francés Gaspar de Coligni, que profesaba el calvinismo»
se hizo protector de los perseguidos y concibió el
proyecto de íbrmai' <ju América colonias con los |)rotes-
laiiies franceses que huyeran de la sangrienu iniole-
ruda de los parlamenté y reyes católicos* La primera
expedición, autorizada por el rey de Francia (Enrique II)
jMrüó en lór)."} en ires buques de guerra bajo las « u-denes
del vice-aliiiiraate Villegagnon, se apoderó de una isla
próxima á Río de Janeiro, la fortificó, hizo construir
chozas, y luego hizo acto de posesión de las tierras
conLineníales poniéndoles el nombre ác Francia antár*
tica. Á fines del año siguiente partió oira expedición
en tres buques armados bajo las órdenes de Dupont, la
c«al se unió en el Brasil á la anterior. Pero las discu-
í5]nnes religiosas dividieron pronto á los franceses;
muchos de ellos pasaron al continente« y allí ñieron
atacados y muertos ó prisioneros por los portugueses á
los doce años de ocupación, y los demás regresaron á
Europa. Este suceso fué la causa de que se fundara la
dudad de San Sebastián ó Río de Janeiro (1567).
En 1611 partió otra flota de guerra, enviada por
María de Médicis, reina regente de Francia por la
íoinoridad de Luis XIII, la cual lomó posesión de Mara-
tón y fiindó la ciudad de San Luis. El Brasil pertenecía
entonces al rey de España. Los franceses fueron ata-
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80 BOSQUEJO UISTÚRIGO
cados á los tres afios de su ariil*u i>or fuerzas portu-
guesas, y ol)Ii«¿adu.s á reürai^e d^ando los edificios y
fortalezas que habían constraído«
Transcurrió un siglo sin que los franceses intentaran
nuevas conquistas en el Brasil. Declanula la g-uerra de
sucesión á la corona de Espaúa, al encontrarse Francia
y Portugal en campos opuestos pensó la primera en
despojará la segunda de algunas de sus posesiones ame-
ricanas, y envió una escuadra con 1000 hombres de
tropa mandatk)b por Duclerc en 1710, y otra bajo las
órdenes del célebre Duguay-Trouin con 5700 hombres
en 1711. Duclerc atacó á Río de Janeiro y consiguió'
penetrar en sus calles; poro, no pudiencio resistir el
luego que se le hacía de las casas, tuvo que rendii-se
cuando ya había perdido la mitad de so tropa. Murió
él asesinado, v los heridos y prisioneros padecieron en
las prisiones ele hambre y de miseria. La segunda
expedición tuvo i<'*v olijeto vengar estas crueldades.
Penetró en la bahía de Río de Janeiro afrontando el
vivísimo fliego que le hicieron las baterías que defen-
dían el puerto, desombarci'. 4000 hombres, intimó á la
plaza la inmediata entrega de los autores de la muerte
de Duclerc para hacer en ellos q'emplar justiciat y,
como no fuera satisfecho, llevó el ataque, tomó los
fuertes, recuperó 5ü0 i>risi<)neros de Duclerc y obligó al
gobernador portugués á abandonar la plaza y á atrin-
cherarse á poca distancia. Concluyó esta campaña
recibiendo Duguay como indemnización 610 mil cruza-
dos, 500 cajas de azúcar y :.^uO animales vacunoü, y
volviendo con su escuadra á Francia.
De mucha mayor importancia que estas invasiones
füeron las que operaron los holandeses dunuiie el
medio siglo que siguió al ano 1024. En este año partió
una escuadra de 32 buques de guerra, armado cada
uno con 28 á 36 cañones» y 1600 hombres de desem*
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 81
barco. Su jefe recibió la orden de apodfTarse de la
capitanía de Bahía, y la cumplió tomando á viva fuerza
la capital, y obteniendo de la mayoría de sus habí*
tantesel juramento de fidelidad alas Provincias Unidas
de Holanda. Pero, habiendo venido en el año siguiente
una escuadra española y otra portuguesa, combinadas
para retomar la ciudad con 12000 hombres de tropa,
tuvieron los holandeses que capitular y volver á su país.
Entonces propuso la Compañía de las Indias occiden-
tales al Consejo de los Estados generales la conquista
del Brasil y del África occidental como medio de per-
judicar á España, su enemiga, y de hacer prosperar á
los liolandeses comercial é indiistrialmente. El Consejo
mencionado autorizó á la Compalíia para emprender la
conquista equipando una escuadra de 70 buques y
mandar á su bordo 8000 soldados y 5000 marineros.
Esta guerra empezó en 1629 con una escuadra de
46 buques y 70UO y iantos bombines, que partió írac-
donada en pequeñas divisiones. Los holandeses se
apoderaron sucesivamente de diversos puntos de la
cosía brasileña sei)tentrional. Su posesión fué constan-
temente disputada con sucesos diversos. Estos fueron
en general favorables á la conquista. Pero desde media-
dos del siglo XVII los portugueses vigorizaron su
del'ensa; poco des[)ués of)tuvieron repetidas ventajas;
Holanda suspendió sus exi)ediciones, y por liu, asegu-
rada la independencia de Portugal, se entró en la vía
diplomática. Interrumpiéronse las negociaciones varias
v^ces, mas, prosegni(bis de nuevo, dieron por resultado
que en 1654 se lirmara un tratado por el cual los
holandeses evacuarían los puntos que ocupaban en el
Brasil, y que en 1661 celebraran las Provincias Unidas
> Portugal en la Haya un tratado de paz y de alianza.
e
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82
Jíü:>QI;KJ<» HISTORICO
XXXIV. — ProinreMM 4el Brasil. £1 TimiMto
Las invasiones extranjeras tuvieron el efecto de esta-
blecíM' vínctilos cstnv'hos ontre las ('a|>it:i;ií;is por ol
ínteres ( (uinui de defendei'se, (ie hacer levantar imine-
rosas fortirteaciones, de abrir extensas vías de comu-
nicación, de desenvolver el comercio y las industrias,
de v.iltii wi.ir íiiMTas y de templa!" <1 cai.'ií'rer.
En la primera ihít-kI <l"l siglo XVill a<lrlantó la
administración, la población creció y la explotación de
minas tomó mayor importancia.
El r«'V Josr I conslituvó el virreinato del Drasil, con
re.sidencia en Río de Jaueii*o (1T(V2), y el ministro Pom-
bal impulsó los progresos de la colonia de modo que
honran su esclarecido nombre.
Los suc*>os orurridos en Portii;;al en 1S07 vinieron
á dar nu^'vo empuje á estos adelantos, jmes que al U'as-
ladarse al Brasil la familia real trigo consigo la fuerza
intelectual, el brillo y el prestigio de la corte. En
cuanto llr2Ó el relíente ;i pnerto brasileño (Enero ISOS)
dio un decrett> aboliendo oi sistema de monopolio que
de antiguo existía, y permitiendo que se comerciara
libremente con todas las naciones amip-as del mundo,
á cuyas navos (piedaban abiertos l(»s pnoríos del Uí*asil.
En Mar/(^ esíabbH^ió la capital Bahía, provisional-
mente. En Abril declaró que todo brasileño i)odía pro-
fesar cual |uier nulusma, sin exce[)ción de cosa ni de
persona.
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♦
VE LA RKTCBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 83
CAPÍTULO IV
KL KÍÜ DE LA I'LAIA UA8TA 1810
SECCIU.N l
OrganiiiJLciún política y adminisiraíica del Rio
de la Piala
XXXT. Be divide en di» ki gobenuetén del Pmngmj
Asegurada la dominación de los pueblos situados
entre los Andes y el Uruguay, pudieron los conquista-
dores entregarse más libremente que hasta entízneos á
colonizar el país y á organizar la administración pública,
cosas ambas reclamadas por los intereses económicos,
iii(»rales y políticos así de la¿> poblaciones del Río de ia
Plata como de España.
Hernando Arias de Saavedra había demostrado al
^biemo de la Península que no sería fácil gobernar
estas culonius, si la adiiiinistración tuviera, como habla
«monees, el solo centro de la Asunción del Paniguay.
La conquista del interior meridional se veriíicaba inde-
pendientemente de af}uella autoridad, y los gobernantes
tjue esa cuiiquista nHpiirió funcionaban con iirual inde-
pendencia. jNO se re) )Utabaa gobernadores del Paraguay
6 del Rio de la Plata ; eran gobernantes de Cuyo y del
Tucumán, que era como decir de otros estados. Tai
dualidad era incompatilde con los intereses primor-
diales del Piala, pues el país, de los Andes al£sie, era
geográficamente uno; la naturaleza lo separaba de
Chile V del Perú, v tenía su natural vía directa de comu-
ni» aciou, con el soberano y con toda la Europa, en el
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84
BOSQUEJO HISTÓRICO
gran río y en el Océano del Korte (Atlántico) que bañan
sus costas.
Por otra part<?, habíanse fundatlo otras eoluiiias,
además de Buenos Aires, a lo largo del Paraná, las cua-
les requerían la atención constante é inmediata de las
autoridades. Situado el gobierno en la Asunción, y
separado por lar¿jas distaiirias de sus (ioininios, ejercía
el poder con irregularidad acrecentada por la iinper-
fección y escasez de los medios de comunicación. Esto
era peligroso hasta para la integridad del territorio
conquistado, pues la tentativa de un corsario inglés por
apoderarse de Martín García y la de un pirata de la
misma nacionalidad por tomar á Buenos Aires revelaban
que en los extrai\jeros empezaba á obrar la idea de
arrebaiar ;i los españoles sus posesiones meridiu lu iles.
Estaba claro que tal propósito sena tomeniaílo por el
aumento de las colonias en námero, en población y en
movimiento, como lo estaba que la de Buenos Aires
adíiuini 1 I jirouto, por su situación, excejxñonal impor-
tancia y cru la naturalnienie destinada^ servil' de cen-
tro al desenvolvimiento de las poblaciones que vivían
entre el Uruguay y los Andes.
No íüé, pues, muy difícil a Hernando Arias llevar al
ánimo del Rey la convicción de que era urgentemente
reclamada la división del gobierno de estas regiones.
Así filé que, conservando el territorio de Cuyo como
parte de Chile y la provincia de Tucumán bajo la
dependencia de su gobernador, separó en lü::^0 del
gobierno del Paraguay, é hizo de ellas una gobernación
aparte, dependiente del virrey del Perú, las tierras y
poblaciones situadas entre el r.uaiíuay, el Brasil, el
Plata, el Ailántico, Chile y Tucumáu. i'eservando al
gobierno de la Asunción el territorio propiamente para*
guayo, que se extendía del Río Paraguay hasta las
sierras que dan aguas al río de igual nombre y al
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 85
Paraná, y el territorio de Gua\ rá, que se comprendía
entre dichas sierras v el Paraná, con más una vas(a
extónsiüu hacia la izquierda de este río. Este estado de
cosas duró hasta el año 1776.
XXX>X ~ Se erea el firrehuito del Eio de la Fiat»
Esta división no fué favorable á la prosperidad del
Paraguay, porque, dada su posición geográfica, se vería
alejado de las fuentes de civilización y carecía de fuerzas
y elementos propios para engrandecerse ; pero fué
benéfica á las regiones del Sud» las cuales progresaron
con más rapidez en comercio, industrias, población y
gobierno.
Porque estos progresos aumentaron ia importancia
de la provincia de Buenos Aires, los gobernadores que
se sucedieron se vieron obligados constantemente á
defender la inte^idad del territorio y ia tranquilidad de
los pobladores contra pretensiones de poderes extran-
jeros, y no era posible que un solo flincionario de su
clase atendiera bien á necesidades tan multiplicadas,
tanto menos cuanto su dependencia del lejano virreinato
dei Perú le impedía proveer activamente las medidas
que las circunstancias requerían. En virtud de estas
causas y quizás también porque el Brasil era un vi*
rreinato de>de 1702, el Rey creó en 177() el del Río de
la Plata, comprendiendo en él las provincias de Char-
cas, Santa Cruz de la sierra, Potosí, Paraguay, Tucu-
mán, Cuyo y Buenos Aires ; es decir, todas las tierras
que hoy pertenecen á las repribiicas argentina, uru-
guaya, paraguaya y boliviana, y parte de lasque posee
el Brasil. Este virreinato duró basta 1810.
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80
BOSQUEJO HISTÓRICO
XXXTII. » PmtaMiM ujrores y Bmres, paiiHit
La Aaicrica se dividió primitivamente en dos frnuuics
vineinalos, luego en ti*eíj, y por último en cuatro. Cada
virreinato se dividía en provincias mayores, cada una
estas en provincias menores, y cada provincia menor en
sec« iones ó distritos.
Ames que se hubiese erigido el virreinato del Río de
la Plata, los territorios que lo compusieron pertenecían
al virreinato del Perú. Entre sus provincias mayores
figuraba una que tenia isU capital en Santiago de Chile
y otra que la tema en La Plata, capital de la provincia
de Charcas. A la primera estaban subordinados Cuyo y
Tucumán ; eran parte de la segunda los territorios del
Paraguay y d«' Hucnos Aires, los cuales, como se sabe,
formaron una provincia mt^nor duranb^ la conquistii.
Esta provincia mayor se dividió en dos cuando de parte
de la gobernación del Paraguay se formó la de Buenos
xVires : en una entraron las provincias menores del N«)rte
y en la otra las del Sud. Pero no tardó en reconstituiré
la primitiva provincia mayor, pasando á depender de la
Plata las gobernaciones de Buenos Aires y del Paraguay.
Erigido el virreinato del Río do la Plata, sus extensas
tierras íormaron dus provincias mayores : una al Norte
con La Plata por capital, y otra al Sud con su capital
en Buenos Aires. Estas dos provincias constaban de
ocho provincias mfnoros, denominadas también inien'
dencicis y capiíankis gctierale^^ á imitación de las del
Brasil, que fueron : las de Buenos Aires, Córdoba, Salta
y Paraguay en la región meridional, y las de Potosí,
Charcas, Cochabamba y La Paz en la región septen-
triunai.
Cada intendencia estuvo dividida en secciones admi-
nistrativas cuyo námero no fué constantemente el
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 87
mismo. Á principios del siglo XIX las principales divi-
siones eran las siguientes :
Buenos airj¿s : gobernaciones de Montevideo y dt' las
Misiones occidentales y orientales del
Uruguay.
Sub-delegaciones de los partidos de San
Miguel, de Yapeyú y de Concepci('>n, en
quese dividía lagobernación de las Misio-
nes y adeimislas de Santa Fe y Corrientes.
Charcas : Sulhdelegacionesde ios partidos de Yam-
paraes, Tomina, Pilaya y Oruro.
Pakaüüay : Sul/'delei/ aciones de los partidos de (Can-
delaria, Santiago, Villarrica, Curuguatí,
Viilarreal.
PoTosf : Sulhdelegaciones do los partidos de Porco,
Chayanta, Chichas, Tarija, Lipes y
Atacama.
La Paz : Sub'delegaciones de los pai*tidos de Si-
casica, Pacages, Omasuyos, Larec^a,
Chulumani y Apoiobaii]l)a.
CocHABAMBA : Sub-delcgociones de los partidos de
Santa Cruz de la sienta. Valle Grande,
Mizque, Elisa, Arque, Tapacarít Hayo-
paya y Sacaba.
Córdoba : Siíb-delegacioms de los partidos de Men-
doza, San Juan, San Luis y Rioja.
Salta : Sub-delegacionesáe los partidos de Tucu-
ijiáñ, Saiiiiago del estero, C<íiaiuai'ca,
Jujuí, Nueva Orán y Puma.
XXXVm. — Institoeiones politieas y admialstratíTas
En la cumbre de las funciones públicas do toda la
Amanea conquistada por los españoles estaba el Rey
de España. La América no era considerada una depen-
dencia de España; el territorio de aquélla no era parte
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88 BOSQUEJO HISTÓRICO
integrante del territorio de ésta; America y España
eran dos dominios distintos sometidos á un solo sobe-
rano. El rey era rey de España y rey de América.
P<tdí:v serlo de a(juóll:i y no lio ésta, ó de ésta y no de
aquella. Es así que instituyó consejos ])ara gobernai' á
Es|>aña y otro consejo para gobernar la América, con ^
residencia cerca del Rey. Este último se denominó
Come/o 7*ca¡ (fe Indias, Creó un trihunal. residente en
Ksi>afia, con ei nonil»r(^ de Casa de contraiación de las
Iridias, y otro con el de Consulado de Indias, igual*
mente domiciliado en la Península.
Ap:i! te de esas autoridades que desde l^spaíia inter-
venían en el gobierno de la America, ei Rey instituyó
otras muchas que flincionaron en América. Cuéntanse
en primer término los virreyes, que estaban á la cabeza
de los virreinatos. Ai trente de las provincias ui.iyores
íuncionaban las audiencias reales. Las provincias
menores eran regidas por gobernadores intendentes,
que eran también capitanes generales. Las secciones de
estas provincias se coníial)an -i nohefmadores ]>olítico-
militaros, y ios distritos habitados por indios á conrqi-
dores. En las principales ciudades comerciales había
un consulado, y» además, en todas las ciudades, villas
y pueblos, cabildos, que se llamaron asiuiismo ayunta-
mientos, regimientos y juntas.
Véase ahora en los artículos siguientes qué funciones
desempeñaban todas esas personas y corporaciones.
XXXIX. ~ £t Bej
Los reyes no eran eligidos por el pueblo en Europa,
sino que venían al poder cbmo herederos de sus ante*
cesores. va se les reconociese este deiNM^lio buenrtmentí^
ó ellos se lo hicieran acatar por la fuerza, ütras vecob
los reyes de un país se imponían como tales á otro ú
otros países, sin más título que el de haber sido vence-
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0£ LA REPÚBLICA uRI£NTAL DEL URUGUAY 89
dores en una (oruerra. Alinas veces lo eran en virtud
tie piii'ios cvlc))ra<ios con otros revés, no siempre ospon-
t^neimente, como cuando se hacían cesiones de tierras*
£1 derecho ó la pretensión de«ocu| tr el trono de un
fiaíses ne2"Ocio que en los sisrlos anteriores se ventilaba
eatre los reyes, razón por la cual originó con irecuen-
ds sangrientas gaerras internacionales. En ocasiones
« discutía la stwesión al trono, como se decía, entre los
?rande5 iseíioios del país, y de aquí se orijorlnaban ^le-
nras civiles; pero como las familias de los reyes y prín-
cipes estaban enlazadas en toda la Europa, sucedía que
el éxiio de la f^uerra civil interesaba ;1 reyes extranje-
ros {leiienecientes á las familias ó dinastías de los pro-
tedientes, y que éstos intervenían en la contienda,
dando carácter internacional á la guerra civil. De ahí
las llamadas guerras dinásticas. La ciue motivó el
Avenimiento de Felipe V al trono de España fué una
de eOas, pues que se disputaron este trono la dinastía
<Íe Austria v la borl)óniea.
íiesde que Carlos I sucedió á Fernando el católico,
tra reyes españoles, una vez en posesión del trono,
instituían los poderes públiros, U ;4¡slaban, nombraban
ftmcionarios y administraban según su voluntad. Fue-
i^n soberanos y gobernantes á la vez. Su poder íUé
absoluto. Á nadie reconocieron el derecho de contrade-
cirlo 6 de limitarlo. El rey no debía obediencia á nadie,
]¿ánada ; pero todos se la debían ai él. Los reyes
decían de los individuos : « Mis súbditos «i, Mis vasa-
Ui»*;ydel territorio nacional: « Mis dominios >♦ ; y
<lel tesoro público : « Mi hacienda »»; y de las escuadras
7 ejércitos : Mis armadas y tropas 9». Todo, hombres
y cosas, era suyo, y de todo disponía como quería.
Así, pues, España era nn dominio del rey; América
^ra otro dominio. Por manera que no pertenecía la
América á España, ni dependía de ella, sino que perte-
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90 BlXf^QUBJil HISTÓRICO
necia al rey y dei>t'ndia de el. Asi era ^ue iuü rc^cá
decían •« Mis dominios de Indias Mi8 reinos de
Indias, como de cosa diferente de «< Mis dominios de
Es[»nfia - (') *i Mi< í'<'iii<»s de España No exisíía» pues,
entre España y America vinculo jurídico directo; suíí
relaciones consistían en pertenecer á un mismo rey, Y
como todo pertenecía al rey en amlws países, se explica
que el rey ijtlioase sus t(Soros de Amériea a las nece-
sidades de E^paiia» y bU:> lucrzaü de Espaíia ú ia;> uece-
sidades de América.
Las disposiciones de los reyes se llamaban let/es,
pratiñtátícas, dccveios y cédulas. Por uicdio de leyes
laaiidahan euanio juziraban convonicnio á la i:<'aer;Ui-
dad del Estado, como era la organización de las fun-
ciones públicas, los impuestos, los derechos civiles y
eomereiales, los delitos, l.ts pi'uas, ete. Las pra^^uiaii-
eas ii-aíes eran leyes que tenían por objeto pnnci[)al-
mente asuntos eclesi¿Lsticos. Los decretos reales iban
diri^ndos á hacer cumplir convenientemente alguna
ley ya diciada. Las leyes y pra^nnáticas eran acios de
solK'iaiiia; los decrt'ios eraa actos d»' guliierno, de
administración. Por medio de cédulas reales (que muy
á menudo se convertían con el iienipo en leyes), conce-
dían los altos íuncionarios alí^'-una «*"racia ó dieta l>an
una pruvidencia parüeiilar. Decían al principio : - El
Rey, 1 y éste iirmaba al íin con las palabras: « Yo el
Rey. n El tribunal expedía el despacho así que estu-
viera íiimado. Las leyes que los monarcas dictaron
como reyes de España loiiuan varias colecciones, al^^-u-
ñas de las cuales son lamosas por su sabiduría. La que
se publicó en tiempo de Felipe II se llama Recopüación
cmteUana. Las (pie dii'iaron desdo el descubrimiento
de Auicrica, como reyes de ella, coleci lunarias varias
veces, y resumidas, íorman otro c<h1íí?o, conocido con
el nombre de Recopilación de las leyes de Indias, que
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 91
86 mandó observar en 1680, en tiempo de Carlos IL
Poeteriormente se dictaron otras leyes, decretos y cédu-
las ([ue han andado dispersos.
XL. — £1 Consejo real de Indiais
Deseosos los reyes españoles de gobernar debidameiue
sus vastos dominios de la América, y juzgando que no
deberían mesclarse los negocios de sus reinos de Europa
con los lie su reino de América y que ni deberían servir
los iiuercses de ésta los mismos altos fuiicionarios que
atendían los asuntos relativos al interior de España y á
la i>olítica europea, instituyeron un Consejo de las
hidúís, residente en Madrid, conipuesto de un presi-
Uenie, un gran canciller de las Indias, un crecido
númei'o de cons^eros letrados, y además un fiscal, dos
secretarios, un teniente de gran canciller, tres relato-
res, un escribano, cuatro contadores, un tesorero
general y oti'os funcionarios de menor importancia.
Esto consejo tuvo la jurisdicción suprema de la Amé^
rica. Hacía las leyes, pragmáticas, ordenanzas y provi-
siones de todas cla.^es, previa consulta al rey. Exami-
naba las ordenanzas, constituciunes y esUiluLos que
propusieran los prelados, capítulos y conventos de las
religiones, así como los proyectados por los virreyes,
audiencias y consejos de America, para que en virtud
de su dictamen los aprobase el rey y mandase cumplir-
los. Y, en general, le estaba encomendado todo lo que
al gobierno, administración de justicia, buen trata-
miento y conversión do los salvajes interesaba. Sus
provisiones y mandamientos debían ser cumplidos y
respetados en todas partes por toda clase de personas,
y ningún otro consejo de los que funcionaban en España
entendería en las cosas de América.
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92
BOSQl Wi» HLsTÓRICO
XH iji í Ma de eoftlrmUielte 4e lat Indias
Residió desde 15()3 en Sevilla, y desde 1718 en Cádix,
un trihunni llamado Casa de aoniraiación, instítofdo
par.i «¿ establecor y periK'tuar ^ el comercio de España
con Aiiiérica. (]onstiilKi de un presidente, un tesorero,
un contador, un factor, tres jueces letrados, un fiscal y
varios otros ministros, cuyas ñinciones ftieron orga*
nizadas de varios modos durante el largo üem¡K) de su
duración.
Su cometido era conocer de la guarda, ejecución y
cumplimiento de las leyes que se referían ai comercio
de América y á la naveíraí'i(')ii del Oc<'ano. Es así que
entendía en el despacho y registro de las embarcaeio-
nes que partían para las Indias y en la entrega de los
caudales con que re^srresaban , y fallaba las causas que
con motivo de ese comercio v navet:aci*>ii se siisci-
• *
tasen, íuesen de naturaleza mercantil ó criminal. En la
materia civil cuyo conocimiento correspondiera á los
jueces ordinarios, el actor podía entablar la demanda
ante la Casa de contrataritui, siempre iiue los hechos
hubiesen ocurrido en America ó durante el viaje, y el
reo estuviese en Sevilla. Además este tribunal tenia el
deber de hacer al Rey todos las indicaciones que juz«
!?ara convenientes á la navegación 6 al comercio de
America.
XL1L — El C^BSilai* éb UMm
Otra institución, que tuvo su asiento en Sevilla desde
1543, y en Cádiz desde 1718, lUe el Consulado de Indias,
llamado por las leyes Universtdad de los cargadores á
las Indias. Era un tribunal compuesto de dos, primero,
y luego de tres funcionarios llamados cónsules, cuya
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DE LX REPÚBUCA ORIENTAL DEL ÜRUQUAY 93
presidencia ejercía uno de ellos, el prior. Se reuDian
todos los años los cargadores que traficaban en Amé-
rica, p¡ir:i elegir, de entre ellos, treinta electores bien
cuncepuiudos, cuyo oficio debía durar dos aüos. Los
electores y los elegidos debían ser necesariamente
españoles. Estaba prohibido que lo fueran extranjeros,
ó sus hijos ó nietos. Esto¿> electores ele^j^ian .1 su vez los
dos ó ti'es cargadores en forma secreta : uno para cón-
sul prior, otro para cónsul segundo, y otro para tercero, -
cuando se estableció. El cargo de éstos duraba un año,
cuando los cónsules eran dos, y tres cuando aumentó
su número ; no podían ser reelegidos en el año inme-
diato; pero servían de consejeros á sus reemplazantes.
£1 consulado conocía en las causas de los cargadores
para las Indias. Se procedía ante él verba Iuilii te, sin
íigura de juicio, * i>or la verdad sabida y la buena íé
guardada. » No era permitida la asistencia de abogados,
m la presentación de escritos hechos por ellos, porque
los pleitos fuesen breves y no influyese en >u solución
otro arto que el buen senado. Los cónsules podían,
empero, consultar abogado antes de fallar.
XLin. — £1 Virrey
La imposibilidad de gobernar convenientemente toda
la América desde España decidió á los reyes á nombrar
representantes suyos en Méjico, en el Perú y en el
Nuevo reino de Granada, con el nombre de c¿rre>/cs, á
({uienes coniirieron el gobierno superior y la facultad
<le hacer y administrar justicia, y de entender en todo
lo que conviniera al sosiego, quietud, ennoblecimiento
y pacificación de sus respectivos pueblos. Por ser exce-
siva la extensión del virreinato del Perú y dificultarse
su acción en el Río de la Plata por la interposición de
los Andes, se acordó nombrar otro virrey para estas
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94 BOSQUEJO HISTÓRICO
regiones, como ya queda dicho en el articulo XXXV.
Estos empleos eran confiados por el Rey á personas de
distinción nacidas en España, con la condición de que
liabíau de venir íl la América sin sus esposas, hijos,
yernos y nueras* Esta regla no se observó, empero, tan
rígidamente como lo prescribían las leyes, en los últi-
mos tiempos de la dominación españolo.
En ronformidad con el lin de tan alta institución, los
virreyes tenían el cometido de difundir la religión cató-
lica entre los indios; administrar y ejecutar la justicia;
gol)ernar y defender sus distritos; premiar y crralificar
á ios sucesores lie ios autores do des(nil>rinHenios, ¡uioi-
ficación y ix>blación de las Indias; cuidar de que ios
indios fueran bien tratados y conservados, y de que se
hiciera bien el recaudo, administración, cuenta y
Cül)raiiza de la real hacienda; de hacer lo que les pare-
ciere y vieren que conviniese en todas las cosas, casos
y negocios que se ofrecieren, proveyendo todo aquello
que el Rey habría podido hacer y proveer, de cualquier
calidad y condición que fuera, como si el mismo Kev
gobernáis, en lo que no les estuviera especialmente
prohibido.
Los virreyes eran además capitanes generales de mar
y tierra en las provincias de su virreinato, para cuyo
efecto jx>dían valerse de luuar-tenientes y cai)imnes
nombrados y removidos por ellos con entera libertad.
Eran los presidentes de la audiencia que funcionaba en
la misma ciudad que ellos, v podían presidir las oirás
audiencias de su virreinato, siempre que accidental-
mente se hallasen en el lugar de su asiento. Eran asi-
mismo los gobernadores de las provincias de su car^o,
incluso ius disiriiu> do ias audiencias. Podían perdonar
los delitos á la par que el rey, y detener la acción de la
justicia. En general no podían los virreyes inmiscuirse
en los asuntos judiciales en que las audiencias deljían
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liK LA KEi^BLlCA ORIENTAL DEL URCÜUAY 95
conocer, ni aun con su voto cuando presidian las sesio-
nes, como tampoco podían las MuUiencins invcidir las
atribuciones gubernativas del virrey ; pero podían fallar
en primera instancia en los juicios que tuvieran indios
6 españoles contra indios. En tal caso se deducía la
apelación jK-^ra anie la audiencia real y csia íallaba en
se^ninda instancia.
£1 domicilio del virrey del Río de la Plata llamábase
real palacio y funcionaban en él, además que el virrey :
un secretario de cámara, tros oüciales, uu archivero y
un asesor general del virreinato.
^ XLIY. — La Audiencia real
La audiencia real se componía de un presidente y
cuatro ó más oidores, al cual se agregaban uno ó varios
fiscales, un alíjuacil maym , un teniente de irraii can-
ciller y oíros liiiiiisiros y oüciales de menor importau-
cia. Á veces había, además de los oidores, varios
alcaldes. Dependían estas diferencias de la importancia
\ cantidad de los asuntos en que tenían que intervenir
los ministros. Todos los ftmcionarios solían ser espa-
ñoles, y su nombramiento venia del Rey,
Las audiencias conocían ea los juicios civiles y cri-
luí:ki1« s en que hubiesen intervenido y pronunciado
seníencia jueces inferiores, y de cuyas sentencias se
hubiera interpuesto primera ó segunda apelación. £s
decir que conocían en segunda y tercera instancia.
También conocían en primera instancia, si se trataba
lie personas muy principales, 6 de crímenes muy gra-
vee. Además intervenían administrativamente en lo
relativo al nombramiento ó elección de ciertos funcio-
narios del orden judicial, y cuidaban de que se diera á
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96 BOSQUEJO Hl&TÓRICO
los indios buen traiauiieuto. Las audiencias gozabao
de mucha consideración» y el priviie^o de comunicarse
directamente con el Rev.
Cuando hahía en la audiencia uidures y alcaldes,
a(]uéllos conocían de lo6 asuntos civiles y éstos de los
criminales; pero» cuando no habia más que oidores,
ellos conocían en las dos clases do procesos. Los fiscales
promovían l(»s pleitos (pie !iiU'r<'>al):in al íis< n ó Á la
vindicui publica, y defendían en ellos el cumplimiento
de la ley. Si había un fiscal solo» intervenía en lo civil
y en lo criminal; si eran dos, uno intervenía en los
asuntos de una clase y el uliu en los de la oira ela.se, ó
se repariiau ambas clases de asuntos de modo que su
trabajo Aiese igual. Los alguaciles mayores tenían el
oficio de vi*?¡lar el orden de día y de noche, de prender
[)or orden judicial, y sin orden en raso de delito íra-
ganie, en las ciudades en que i*e:5Ídian las audiencias.
£1 teniente de gran chanciller tenia la guarda del sello
real que las audiencias recibían solemnemente cuando
les era enviado por el Rey; cuidaba de marcar con el,
en cera colorada, las provisiones de la audiencia; con-
servaba en armarios los procesos terminados y las
pragmáticas y órdenes reales.
Antes (¡ue se insLituyera el virreina! o del Río de la
Platit, estuvieron sujetas las colonias que compusieron
la gobernación del Paraguay á la audiencia de La Plata»
(ciudad de la |)rovincia de Charcas) una de las varias
(jue había dentro del extensísimo virreinato del Perú.
Años después de haberse creado la gobernación de
Buenos Aires, es decir en IGdl» se instituyó la Audien-
cia real de Buenos Aires, cuya jurisdicción comprendió
las provinciiis ó gobernaciones del mismo nombre, de
Tucumán, y del Paraguay. Se iiisuió recién el año de
1763, fué suprimida nueve aíios más tarde (1772), en
virtud de real cédula de 1771, y restablecida en 1785,
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 97
por cédula de 1783 con motívo de haberse constituido
poco antes el virreinato del Río de la Plata.
Esla íiudiencia, presidida por el virrey, eia servida
por un regente, cinco oidores, un fiscal ile lo civil y real
haciendat un fiscal de lo criminal y protector de indios,
im honorario, un alguacil mayor, un chanciller, dos
relatores, un aírente fiscal de lo civil, otro de lo crimi-
nal, dos escribanos de cámara, dos porteros, un
abogado defensor en lo civil, dos en lo criminal, dos
escribanos receptores, seis procuradores, un repartidor,
un receptor de penas de cámara, y un tasador de
costas.
XLT. — Lm Inteadeates y 1m Golieraai^ira
Era de reíala que los jcrobernadores iiul)iesen nacido en
iáspaña. Debían ser nombrados por el rey. Los virreyes
estaban facultados para nombrarlos interinamente ; por
manera que los agraciados con este nombramiento
interino tenían que solicitar del rey la confirmación, ó
sólo servían hasta que viniera á sustituirlos otro con
nombramiento real. Los nombrados tenían que inven-
tariar sus bienes, para que constase cuánto poseían al
í nírar en el desempeño de la gobernaciiHi ; y que dar
üaozay prestar juramento de que desempeñarían su
empleo según las leyes, lealmente, y del modo que más
conviniera. No podían casarse en el lugar de sus ítan-
ciones ; ni emplear en los puestos civiles (') militares i)er-
aonas que hubiesen nacido en el país, ó que fuesen
parientes suyos dentro del cuarto grado; ni hacer
tratos ni contratos de ninguna clase.
Antes de erign*se el virreinato, el gobernador de
Buenos Aires presidía la audiencia real mientras la
hubo. Como tal presidente, no podía votar, pero sí
firmaba los proveídos con los oidores ; nombraba las
7
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98
BOSQUEJO HISTÓRICO
|Xirs()iia8 que habiuu de ejecutar las disposiciones de la
audiencia ; conmutaba las penas de destierro que los
oidores hubiesen impuesto ; [)odía requerir el parecer
de cualqiu» ! oidt»r en asunios de ffohierno; conocía,
«
acompaíiado por alcalde, en los juicios criminales que
se iniciasen contra los oidores y ñscales de la audiencia;
sumariaba á los oidores que hubiesen infringido la pro*
hibición de casarse, 6 que liul»iesen cometido Ml;juna
arbitrariedad en el desem|)efio de su cai^; y cuando
ocurría duda acerca de si algún asunto incumbía á él ó
á la audiencia, prevalecía su parecer. La audiencia
podía advertirle, si se excedía en el uso de sus f?icuUa-
des; pero si no reconocía su exceso, se cumjdía su pro-
videncia, sin perjuicio de que el tribunal diera cuenta
al Rey. Si faltaba de presidir las sesiones de la audien-
cia, le suplía el uiiior más antiíTuo ; pero si faltaba
de desempeñar el gobierno, la audiencia lo reempla-
zaba.
Aparte de la presidencia que algunos ejercían, los
firobernadores tenían ainjílias facultades, acrecentadas
por el cargo de capitán general que les era anexo. Como
simples gobernadores, administraban la hacienda de la
provincia, proveían empleos civiles y cuidaban de que
fueran bien des<Mn peñados, dispuníuii que se hicieran
las obras públicas necesarias, cuidaban de que se
respetasen las policías que á si se daban los indios, de
que se ^^uardasen sus costumbres, en cuanto no se
opusieran á la relÍL'i*'>n, y de que nadie, ni sus caciques,
les diera maU)S tratos; tomaban las medidas necesarias
para que se diñindiese la doctrina católica entre los
indíi^enas, y de que éstos ñieran sometidos á las reglas
de la vida civilizad;» ; fundalniii pueblos, señalaban la
jurisdiccitm que liabiau de tener y les decretaban las
autoridades porque se habían de regir, y administraban
justicia conociendo en los juicios que procedían de los
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DE LA REi'ÜBLlCA ORIENTAL DEL URUGUAY 99
jueces inferiores por apelaci(5n. de alguna de las imanéis.
Como capitanes g^enerales tenían además á su cargo e
loando de las fuerzas, la dirección de las operaciones de
guerra, y la administración de todo lo relativo al ramo.
Después de erigido el virreinato, los intendentes
ocupáron el puesto que los gobernadores habían tenido
en las provincias menores, con sus facultades políticas
y militares ; por manera que tuvieron á su car^, como
decía la cédula de su insiiiución, - los cuatro r unos de
justicia» policía, hacienda y guerra, » con toda la
jurisdicción y facultades necesarias, pero dependiendo
del vierrey en lo gubernativo y de las audiencias en lo
Judicial, y recibiendo el nombramiento del monarca
( orno era de regla. La intendencia de Buenos Aires
estaba desempeñada por el mismo virrey, (razón por la
cual tenia éste las atribuciones propias de los dos
cargos) y servían además en ella : seis oficiales de
secretaría, un agregado y un escribano.
gobernadores que se nombraron dentro de algu-
nas intendencias no podían tener, pues, la amitplud de
poderes que habían tenido los primitivos gol)ernadores,
porque se oponía á ello la institución de los intendenies,
á quienes se había atribuido lo más principal de sus
cometidos. Pero torcieron, en la medida reclamada por
la región que habían de servir, algunas facultades
i>olíticas y militares.
XLTI. — El Consolsdo
El consulado era un tribunal compuesto de un prior
y varios cónsules, todos elegibles, como en el consulado
de Sevilla. Electores y elegidos debían ser personas
nacidas en España. Bajo la presidencia del consulado
cesante se reunían en los primeros días de cada año los
<iue tercian el comercio por cuenta propia y elegían el
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100
número de electores reglamentario, que solía ser de
(luiiice, treinta, 6 más ó menos, por medio de cédulai>
cerradas, para que el voto fuera secreto. Los electores
se reunían después y elegían el prior y los cónsules» así
como varios diputados para que auxiliasen, habiendo
necesidad, en la expedición de los asuntos. El primer
consulado ¡uo se instituyó en América tuvo asiento en
el Perú. £1 de Buenos Aires se flindó estando ya por
terminar el siglo XVIII, (1794) y ftié servido por un
prior, du6 cónsules, {V y 2**) un asesor, un escribano y
dos porteros-alguaciles.
£1 consulado tenia el encargo de sustanciar y fallar
todos los pleitos que se promoviesen en materia mer-
cantil, ftiese terrestre ó marítima, ó entre comerá iantes
y sus auxiliares de comercio. No podía intervenir ningún
letrado en las defensas» ni era permitido á los litigantes
presentar escrito de letrado, ni invocar leyes, sino que
el actor debía exponer verbaimente los liechos y la |)eti-
ción con sencillez y contestar de igual modo el reo. £1
consulado procuraba ante todo que los adversarios se
conciliasen mediante la intervención -de parientes y
amigos; y entraba á conocer en el caso que fiuu^a impo-
sible el avenimiento. Su fallo no debía gustarse tanto
á la ley como á la equidad, segán las circunstancias. Sí
alguna de las partes se creía airraviada por la senten-
cia, apelaba para ante el oidor ú oidores de la audiencia
encargados de conocer en la segunda instancia de tales
juicios ; y lo sentenciado por ellos era €gecutado por el
prior y los cónsules.
XLTn. — Los CmegMotts
Los corregidores podían ser nombrados por el virrey
ó ix;r los intendentes con carácter intenno ; pero solo el
rey podía nombrarlos en propiedad. Estaban obligados.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 101
romo los luieiideiaes y gobernadores, á inventariar sus
Menes, á prestar fianza de buena conducta y á jurar ;
y, como ellos, no podían casarse en el lugar de sus fun-
• iones, ni tener empleados naturales del país, ni tratar
ni contratar. Sus principales funciones eran las de juz-
gar las cuestiones civiles ó criminales que en los dis-
tritos de indígenas encomendados ocurrieran entre
españoles, entre indígenas, ó entre indígenas y espa-
ñoles. Tenían el encargo de permitir que los indios con-
servasen su policía y sus costumbres en cuanto no ñie-
ran incompatibles con los preceptos de la Iglesia, y de
enseñarles á trabajar la tierra y otros oficios como se
usaba en España, á fin de que no fueran haraganes y
ganasen los medios de llevar vida cómoda y arreglada.
Les estaba prohibido apropiarse en todo ó en parte
1 ■ ñuto del trabajo indígena, así como el hacerlos tra-
b^}ar para sí sin pagarles el justo precio.
XLYIII- — Los CabUdos : su elección
El cabildo, llamado también ai/urUamiento y regi'
mierUo, tenía importancia especialísima en la constitu-
dón de las colonias. Era una junta compuesta de
número variable de personas, que oscilaba eiiti-e seis y
doce, según fuera la importancia de los intereses que
iiabía de manejar.
BI cabildo formaba excepción á la regla de quiénes
habían de ser los nomlirados y qni*'iies mnnbrasen. No
era neresario, como respecto de las otras íunciones, que
ios capitulares fuesen españoles ; estaba mandado por.
las leyes que Aieran vecinos del lugar en que habían de
servir, y podían serlo los nacidos en Esi>aua ó en Amé-
rica. No era tampoco el Rey, ni el Consejo de ludias,
ni el Virrey, el Intendente ó el Gobernador quien
debiera nombrarlos, y si el cabildo mismo de la ciudad ,
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102 B06QUBJ0 HISTÓRICO
villa ó |x)hlación en que tenía su asiento, y e&uiba rigu-
rosamente prohibido á los gobernadores y demás minis-
tros que influyeran de cualquier modo en la elección.
Y, si bien s*' requería que los capitulares fuesen per-
sonas distinguidas, como no abundaban los liombres
instruidos en las más de las ciudades y villas, era per^
mitido que se eligiese á personas que no supiesen más
(jue leer y escribir, y aun á quienes carecieran do este
saber, si se trataba de pueblos de escasa importancia,
siempre que tuvieran la condición de ser naturales, y
vecinos bien conceptuados. Estas reglas solían tener
una exeejxíión, y es (|iie el Rey nombraba á veces algu-
nos capitulares con derecho vitalicio ó hereditario.
Por lo que se vé que el cabildo era una institución
popular, tanto si se mira á las cualidades que habían de
tener los elegidos, como á las que debían tener sus elec
tores.
La elección se bacía todos los años, el día primero de
Enero, por medio de cédulas cerradas, y en la casa
capitular, no en la del gubcniador, ni en ninguna otra,
porque no hubiera coacción.
Los cabildos eran autoridades esencialmente locales.
Cada ciudad, cada villa, cada lugar algo populoso, hasta
donde al(*anzabasn respertivu jurisdicción, tenía el suyo.
El fin de los cabildos era administrar todos ó casi
todos los intereses comunes de su pequeño territorio.
La justicia civil y criminal ; la policía ; las fiestas ; la
luili i i ; la defensa de los menores de edad y de los
pobres ; la belleza, comodidad y salubridad de la [)obla-
ción ; los caminos vecinales ; los depósitos decretados
por autoridad pública ; la hacienda que estos servicios
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 103
requerían : entraban en el número de los cometidos
capitulares.
En estas materias gozaba el cabildo de completa
autonomía. Sus miembros se reunían ai toque de cam-
pana, al son de trompeta, por voz de pregonero, ó por
citadón que el portero les llevara ; y, una vez reunidos
en número suficiente, delil)eraban discutiendo y votando
lo que juzgaban conveuieiite á la comunidad, como
legisladores.
Las sesiones se verificaban comunmente con asis-
tencia (le los capitulares solos, y se decía que en tales
Casos se celebraba cabildo cerrado. Pero en ocasiones,
cuando el pueblo se hallaba agitado por asunto de
extraordinario interés, se le convocaba á la sesión para
que expusiera y defenfli< r;i sn parecer, y se decía que
entonces había cabildo abierto. La asamblea tomaba en
tales casos un carácter popular.
L. — Olíelos partkElares de los eupItaUres
Como las deliberaciones del cabildo necesitaban ser
dirii^das y ejecutadas, y leyes había que.los capitulares
tenían que aplicar ó hacer cumplir, era de regla que
cada clase de función adniinisiraLiva fuese desempe-
ñada por un individuo ; y así es que en los cabildos
iiabia : un presidente ; dos alcaldes ordinarios, llamado
uno de prifnera vara ó de primer voto, y el otro de
segunda rara ó de seguíido voto ; un alcalde de her-
rmndad ; un jitez de fiestas ; un juez de policía ; un
ñndico procurador ; un defensor de menores ; un defenr-
90r de pobres ; un decano ; un alférez reaU un fiel eje-
cutor ; un depositario y un alguacil mayor. Había
además uno ó varios alguaciles menores, y un escribano,
Us capitulares recibían el nombre genérico áejttsticias,
A ésta era su fünción, y el de regidores los demás. El
üiyiliz
104 BOSQUBJO HISTÓRICO
a\'untaiiiionto de Buenos Aires cantaba con un alcalde
de 1^ voto ; uno de 2^ ; cuatro regidores perpetuos, que
lo eran : el aliruacil mayor, el alealde provinciaU el
decano y ♦ l (le[)üsuario ¿general ; y seis regidores elec-
tivos, entre los cuales se contalian : el alíérez real, el
defensor ^neral de pobres, el de menores y el procu-
rador >ímli<'0 í^eneral.
La presideiu la del eabildo era deseiupeíiada por el
gobernador, sin voz y con solo el voto de calidad ó pre-
ponderante, si residía en el lugar, ó por el alcalde de
l>rimer voto en el caso conirario, ó si faltaba acciden-
taiiaeiue ;1 la sesión.
Los alcaldes do primera y de segunda vara adminis-
traban la justicia civil y criminal en primera instancia,
auxiliados por asesores letrados, porque no sabían
derecho. Cuidahan de que al pueblo no le faltara las
provisiones más necesarias, si no había persona encar-
gada especialmente de este servicio ; tasaban, auxilia-
dos por otro capitular, los comestibles que vendían los
regatoues, y el de primer voto suplía al í2robernador en
las funciones de gobierno, cuando éste faltaba ó se
incapacitaba. Ocupaban el primer puesto en los cabil-
dos cuando presidían.
El alcalde de h<M'mandad conocía en los juicios por
delitos cometidos fuera de poblado, cuyas causas se
llamaban de hermandad.
El juez de fiestas estaba encargado de hacerlas guar-
dar, y de aj>1irar á los infractores las penas que la ley
y las ordenanzas habían establecido.
£1 juez de policía tenía á su cargo todo lo que se
relacionaba con el orden público, la limpieza y el arre-
glo de la población.
£1 síndico procurador defendía el interés del íisco.
Era un fiscal.
El defensor de menores tenía el deber de salir á la
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«
BE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 105
defensa de los menores de edad, con ei ñn principal do
que éstos no fueran peijudicados en sus personas, ni en
sus bienes, por sus padres, tutores, ó parientes.
El defensor de pobres debía defender á tudu persona
que justiíicase que carecía de bienes bastantes para
pagar un defensor en los Juicios que le promovieran 6
que tuviera que iniciar.
El decano representaba al cabildo en las ocasiones
ea que hubiera de hablar en nombre de éste; y al pue-
blo, si en nombre del pueblo había que expresarse;
tenía las llaves de la ciudad, si ésta estaba dotada de
puertas; ítuardaba una de las llaves del archivo; |)or-
üiiüa ó negaba el uso de la palabra en las sesiones del
cabildo; cuidaba de que nadie estuviera sentado
debiendo estar en pie, ó con la cabeza cubierta debiendo
tenerla descubierta; recibía de los alcaldes ct^santes la
vani que les seiTÍa de insignia y la entregaba á los
recientemente electos, y convocaba á los capitulares
para celebrar sesión.
El alférez real tenía por oñcio llevar la bandera ó
pendón de la milicia, alzar el pend()n real en ciertas
solemnidades y suplir á los alcaldes ordinarios cuando
éstos estaban incapacitados para ftincionar. Le corres-
pondía el puesto inmediato al alcalde.
Al fiel ejecutor correspondía el cuidado de que la
ciudad estuviese provista de lo más indispensable para
la vida» de que los vendedores de víveres no engañasen
á los compradores dándoles artículos de mala calidad
6 escasa medida, y de castigar las infracciones que en
esto punto se cometieran.
Bl depositario guardaba los valores que hubiera que
depositar por orden de la justicia ó de otro füncio-
uario.
Los alguaciles cuidaban de que se pagaran puntual-
mente los impuestos, aprehendían delincuentes y reci-
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106 BOSQUEJO HISTÓRICO
bían y transmitían del cabildo las órdenes, y las hacían
cumplir.
El escribano llevaba el lil)r() <le actas y el de dc¡>óí>i-
tos, autorizaba lus actos del lici ejeciuur, etc.
Los cabildos designaban, en el acto en que elegían á
sus sucesores, quiénes habían de desempeñar cada uno
de lob ulicios descriptos. No podían ok iiir j)ara alcaldes
ordinarios á regidores que estuviesen luncionando yn.;
y como algunas de las otras funciones solían ser pro-
vistas á veces por el n y con derecho vitalicio y aun
heredii.irio, sólo existía libertad de elección respecto de
los oficios vacantes. Excusado es advenir que los
oficiales eran tantos cómo los oficios, cuando el número
de los capitulares era el máximo permitido por la ley ;
que cuando no, un iiii¿,ino capitular desempeñaba varios
oficios, ó se suprimía alguno de cbios. Así, por ejemplo,
había pueblos en que no se elegía más que un alcalde*
SECCIÚ.N 11
La población, ¿a instrucción y las induslrias del Bio
de la Plata
LI. — La emisnidóii á Anériea
Apenas descubierta la América, juzgaron los espa-
ñoles que podrían sacar de ella grandes riquezas á
costa de poco trabajo, y fué ^'^eneral el deseo de trasla-
darse á las Indias con el ánimo de volver poderosos.
Este modo de pensar motivó una corriente de emigra-
ción á que estaban muy poco acostumbrados los euro-
peos, y que no tardó en alarmar á los estadistas de la
Península, raz('»n |>or la cual se prohibió que los espa-
ñoles emprendieran visge sin permiso de la autoridad.
No se daba este permiso sino á los que venían á Amé-
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I DE lA REPÚBUCA ORIENTAL DEL I7RÜGÜAT 107
rica á desempel&ar algún empleo, ó á comerciar ó á
ejercer alguna industria, ó por otrd cansa igualmente
jLisiiticaiiva. Pero esta rigidez era burlada á pesjir de
ias severas, penas con que se amenazaba á los iniracto-
por parsonas que clandestinamente se embarcaban
y fiemianecían oculios en los buquo iiasia que creían
ciesapai^ecido el peligro de mosirarse á los compañeros
de wis^.
Estaba rigurosamente prohibido á los franceses, ita-
lianos, ingleses, alemanes, y demás extranjeros el
dirigirse á las Indias sin permiso del Gobierno español.
Bste penniso se otorgaba rara vez y i)or causas muy
extraordinarias. La prohibición fue sugerida por el
temor de que los exiraiueros explorasen la América y
de que se enriquecieran en ella, yendo luego á favorecer
á los ;^^jbiernos enemigos de España. Se sabe ya que en
aquellos liempos no había amistades internacionales
estables* Continuamente en guerra las naciones, las que
un día eran aliadas 6 neutrales eran enemigas al dia
siguiente; por manera qne no se ttiaa confianza dura-
dera en ninguna, y los gobiernos se precavían cuidado*
sámente contra todas.
Materia de largas y a[>asionadas controversias fué la
idea de si los hijos de extrai\|eros nacidos en Espafía,
podrían viajar á las Indias como los nacidos de españo-
les en España. Durante los siglos XVI y XVII füeron
igualmente conbiderados, toda vez que los padres
extranjeros tuvieran domicilio permanente en la Penín-
sula. Pero, á principios del XVIII, después de la guerra
que motiv/i el entronizamiento de los borbones, ya
porque aumentaran las desconfianzas de los españoles,
ya porque quisieran reparar pronto las pérdidas que la
tenaz lucha les había ocasionado, reduciendo el número
de los que gozaran las venteas de la nacionalidad, el
gobierno prohibió que los h^os de extranjeros se tras-
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108
BOSQUEJO HISTÓRICO
ladanin á ia América, á ao ser ciue los padres íueraa
católicos, residieran en ESspaña desde diez años antes,
• se hubiesen apartado de la nación á que hablan perte-
necido y cüiilribuyeraii al rey como los demás vasallos
(1726). Al año siguiente se hizo la proiiibición absoluta.
En 1743 se restableció la regla de 1728; pero en la
práctica Até muy restringido su cumplimiento, porque
fueron diarias intvM'ininables las cuestiones de si en
los padres í oucurrían todas las condicionéis espcciúca-
das por la ley.
LIX. ^ Iiii|H>rtmciéa jr escUritad de aMojuum
£n los pueblos antiguos hubo hombres libres y hom*
bres esclavos. Éstos eran tratados generalmente con
crueldad v considerados como bestias, no como seres
humauüs. Los bárl)aros que invadieron la Europa, si
bien ftieron crueles también c^n los esclavos, humani-
zaron algo su condición, pues no los igualaron á las
bestias, sino que los trataron como á hombres de natu*
raleza interior. Eu la edad inedia disminuvA mucho la
esclavitud; pero al d'^scubrii^e la América exisUa aún.
En esta época y en la que le siguió inmediatamente los
esclavos eran en su mayoría africanos salvajes ó bárba-
ros, pero la expulsión de judíos y árabes que se operó
en España dió ocasión á que muchos de estos desgra-
ciados fueran reducidos á la esclavitud.
Los españoles empezaron á aprovechar en América
el trabajo de h.> esclavos desde los primeros años de la
conquista. El rey prohibió absolutamente al principio
la introducción de esclavos en las Indias, no por com-
batir la esclavitud, sino porque no cundiesen en las
nuevas tierras las cosuiiiiltres y las creencias de los
judíos y de los africanos. Pero las frecuentes alega-
ciones de que el brazo del indio era insuficiente para la
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DE LA REPÚBLICA ORUEMAL DEL URUGUAY 109
labor de las minas y de las tierras indqjo á los monar*
cas mu\ luego á dar licencias pura que se condujesen
esclavos á Nueva España, Tierra Firme y el Perú á
condición de que no fueran comprados en Cerdeña,
Mallorca^ Menorca, ni en otro punto del Levante,
(oriente) poniue eran de casta de moros. Las compras
eran licitas si se iiacían en Portugal, en las islas de
Gainea ó en Cabo Verde. Y, como ni aun así se impedía
que los esclavos se adquirieran en aquellos pandes,
porque en los últimamente nombrados habían encare-
cido por efecto de las continuas demandas, el gobierno
prohibió á mediados del siglo XVI que nadie condiúese
esclavos á las Indias sin especial licencia real, bi^o
penas de conli-scicioii, y de que volviesen á España los
que fiieran berberiscos, moros judíos ó mulatos. Estas
Ucencias particulares ñieron suprimidas á fines del
mencionado siglo XYl y en su lugar se celebraron
contratos ó alientos concediendo por cieno tiempo á
una persona, á una compañía ó á un estado el privile-
gio de vender esclavos en determinada región ó en toda
la América. Los que obtenían estos asientos establecían
factorías ó mercados de esclavos en uno de los puertos,
y allí vendían su mercancía humana.
Á pesar de que los portugueses, los holandeses y los
ingleses solicitaron en varias ocasiones el derecho de
hacer la trata de negros, los asientos fueron otorgados
exclusivamente á particulares españoles en el resto del
siglo XVI y en todo el XVIL Pero en cuanto la dinastía
de Borbón ocupó el trono, es decir en 1701, el rey
Felipe V celebró un traiudo con el de Francia, Luis
XIV, que pertenecía á la misma rama borbónica, para
qoe ésta hiciese la provisión de negros en las Indias.
Francia cedió su puesto á Inglaterra en el tratado de
Utrecht (1713) \a\>o íin á la guerra de sucesión, y
ios ingleses tuviei'ou el privilegio hasta 1748. Se otorgó
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110 BOSQUEJO HISTÓRICO
el asiento posteriormente varias veces á españoles hasta
17S0, en cuya íVcIim. con motivo de la -uerra que
Espaüa y Francia hiciei^ou á InglatfTra, se dió á todos
los españoles el permiso de vender negros en las
Indias ; permiso que después se concedió también á los
extranjeros.
Hubo esclavos en el Río de la Plata desde el siglo
XVI : por cédula real de 1356 se dispuso que no se
cobrara en esta provincia por cada esclavo, más que
ciento cincuenta ducados, ai más de 170 porcada negra
procedente de Cabo Verde.
En 1595 se fácuitó á Gómez Reynal para que intro-
di^jese 600 esclavos anuales por el río de Buenos Aires.
Á Gómez le sucedió en la posesión del derecho Rodrí-
guez ('utiño durante ios primeros años del siglo XVÍI.
No se tiene noticia de que se haya renovado la conce-
sión en los asientos que el rey otorgó en el decurso dei
mencionado siglo; pero, como la esclavitud estaba esta-
blecida en el Brasil, y los mercaderes de esto país
mantenían con los del Río de la Plata un comeix^io
clandestino de relativa importancia, la venta de escla*
vos en Buenos Aires y sus dependencias continuó á
pesar de los obstáculos que le upusieroa las autoridades
españolas. La trata de negros volvió á ser legal y á
hacerse en bastante mayor escala cuando los franceses
adíiuirieron el derecho exclusivo de comerciar en ellos.
Los ingleses la continuaron con el celo que suelen
aplicar en todas sus empresas, estableciendo, en el
paraje conocido hoy por el retiro^ su factoría, que por
extensión se denominó el asimlo, como el contrato.
Anulada la concesión hecha á Inglaterra, continuó
4a importación de negros al Río de la Plata, ya por
asientos otorgados á particulares para que los condu-
jesen del África directamente, ya por compras que se
contrataban en otras provincias americanas. Mucííoü
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 111
de estos negros fiieron exportados mediante contratos»
como artículos de comercio. El empleo de los esclavos
no tomó en el Río de la Plata la magnitud que en
algunos par^yes del Perú, de Tierra Firme y de Nueva
fispaüa» porque no se explotaban minas en aquel país
como en ¿tos, ni se cultivaban tanto las tierras. Muchos
esclavos fueron destinados al servicio (iuiuéstico, en el
coal se distinguieron geaeraimeute por su inteligencia
y su fidelidad.
LIIL — 3Iezcla y rango de las razas humanas
Cómo se infiere de lo expuesto hasta aquí, varias
razas concurrieron á componer la población americana
desjuics del descubrimiento. El territorio estaba ya
poblado, cuando los españoles lo invadieron, por la
raza que cuenta, entre sus caracteres exteriores, el
color bronceado ó aceitunado más ó menos obscuro de
la piel. Á ella se agregó la blanca de los conquista-
dores, y éstos inti'odiyeron la negra. Se reunieron,
paes, en América las tres grandes razas en que se
divide la especie humana. Los hijos que han nacido en
América de personas de la misma raza, y por cuyo
medio éstas se lian perpetuado en el Nuevo Mundo, se
ban denominado : indígenas^ como sus padi*es, los de
indios ; y criollos los de europeos y los de negros.
Los hom!>res europeos no tardaron en tomar por
Quieres á las americanas ; y, aunque más raros los
ejemplos, los hubo de uniones de indios con mujeres
europeas. De estos enlaces nacieron los mestizos, 11a-
iLadus así por auionomasia. Los indios se unieron fre-
c-uentemente con negras, y los negros con indias, y
estas cruzas dieron generaciones de zambos. No ha
sido muy raro que hombres ó mtyeres de la raza blanca
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112
BOSQUEJO HISTÓRICO
se enlazaran con migeres ú hombres de la raza negra.
De estas relaciones sur^eron los mtdatos,
Á su vez los iiiclividuos (le las ti*es razas Imn solido
imirse ya con criollos ó riiestizos, \ a coa mulatos ó
zambos, ya con los descendientes de estas mezclas, y
se han formado así generaciones en las cuales se han
fuiulido U» caracteres de todas las ra/as.
La blanca lUe, durante la dominac ión españuia, ver-
daderamente privilegiada. Los españoles eran, salvo
muy contadas excepciones, los únicos llamados á desem-
fH'fiar |Juestos pi'il>Ii('Os. Ellos fueron íamlmii, general-
mente, los que explotaban las grandes industrias, ios
que ejercían el comercio, y los que poseían el inflijo
[tulítico y mucha parte del prestigio social. — Los crio-
llos, hijos de espa fióles, no podían partieipar de las
funciones aduiinisirativas, ni su consejo inüuía en la
marcha política de las colonias ; la costumbre los ale-
jaba también del comercio, sobre todo si procedían de
iioliles. Descpiidiontcs do los <-(in(iUÍbíadores, 6 de ricos
mercaderes, ó de altos funcionarios públicos en su
mayoría, se dedicaban más á gozar de la fortuna ó de
la posición de sus padres que á trabigar. El salón y
la iglesia eran los lugares preferidos de su entroieni-
miento. — Los mestizos seguían á los h^os de espa-
ñoles en el orden descendente de la escala social, y
venían luego los mulatos, los indios, los zambos y los
negros que formaban la plebo, eran r»cnpados v\\ los
trabajos rudos ó poco estimados de la colonia, y menos
gozaban de la consideración de las clases superiores.
Los trabajos, las guerras, las enfermedades conta-
giosas, el descuido, el rigor del tratamiento, la vile/a
moral lí que estaban más ó menos reducidos, fueron
causas de que los individuos de las razas indígena y la
alHcana, los mulatos y los zambos disminuyeran en
número gradualmc ale, en vez de aumentar, ydeguo.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 113
algunas de estas clases tendieran á desaparecer [)or
cuDipleto en los países que colonizaron los españoles y
portugueses, ya al pasar del sií^lo XVIII al siguiente.
Sa suerte no ba sido, sin embargo, idéntica en todas
las regiones. Mientras en unas se han conservado más
los indígenas, debido á que han dominado exclnsiva-
mente extensas secciones del territorio hasta que el
{HTOgi^o de la civilización les permitiera ser conside-
rados á la par de los blancos ó poco menos, en otras
han persistido los negros á favor de leyes y necesidaiU^s
ecunórnicas que han determinado su importación en
grande escala, y en otras ban crecido en número los
mulatos por la fuerza de costumbres locales.
En el Ilío de la Plata la población indígena ha sido
en mucho tiempo más numerosa que la blanca, que la
ocgra y que las mixtas. En ios primeros tiempos de la
conquista, los españoles, los africanos, y sus b^os fue-
ron, naturalmente, muy pocos, y el número de todos
eüos vino aumentando de modo gradual ; pero nunca
fueron muchos los negros, ni los mulatos ni los zambos.
En las ciudades y villas fonnaban gran mayoría los
españoles y los criollos, sus hijos ; en los pequefios pue-
blos y en el campo, m1 contnirio, componían la miiyoría
ó la casi totalidad los indígenas y los mestizos. Cálculos
más ó menos aproximativos hechos en los primeros años
J* 1 siglo XIX hacen creer que en todo el Río de la
Piata había solamente 32 individuos de raza blanca,
(incluyendo en esta ciíra los europeos y sus descen-
die&les), por cada 120 de raza americana ; es decir^
[ioco más de la cuarta parte. El número proporcional
■It, los de raza mixta era 74, y, seguramente, la mayoría
este número era de mestizos.
8
114
BOSQIEJU HiSTÚlUCO
LIV. — La instmceión orfanluida
Los españoles hallaron á los americanos suuüdos en
la más crasa ignorancia. Fuera de las clases privile-
giadas de los imperios de Méjico y del Perá, los indios
no conocían más del mun<lo que lo que sns sonticios le
daban á conocer sin ánimo ninguno de investigar, y las
pocas nociones industriales que empíricamente se tras-
mitían de padres á hijos. Los conquistadores no traje-
ron ^^Tan caudal de conocimientos, como se ha dicho
en la Introducción de esta obra, y, sobre todo, no
importaron el afán de comunicar á los salvajes todo lo
que sabían. Se pasó, pues, mucho tiempo sin que las
autoridndes nensaran en difundir hi enseñanza primaria.
£1 primer esfuerzo delil)erado que se liizo por trans-
mitir nociones elementales partió de los misioneros. Más
que en el de otros entró en el plan de los jesuítas la idea
de fundar una (*sru»da al lado de cada iglesia, y no liabí i
pueblo sometido t\ ellos que no tuviera la suya. En estas
escuelas se enseñaba principalmente la doctrina cris-
tiana ; y, como cosa de valor secundario, á leer y escri-
bir. En las ciudades se amplia í>a este pros^rama con
elementos de aritmética. Los cabildos contribuyeron
mucho más tarde con algunos establecimientos prima*
rios, pero fueron muy pocos y no mejoraron la exten-
sión ni el carácter de la enseñanza. En las capitales de
algunas provincias íondaron seminarios los obispos y
colegios los gobiernas, en muy escaso número, en los
cuales se estudiaba la gramática latina, la filosofía
escolástica y la leoloíría. Fueron agregadas algunas
nociones de física recién á m'^ ii idos ó á fines del siglo
XVIII. Cada virreinato llegó á tener una 6 varias uni-
versidades, que enseñaron comunmente el sacerdocio y
ia abogacía. En pocas, y esioá fines del siglo meucio-
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OB lá República. oíusntai# del Uruguay 115
nado, se enseñó la medicina. Toda la enseñanza ca8i
de ios seminarios, colólos y universidades se hacía en
latía, por medio de libros que los estudiantes encomen*
daban literalmente A la memoria. El carácter religioso
era inseparable de toda clase de instrucción.
La instrucción primaria era aprovechada solamente
por los hijos de familias algo acomodadas. La inmensa
mayoría del pueblo carecía completamente de ella. Á
los estudios de los colegios y seminarios se entregaban
los jóvenes de familias pudientes, y pocos de éstos los
continuaban en la universidad.
Los tres grados de la enseñanza se difundieron muy
desig-ua luiente en el Río de la Plata. La elemental, poco
extendida, estuvo en manos de religiosos, (principal-
mente de los jesuítas hasta que ftieron expulsados),
porque su institución, á la vez que los apartaba de las
ocupaciones lucrativas á que so dedicaban las demás
clases de personas con preferencia al magisterio, que á
nadie podía enriquecer, ni aun salvar de la miseria, los
(aducía á valerse de la escuela como medio de propagar
sos creencias religiosas, y de subordinar á las doctrinas
de la Iglesia el ci iterio con que se estudiaran las asig*
naturas científicas y literarias. Las escuelas estaban
generalmente adscriptas á los conventos; pero no las
liabia en ios más, ni eran fiecuentadas i)or más de 30,
40, ó 50 alumnos. El programa de la mayoría no
compreadía más que la religión y la lectura. Algunas
enseñaban además á escribir. La mujer participaba de
«stos beneficios. Entre los monasterios que había en
lodas partes, se contaba alguno acá y allá que se
dedicaba á ensenar á rezar y á leer, y á veces á coser.
Aunque poquísimas, había también escuelas seglares
<;ue les estaban dedicadas, en las cuales se enseñaba io
mismo que en las religiosas.
La ensefianza que puede llamarse segundaria se daba
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116
BOSQUEJO HISTÓRIOO
en seminarios y colegios, que no todas las intendencias
tenían. La de Charcas contaba hacia 1800 con un semi-
nario fundado en 15(C) y un cíjleirio que databa de 1621.
Eu ei seuánano de San Crisiúbal, fundado por el deán
y cabildo de la iglesia nieti*opolitana, se enseñaba
teología, un poco de leyes civiles y canónicas» filosofia,
gramática y latinidad. En el Real Colegio de San Juan
Bautista, fundado por el Virrey del Perú, en&eñaban
las mismas asignaturas que en el otro. Lo dirigieron
los jesuítas mientras i)ermanecieron en él país, y
despueís el clero serular, como al anterior. La inten-
dencia de Tucumán enviaba su juventud al colegio de
Nuestra Señora de Loreto, ftmdado en U>00,y al Colegio
de Nuestra Señora de Monserrat, Aindado en 1085. En
la intendencia de La Paz funcionó un seminario conci-
liar, en el cual se enseñaba teología moral, tilosofía y
latinidad á 10 estudiantes. El colegio seminario déla
Santísima Trinidad, ñmdado en 1T74, enseñaba en la
intendencia de Santa Ciniz de la Sierra teología moral,
íilosíjiía y giamáüca. Años más tarde, en 1783, se
laudaron en la intendencia del Paraguay el Keal Colegio
seminario conciliar de San Carlos, en el cual se cursó
teología dogmático-moral, teología escolástica, rtlosofía
y latinidad; y en la intendencia de Buenos Aires el
Keal Colegio de San Carlos, en el cual se fundieron dos
cátedras de latín que se habían establecido en 1772 y
otras dos de filosofía que se abrieron en 1773. El pro-
grama del colegio comprendió estas materias : pnuia
de teología, vísperas, nona, metafísica, lógica, latín y
retórica, sintaxis y rudimentos* Los alumnos íüeron ttd
en 1802.
La dirección de estos establecimientos fué coníiada á
clérigos, aunque ba^o la autoridad del virrey. Cada uno
tenía un rector, un vice-rector y un cancelario ó minis^
tro. Los alumnos eran de dos clases : capistas y cok-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 117
gmks 6 seminarislas. Los capistas eran por lo común
jÓTenes que por tener sus familias en el mismo lugar
en que osta ha o\ rologio, asistían sólo durante el
tiempo de las lecciones. Los colegiales y seminaristaSt
al contrario, eran los que residían permanentemente en
el establecimiento, sujetos á su disciplina en las aulas y
lacra de ellas. Estos alumnos vivían en comuniil.id,
según reglas monásticas, como si á todos se les educara
para clérigos. Oían misa todos los días, en seguida de
dejar la cama. Mientras comían guardaban silencio
riguwwo, para oír la lectura de un libro de religión.
Y fuera de estas horas rezaban varias veces al día.
Toda la enseñanza estaba fundada en la autoridad de la
iglesia. La fé y la memoria eran las únicas aptitudes
paestas en ejercicio. La observación y la investigaciuu
racional estaban proscriptas.
Arriba de los colegios se encontraban las universida-
des, porque en ellas se terminaban las carreras profe-
sionales que en América podían esuidiarse. La primera
universidad que tuvieron las poblaciones situadas al
£8te de los Andes ÍUé la que en 1622 se flindó en la
provincia de Tucumán por virtud de bula del papa
Gre^'-orio XV y cédula de Felipe IV, con facultad de
Conferir los grados de bachiller, licenciado, maestro y
itíctoTn El curso de teología tenía las cátedras de prima,
Tisperas, cánones, moral y escritura; el de derecho
civil se componía de kis materias de prima y vísperas;
y el de álosofía comprendía dos aulas : la de primero y
la de segundo año. — Al año siguiente se instaló la
Real y Pontificia Universidad de San Francisco Javier
en la provineia de Clianvis. á consecuencia de bula y
cMula del papa y rey nombrados. Las materias que en
ella se enseñaron fiieron las mismas que se enseñaron
en la de Tucumán v además dos años de latinidad.
kmhos establecimientos tueron conñados á los jesuítas ;
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118
BOSQUEJO HISTÓRICO
pero en seL^uida de su expulsión vinieron á reemplazar-
los los religiosos de san Marcos de Lima en Charcas y
los de san Francisco en Tiicumán.
Carlos III decreto en 1778 que se fundara otra uni-
versidad en Buenos Aires, pero ese decreto no se ejecutó
mientras los españoles dominaron la intendencia. Sin
embargo, se abrieron escuelas especiales, con el fin de
suplir basta cierto punto la falta, y de dar á la
enseñanza extensión en sentido en que todavía no la
había tenido en uiiíguna pai Lc del virreinato. Una de
ellas fué la escuela de teología» cuyos cursos deberían
durar tres años. En los dos primeros se enseñaría
teología escolástico-dogmática y en el tercero teología
moral. Pero, fundada en 1776, se suprimió en 1784.
Otra de las escuelas fué la de náutica» que se creó en
1796 con audacia revolucionaria, pues su programa
había de comprender la aritmética, el álgebra, la
geometría, la trigonometría, la cosmografía, la geografía
y la hidrografía. Otra fué una Academia de dibiyo y
escultura que fundó en el mismo año el Consulado, con
no menos atrevimiento, animado por el propósito de
ampliar sus cursos más adelante adaptándolos á la
carrera del comercio. Ambas, pero principalmente la
primera, dieron resultados satisfactorios; mas, como
habían sido abiertas sin autorización del tley, hubo que
solicitarla. La resolución de Carlos IV llegó á Buenos
Aires hacia 1801: era de que se cerrasen aquellas
escuelas, porque no necesitaba la America enseñanzas
de puro liyo. Habiéndose creado el tribunal del proto-
medicato, dispuso el mismo rey, mejor inspirado esta
vez, que se estableciese una cátedra de cirugía y otra de
medicina. La primera se abrió en 1801 y la segunda ea
1802, con un profesor cada una. En esta escuela se
formaron los primeros médicos nacionales del virrei-
nato, que recibieron su diploma en 1806.
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í
DB LA REPÚBUCA ORISNTAL DEL URCOUAY 110
Resulta de lo expuesto que cualquiera de los jóvenes
rasdentes en toda la grande extensión del virreinato
del Río de la Plata que quisiera estudiar la carrera
ei^iasiásüca ó la abogacía, tenía que ir á la universidad
de'nicuinán ó á la de Charcas; y que les fué indispen*
>able trasladarse á Buenos Aires á los que quisieron
ser médicos» y aun esto, recién á los tres 8iglo6 de
cmnenzada la conquista.
La ciencia económica estaba sumamente atrasada en
los siglos XVÍ y XVII. Recién para fines del sigb XVIII
hizo algunos progresos, pero bUs verdades abstractas
96 habían difundido pbcoyse aplicaban escasamente.
Esta es la causa de que no se tuviera idea exacta de la
riqueza de las naciones cuando se descubrió la AnK-rica,
Xii mucho después. Se pensaba en Europa que el indivi-
doo más rico era el que tenía más dinero; y que así
Umbién la riqueza nacional consistía en acumular gran
eanüdad de moneda, 6 de metales que pudieran redu-
cirse á moneda.
Bate concepto indujo á los conquistadores y colonos
españoles á buscar en América oro y plata; y á los
reyes, á apropiarse una parte de estos metales á título
<ie impuestos. Exploraron con ahinco todas las tierras
iUe ocuparon. Hallaron ricas minas á lo largo del Mar
del Sud, ^Océano Pacíüco), las explotaron y extrajeron
plata y piedras preciosas en grandes cantidades.
Aquellos países eran ricos porque abundaban en tales
minas. Al contrario, los países en que no las hallaron, y
qae sólo cultivaban la agricultura ó la ganadería, eran
l>aises pobres.
De aquí fluyeron dos consecuencias. Es una que
Qúentras en los países tenidos por ricos se dedicaba la
I
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120 BOSQUEJO HisrróRico
^ente en gran número al trabtgo de las minas, y
aumentaba rápidamente la población, y el gobierno se
aplk'iiba ron esmero á li;icerlos prosperar» en los teni-
dos por pobres no se fomentaban las industrias ade-
cuadas á ellos por la acción de los particulares, ni de
los gobiernos, de modo que, habiendo en reaUdad
abundantísimos elementos naturales de riqueza, las
poblaciones se conservaban poco activas y pobres, y
progresaban poco ea número por no apreciarlos como
merecían.
Y es la .segunda de las conseeuencias que, así como
la industria ruinera tomó grandisimo incremento, no
floreció ninguna otra. La menos desatendida fué la
nfirricultura. Se cultivó la caña de azúcar en algunas
rc^iiones: el añil, el cacao, el alg^odón, el caté, ol
tabaco, el maíz y el trigo en otras. Juzgando que si en
América se fabricara con la materia prima no tendrían
las poblaciones americanas necesidad de importar
mucbos de los productos manufacturados ó íiibriles que
recibían de España, y que de aquí se seguiría ]ñ dis-
minución del dinero llevado á la Península, se prohibió,
salvo escasas excepciones, que en América se fabricar
ran cosas que pudieran recibirse de Europa. Esta pro-
liibición lu»^ una de las causas secundarias que inii>idie-
ron á la industria tomar el vuelo que naturalmente
hubiera podido tomar sin ella.
Todos estos hechos, como que son generales, con-
vienen parlicularmt-aie al iíío de la Plata. Lus españo-
les no hallaron en él, como en M^ico, en el Perú y en
Chile, minas de metales preciosos. Aun en la agricul-
tura distaba mucho de igualarse á otras regiones : no
se sacaba de sus tierras la caña do azúcar, ni la cas-
carilla, ni el añil, ni el cacao, ni el tabaco, ni el cafe;
ni se cultivaban el algodón y la cochinilla. En el
siglo XVI se producía trigo y maíz, y ésta fué en los
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í
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 121
siguientes su producción agrícola digna de aten*
dón. De los animales que abundaban en sus campos se
aprovecharon la carne y el sel>o en todo tiempo, así
como la lana de la vicuña. Más tarde se aprovechó el
twto del ganado vacuno. La fabricación estuvo redu-
cida, pues, puede decirse, hasta el último tercio del
siglo XVIII, á la de harina, de bizcochos y de cecina
^came salada seca), cuyos productos excedían á las
necesidades del consumo local ya en el primer siglo de
la conquista. Pero estas ramas de las industrias agrí-
cola y pecuíU'ia eran poro estimadas; por la misma
razón no se ensayaron otras que habrían podido desen-
volverse poderosamente ; y de ahí que el Río de la Plata
hubiese sido reputado pais pobre, durante más de dos
siglos y medio. El reinado de Carlos III, tan benéfico
para España, lo fué también para la América. Con ideas
inás exactas del valor relativo de las industrias y de la
libertad en explotarlas, untó al pensamiento de consti-
tuir el virreinato del Río de la Plata el de modificar en
sentido liberal las leyes que impedían á los hoplatenses
airear útilmente sus iüerzas industriales, y lo puso en
obra acordándoles la facultad de exportar á España y
álas otras ])rovincias americanas los artículos que pro-
íiHjese (1778). Desde esta fecha tomaron notable incre-
msnto las industrias que ya se ejercían, y se desarro-
llaron otras ; por manera que á flnes del siglo compren*
día la producción, en cantidades relativamente grandes,
caeros vacunos al pelo, cueros en correas, cueros de
caballo» de camero, de lobo marino, de león marino,
pides finas, pieles de cisne; carne salada, charque,
sebo, aceite de ballena, grasa de ballena y de lobo
üiarino; cerda de caballo, lana de oveja, de vicuña, de
dpoca, plumeros; astas, barbas de ballena; harina, etc
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123
BOSQUEJO HISTÓRICX)
LVl. - La navegaeléa
Cediendo siempre coa lógica indecible al erróneo
concepto de que España no podría enriquecerse de otro
modo que excluyendo á todo el mundo de cualquier
ganancia que piitliera hacerse en las Indias, ó con
ocasión de las Indias, el gobierno prohibió sevei^amente»
desde los primeros tiempos de la conquista, que se
recibiesen en América otros buques que los de propie-
dad (le españoles; y romo al principio emplearon éstos
embarcaciones construi<las en el extranjero, aunque de
propiedad suya, se prohibió en seguida el empleo de
naves que no ñieran hechas en Espafia, á fin de que el
dinero no saliera al resto de Europa, ni i>()r pagar el
precio de buques. La América era propiedad de i^lspaña*
y ésta quería usar sola el derecho de gozarla. Á tai
punto se llevó el ri^or de aplicación de tal doctrina,
que, icnierosos de quo por falta de navios de fabrica-
ción española obligai^a la necesidad á emplear algunos
de fabricación exirai^jera, se prohibió la venta á los
6xtrai\ieros de los barcos hechos en España, y se alentó
con pi'emios á los cun.>iructores nncionah.s. Á nu Uiados
del siglo XViil se expidieron cédulas en virtud de las
cuales se estimaron después como construidos en Es-
paña los navios fabricados en cualesquiera puertos de
las Indias. Se debió ésto á que las construcciones espa-
ñolas eran insuíicientes para satisfacer las necesidades
del tráfico, y á que por tal motivo los españoles habían
tenido que comprar embarcaciones extrai^jeras. La
medida iiu i¡a[iidió que se infrinirieran las leyes prohi-
bitivas; por manera que hubo que repetir estas leyes
varías veces en el curso del siglo XVIIL
Cumplida esta condición, era indispensable que las
naves que hacían la carreia á las In lias salieran de
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(
DB LA REPÚBLICA ORIBNTAL BEL URUGUAY 123
(Miertos de España : no podía recibirse en ningún puerto
de América, á no ser por gracia especialmente otor-
gtda, buque al^runo proccdentx} de puertos extranjeros.
Y aúü los que saliesen de España necesitaban licencia,
y (precian de la libertad de elegir puerto*
La licencia debía ser otorgada, al principio, por el
rey para cada viaje. Más tarde, hacia 1535, se autorizó
para concederla á los oficiales de la Casa de contrata-
cióii, cuya práctica continuó constantemente, después
de un corto tiempo en que la facultad estuvo reservada
al Consejo real de Indias. (1609-1613) Con todo, ciertas
naves gozaron el privilegio de navegar sin la licencia
«ie la Casa de contratación, en virtud del permiso per-
petuo que del Rey recibieron para villar á determina-
dos puertos de América.
Los buques provistos de licencia para las Indias no
podían salir libremente de cualquiera puerto de España.
En los primeros años del siglo XVI sólo estuvo habili-
todo el de Sevilla, para despacharlos y recibirlos. Hacia
liabilitó además el puerto de Cádiz, pero los
«despachos estuvieron subordinados á las autoridades de
Sevilla. Con motivo de haberse trasladado á aquella
^dad en 1718 la Casa de contratación, se invirtieron
ios papeles : ambos puertos siguieron despachando y
K^ibiendo las naves mercantes, pero el de Sevilla
quedó subordinado al de Cádiz. La ciudad de Málaga
solicitó en 1667 que se le acordara, como á Sevilla y
^'ádiz, ei privilegio de despedir y recibir por su |)ucrto
ios buques de su propiedad que navegaran para las
indias ; pero no le ftié concedido, porque se pensó que
perjudicaría al rey y al comercio. Sin embargo, en el
decurso del siglo XVIII fueron habiliudos los puertos
de Málaga, Barcelona, Santander, Corufia, San Sebas*
Üán y otros para que mandasen sus respectivas naos á
^itrios puntos de América, y las recibiesen de retorno.
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124
606QUBJO HISTÓRICO
Las islas Cananas gozaron desde mediados del siglo
XVI la facilitad muy limitada y varias veces modificada
do que sus l)ari^os hicieran el viaje de ida y vuelta de
los puertos habilitados de las Indias.
Tampoco pudieron las naves dirigirse á cualquiera
puerto americano. Desde el principio del tráfico f<?
dispu>o que los navios no tendrían más puerto habili-
tado en Nueva España (M^ico) que el <le Veracruz ; ni
en Tierra Firme (Venezuela) que el de Cartagena; ni las
provincias del Perú que el de Portobelo (situado como
ol anioiiov en el |?olfo (!♦• Darien.) Esta disposición rig-ió
durante mucho tiempo. Recién en 1728 se habilité el
puerto de Caracas para las procedencias de San
Sebastián; cerca de medio siglo más tarde se habilita-
ron los de Cuba, Snnto Dominíro, Puerto Rico y Margra-
rita para los buques que i^rocedieran de los puertos
habilitados de Espafta; y á los pocos afios de tomar
esta medida (1778) se permitió que gozaran de igual
autí^rización al/^'-iinos puertos de Chile y del Perú.
Ku cuanto al Río de la Plata, estaba prohibido que
entraran en sus puertos otros buques que los que desti-
naban los conquistadores á transportar tropas, colonos,
animales y mercancías en cumj)liniu nto de los contra-
tos que otorgaban con el rey. Recién á principios del
siglo XVII, consiguieron los habitantes de Buenos
Aires, gracias á que el Portugal y sus posesiones perte-
necían á la corona de España desde 1580, que se per-
mitiera navegar á unas poquísimas embarcaciones
propias entre su puerto y los del Brasil, Guinea é islas
cercanas. Este permiso, que duró seis años, ñié reno-
vado (le tres en tres anos varias veces por repetidas
instancias y no sin vencer serias diíicuitades. Aunque
en términos muy limitados, los buques mercantes
empezaron á viajar entre el puerto de Buenos Aires y
los de la Península durante la primera mitad dei siglo
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I
DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 125
XVIII. Hasta 1778 la navegación con España no había
podido exceder de dos buques anuales de á 100 tonela-
da de porte cada uno, y no era mucho más considera-
ble la permitida con las cosías del Brasil y del África.
Ea aquella fecha el rey Carlos III se propuso cambiar
completamente la situación del Rio de la Plata y, á la
vez que le dió un virrey, le permitió que sus puertos se
comunicasen libre mcnie con los de Es[)afia y los demás
ie la América española. Esta libertad me tan favorable
ala navegación, que los buques despachados en Buenos
Aires á fines del siglo para los puertos de la Península
faercm de 70á80 anuales. En 1803 entraron en los
puertos del Río de la Plata 100 buques y salieron 102;
1804 los entrados íUeron 148 y los salidos 83 ; en
1^ entraron 136 y salieron 92. La ?ran mayoría de
tttos buques fueron españoles, como es natural; pero
ios hubo también franceses, ingleses, portugueses,
hamburgueses, dinamarqueses, holandeses, prusia-
etc., en cantidades que crecieron de año en afio.
En los primeros años de la conquista salían las naves
le España y volvían de América cuando á sus dueños.
^ parecía bien y de á una, como hoy se acostumbra»
Ptto si los españoles estaban codiciosos de las riquezas
las Indias, no lo estaban menos los extranjeros.
^ como á éstos no les favorecía el derecho de conquista
como á aquéllos, ya que no podían navegar legalmente,
^ di^a á piratear. Á los piratas, que abundaban en
todo tiempo, se agregaban los corsarios en tiempo de-
i^^uerra; y unos y otros f)erseguian la navegación es|)a-
^la, sobre todo la que se mantenía entre España y los
Pwtos americanos de Veracruz, Cartagena y Porto-
Wo, Esta persecución obligó á los particulares á
^'vimentar el porte y la tripulación de las embarcaciones
y á armarlas, para facilitar la defensa. Mas, siendo esto
insuficiente, el rey procuró protegerlas destinando en
1.
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126
BOSQUEJO HISTORICO
1520 la Á)'>na(ia de la guardia, conapiiesla de 4 ó 5
buques, y poco después la Af*jnada de la avetia, á per-
seguir los ladrones del mar» Ordenó además que los
barcos regresaran de H^ico y Tierra Firme formando
grupos, á fin de que pudieran auxiliarse recíprocameute
en caso de iK;ligro« Como este medio hubiera dado
buenos resultados, se prohibió que anduviesen buques
sueltos entre aquellas tierras y la Península, y se mandó
(loül ) que los mercantes que se dirigieran á Voracruz,
Portobcio y Cartagena marchasen reunidos y militar-
mente mandados, ó sea componiendo flotas^ y escolta-
das i>or armadas (escuadras) de galeones^ b^o las
órdenes do un eapiián general y de un almirante*
Andarían todos juntos hasta llegar á las Antillas; aquí
se dividirían ó irían : parte» hojo el mando del general,
á Veracrii?, y los demás, bajo el mando del almirante,
á Cartagena y Portobelo ; esiai iaii en estos puertos el
tiempo i*eglamentario, se reunii ian luego en la Habana
y regresarían á Espafia. Desde 1561 salían las flotas de
los puertos españoles dos veces por año. Durante la
guerra de sucesión al trono de España «jue se sostuvo
al priQcipiar el siglo XVIII cesaron las ilotas y los
navios navegaban sueltos á pesar de los peligros ; hecha
la pa2 se dispuso (1720) que saliera una flota cada año
para Portobelo y Cartagena y otra para Puerto Rico y
Veraciiiz, pero sin perjuicio de la navegaaón aislada;
desde 1757 salió una cada tres ó cuatro años y en 1778
se suprimieron para siempre las expediciones con-
voyadas.
La uavegaeión al iiío de la Plata y á los puertos de
Chile y del Pei*ú no estuvo si^jeta á las reglas de
seguridad que se acaban de resumir. Por su escasa
importai.ria, \n)v la distaiieia á que se liaeía, y por la
éiioax en que comenzó, no tuvo necesidad de tantas
precauciones.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUOUAT 127
LVII. — £1 comercio de mereancias
No existió la libertad de comerciar con las Indias.
Los nacidos en España, de padres españoles» con resi-
dencia en su patria, no podían comerciar con las Indias
sin obtetier permiso previamente a cada remesa. Nadie
podía mandar mercadería desde puertos extranjeros; ni
los extranjeros podían comerciar desde España; y ya se
sabe que se tenía por extranjero aún al nacido en
España, si eran extmnjeros los padres, y éstos no eran
eatólicos, no habían renunciado á su patria, no pagaban
tríbulo al rey y no tenían una residencia de más de diez
años. Esta prohibición impuesta á los extrai jeros, no
se cumplía, empero, fielmente, pues los nacidos íucra
de España y sus hijos se valían de españoles para que
éstos hicieran el comercio como suyo, mediante una
comisión ó una participación en las ganancias.
Lo dicho aí^erca de la navegación demuestra que,
aún los españoles autorizados para ejercer acto de
comercio, tenían que hacer sus remesas de puertos
determinados de España á puertos determinados de
América, en determinadas épocas del año. Así como las
flotas con las mercancías españolas y los dueños se
dirigían á Veraciniz, á Portobelo y á Cartagena, con-
currían al primero de estos puertos los comerciantes
de Nueva España, al segundo los del Perú, y al tercero
los de Tierra Fuine, por sí ó por medio de represen-
tantes, llevando consigo barras de oro y plata y otros
íhitos. Reunidos en ellos los mercaderes de América y
de Esi>aña hacían las compra-ventas y los cambios
durante el tiempo señalado por la ley, y, terminado
éste, los comerciantes de la Península volvían á ella
con las cargas de frutos y de metales preciosos, que
eran conducidos : aquéllos en las flotas, y éstos en los
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128 BOSQU£JO HISTÓRICO
«raleones, y se retiraban con lo < omprado los negocian-
tes de America á sus respectivas plazas, desde doude
distribuían las mercaderías á todas las proyindas del
virreinato.
Á rtn de (jue las romjira-veatas y trueques se hicieran
moderaudo los precios por la concurrencia de muchos
á un tiempo en demandar y en ofirecer^ se estableció en
Portobelo, hacia 1575 una feria ó mercado, en el cual
todos exhibían sus ohjeti's y o[)eraban m¿íá ó menos
notoriamente, eviuíüdu¿e los abusos que de otro modo
se cometían en cuanto al precio y á la calidad. La
feria se estableció sólo en Portobelo, porque parece que
los mercaderes del Perú se distingan de los demás de
America por la mala fé con (jue procedían en sus tratos.
Pero como la experiencia demostró que, además de
moderarse los precios, se uniformaban éstos y se con-
cluían las operaciones con rapidez suma, quedando los
mercaderes y las naves habilitados para regresar a su
origen al poco tiempo» con notable reducción en los
gastos, los de Nueva España consiguieron que se esta-
bleciera otra feria en Veracruz cu 1728.
Era cosa sobreentendida que, en principio, todos los
artículos que se reuiíiiesen á las Indias habían de ser
elaborados en £s] aña ; pues siéndolo en el extranjero,
aunque pasasen por España, perjudicaría la industria
manufacturera y fabril de este país, y obligaiia á
exportar una parte proporcional del oro y de la plata
recibidos de América.
Pero esta re¿rla sufría :.uaierosas excepciones en la
práctica. Por un lado sucedía que ios fabricantes espa-
ñoles no producían cuanto la América necesitaba, y
era forzoso que los comerciantes ocurriesen á las
fábricas de fuera del reino. Es así que los lienzos venían
de Francia, Silesia, Sajonia, y algunas ciudades libres
de Alemania á las casas que nacionales de estos países
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BE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY. 129
tenían establecidas en los puertos habilitados de
España, y que también venían de fuera otros muchos
artículos, como instramentos metálicos, objetos de cris-
tal ó vidrio, el marfil, el papel, la cera, la especería,
Ls sombreros, las medias, los botones, las telas listadas
de lino, etc., á pesar de lo mucho que los españoles se
qoqaban de que, yendo todo esto á América, á Francia,
i Flandes, á Italia y á Alemania aprovechaba el oro con
que .América lo pagaba, y á pesar también de los pre-
mios que el Rey decretó más de una vez por estimular
la fabricación nacional. Mas fberon inútiles tales medios
para evitar los peijuicios, porque se mantenía intacta
su causa principal, que era la habilitación de un par de
puertos para todo el comercio de América, pues así
estaba monopolizado todo el comercio de exportación
[x^r unos pocos mercaderes y éstos forzaban á las
fábricas á conformarse con los escasísimos precios que
^aisierau darles, las privaban de ganar y de todo esti-
mólo, y las ponían en la imposibilidad de prosperar y
aun de sostenerse.
Por otro lado tomó increíble fuerz t la corrupciíui de
ioü funcionarios encargados de impedir ei conü*abando,
asi en América como en España. No era raro, en
tiempo de paz, que los comerciantes extranjeros desem-
barcasen en las costas americanas sus mercancM'as,
burlando la vigilancia de las autoridades ó contando
con su connivencia. En tiempo de guerra de alguna
potencia con España, se creían todos autorizados para
prevalerse de la situación embarazosa de ésta y comer-
^:iar francamente con sus colonias. Hay que agregar
qae los franceses se prevalieron del privilegio de tener
bctorfas en América, para comerciar más de lo que era
lícito, y que los ingleses autorizados para recil)ir en
frutos del país el precio de los negros que vendían,
llevaron á tan alto grado el abuso en comprar produc-
o
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130 BOSQUEJO HISTÓRICO
tos amer icanos y en vender los suyos i»iopioR, th*sde qxiv
sucedieron á ios Iranceses en el goce del asiento, que eJ
rey de Espaila, no consigoiendo corregir el mal de otrc
modo, revocó el permiso en 1740, cuyo acto ftié origei
de líi guerr.i que .unlias naciones sostuvieron hast.í
1743. Al contrabando que se hacía ea América se agre-
gaba el muy considerable que se hacía en los mismos
puertos españoles, trasbordando mercancías de loa
buques extranjeros á los dr' hi earrera de Indias,
mediante un premio que se pagaba á los funcionarios
públicos por consentir. La inmoralidad se hizo tan
habitual, que, hecha pública, á nadie causaba escán-
dalo. Era taui!>i<''n frecuente que las naves saliesen ea
regla de los puertos de Cádiz y Sevilla; y que so pretexto
de mal tiempo arribasen á otix>s puertos y allí comple-
tasen su car^a con mercaderías extranjeras.
* Todos estos hechos, nniy conocidos en Europa, dieron
inari^aMi á que se dijera que España era la garganta por
donde las dem<is naciones absorbían las riquezas de la
América.
No era permitido mandar lil)reniente á los puertos de
ésta ni aun iodos los productos de las fábricas espa*
ñolas. Entre las cosas cuyo comercio no podía hacerse
sin permiso especial del rey estaban las alhajas de oro
y plata, estos metales aunque no (Estuviesen hif>rados,
las piedras y i>erias engastadas o por engastar» toda
clase de moneda, aunque Aiese la de vellón. La prohibi-
ción no era menos absoluta respecto de los libros de
romance (¡ue ir;i taran de materias proíanas (') lUbulosjis,
de las historias íin^ridas, de las ariuitó ofensivas y defen-
sivas, y del hierro de Lieja, fuese en barras ó en obras,
como azadones y clavos. Estas prohibiciones fueron
dictadas desde el siglo XM. A mediados del siglo XVIII
se prohibió introducir en America aguardiente de
Levante, y algunos ahos después se publicó un regla-
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I
DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 131
Dentó en que se indicaban menuduinente cuáles erau
ios artículos en que se podía comerciar y cuáles no.
Tales filaron las reglas generales que regieron el
•'Mnercio exterior de la América. Á ellas se agregaron
cas, dictadas especialmente para el Río de la Plata.
Mientras fueron parte del virreinato del Perú, no tuvie-
ra las provincias rioplatenses la libertad de comer-
..u- directamente con España. Se prohibió a bbolu ta-
féate este comercio desde que se inició la conquista,
poique, como no producían Buenos Aires y el Paraguay
«ro, ni plata, no tenían con qué pagar las mercaderías
'lueles viniera de Europa, á uo ser f[iic tivajeseu aque-
llos metales del Perú, de Chile ó de Potosí. Pero, trayén-
üok»« resultarla que los comerciantes del Pacífico se
Terían obligados á restringir sus negocios, con gran
[i'rjuicio del iiioviiiiiento que se operaba ¡)or Portobelo,
y no era sensato sacrificar tan cuantiosos intereses por
^ivofecer á comarcas pobres como eran las del Plata.
Ri06 este criterio en todo el siglo XVI ; y mientras
tanto fué necesario que las poblaciones del Par.íguay y
Buenos recibieran directa ó indirectamente del
Perú, á lomo de muías, las mercaderías de que habían
loeneRter* cuando no podían conseguirlas en mejores
condiciones y clandestinamente de los dueños del asiento
dd esclavos ó de las colonias portuguesas.
No por eso dejaron de representar los mercaderes
^ Buenos Aires con insistencia desda el siglo XVI que,
8i la población no aumentaba y se carecía de lo más
preciso para la vida, se debía á lo diticil y caro del sis-
(eioa quo se seguía, no á imposibilidad de adquirir con
propios productos lo que se necesitara ; y, concretando
sus aspiraciones, solicitaron que se les j)erin¡tiera la
entrada de todo género de ro|)as y mercaderías, ea la
ioteligencia de que aquel puerto era el más adecuado
it toda la costa, así como el cambio en el Brasil, Guinea
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132 BUSQUEJu HtóluHitü
ó islas inmediatas, (que entonces pertenecían á España)
de los frutos projiios por ropa, i ierro y demás cosas que
las pobiacioues necesitaban. El goUieruo accedió por
vez primera en 1602 permitiendo á los bonaerenses que
comerciasen en navios pro[)íos durante seis allos con los
menciuii¿idos puertos, perú á condieión de que el total
exportado no había de exceder de '¿úiK) láiiegas de
harina» 500 quintales de carne salada y 500 arrobas de
sebo, y de que no se exportaría cosa alguna á ninguna
otra pane por mar ni |>or tierra.
Quiso Córdoba aprovecharse de esn concesión para
comerciar por la via de Buenos Aires ; el gobernador de
la Asunción proveyó negativamente ; la audiencia de
Charcas revocó esta providencia ; no obedeció el gober-
nador y ocurrió en queja al Consejo de Indias ; y el Rey
resolvió el conflicto prohibiendo á Córdoba y á todas
las ciudades de la provincia de Tticumán el tercer el
comercio que quería, á no ser en caso de mucha nece-
sidad, previo consentimiento del Gol>ernador del Para-
guay, y en la cantidad estrictamente indispensable.
(1606)
Al vencerse el plaío solicitó Buenos Aires una pr6-
rros'a ilimitada en cuanto á las cosas y al tiempo, pju'a
que las ocho ciudades que á la sazón había en la pro-
vincia, comerciasen con los puertos españoles, condu-
ciendo sus flrutos y los de retomo en buques propios ó
arrendados. Informaron el ('onsulado de Indias y la Casa
de contratación oponiéndose á la concesión porque,
disminuido ya el comercio de América para entonces,
más se perjudicaría desde que por abrirse un nuevo
puerto á las jiruvuicias del PerA dismiiniiría el movi-
miento mucixo más imi>oriante de Portobelo de moda
que acaso las flotas tuvieran que viagar una ves cada
dos años en vez de hacer un vii^e anual. El rey resolvió
en 1618 declarando que no convenía al comercio en
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D£ lA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 133
general abrir la contratación con España por el Río de
la Plata ; pero, no obstante, concedió á las ocho ciuda-
des, por tres años, la facultad de enviar á los puertos
españoles dos buques de cien toneladas cada uno, y de
vender en las provincias interiores del Perú algunas de
las mercaderías que trajesen de la Península, pagando
en la aduana que para el efecto se estableció en Córdoba
el 50 por ciento de ciertos derechos que los géneros
debían.
En los años posteriores se reprodi\jo muchas veces la
petición de los comerciantes de Buenos Aires, y otras
tantas la oposición de los del Perá y de España, quienes
la fiindiiban en los perjuicios que sufría el comercio que
se hacía por Tierra Firme y en que los pueblos del Plata
tenían todo lo necesario para vivir y podían pasar sin
vender los efectos de su industria, tanto más, cuanto
su importancia era escasa. Por su parte agregaba el
Consulado de indias que el comercio permitido al iíío
de la Plata en los años anteriores había fomentado el
Uíctto que hacía con las colonias portuguesas inme-
a. atas. Y todos coüctJiUabaü en ([ue era iiuiispcnsable
volver á la prohibición absoluta del siglo XVI. Pero el
permiso de 1618 fué renovado durante todo el siglo XVII
y tres cuartos del XVIII, sin la menor ampliación, á
pesar de que la feria de Portobelo había sido suprimida
j habían cesado las ñotas á mediados de este tíltimo
9glo» y de que desde 1765 regía en otras provincias de
América una ley de comercio libre. Extendió Garlos ni
los efectos de esta lev al Río de la Plata en 1778, al
crear su virreinato] y restablecer la real audiencia de
Buenos Aires, é igualó el comercio del Plata al del resto
de América, en virtud del reglamento general de comer-
cio libre que promulgó en el mismo año 1778, cuya
libertad consistiría en comerciar sin limitación con la
Península y con las demás provincias americanas, aun-
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134 BOSQUEJO HISTÓRICO
que conservando la prohibición de comerciar con los
estados ei[trai\|eros.
Dosñe esta fecli i aceleró mucho el pro^areso de
todo ei Rio Ue la Plata, sobre todo el de Buenos Aires.
En los cinco años que corrieron desde 1792 hasta 1796
no viajaban ya dos buques anuales entre España
capital del virr»M¡].iio, sino quo iban 56 y volvían i7,
término medio; y no se iimiuba á 2uO toneladas la
exportación y á otras tantas la importación, sino que
los efectos exportados á España anualmente impor-
taron mas do 5 millones de pesos y no meaos de la
mitad los importados de que se tomó cuenta en la
aduana, á los cuales se agregó probablemente otro
tanto que pasó de contrabando.
Kl conicrrio lícito exclusivamente americauo, q\w
había estado reducido al de his procedencias del Perú,
tomó rápida extensión y aumentó en actividad. Los
géneros recibidos de España en el mismo quinquenio
íuri(Mi vendidos en mucha parte á comerciantes de
Chile, del Perú, de Potosí y del Paraguay. Se les ven-
dió además á los primeros crecida cantidad de yerba-
mate y de muías. Y Buenos Aires recibió en cambio :
vino, de ^íendo7a; aírnardienie, de San Juan: ponchos,
trazadas y pieles, de Tucumán; tabaco, maderas y
yerba, del Paraguay; azúcar, cacao, canela, arroz,
sal, etc., de Lima ; plata y oro de alg^unos de esos países
y de Potosí. Mucha importancia tomó también el
comercio con la Habana, de donde recibió en cambio
de sus productos primos y elaborados animales y vege-
tales, sú azúcar, sus dulces, miel, cacao, café, aguar-
diente, areneros de hilo, maderas, etc.
Puede juzf>ai*se del aumento que se operó en el
comercio exterior en los anos siii^^ientes, si se considera
que las rentas de la aduana de Buenos Aires, que impor^
taron casi el término medio de 390 mil pesos en cada
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DE Lk REPÚBLICA ORIENTAL BEL URU0UAT 135
uno de los años corrí los desde 1791 á 1795, subieron
eD 1802 á cerca de 858 mil pesos.
Ccm estos adelantos comerciales coincidió un creci-
miento inusitado de población. La provinria, que no
contaba con más de 38,000 habitantes cuando se creó
el virreinatOp tuvo á los veinte años 72,000* Y para
fines del siglo había ascendido á 40 mil personas la
población de la sola ciudad de Buenos Aires, y ;i 50 mil
para 1807. Así se palpaban los electos de la libertad.
Las guerras que tuvo que sostener £$paña con Ingla-
terra en los primeros años del siglo XIX, no sólo en
Europa, sino también en América, perjudicaron g^ran-
demento ol comercio del Río de la Plata y las reiacioneí»
con la Península, y red^je^on á penoso estado la
hacienda pública y las industrias del virreinato. Esta
^iUmciún se prolongó por la guerra de independencia
ea que muy luego se empeñaron los españoles contra
la Francia. Pueblo y gobernantes de Buenos Aires,
tKosados por la necesidad, buscaban fuentes nuevas
Je recursos. Se reunieron los hacendados, (1809) y
pidieron al Virrey en elocuente memoria que se abriera
d puerto ai comercio con Inglaterra, (que de enemiga
se había convertido en aliada de los españoles) y la
libertad comercial tomó entonces una extensión que
nunca había tenido, y que iuíiuyó poderosamente, así
el orden económico como en el político del Rio de
la Plata, y aun en la suerte de la América española
toda.
136
BObQU£JO HISTÓRICO
SECCiÓiN Ui
Sucesos políticos del Rio de la Plaia, hasta 1810
Lo8 conquistadores de las tierras que antes de crearse
el virreinato del Río de la Plata coiiij)us¡eron la provin-
cia de Tucumán se habían servido, para someter á ios
indios, de las armas y de las misiones religiosas. La
experiencia demostró que, si bien por la ítaerza se
vencía á los íikIí^vikis, no se ganaba su voluntaria
obediencia v muciio menos su afecto, sobre todo si eran
los bravos pampas ; mientras que por la persuasión y la
blandura se les atraía, se les amansaba, se les habi-
tuaba al trato de los europeos, y se conseguía su liruie
adiiesión con relativa facilidad, particularmente si
eran tapes ó guaranís. Los gobernantes djdl Paraguay
tuvieron también ocasiones de experimentar la respeo*
tiva eficacia de los dos medios ; y tal persuasión los
indujo á favorecer elestablecimieuLode misiones u reduc-
ciones en el Paraguay, en el Guairá, y en Buenos Aires,
confiando la empresa á clérigos de varias órdenes.
Las misiones lomaron mucho incremento, so])re todo
después que la provincia de Buenos Aires se separó de
la del Paraguay, debido á los poderosos auxilios de la
Corona y al empeño con que á fUndarlas y fomentarlas
se consaijrarüu los reliíriosos de la Compañía de Jesús
en el lerri torio del Guaira. Emplearon en ello suma
habilidad y constancia, combinando la astucia, la man-
sedumbre y la violencia. Solían despertar la curiosidad
de los salvajes por medio de la música y del canto*
ruando los ttMiían cerca los e^chortaban ofreciéndoles
tranquilidad, alimentos y otras vent^yas. Los indios se
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DE LÁ REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 137
dejaban someter á la vista de abundantes rebaños de
ov^as« cabras y ganados mayores, y ante la perspectiva
de no sufrir las inclemencias de la vida agreste 6 de los
comendatarios. Los convertidos servían i)aru convertir
ásu vez, pues de ellos se valían los jesuítas para hala-
gar ¿inspirar conüanza á los inconvertidos. Cuando,
Bagada á este punto la tarea, se temía no poder prose-
guirla felizmente, se cercaba á los refractarios, se les
obligaba á la obediencia, y la mañosa zalamería ope-
raba el resto de la conversión. Así es como las reduc^
cienes progresaron rápidamente.
H primer edificio de cada grupo, era una iglesia;
luego se ediíicaban la escuela, los talleres, la cárcel, la
mansión de los directores, el cabildo y las casas en que
baliitarian ios indios. Las iglesias eran construidas de
piedra y ricamente decoradas. Las casas eran de adobe,
blanqueadas con una especie de arcilla, cubiertas de
leja, y con anchos aleros á los lados.
El cura párroco era el jefe ; él y sus ayudantes ense-
Baban á los neófitos la doctrina católica, la lectura, la
escritura, y los oficios que más conviniera ejercer; les
proveían de cuanto necesitaran para vivir, asistían á los
eotermos y presidían á su disciplina ó gobierno político,
dvil, económico y religioso. Los indios elegían sus fluí*
cío:, anos civiles éntrelos de su raza, aunque bajo la
dirección ó el consejo de los jesuítas, lo que equivale á
<iecir que las elecciones eran una ficción de las prácti-
cas democráticas, adoptada para conciliar el instinto
salvaje de libertad con la sumisión impuesta.
Todos trabajaban y tenían su vivienda en terreno
que poseía cada familia separadamente, y que culti-
vaba. Los principales ramos de cultivo eran la yerbá-
bate, el maíz, el algodonero y las raíces y legumbres
que mejor podían producir las tierras. Los indígenas
aprendían y ejercían también oficios, de los utilizables
138 BOSQUEJO HISTÓRICO
en el puet>io, y tejían lienzos las indias. A algunos se
les perfeccionaba en la caligrafía, y se les empleaba de
copistas de los documentos y libros que los padres
escribían. Se ha ponderado el primor de algunos de
estos trabajos.
. Se les hacia creer que ganaban el precio de su labor»
y que la propiedad rafz era suya. La realidad no era
a?^í. enipoi'o. Toda la propiedad era común; es 'decir,
eouiún de la Compañía de Jesús. Todos los producios
de la industria se depositaban en grandes almacenes»
Magistrados especiales distribuían diariamente entre
los iiidividutís del pUf!»lo lo (pie lml>icran menester para
satisfacer sus necesidades. Los jesuítas vendían lo
sobrante. Exportaban en grandes cantidades la yerba-
mate, la carne salada y los cueros. Se ha calculado
que no poseían menos de dos ni ilíones de cabezas de
ganado a mediados del siglo XVIIL Con el precio de lo
que vendían adquirían los artículos europeos de que las
reducciones carecían. Y todo era jiropiedad de la Com-
pafiía, como lo eran el terreno y los edificios. Los
indios no tenían, pues, más que el ^roce de los bienes
comunes, en la medida que sus directores juzgaban
conveniente. Por este medio y el poderoso auxilio de la
educación reli¿^iosa consi-iiió la rompañía acumular
grandes riquezas, esumular la ntl ion de los indígenas
al trabajo, y afirmar su servidumbre; pero anuló la
personalidad de sus siervos, incapacitándolos para
obrar se^^ún su propia iniciativa.
El guaraní era la len¿^ua (¡ue lodos usaban en la vida
privada y en la ofícial; algo se enseñaba del castellano
á los indios, pero á nadie hasta que lo hablase y á
pocos hasta que lo entendieran mediocremente. Así
aparentaban los jesuítas «pie satisfacían ei senuaaenio
de las autoridades españolas, pero realmente conseguían
tener á los naturales aislados del infliyo de la civiliza-
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DE LA REPÚBLICA ORIEOTAL DEL URUGUAY 139
dón colonial y sumisos en todo al de la Compañía de
JesúSt para cuyo mejor efecto había ésta prohibido que
los españoles residieran en las reducciones.
IIX. ~ Los niuiicliieoB y 1m ledncdones JosafUm
* Los roamelucos de la colonia brasileña de San Paulo
empezaron sus violencias apoderándose de las lierras
vecinas y de las tribus salv£^es próximas que pudieron
doinmar. Cuando las tierras y los indios escasearon en
aquellos parajes, los paulistas extendieron sus empresas
hacia el poniente; invadieron el territorio ti e Guairá yaun
penetraron en ei Paraguay. Exploraron así vastos desier-
tos, situados entre las capitanías del Brasil y las reduc^
cienes de los jesuítas, obraron en ellos como dueños,
láciliíantlo al gobierno brasileño la tarea de apropiarse
de Matogrosso que más tarde llevó á cabo» y se apodera-
ron en el Guairá de gran número de ganados y de indios
reducidos, validos de que éstos no podían defenderse por
falta de armas. Su acción devastadora fue tan inmensa,
que se calcularon en muellísimos miles los ganados
robados y en más de 60 mil los guaranís cautivos.
Estos hechos infundieron terror en toda la extensión
del Guairá. La j)ol)lación escapada al cautiverio huyó
al Paraguay en parle, y el resto, que no excedía de \2
mil personas de las 100 mil que habían sido antes de
las malocas de los paulistas, abandonaron la provincia
en lü31 y vini^M nll á poblarse á ambos lados del Uru-'
guay, al Sud del río Y-guazfi, bajo la dirección del
padre Montoya. Ciudad Real, Villa Rica, Espíritu Santo
7 otras poblaciones de menor importancia fueron des-
iniidas por los mamelucos.
Éstos persiguieron á las poblaciones fugitivas hasta
en sus nuevas posiciones, acometiéndolas solos ó alia-
dos con naciones salvajes del Brasil ; pero, habiendo la
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140 BOSQUEJO HISTÓRICO
Compaíiia obtenido del rey permiso para ai^marse, los
terribles invasores se encontraron después con resisten-
cias iiue les costaron caras y al fln se retiraron escar-
iii*Miíatlos, aunque dispuestos á connmiar sus actos de
barbarie al Norte, aprovechando la anarquía y la debi-
lidad del gobierno paraguayo.
Los jesuítas ftandaron desde 1631, al Sud del Y-guas6«
á ambos latios Jel üraffu?iy, nuiuerosos pueblos que han
sido desigriados con el nombre colectivo de los Pueblos
de las misiones. Las Misiones orievUales^ situadas al
Norte del Ybicuy-guazü, constaron de 7; las Misiones
occidentales de 23. De aqni que para designar la totah-
dad de olios se haya oinplea<lo hxsta princi[)¡os del
siglo XIX la expresión de los Treinta pueblos de las
misiones. El número de los pobladores creció rápida-
mente : á los cuatro años de la traslación reíoii«l.t eran
más de 19 mil los hombres ol>li-ados á pairar el tributo
personal» y ascendía á 125 mil el número de los indios
de ambos sexos. Este número subió á 160 ó á 170 mil
pai'a el año 1660.
LX* — Poderío, Insarreedéa j extrafiamiento de los Jesuítas
La Compañía de Jesús había adquirido en Europa,
pura mediados del siglo XVlll, un gran poder intelectual
y político, que debió á su saber y al tesón con que pro-
curó influir en la vida privada y en la pública, á favor
del ministerio relÍGfioso ([ue ejercía y del fanatismo do
todas las clase .> sociales. L< >s hombres superiores, menos
ofuscados que la generalidad por sus sentimientos mís-
ticos, y más libres para juzgar la significación y la
trascendencia de los traba,jos jesaiiicos, se persuadieron
de que la Compañía no tenia por íin principal difundir
las prácticas piadosas, sino que se servía de su sacer-
docio para llegar al dominio del mundo. No alarmaron
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0B LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 141
menos los trabajos que ejecutó en América. Se había
apoderado de casi toda la enseñanza que se daba en las
escuelas, los colegios, los seminarios y las universida-
des; consiguió loner irresisiibie prestigio en todas las
conciencias, y lo mantenía con especial cuidado en las
clases más pudientes; gobernaba las reducciones con
independencia casi completa del poder real.
A estos hechos de carácter general vino á agregarse
uno puramente accidental, pero que acabó de formar
convicción acerca de la vasta y ambiciosa empresa*
Habiendo celebrado en 1750 un tratado de límites los
gabinetes de Madrid y Lisboa, según el cual sería el
no Ibicuy-guazü una de las lineas divisorias de las
posesiones americanas de ambas coronas, fiieron encar-
gados el marqués de Valdelirios por España y Gómez
Freiré de Andrade por Portugal para que dirigiesen los
^rab^jos de demarcación. Como ios siete pueblos de las
Misiones orientales vendrían á quedar en territorio
portugués, los jesuítas se manifestaron dispuestos á
buscar otro terreno, en las posesiones españolas, para
trasladarse á él así que hubiesen recogido los productos
de la tierra, resignándose con la dura necesidad de per-
der sus fincas, y pidieron plazo.
Mas lo utilizaron |)ara armar á sus guaranís y orga-
uizar vigorosa resistencia á la delimitación tratada por
los soberanos rivales. Asi que tomaron posiciones estra*
líégicas escalonando sus fherzas, comenzaron las hostili-
dades. Largo tiempo se em[)leó en neírociar un some-
timiento voluntario; pero, siendo intuües ios esíuerzos,
partieron á la vez tropas españolas del Plata, y tropas
pcMrtuguesas del Brasil, obraron de acuerdo, y vencieron
á los insurrectos después de varias acciones sangrien-
tas, en las cuales las huestes de ios jesuítas perdieron
miles de hombres» cañones, muchas otras armas y
estandartes (1753-1756).
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142 BOSgLLJi) HISTÓRICO
La alarma que motivó la conducta de los jesuítas en
los centros oficiales de Europa se manifestó por actos
violentos. El ^jfohit'rau do Portiig^al decretó en 1759 el
extrañamiento de la Comi^iñ::! de todo el territorio de
la corona ; fué expulsada de Francia tres años después ;
lo fué de España en 1767, y en seg^uida de varios esta-
dos italianos. No filó desterrada del Brasil hasta el año
17ti8. Los padres íueroa conducidos presos á Lisboa ;
unos quedaron presos aquí y los demás flieron envía*
dos á los estados pontificios. En el Río de la Plata
tuvieron lu^'-ar el extrañamiento y el embarque para
España en 1767 y 1768, de cuyo país fueron remitidos
también á los dominios de la Iglesia. Tanto en el Brasil
como en el Rio de la Plata se confiscaron sus bienes y
se aplicaron <'l sostener estaI»le».Hiii<'nt()s de instrucción
y de beneíicencia ; y los colegios, seminarios y univer-
sidades que ellos dirigieron se confiaron á clérigos de
otras órdenes. El papa Clemente XIV abolió la Com-
pañía en 177o.
LXL — El doMlolo de los temftot frosterlioi eoa el BtmO
Ya se ha dicho (XXX) que, aun ruando los reyes de
España y Portugal habían acordado en el trauido de
Tordesillas que sus dominios de la América se dividie*
ran por una linea meridiana que pasase á 360 leguas al
Oeste de las islas do Cabo Verde, sliruit run discutiendo
acerca de los puntos terrestres por donde pasa la línea
ideal, y, por lo mismo, acerca de si ciertas tierras per-
tenecían á una corona ó á la otra. De aquí resultó que
mientras los adelantados que venían ;d Paramiay baja-
ban en Santa ( 'atalina reputándola donunio dei monarca
español, los portugueses sostenían que los de su rey
llegaban hasta cerca del río Uruguay. Fuera de buena
ó de mala fé, el hecho real era que las dos monarquías
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BB LÁ REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUOUAT 143
durante largo tiempo pretendieron que les pertenecía
exclusivamente el territorio situado al Norte del río de
la Plata, entre el Uruguay y Santa Catalina.
Los españoles descendieroíi varias veces en las costas
del Atlántico, del Plata y del Uruguay durante el siglo
XVI, lucharon con los salvajes y ejercieron otros actos
de autoridad ; pero incurrieron en el error de obrar
íieiapre de paso á la Asunción del Paraguay y de mudo
que sus hechos no podían considerarse sino accidentales.
Ño tr£úeron ni una sola vez el propósito de sojuzgar
i los charrúas y guaranís que poblaban las márgenes
de los ¡orrandes rus do esta zona, y menos el de establecer
coloüicis permanentes, pues el fuerte que hizo levantar
Caboto en 1527 en donde el San Salvador echa sos
aguas al Uruguay, los ranchos que edificó Juan Romero
eii 1550 en dondo desagua el arroyo San Juan, y la
m:onsimcción de San Salvador por Zarate en 1574
fberon actos que no correspondieron á ning(m plan
serio, y que, por esto mismo, carecieron de estabilidad
' orno que todas esas construcciones desaparecieron al
poco tiempo de iieciias. Pasóse también el siglo XVII
sio que los españoles hubiesen hecho otra tentativa de
ocupación enti*e el Uruguay, el Cuareim y el Plata, que
una reducción de indios chañas ñindada liacia 1(350 por
padres franciscanos en la pequeña y anegadiza isla del
Vizcaíno, que queda cercado la desembocadura del río
Negro, cuya reducción se llamó de Santo Domingo
Soriano (1).
No necesitaban más los portugueses, codiciosos de
estas tierras, para defender su ambición, y para sentirse
animados á extender sus posesiones. En efecto, las capi-
tanías, sobre todo la de San Vicente, que, como se ha
üicbo, era la más meridional, empezó á ensanchar sus
(t) Se iraslatió cfte pueblo, al logar que Itoy ocupa, on el afio 1708.
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144 BOSQUEJO HISTÓRICO
fronteras occidentales, y el gobierno lusitano directa*
mente autorizó ocupaciones que avanzaban en la zona
disputada. Donó en 1054 las tierras de Santa Catalina á
Francisco Díaz Vello; y, no habiendo tenido licinpo este
para colonizarlas, porque fué muerto por un pirata
inglés, el Gobierno Uevó á cabo la colonización oficial-
mente con familias (]ue liizo conducir de las islas .Azo-
res. Sus avances eoniinuaron muy luego hacia el
Poniente, hasta llegar casi al río Uruguay, con cuyos
hechos provocó las guerras y negociaciones diplomá-
ticas que ¿e relaiaruii cu los siguientes artículos.
LXn. — La C«lMÍ» iél 8sen««Bto
Para el último cuarto del siglo XVII, habían llegado
las desí^^racias de España, como se sabe, á un írrado
extremo. Aprovechóse de ellas el regente de Portugal,
don Pedro, para ordenar al gobernador de Río de
Janeiro que ñmdase una colonia en la isla de San
rfat)riel 6 en un {taraje próximo del río de la Plata que
le pareciera más conveniente. El gobernador, que lo era
el maestre de campo Manuel Lobo, se embarcó con 4
compañías de á 200 hombres, con artillería y con
varias familias de colonos, llegó á principius de D>sO al
lugar indicado, estableció en la margen septentrional
del Plata la colonia que denominó del Sacramento, y la
fortificó. El gobernador de Buenos Aires reclamó la
evacuación al de Río de Janeiro; éste se negó, alegando
que la colonia estaba situada en territorio portugués;
fué necesario recurrir á las armas. Las fortificaciones
ftaeron asaltadas y tomadas el mes de Agosto del mismo
año por un numeroso cuer^to de españoles, mulata s y
guaranis de las Misiones en cuya operación se conduje-
ron éstos valientemente. De la guarnición portuguesa
murieron 200; los demás cayeron prisioneros, incluso
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DE LA REPÚBLICA ÜRIEKTAL DEL URUGUAY 145
el gobmiador Loba. El ejército de Buenos Aires tomó
lodci ia artillería, armamento y municiones del vencido.
Lobo falleció de pesar.
Asi que el gobierno portugués tuvo noticia de los
hechos ocurridos, entabló negociaciones, las cuales
JitTon por resultado el tratado provisional Ue 1<)8I
(7 de Mayo). Se estipuló en él que la colonia ÍUese
devuelta á las autoridades del Brasil con sus armas,
artilierfa, municiones y habitantes que permaneciesen
en Buenos Aires; que el gobernador bonaerense bLiiu
amonestado por su conducía; que el gobierno portugués
restituiría las usurpaciones de los paulistas, sí las
hubiese, y <]ue ambas coronas nombrarían comisarios
para quo demarcasen el límite común de sus posesiones.
Se nombraron las comisiones y se acordó que ios por-
tugueses devolverían :iOO mil indios y los ganados
robados por los mamelucos, y que los españoles podrían
comerciar con el Sacramento. La colonia fué entregada
on ios;;, pero hubo de parte de los portugueses tan
poca disposición de llegar á una solución en la cuestión
de límites, que los comisarios nada concluyeron, y la
posesión del Sacramento, que había de ser de .muy
corta dui'ación, se prolongó mientras la dinastía
austríaca estuvo en el trono de España, y aún des-
pués.
Esta posesión flié disputada posteriormente por la vía
<iiplomática sin éxito ninguno, pues la corona de Por-
tugal la defendió á titulo de primer ocupante. Guando
los borbones sustituyeron á los austríacos en el trono
de España se renovó la cuestión y como los portugueses
no cedieran, en cuanto éstos entraron en la liga que
bvorecía la pretensión de Austria recibió orden el
fotemador de Buenos Aires para que se apoderase del
teramento. Fueron llamados otra vez los guaranís del
Paraná y del Uruguay ; en gran número (4000) sitiaron
to
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140 BOSQUEJO HISTÓRICO
la plaza á fines de 1704» y á los seis meses se retiró la
orua tuición abandonando la artillería y las municiones,
cuando llevaba ya aíios de ocupación ecnstante.
Terminada la guerra de sucesión, celebraron los
españoles y portugueses el tratado de Utrecht de 1715
(Febrero). Los primeros se obligaron á entregar la
colonia rvn un territorio liiniiado pui el alcance de un
cañón; y ios scí^nindos se obligaron á resii luirla Siempre
que los españoles ofreciesen dentro de año y medio un
terreno equivalente. Al cumplirse este acuerdo preten-
dieron los portuíj iK ses que como antes de 1705 habíanse
poblado en otros punios de la orilla izquierda del Plata,
debía devolvérseles, además del pueblo, los otros
terrenos que habían abandonado por la fuerza; pero
España se atuvo ai iraiado de 1715 e hizo en 1716 la
enti-ega según se había esupulado.
No impidió ésto que los rioplatenses y los brasileños
fflguieran disputándose terrenos, cuyas cuestiones eran
ocasionadas en parte por la demora en efectuar la
subrogación que en 1715 se había dejado pendiente.
Después de un asedio infructuoso á la colonia (1735) y
de laboriosas negociaciones vino á acordarse por el tra-
tado de 1750 que anuló todos los tratados anteriores y
estableció la línea ([ue en lo futuro bci)araría los domi-
nios del rey de Portugal de los del rey de España. En
cuanto al territorio oriental del Uruguay interesaba, la
línea partiría de la barra del Chuy, seguiría por las
cumbres de las montañas h-ista hallar el origen del Río
Negro, de aquí hasta la principal fuente del Ibicuy, y
luego á lo largo de este río hasta el Uruguay. Así, pues,
la colonia del Sacramento vendría á ser del rey de
España y las Misiones orientales del rey de Portugal :
y para que no hubiera duda á este respecto, ambos
monarcas se cedieron expresa y recíprocamente esos
territorios. Se quiso dar tanta firmeza á este tratado.
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1)E LA REÍ^ÚBLICA ORiLMAL DKL URUGUAY 147
que se pactó su subsistencia aun cuando sobreviniese
Li.ú ru¡ilura entro las dos coronas.
Los comisarios nombrados por ambas partes comen-
zaron su tarea por el extremo Sud de la línea ideada,
sin mayor diñcultaj) ; pero ellas fueron apareciendo y
creciendo sei:ú:i avanzaban hacia el Norte, no sñlo por
la oposición que hicieron los jesuítas de las siete
misiones orientales del Uruguay, sino también porque
algunos de los puntos indicados en el tratado de 1750
no tenían correspondencia en el terreno, do lo cual se
originaron frecuentes discusiones insolubles. Se vio así
que el tratado no era fálcimentc ejecutable; y ya por
ésto, ya porque ninguno de ios dos gobiernos estuviera
satisfecho de haberlo firmado, convinieron en 1701 anu-
larlo completamente, volviendo las cosas al estado que
habían tenido antes de 1750. £s decir que continuaría
el Sacramento en poder de los portugueses y las Misio-
nes en poder de los españoles.
En el mismo ano celebió Carlos III con Luis XV, de
Francia, el Pació de familia de donde resultó que
España y Portugal se encontrasen en guerra, y que,
por orden de su gobierno, tomase la isla San Gabriel y
sitiase el Sacramento el gobernador de lUienos Aires,
que lo era el famoso general don Pedro Ceballos. El
sitio duró 25 días. £1 jefe de la plaza, don Vicente da
Fonseca, tuvo que capitular el 20 de Octubre de 1762,
aunque con los lioaores de la guerra. Los vencedores
tomaron en el puerto 2G buques ingleses cargados, y en
k plaza mercancías y efectos de guerra valuados en
más de 20 millones de pesos.
Pocos días después llegó una escuadra anglo-lusitana
de once buques, que venía á reforzar la guarnición con
SOO hombres. Al saber su jefe que los portugueses
hftbían capitulado, se propuso retomar el pueblo é hizo
ftiego á sus fortificaciones. Hacía 4 horas que se s>oste-
i
üiyilizüü by GoOgle
nía, cuando se incendió e! Lord Clwe, de 54 ca&oncs,
que tenía á honio 340 hombres. El buque se perdió; de
hus tripulantes be .salvarou soiumeüte 76 y el resto de
la escuadra se retiró.
Mas sobrevino la paz en 1763; y como las potencias
sentaron en principio la restitución de todo lo que
hubiesen tomado duranie la guerra, abordaron particu-
larmente sus majestades Católica y Fidelísima que se
devolviesen la colonia y la isla de San Gabriel á los
í>ortugiieses, lo cual verificó Ceballos á fines del mismo
año, entregándolos artillados como entuban cuaudu
fuen)n tomados.
Esta paz no se hizo efectiva en el Río de la Plata,
debido á que las usurpaciones de los portugueses con-
tihuaron sin emboi:*). Tanta magnitud tomaron en los
doce afios siguientes, que Carlos 111 vióse obljirado.-i
emprender la guerra nuevamente y á mandar be^o las
órdenes de Ceballos, que vino con el tftulo de Virrey,
doce buques de guerra > unos cien transpon. 'S ron OOiX)
hombres de desc^mbaKo. V^ta expeibciou llegó al rio
de la Plata en Mayo de 1777, tomó el Sacramento sin
hallar casi resistencia, y se dispuso á llevar adelante la
campañ a, ruando la iiilrrrtimpií'» la i;<jUcia dr que los
reyes Ixdigerantes habían celebrado ua tratado preli-
minar de límites en San Ildefonso, el mes de lictubre
del mismo año.
Se declaro vn el : que se ratilirabaii li>s tratados de
de 1715 y de 1703 en iodo aquello que acttial-
mente no se derogase; que pertenecerían privativa-
mente á la corona do España los terrenos de las dos
in;trgen<:s del Plata y did Uruguay, liasia donde desem-
boca el río Pequirí ó Pepirí-guazú, em[)ezando la línea
divisoria en el arroyo Chuy y corriendo por la margen
de la laguna Merim y las cabeceras del río Negro y de
los demás que <iesa;zuan en el Uruguay hasta las del
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I»E LA REPÍ'BLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 149
Pepirí ; que ninguna de las dos naciones ocuparía las
lagunas Merim y Manguera, ni las tierras situadas
entre ellas y el mai\ ni una faja t^ue se tni/^iría hasta
el no Pepirí en todo lo largo de la línea, para que fuese
oeutrai ; y que se nombrarían comisarios para que se
demarcasen los límites.
Esie tratado dió íin á la contienda de españoles y
[loriugueses respecto de la colonia del Sacramento, la
cual fué poseída por los primeros constantemente desde
que, en cumplimiento de las estipulaciones de 1777, fué
enti^egada al representante de Carlos líL
LXni. La peuinsiiU de Mautevldeo
Persiguiendo su propósito de a{tropiarse toda la costa
del río de la Plata, y estando en paz las dos naciones
rivales, el gobernador del Brasil ordenó que una parte
de su escuadra penetrara en la bahía que bafia la base
del «:erro Montevideo y ocupase la península que queda
^ la parte opuesta.
Así se intentó en 1720, pero no pudo llevarse á cabo
la empresa, porque buques españoles que recorrían las
«oslas descubrieron A los intrusos y los obliíraron á
retirarse. Se repitió alguna otra vez la tentativa y se
frustró igualmente* Pero en 1723 vino un navio con
artillería y tropas, desembarcaron 200 hombres y cons-
iruyeron un reducto.
Así que este hecho fué conocido por el gobernador de
Buenos Aires, que lo era el genersd don Bruno Zabala,
se entabló un cambio de comunicaciones. Mas, como no
consiíjuiera el gobernador esp¿tiiol pui este medio que
ki6 ocupantes desistieran de su intento, despachó fuerzas
mar y tierra para que los batieran. No hubo necesi-
dad de derramar sangre : el jefe portugués se dispuso á
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150 Bc>SQUEJO HIST6RIt\>
evacuar la jíenínsuia en cuanto advirtió que ci enemigo
lo amenazaba de cerca*
El i^obernador ZaUala hizo construir fortiñcaciones
entonces para impedir que en lo íuiuru se repitienin
tentativas eonio la que acababa de abonar, y los porlu-
grueses no disputaron más el dominio de este punto.
Poco después (1T2()) ftindó Zabala la ciudad de San
Feiipe y Sr^ntiago de Montevideo; rei)artió euire los
pobladores los terrenos encerrados por los límites seña-
lados á la ciudad, después de haberlos fraccionado en
solares (pi<» tenían cincuenta varas de frente por otro
tanto de fondo; reparfi*'» l<>s ierreno<; drl .jid.), tlividiiios
en suertes de chacra, separadas unas de otras pov calU s
de doce varas de ancho; y dispuso que lo restante de
las tierras se dividiesen en suertes de estancia, que
tendrían media leí^ua de frente y uua y mk «lia de fondo.
La jurisdicción de Montevideo que-ló deierminada «le
este modo : al Sud, el rio de la Plata ; al Oeste, el
arroyo Jofré (Cufré); al Este, el cerro Pan de azúcar y
la eu'^hilla que le siíjue en dirección al Norte, hasta
tocar la cuchilla Gran'le ; y al 2\orte, esta cuchilla hasta
las puntas del arroyo Jofré ; cuya superficie mide poco
más 6 menos cuarenta lepruas cié oriente á occidente y
veinticinco de Norte á Sud.
LXIT« - £1 Ufo CSrui4e v las Misiones
A fivor 'i- -I tratado de 1750 había iiv;iiizado la ocu-
pación portuguesa, ix)r el Este y el Norte, hasta el
arroyo Chuy y cerca del río Cuareim; es decir, por todo
el Río Grande y las Misiones orientales; pero no habían
usa lo <le reriprocidaí] devolviendo la colonia del Sacra" ,
mentó. Anulado atiuel tratado \íov el de 1761, delucron
los portug'ueses volver á stis antiguos límites, desalo-
jando los territorios de Río Grande y de los siete pue-
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)
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 151
i Jos de Misiones. No procc<lieron así, sin ombarpro;
razón i>oi' ia cual Cebailos, gobernador de Buenos Aires,
intimó tanto al ^biemo del Brasil como al jefe militar
de Río Grande, que evacuasen las tierras indebidamente
ocupadas, tan pronto como tuvo noticia del ultimo tra-
tado. La reclamación fué reiterada en el siguiente año
(1762) sin conseguir resoltado alguno.
Uega poco después al Rio de la Plata la noticia de
íiiio. como consecuencia del Pacto r^c familia, había
esíiallado la guerra entre las dos curoiias de ia Penín-
sula ibérica. Este suceso movió á Cebailos á conseguir
por las armas lo que no había podido obtener amisto-
samente. Tomí^ el Sacramento, como ya se ha dicho,
marchó luego hacia el Este á principios de 1763 y tomó
sucesivamente el íüerte de Santa Teresa, construido
sobre el Chuy, el castillo de San Miguel más al Norte,
V la ciudad de Río Grande de San Pedro al Oeste de la
la^'una de los Patos. El fuerte de Santa Teresa estaba
defendido por numerosas tropas (600 hombres según
vmos, 1500 según otros) pero huyó la mitad de la guar.
nición al ser sitiada y se rindió la otra mitad. No hizo
ninguna resistencia San Miprucl. Y fué tanto el terror
que se apoderó de la plaza de Río Grande, que huyeron
las tropas y el ] ueblo dejándolo todo y ahogándose
muchos al atravesar el río. El vencedor tomó toda la
artillería, mt mas y municiones, y muchos prisioneros»
La paz de 1763 obligó á devolver la colonia del Sacra-
mento, pero no el territorio de Río Orando ; por manera
que las cosas quedaron como se había pactado en 1761,
poco más ó menos.
Ni los rápidos triunfos de Cebailos, ni el tratado de
1763 impidieron que los portugueses continuaran porfla-
<iamente en la ejecución de su pensamiento de apro-
piarse el Río Grande. Invadieron en 1764 algunos
puntos de este territorio y pretendieron navegar en el
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152
BOSQUEJO HISTÓRICO
río de igual nombre. En 1767 atacaron la ciudad y la
tomaron. El primero de estos hechos ftié reclamado por
e\ «^^obernador de Buenos Aires; el segundo lo obligó á
enviar un i Uvv\)o de S(H) hombres, el nial rci uperó la
ciudad y reclamó el desalojo de los otros puntos ocupa-
dos por los portugueses abusivamente, sin conseguirlo.
Los usurpadores si^ruieron su obra. Estos hechos deter-
minaron al rey de España á decretar la írrande expedi-
ción de 1776, que vino al Plata b^jo las órdenes del
virrey Ceballos.
Al pasar por Santa Catalina, en Febrero de 1777,
desr inbarcu íuerzas en la ensenada das Vanaveirds. El
gobernador abandonó las fortificaciones y luego capí*
tuló cediendo la isla y sus dependencias al rey de
España. El virrey se propuso invadir por varios puntos
el territorio de Riu (brande y ordenó al gobernador de
Buenos Aires que maix^hara á la frontera con las ftierzas
disponibles. Mas tiempos desfavorables forzaron á Ja
escuadra á diriírirse al Río de la Plata. Entorpecido el
plan por est.i contingencia, decidió Ceballos lomar el
Sacramento, y volver luego á Kio Grande. Ya se sabe
cómo Secutó este primer paso. Á los pocos meses se
puso en camino hacia el Este ; pero se había celebrado
la pa?: entre los nmnarcas español y portugués: y, como
el iratudo (le límites de San Ildefonso dejaba el Rio
Grande del lado de Portugal, cesaron las hostilidades y
se devolvió Santa Catalina.
Aunque los ]>ortu<Tnieses se connivieron despucs.
durante varios años, volvieron, al concluir el siglo X VIH,
á invadir, no todavía terrenos españoles, pero sí la 2ona
neutral de la frontera que se extendía desde Santa Tecla
hasta el Monte Grande. Y bastó que se supiera en el
Brasil que babia estallado en la Península ibérica l¿í
guerra de 1801 para que el virrey de Rio de Janaro
ordenase una campafia y el gobernador de Río Grande
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i)K LA RKI'CbLICA UKIEZsTAL del URUGUAY 153
llamase á las armas á todos los desertores que quisieran
tomarlas. Varios cuerpos de ejercito marcharon inme-
diatamente y atacaron á la vez las guai'dias y pequeñas
guaniiciones que tenían los españoles sobre la frontera,
desde el Chuy hasta el Cerrolargo, y tomaron todos
estos puntos. Fuerun atacados también los pueblos de
las Misiones orientales en Octubre y Noviembre; los
españoles^ desprevenidoSt no pudieron resistir con
éxito, y los invasores ocuparon todo el territorio hasta
el río Cuareim.
Las tropas del Río de la Plata se dirigieron á su
tamo á la frontera oriental para recuperar las posi*
Clones perdidas. Los portugueses se refiraron, antes
quo llegaran los españoles, tanto del Cerrolargo como
de lüs Giros puntos más rueridionaies. Acaso hubieran
hecho lo mismo si las fuerzas rioplatenses hubieran
marchado á tiempo hacia el Norte; pero vino á impe
dirlo la paz que los reyes de España y Portugal cele-
braron en Junio del mismo año 1801, ios lusitanos
alegaron que el tratado no los obligaba á abandonar
las tierras conquistadas, y continuaron en posesión de
ellas para siempre.
IiXT. Lai lüTifloBes extravien». Primeros aetos
de «ntonoinía criolla
Las guerras de España dieron ocasión en todo tiempo
á sus enemigos para intentar la usurpación de sus
posesiones americanas ó, por lo menos, para Secutar
exacciones y otros actos de prepotencia. El Río de la
Plata fué en diversas épocas el objeto de empresas de
esta clase.
Estando en guerra Francia con España, vino el gene-
ral Osmat, llamado el caballero Lafontaine, por orden
de Luis XIV, en 1658, con tres naves, á apoderarse de
i
ir>4 BOSQUEJO HISTÓRICO
la ciudad do Buenos Aires. La plaza se defendió con
enei^ía. Los franceses perdieron á su general y el prin-
cipal de sus buques, y tuvieron que retirarse.
Otros franceses y alirunos holandeses y dinanianjueses
trajeron en dixersas feclias, á distintos puntos del Rio
de la Plata, amenazas más ó menos serías que nunca se
realizaron.
Los mái5 lemibles de iodos los invasores han sido los
in¿§leses. Ya en 1582 (luiso apoderai'se de Martín García
el corsario Eduardo Fontans.
Cerca de dos siglos después tomaron posesión de una
de las islas Malvinas. El virrev de Buenos Aires los
hizo expulsar |)or la fuerza á mediados de 1770; mas
Carlos III desaprobó el acto y mandó devolver la isla á
los usurpadores, si bien con la condición no reclamada
(le que más adelante discutirían los írobiernos el derecho
de soberanía. Los ingleses poseen, todavía ahora,
aquellas islas.
Las perras en que Napoleón I comprometió á Garlos
IV vu los ¡niineros años del siglo \IX dieion pretexto
á Inglaterra para emprender la conquisia del Río de la
Plata.
Se vió en Noviembre de 1805 que entraba en la Bahía
do Todos los Santos (Brasil) una escuadra ini^-lesa. El
virrey del Plata, que lo era el mai-qu(^s de Sobre-Monte,
sintió alguna inquietud cuando lo supo, se trasladó á
Montevideo, y dictó allí algunas medidas; pero, como
luego viniera la noticia de que la escuadra había
lomado la dirección del Cabo de Buena Esperanza, se
restableció la tranquilidad.
La escuadra, en efecto, había ido á conquistar el
Cabo, (que pertenecía á los holandeses) llevando á bordo
tuerzas (¿ue obedecían á las órdenes del general lii\'u\
Baird. Pero, cuando ya nadie pensaba en ella, apareció
en el río de la Plata (Junio de 1806) y desembarcó en
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DE LA K£PÚfiLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 155
Wüiime.s, íí pocMs Ippiins do Buenos Aires, los \7)in) hom-
t)res que traía. La exj>edicic>a naval ern mandada por
8ir Howe Popham; la tropa por sir Wiliiam Cars
Heresford. La dudad de Buenos Aires conlaría una
poblncitSn de 50 mil j)ersonas próximamente ; no tenía
defensa ninguna por el lado de tierra ; había en sus
depósitos mucho armamento, pero carecía de tropas
veteranas, pues el virrey había enviado á Monte-
video las que liaUía, pensariílo que <^stn era la plaza
amenazada. Algunas milicias que salieron al enciientro
délos ingrleses lUeron fácilmente derrotadas. El virrey,
en vez de or^anisiar la defensa, huyó al interior con los
caudales. Beresford intimó la rendición ; reuniéronse
ios oficiales de la plana mayor y algunas corporaciones
para delii)erar, los cuales resolvieron entregar la plaza,
y los ingleses entraron en ella tranquilamente y ocupa-
ron el fuerte y los cuarteles.
En 4 uanto esto sucedió se dedicaron dos hombres á
trabiyar por la reconquista : don Martín de Pueyrredon
y el capitán de navio don Santiago Liniers. Francés
era éste, que servía en la m arina ('Si)añola á favor de
las relaciones de las dos naciones separadas por los
Pirineos, y nacido en el Río de la Plata el otro. El pri-
mero ordenó á los paisanos de la ciudad y sus cercanías
íjue se le reunieran ; el seíj^runio ynn^ij sigilosamente á
Montevideo, obtuvo allí 1000 hombres y cañones, ven-
ciendo resistencias que le oponía la autoridad militar,
regresó por tierra hasta el Sacramento, atravesó el río,
^e puso de acuerdo con Pueyrredón. ii acarón la ciudad
á mediados de Agosto, cooj>eró el pucijlo conduciendo
á brazo los cañones y lanzando de balcones y azoteas
toda clase de objetos ofensivos, y Bei*esford se rindió á
su vez.
No por eso desapareció el peligro. La escuadra so
apoderó de Maldonado y se mantuvo en la boca del río
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156
BOSQUEJO HISTÓRICO
ílo la Plata bloqueando los puertos y osperaiiclo nuevas
tropas para recomenzar en tierra las hostilidades. Lle-
garon bajo las órdenes de sir Samuel Auchmuty v
oniMiii^fs los in^'-losei. i a acarón y tomaron á Montevideo.
(Ir ebrero de 1807.)
Como recibieran poco después nuevos reftierzos, los
ingleses, se dirigieron contra Buenos Aires en número
de mas de 13 mil huiubies, mandados por el general
^\'llitelocke. JUesembarcaron enia ensenada de Barragan
á principios de Julio; derrotaron á Liniers cerca de
Buenos Aires; el cabildo |»reparó la defensa dentro de
la ciudad ; llevaron v\ asalto los invasores ; defendióse
el pueblo ; el conibaie duró dos días y concluyó por
la capitulación del general Whitelocke, quien se
obligó á evacuar la capital del virreinato en el término
de 48 horas y la ciudad <le MontevidtMj á los dos meses;
cuyas cláusui<i> se cumplieron puntualmente.
En estos hechos hay gloria colectiva, que alcanza á
todo el pueblo por igual; pero hay algo más que, apa-
reciendo á inant-ra de germen, debía desenvolverse
rápidameiiie, uaiisiurmarse, evolucionar hasta tomar
formas específicas distintas y obrar como fuerza eficiente
en los destinos del Rio de la Plata. Ese algo es la inter-
vención do la clase de los nacidos en America, en los
sucesos de orden pú'^lico. En tiempo de paz ius espa-
ñoles se habían bastado para desempeñar solos las fun-
ciones oficiales; en tiempo de guerra, de una guerra
inesperada que no dió tiempo á que un Ceballos trajese
de España los soldados t'>paíioies que habían de defen-
der la Am ! i a de los ataques del extranjero, ni á que
balasen de las Misiones miliares de guaranis sin volun-
tad ni aspiraciones propias, fué necesario admitir el
concurso de cnollo.> y aiulaius, y darles participación
consciente en un episodic» que era á la vez acto milit^ir
y político* Débese al hecho, aunque no al propósito de
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 157
bis isiones inglesas, que el pueblo americano haya
asumido por primera vez en el püblico escenario del
Plata un papel activo y espontáneo.
SECCIÓN IV
La revolución del Rio de la Plata
LXTL — Se acentúan la antoaomia del TÍrreinato j la personalidad
palitlea del element» amerletta
Las invasiones in^^lesas tuvieron una trascendencia
tan grande como inesperada en los destinos del Río de
la Plata, y aun en los de la América española, si no
como causa eficiente, como causa ocasional.
Toda la numerosa población de criollos, mulatos,
zambos é indígenas distaba mucho de estar satisfeciia
de la dominación española. Se sabe cómo las tres últi-
mas de estas clases eran consideradas en el orden pri-
vado ! se les tenía por mwy inleriores, constantemente
sometidas, condenadas á las ocupaciones que se repu-
taban menos dignas ; es decir, pobres, si^jetas, cansa-
das y menospreciadas. La conducta de las clases infe-
riores era tran(iuila y resignada, pero no ptxiía ser
tranca, ni su cordialidad tan íirme que i^esistiese á toda
prueba . Los criollos ocupaban posición mucho más ven-
ti^osa, sin duda, pero no escaseaban resentimientos y
nvali'iades entre ellos y los españoles. Más conocedores
de la naturaleza humana, y mejores apreciadores de los
bechoSy no pensaban sin irritarse en que los europeos
los excluían de las flinciones de la vida pública ; en que
vxn en los cabildos, institución esencialmente |)0i)ular.
ae reservaban los puestos más inüuyentes y se hacían
aeompañar por los americanos más imbuidos por el
lentiiníento de sumisión á los conquistadores ; en que
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158 BOSQUEJO HISTÓRICO
fec les liabíari notado sisiemálicaaien le libertades en las
artes, en las industrias y eu el comercio, de que habían
goeado no sólo los habitautes de Espafka, sino también
las deuuLs ()n)vinrias americanas dominadas por espa-
ñoles, y que iiabia ile las veuiajas de la instrucci(Mi pri-
maria y profesional liabian sido excluidos como ninguna
otra regfión del continente. Se creían, pues, tiumillados
como nadie : su ahivez de raza se sui»lovaba á menudo
y estallaba en reerinüaauone^ que pei iurbaban la pax
de las familias, y la comunidad de desgracias favorecía
la diftisión de estos sentimientos en las clases inferiores.
Este era el estado frenmil d^- les ánimos cuando los
ingleses vinieron á apoderarse del Uío de la Plata. No
puede decirse que los americanos aspiraran á la inde-
pendencia nacional, pero sí que tenían idea do las
injusticias que sufrían, y que creían tener el derecho de
ser igualados en lodas las ventajas á los españoles, de
participar como ellos en la administiación pública, y
hasta de influir en su suerte futura con libertad mucho
más amplia que la acordada por los reyes á la Anu rica.
La conducta del virrey Sobre-Monteen 1800, cobartie
é inepta, y la de la clase militar, igualmente nula y
bochornosa, exaltaron sobremanera el sentimiento
patriótico de criollos y españoles e inspiraran el des-
precio y las burlas de aquéllos, de zambos y mulatos»
tanto más acerbos cuanto la hazaña de la reconquista
les había mostrado á todos los elementos del pueblo
cuán superiores habían sido en dignidad y^n bravura
á los «jue tenían el encargo especial de deíender el
honor y la integridad de los dominios de la corona. No
es de extrafiar, pues, que cuando, vencido ya Beres-
ford, se acercó el virrey á la ciudad para asumir el
mando, se reunieran ludas las clases populares indis-
tintamenic ante el Cabildo, pidieran á gritos que se
prohibiera á Sobre-Monte la entrada, y que le obliga*
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DE LA REPÚBLICA 0RI£2<XAL DEL URUGUAY 159
hcn á delegar en don Santiago Liniers el mando militar
) á trasladarse á Montevideo. (Agosto de 1800.)
Nueva prueba de su incapacidad dió acjuí cuaudo los
igleses abrieron su segunda campaña. Nada conveniente
üis[)Uso ; se situó fuera de la plaza, al abrigo de riesgos;
y, cuando el asalto, emprendió la retirada hacia la
colonia del Sacramento. No bien se supo ésto en
Baenos Aires, se apoderó del pueblo el furor, y deter-
minó á las corporaciones civiles á reunirse con sus
[Toliombres y á deliberar acerca de la de[)os¡ción del
virrey. Se resolvió en esa asamblea de altos funciona-
lios y de personas privadas suspenderlo en el mando
político y militar; 'pasó el primero á la audiencia y el
segundo á Liniers, (10 de Febrero de 1807) se enviaron
tropas para aprehender al depuesto en donde se le
hallase, y se dió cuenta de todo á la corte para que nom-
brase un sustituto.
Este acto, de audacia inaudita en aquellos tiempos y
lugares, luvo todos los caracteres de una revolución
verdaderamente popular. Y si el hecho es notable como
efecto de la voluntad de Buenos Aires, lo es más aún
l'oniue se operó con el concurso íranco de ios criollos,
i¿ue obraron en esa ocasión obedeciendo á. su propio
sentimiento y haciendo valer su voto como expresión de
su propio derecho político.
Carlos IV, sin darse cuenta, probablemente, de la
gran significación de los acontecimientos, aceptó la
d^KKsición decretada en Buenos Aires por criollos y
españoles y tuvo la deferencia, acaso no del todo espon-
tánea, de mandar al candidato popular los despachos
de mariscal y de virrey inierino del [Río de la Plata,
cuyo puesto ocupó Liniers á mediados de Mayo de 1808.
Ya puede suponerse el aliento que tomaría el pueblo con.
este triuni'o material y uior.il, y cuánto se robusteceríaa
iis sentimientos políticos de la clase americana.
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100
BOSQUEJO HISTÓRICO
LXTII. — BompimlesU tmtrt «iMItt j ctpaMcs
Si los sucesos inesperados de 1800 y ISuT ui vieron la
¿grande importancia de dar ocasión á que el i>ueljlo pro-
cediera de modo incompatible con el absolutismo del
poder que mandaba en toda la América, y de que apa-
recieran como parte de la fuerza i)()pular los hombres
nacidos en el Plata, no la tuvieron menos los sucesos,
igaalmente ínesiierados, que tuvieron lugar eo 1808 y
á principios de 1809, porque Aiei*on causa de que se
pronunciase el anlagonisnu) de criollos y esi». moles,
aunque sin deíinii*se todavía el i»ensamieato de eman-
cipar la América de la autoridad de los i^yes europeos.
En efecto : así que Napoleón I obtuvo que su dinastía
sucediera á la borbónica en el trono de España y de las
indias por la cesión de Carlos IV, y que el pueblo de la
Península negó la legitimidad de esa sucesión impix)vi-
sando juntas de gobierno qu(^ juraban fidelidad á Fer*
nando VIL secuestrado en Francia, surgieron do golpe
vanos problemas, á cual más grave. ¿ Que 5>e pro-
pondría Napoleón respecto de la América f | Qué pre*
tenderían, en cuanto á ella, las Juntas de gobierno
españolas t ¿ Que actitud asumnia iu América t No se
tardó mucho en saberse.
La abdicación de Carlos IV y la proclamación de
Fernando VII se conocieron en el Río de la Plata tan
pronto como lu pLi iuitieron los medios de comunicación
usados ent(Mices. Se disponían lodos á jurar al nuevo
rey, cuando se le avisó á Liniers desde Montevideo que
graves sucesos habían ocuiTido en Europa y que aca-
baba de llegar un emisario del emperador Napoleón. El
emisario era el marques de Sassenay. Había salido de
Bayona en Mayo ; vientos desfavorables habían obligado
al buque de guerra que lo conducía á arribar en
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Dfi LA. Rfil^ÚBLlCA OiUENTAL DEL URUGUAY 101
Maldonado ; de ahí había pasado á Montevideo por
tierra, y de aquí á Buenos Aires, á cuya ciudad llegó
el 13 de Agosto. Se le recibió en el palacio real, situado
en el recinto del fuerte^ pero Uniers no se atrevió á
llamarlo ante sí hasta que hubo reunido en su despa-
cho á los principales individuos de la audiencia y del
cabildo, porque, como era francés y no se ignoraba la
admiración que tenía por el grande hombre de la época,
temió hacerse sospechoso al pueblo. Reunidas las per-
sonas á quienes precipitadamente había convocado,
hizo entrar al marqués de Sassenay y le preguntó en
tono frío y seco, que comisión traía. El marqués entregó
por toda respuesta una valija de despachos. En ellos se
constataban los sucesos de Bayona, se bacía saber que
Napoleón cedería en breve su derecho de soberanía á
José Bonaparte, y se esperaba que el Río de la Plata se
adheriría con jubilo á la nueva situación. La lectura de
estos documentos irritó sobremanera á los españoles
presentes. A^gnnos propusieron que se tratase como
enemigo al marqués ; pero prevaleció la idea de que se
le ordenara el inmediato regreso á Europa, por vía de
Monievideo.
No pudo salir buque alguno ese día, por mal tiempo.
Uniers aprovechó la noche para conferenciar secreta-
mente con Sassenay, á quién conocfa desde hacía seis
ó siete afioís. El marqués había esperado ser mejor
recibido por esta circunstancia. Liniers se excusó
diciéodole que entre la dinastía borbónica y la de
Napoleón, le sería más simpática esta última; pero que
no tenía tropas re^^ulares, que toda su autoridad depen-
día de la conibrmidad de sus actos con la voluntad
popular, que cualquiera hecho ó palabra equívoca bas-
tarla para inspirar sospechas, por haber nacido en
Francia, y que lo más conveniente sería esperar á los
sucesos y coniemporizar entretanto.
n
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162
BOSQUEJO HISTÓRICO
La reserv a con que todo se hizo no impidió que se
supiera en la ciudad la venida de Sassenay y lo esen*
cial de la misión que traía. La emoción fíié inmensa» y
la aversión al usurpador unáninít*. Todus pensaban en
que el virrey <^ra írancés, y se preguntaban que pensa-
ría el virrey. Liniers, temeroso de que el silencio diera
facilidades á suposiciones inconvenientes se resolvió á
publicar un maniíiesto. Pero, mientras por un lado
tenia que satisfacer el patriotismo del pueblo, por otro
debía tener en vista que Espafia tenia á la fecha por
rey á un Bonaparte. Y si Espafia lo aceptara { cómo lo
rechazaría América ? ^ Cómo podría rebelarse él contra
el monarca cuya autoridad ya representaba probable*
mente} La indecisión invadió su ánimo» y el manifiesto
resultó ambiguo.
La impresión que piudujo fué deplorable, pero no
significó lo mismo ea ios americanos que en los españo-
les. Éstos vieron en aquel documento la revelación de
que Liniers se disponía á corresponder á la ambición
del eniperadur de los franceses, y em[)ezaron á mirarlo
como traidor á Espaüa. Los americanos, juzgando más
fríamente las cosas, pensaban que si Espafia tenia el
derecho de aceptar ó de rechazar á Bonaparte, la Amé-
rica tema, por lo menos, el de pronunciarse sc¿^ún su
propia voluntad, y el de aprovechar los sucesos para
asegurar su autonomía; y, en tal concepto, se inclina-
ban á hacer de Liniers el jefe de los intereses americanos
del Rio de la Plata. Entretanto el virrey, nu atrevién-
dose á pronunciarse resueliamenie en íávor del nuevo
rey» ni de los españoles, ni de los americanos, procuró
aplacar la exaltación de los segundos celebrando el 21
de Agosto el juramento solemne del rey Fernando VIL
A los dos días llegó don Manuel Goyenecho, enviado
por la Junta de Sevilla para que hiciera conocer en el
Río de la Plata y en el Perú el levantamiento de España
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DE LA RKPCbLICA ORIENTAL DEL URUGUAY Hi3
contra la dominación napoleónica. Esta noticia avivó el
sentimiento de los españoles ; y, como el enviado, que
había estado en Montevideo durante tres díns, refirió el
entusiasmo con que esta citidad manifestaba su adhe-
sión á Fernando VII y el odio con que se expresaba
contra el francés que en Buenos Aires desempeñaba el
virreinato, la aversión de los españoles á Liniers y el
recelo que éste les inspiraba se ahondai^on de día en dia;
y tanto, que se resolvieron á deponerlo y á nombrar
una Junta, como las que habían nombrado las provin-
cias esimüolas. El cabildu encabezaba estos trabajos,
aguijoneado por el alcalde Alzaga, que gozaba de pres-
tigio entre los espafioles ; pero« no atreviéndose á iniciar
d movimiento en Buenos Aires, juzgaron preferible
hacerlo estallar en Montevideo, aprovechando la cir-
cunstancia de que españoles y americanos estaban uni-
dos en esta ciudad en su odio contra el virrey y en su
adhesión á los intereses de España, con cuyo fin se
trasladó Alzaga á Montevideo.
A su vez los americanos, seguros como estaban de
que si prevalecía la influencia de sus antagonistas se
verían ellos más sujetos y maltratados que nunca« por
el interés de que el monarca ejerciese su poder sin
recelos ni traba alguna» y de que no fuese menoscabado
lo que ellos entendían que era derecho de los españoles
de éjercer exclusivamente la administración de las
colonias, y de intervenir en ella con su consejo ó con
su opinión, trab^aban por aunar sus fuerzas y por
extenderlas, así como procuraban decidir al virrey á
que hiciera causa común con ellos. Pero el virrey no se
libraba de su pusilanimidad.
La oposición de los dos parados se extremó hasta
Iue, al fin, el gobernador, el cabildo y las tropas de
lontevideo se apartaron abiertamente de la obediencia
que le debían á Liniers y constituyeron en Septiembre
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164 BOSQUÜJO HISTÓRia)
de 180S, en confoi-iiiidad ron las proposiciones de
Alzaba, xinajutUa de gobienio destinada á conservar la
fidelidad de los pueblos del Plata á España^ fuera cual
fiiese su rey ó gobernante, y á combatir la autoridad,
que ellos decían ^ napolróaica de Liiuers, así como
la preiionderan- ia que no estaban lejos de tener los
americanos de Buenos Aires, y que sería tan ñinesta en
América para los intereses dinásticos de los borbones»
como el despotismo de los buiia|)arte.
Esta junta, el gobernador y el cabildo, empezaron á
trabfijar activisimamente por conseguir la deposición
del virr* \ y [\ov eliminar á los americanos de los nego-
cios públicos. Mandaron á España comunicaciones y
uuiisarios para inducir á la Junta central de la Penín-
sula á que nombrase otro virrey más seguramente
adicto á la nación española y activaron su correspon«»
dencia con el cabildo y con los españoles más caracte-
rizados de Hílenos Aires animándolos á que apresuraran
su pronun( i amiento contra Liniers y los americanos.
El cabildo de Buenos Aires, una vez que se hubo
asefrurado de <iue los cuerpos milicianos de españoles
que había en la plaza secundarían sus trabajos, exigió
el r de Enero de 1809 á Liniers que depusiese el
mando, y las tropas de catalanes, vascos y gallegos,
formadas en la plaza, demandaron tambit^n á gritos que
renunciase el virrey y que* se nombrase una junta de
gobierno como las de España, Liniers, no atreviéndose
á resistir á este aparato de fUerzas y á la autoridad del
cabildo, firmó la renuncia de su cargo. Pero se inter-
puso ei) st'2"uida la Legiuu de patricios, mandada por
el coronel don Cornelio Saavedra, penetró en el fuerte,
obligó á Liniers á retirar su renuncia, y éste, que se
hizo de energía al verse así apoyado, disolvió los cuer-
pos militares que no \o ins|>irabau coníiaii/a, desterró
á Patagonia á los capitulares que encabezaron el movi-
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4
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL BEL URÜOUAY 165
miento y tomó otras medidas tondentes á consolidar su
aatoridad.
Los americanos dominaion, pues, enteramente la
situación. Pero, si bien los trabajos de Buenos Aires no
dieron el resultado apetecido, consiguieron las autori*
dades de Montevideo que el gobierno provisional de
España nombrase en Febrero del mismo año (IsuUj á
don Üaltasar Hidalgo de Cisneros para desempeñar el
virreinato dei Río de la Plata. Hidalgo llegó á Monte*
video al terminar el mes de Junio, en donde se detuvo
hasta enterarse de la situación de Buenos Aires v estar
cierto de (^ue sería pacííicamente recibido. Los ameri-
canos pidieron á Liniers que no entregara el mando,
pero el virrey no quiso ser desleal á la causa de la
monarquía española. Con todo, no se atrevió Hidalgo á
pasar directamente á Buenos Aires, snio que lUe á la
Colonia, solicitó que allí se le biciese acto de reconoci-
miento, y después de veriflcado entró en la capital el
3í) de Julio, sin qne nadie hiciera demostración que le
fuera desfavorable.
i Qué sucedería desde esto día ? i Se sometorían los
americanos á los españoles volviendo á su condición
aniigua, ó vencerían al nuevo virrey como vencieron al
cabildo y á las milicias europeas ¡ Se verá pronto.
LXVIII. — Regencia eb|»ii¿oIa ó regencia americana
Se ha dicho en artículos anteriores de este libro
(XXXIX) que América era un dominio de los reyes que
sucedieron á Fernando, y España otro dominio, regidos
cada uno por leyes y funcionarios distintos; y que, si
Uen los dos dependían del mismo rey, como dos suelos
[Hieden depender de un mismo dueño, no dependía
América de España, ni España de América, como no
depende un suelo del otro. Ahora bien : España y Amé-
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100 BOSQUEJO HISTÓRICO
rica aceptaron la abdicación que Carlos 1\ hizo de los
dos reinos en favor de su hyo Fernando ; oms no acep-
taron las abdicaciones que padre é h^o hicieron á la
fVierza en Brivona, íü^mÍvo por ol rual era Fernando VII
el rey legiumo para los españoles y para los america-
nos. Pero, como este rey estaba secuestrado en Fran-
cia, no podfa ejercer su poder; de cuya imposibilidad
surííió la necesidad de <iue alcriiien lo ejerciera en su
noml>re, mientras el secuestro durase. Los españoles
asumieron entonces por momentos la soberanía y nom-
braron la Junta central de gobierno y luego la Junta de
rcürencia, con carácter temporario y jurando fidelidad á
Fernando VIL Los americanos det)ieron asumir tam-
bién la soberanía y constituir una autoridad que supliese
la falta del rey, con independencia de las juntas do
Esimfia, ya ijue la América era distinta ó independiente
de eila.
No se procedió así, empero. Las autoridades de Mon-
tevideo nombraron la Junta en Septiembre con el fln
de rebelarse contra LiniiM s, á quien juzgaban dispuesto
á traicionar la causa española justificando su conducta
con su lealtad al rey Fernando y con el ejemplo de las
provincias de Bspíiña; prestaron obediencia á la Junta
c^ntr.il. .idicta álos reyes cautivos; juraron obedecerle,
y se dirigiei on á eüa pidiéndole que hiciera cesar el
interinato de Liniers y nombrase nuevo virrey. La Junta
central procedió así, y á la vez depuso al |?obernador de
Montevideo y decretó la disolución de la Junta de Sep-
tieml)re; y tanto el gol)ernador como la junta obede-
cieron y cumplieron estos decretos, Á su vez Liniers
que, si bien había vencido á los españoles apoyado por
los americanos, no se atmvía á encabezar la política de
estos, ni quería pasar por iníiei al rey, ni á España,
dispuso que á los siete días de vencida la insurrección
del cabildo se jurase solemnemente á la junta central
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BE LA REPÚBLICA Oaii^NTAL DEL URUGUAY 167
española y luego entreg(3 el puesio á Hidalgo de Cisne-
ros, nombrado por ésta, contra la voluntad de ios
criollos. Por lo que se vé que Liniers y las autoridades
de Montevideo concordaron en reconocer cual poder
supremo de América á la Junta ctiiLral de España, q€e
ninguna delegación había recibido del rey, y que debía
su existencia, al voto del pueblo español, pero ne al
voto -de los pueblos americanos, como si la América
íbera [pertenencia y dependencia del pueblo español.
Las autoridades principales de Buenos Aires y de
Montevideo incurrieron en la gravísima falta de con-
fundir el pueblo de España con el rey de América. El
sol>€rano de las Indias no lo era el pueblo español; lo
era ei monarca que ocupaba á la vez el trono de España
y el trono de las Indias y que €(jercía imperio absoluto
en ambos reinos en virtud del derecho de sucesión, que
era un derecho jiropio, segfm la constitución de la
época. Si, pues, el pueblo español no era el soberano
de Aniérica^ las autoridades instituidas por ese pueblo
no tenían derecho alguno para atribuirse la soberanía
deloírada de América, ni para ejercer el gobiernr) su-
premo de la misma. Y, por lo tanto, el virrey del iíío de
la Plata y el gobernador, ei cabildo y la junta de Mon-
tevideo subrogaron la soberanía del rey por la del pue-
blo español, creando entre el virreinato y España vín-
culos de dependencia política que no habían existido,
cuando más correcto habría «sido, dentro del orden de
la monarqiáa, que el virreinato nombrara una Junta
suprema que lo rigiera con entera independencia de la
junta suprema española, mientras durase la acefaha
del trono americano.
Es muy probable que los autores de esta innovación
ne se dieran cueiua clara de lo que ella signiíicaba, ni
de la trascendencia que pudiera tener. Las autoridades
Vie en Montevideo imponían estas soluciones eran
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168 BOSQUEJO HISTÓRICO
desempeñadas por españolas, y el virrov Liniers, deseoso
ih' < ontemi3ori/ar con I(>s l emasuiares residentes en las
dos bandas del Plata, obraba por la sugestión de sus
adversarios. Dominaron, pues, en aquellas deliberacio-
n<ft el Siuutiiiento y el interés de é^ios últimos, quienes
estaban acosiuiiibrados desde antiguo á pensar que,
siendo la América dominio del rey de Bspaña, era
dominio de Espafta ó de los españoles ; cuya creencia
luibia?,e formado inconscientemente á ra\ ür del hecho
de ^ue los reyes hubiesen empleado los subditos de su
reino de España en la administración de su reino de
América.
No todos los «'si>afiolo6 eran, sin embargo, de este
sentir. El primer descendiente do Curios IV, que lo fue
Carlota Joaquina de Borbón, y que no podía heredar á
su padre en el trono de España mientras hermano»
varones suyos vivieran, liabíase casado con el príncipe
don Juan, de Portugal, que tomó la regencia por mea-
pacidad de su madre. Como ya se ha dicho, estaba la
fhmilia real portuguesa en el Brasil cuando ocurrieron
las abtiicaciones v se<'aestros de Bavona. La infanta
Carlota consideró sin esfuerzo que si alguien tenía el
derecho de suceder á Carlos IV, en los tronos de España
y de las Indias, á falta de descendientes varones que
pudieran y quisieran sucederle, era ella, hija primo-
pénita, no el emperador Napoleón ; cuyo razonamiento
la indqjo á declarar públicamente desde Rio de Janeiro,
en Agosto de 1808, que consideraba nulas la abdicación
y cesiones que su padre y los demás individuos de la
familia real habían hecho en favor del emperador de los
franceses.
Nadie estaba seguro entonces de que los españoles
resistirían con éxito el poder colosal del que había reco-
rrido toda la Europa de victoria en victoria. Los ánimos
se inclinaban á creer más probable que la dinastía de
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DE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 169
los bonapartes había sustituido deílnitivameiue á la de
ios borbolles en España^ Pero esa probabilidad no tenía
tantos creyentes tratándose de América. Participando
de estos pareceres, l.i inlaiita Carlota se hizo la cuenta
de que si los reyes é intimes secuestrados en Francia
DO recobraban su libertad, sería ella la sucesora legí-
tima al trono de las Indias ; y que, de lodos modos,
nadie teiiia Miejores títulub i>ara desempeñar la regencia
en América, mientras durara el secuestro. Aunque ella
DO se distinguía por su ciencia, y se la juzgaba casqui-
Tana, debe reconocerse que la teoría monárquica en que
apoyaba su pretensión era iimcho mjís correcta que la
que liabia prevalecido en el Plata : el rey de América
no podía ser reemplasado sino por sus sucesores legí-
tíinoB ; y mientras ellos vivieran y estuvieran impedidos
para ejercer la soberanía americana debían ser suphdos
por una regencia establecida en América por el voto de
los súbditos americanos.
Ha le Alé difícil á su ambición inferir de aquí que, á
falta de otros amjiarados por mejor derecho, debeiia
ocupar la regencia de las Indias la sucesora eventual de
Cariofi IV ; es decir, ella. Y« asi que lo pensó, pidió á
SQ marido consentimiento para trabajar pov la realiza*
ción de su concepto y abrió comunicaciones con el vi-
rrey Liniers, con la audiencia, con el asesor del virrei-
Dato, con el gobernador y el cabildo de Montevideo, y
con numerosas personas prestigiosas, tanto españolas
como americanas, de las dos ciudades principales del
tlsusL^ exhortándolos á que se mantuvieran heles al rey
Femando VII é insinuándoles la conveniencia de esta-
blecer en Buenos Aires la regencia, ocupada por ella,
convocando una corte ó asamblea nacional |)ara el
electo, como habían acostumbrado los reyes, sus anie-
oesorcs.
Bl virrey se limitó á contestar con frases de cortesía.
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170 BOSQU&JO HISTÓRICO
Los espafiolí'á viendo la infjinta un apoyo íle sus
pretensiones, \}or ser relíente de Portugal y del Brasil,
se expresaron en términos satisfoetorios. Los ameri-
canos de Buenos Aires pensaron que el halagar la ambi*
ciuii de Caii(tt;i i>odrí;i s» r el medio, no sólo de que
prevaleciera en la p(díii( a la voluntad de los america-
nos, sino también de fUndar la autonomüía del Río de la
Plata. Sos respuestas fheron, pues, muy cordiales y
aliMitadoras ; m.iiidaron rornisionadíjs a Río de Janeiro
para que sirvieran de intermediarios, y se dedicaron á
formar un partido favorable al proyecto de emancipa-
ción sobre la base de la regencia de la infanta.
El problema no era, con todo, dolos más fáciles?. Los
españoles, aunque vencidos en Buenos Aires en Knero,
trabiyaban activamente por recuperar el terreno per-
dido, mediante la autoridad de la Junta central de
España, y espiaban todos los pasos de los cnullos. Río
do Janeiix) era á su vez foco de intrifías y de ambi-
ciones encontradas. Si el Principe don Juan había auto-
rizado á la infanta para desempefiar en Buenos Aires la
regencia, ía<' on \ ista (]o que así lleiraría á dominar en
estas regiones. El coutra-aimirante inglés Sidney SmiUi
apoyaba tales ideas, acaso sin otro propósito que el de
ser agradable á la princesa. Pero el ministro de la
misma nacionalidad, Straní^ford, niíis obli»2^ado por las
miras del gabinete de la Gran Bretaña, se proponía con-
trariar el proyecto de regencia, por creerlo peligroso
para la inde|>endencia del Río de la Plata, que su
pTtbierno quería favorecer, ya que la conquista le había
sido imposible. Los agentes de los americanos bonae-
renses (Peña, Padilla, Sarratea) protegidos por Strang<^
ford, cooperaban con éste sin indisponerse con la Car-
lota. Todos se movían, |>ero con si^rilo. Lloaró im
momento en que la situación tuvo que deUnii^se. Juz-
gando la infanta que todo estaba suficientemente prepa-
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DB LA RETÜBLICA ORIENTAL DEL ÜHÜOÜAY 171
redo para que ella se presentara en Buenos Aires^ hizo
redactar á su secretario el nianifiesto por el cual con-
vocaría las cortes, y lo pasó en consulta á Smith, al
conde de Galveas, (ministro del principe regente) á
Strangford y al mismo regente. Los dos primeros se
mamfostaron coníunjics con el proyecto do manifiesto,
pero no ei tercero que desaprolxj la pretensión de la
infanta ; y como los consejos del diplomático inglés . eran
poco menos que órdenes para el gobierno, el príncipe
don Juan retiró á su esposa la autorización que antes le
4iera para asumir la regencia americana. Parece que
también influyeron en esta determinación palabras que
se escaparon á la ligereza de la pretendiente, según las
cuales cuidaría ella, desde que subiese al trono, de no
lener demasiadas amistades con los portugueses.
Así terminó este episodio de la regencia, lo cual no
obstó á que la infanta Carlota interviniera en los sucesos
del Río de la Plata, ¡mxiliando á los españoles, durante
la coiiuiiuacióa de su lucha coa los americanos.
I#X1X« — Estalla j triunfa en Buenos Aires la rerolaelén
americana
El virrey Hidalgo no pudo conseguir atraei*se la
adhesión de los americanos de Buenos Aires, por lo
mismo que éstos perseveraron después de la caída de
I.iniers en su obra revolucionaria. Al contrario : la con-
trarieilad de que la Junta central de España Imí iese
atendido las quqjas y recriminaciones de los españoles,
privándolos á ellos de las ventajas adquiridas en Enero,
exacerbó su ánimo y los estimuló á pretender míts y
más á medida que el tiempo transcurría. En los años
1806 y 1807 los americanos empezaron por intervenir,
como flierza militar espontáneamente movida, con el
propósito de salvar la independencia que los españoles
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172
BOSQUEJO HISTÓRICO
habían cumpromcudu, y luego se pronunciai*oa como
poder político en la sustitución de un virrey por otro,
pero en amitos casos en unión con los europeos. £n
1808 y 1809 se rompe esta uiii«')n : los amtM icanos aspi-
ran á más: quiet en la dirección de los negocios públicos,
quieren ser autónomos, sofocan una conspiración de sus
enemigos, conquistan la {ueponderancia, y, si bien
desaparece del puder la personalidad por ellos elevada
y sosteiuda, conservan todavía inüueucia bastante pura
hacerse tener. Nuevos sucesos ocurridos dentro del
virreinato vienen ahora á determinar un paso noás en
el camino de esa revolución que se desenvuelve por
grados, acercándose constantemente á desenlaces radi-
cales.
En efecto : cuestiones particulares habidas entre el
arzohisfX) y el senado del clero de LaPlaiu interesaron
al presidente de Charcas en favor del primero y á la
audiencia en favor del segundo. £1 acaloramiento subió
á tanto grado, que las dos partes ocurrieron á las
Mrnias, decidiéndose los espaíudes á de fender al ¡íresi-
dente v ios ainerii auos á la audiencia. Triunfaron estos
el 25 de Mayo (1809) y depusieron á su enemigo. Aunque
el suceso flié enteramente local y sin propósito alg-uno
revolucionario, produjo el efecto de enemistar abierta-
mente á españoles y americanos y de animar á éstos
por el triunfo. £1 16 de Julio estalló otro movimiento
en La Paz, capital de la intendencia del mismo nombre,
pero de si /unificación muy distinta. Los aconieeiinientos
de España habían causado honda impresión en todo el
pueblo. Los españoles se propusieron adherirse á la
Junta central de la Península ; poro los americanos se
upusieron íi ello, nleirando (jue la America no dependía
de España y sí suio del rey. Se levantaron, pues, á los
gritos de « ¡Viva Fernando Vil! 9* « ¡Mueran los
chapetones? depusieron las autoridades y constituye-
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I>E REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 173
ron una junta tuitiva, de cuyo desempeño se encarg«a-
ron los mismos americanos, reformaroQ la administra-
ción de la intendencia y levantaron tropas.
Aunque ambas ciudades pertenecían al virreinato del
Río de la Plata, dos virreyes se ai^resuraron á restable-
cer el antiguo orden de cosas. El del Perú mandó
contra La Paz numerosas fuerzas bajo 'las órdenes del
ya nombrado brigadier don Manuel Goyeneche, nacido
en America; v el de Buenos Aires envió al frente de
1.000 hombres contra La Plata al mariscal Nieto, que
habla venido de España juntamente con Hidalgo de
Ctsneros. l^a audiencia de La Plata se sometió, recono-
< ién<los6 impotente para triunfar. Goyenechc vrix ió á
ios revolucionarios de La Paz, hizo degollar y ahorcar
á varios de los principales, y consultó al virrey Hidalgo
qué haría de otros, condenados á muerte ó prisioneros
que nún (jin l ií)an. Hidalgo le ordenó que ejecutara á
los primeros y que juzgara militarmente á los otros.
Estos hechos se veriflcaron entre Octubre de 1809 y
Febrero de 1810.
La derruía de los americanos, la crueldad de Goyene-
che, y la participación que en éstas sangrientas
venganzas habia tomado el vhrrey Hidalgo exasperaron
extraordinariamente la población americana de Buenos
Aires y la decidieron á organizarse para poner fln á
una situación que les era insoportable, en cuanto la
oportonidad se presentase. No tardó. £1 18 de Mayo
díó á conocer el virrey, por medio de una proclama,
que los franceses habían obligado á los españoles á
desalojar la Andalucía, y que la Península pasaba por
difíciles momentos. Era necesario aprovecharlos. Los
americanos, seguros de que se habían ganado la adhe--
KÍón de las ti * [jas de f)atricios, intimaron á Hidalgo f|iie
renunciase el mando. Se somete la decisión al cabildo
abierto» al cual concurriría lo principal de la ciudad, y
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174 BuSgUEJO HiSlOKlCO
la asamblea resuelve que, siendo incompatible el rc^^i*
men ostableoido con la salud imblioa, se inbuuiyese una
junta de gobierno, cuyos individuos se elegirían
popularmente; y que« mientras esta elección no se
verificara, gobernase una junta elegida por el cabildo
cerrado.
Los españoles consiguieron que esta junta provisional
se compusiera de dos de ellos y de dos americanos
(Saavedra y Castelli) presididos por el virrey. Pero,
como tal noinhraiiiiento defraudara Ja voluntail de los
patriotas, dirigieron estos una representación al cabildo
exigiéndole que depusiera al virrey, mientras los
mismos Saavedra y Castelli pedían personalmente á
Hidal^j^o sil renuncia. Se tvunió el cabildo el 25 de Mayo
para deliberar acerca de la renuncia y de la represen*
tación, y pretendió imponerse al pueblo americano que
llenaba la plaza de la Victoria ostentando como disUn*
tivü cintas azules v I huicas; más la actitud de los
patriotas^o obligó á aceptar la renuncia del virrey y
á nombrar para la junta á los candidatos del pueblo
americano. Este día Alé el último de la dominación
española en Buenos Aires.
Las intendencias tomaron diferentes partidos. Durante
los meses de Junio y Julio se pronunciaron por la revo-
lución varios pueblos de la Banda oriental ; pero los
dominó Montevideo, que persistió en su obediencia á
£spaúa. El virrey del Perú declaró (¡ue quedaban sepa-
radas del gobierno del Rio de la Plata y reincorporadas
al virreinato del Perú las intendencias de Córdoba,
Charcas, La Paz y Potosí. En la primera de ellas se
apercibieron para la guerra su gobernador Concha, el
ex-virrey Liniers, y varios otros jefes y oficiales; y en
las otras los generales Nieto y Goyeneche, el coronel
Córdoba y otros niilitares realistas. La intendencia de!
Paraguay negó también su obediencia á la Junta de
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DE LA REPÚBLICA ORIBNTAL DEL URUQUaY 175
Buenos Aires, si bien manifestáiiciole (jue mantendría
con ella amistosas relaciones.
Por 8U parte la Junta asumió desde el día de su crea-
cióa una aciitaJ decididamente revolucionaria cun
miras de largo alcance. Comprendiendo que Ja obra lan
afortunadamente comenzada no podría terminar sino i
fuerza de actividad y de energía, decretó el destierro
del ex-virrey Hidalgo, cambió el peióujial de la audien-
cia; tomó diversas medidas políticas y adminisirativas
que le permitieron obrar desembarazadamente; mandó
un pequefio ejército de 1,000 hombres contra las pro-
vincias refractarias del Norte y otro de 600 contra el
Paraguay; se dispuso á obrar sobre Montevideo; con-
vocó una asamblea de diputados de todos los pue-
blos, etc.
La división del Norte se apoderó de Liniers, Concha,
ei obispo Oreliano y vanos oficiales, y fusiló por orden
de la Junta á cinco de los más comprometidos en la
reacción* entre los cuales se contaron Uniers y Concha.
Dominante la revolución en Córdoba, siguió marchando
la fuerza patriota á las intendencias del Norte; derro-
tada una vez y triunfante otras, consiguió que se ple-
garan á la revolución las cinco intendencias del alto
Perú y fusiló en la plaza de Potosí á Nieto, Córdoba y
Paula Sauz, que habían cometido muy graves excesos
ao pretexto de impedir insurrecciones (Diciembre de
1810). En el mismo mes en que estas ejecuciones tuvie-
ron lugar invadió Belgrano el Paraguay y se instaló
en Buenos Aires el primer congreso del Río de la
Plata.
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LIBRO TMGERO
La Banda oriental ¡lasla 18 JO
CAPÍTULO I
BL TERRITORIv^ Y lA FUNDACIÓN DE PCBBLOS HASTA 181
LXX. • tm Uiidtts ét Im Bm*í Miestel
españoles disiiiiiraieron, en la vasta extensión d
tierra que poseveix)a al Este del río Urugruay, tre
ratones y las denominaron da diferente manera* En
una la situada al Norte del rio Negro, que desígnarot
con el nombre de Misiones orientales. Eii la segunda
mitad del siglo XVIII se discutió mucho si el territori(
de las Misiones llegaba sólo hasta el rio Negro 6 si si
extendía hasta el Yic, ÍYí) que ñuye á aquel. Los suce-
sos de 1801 dieron lia al débale por el hecho de haber
renunciado Carlos iV al dominio de los siete pueblos y
de haber tomado posesión los portugueses hasta el "río
Cuaray (Cuareim). Otra de las n^giones era la Mtuada al
Este del río lagarón y de la laguna Merim, desde las
Misiones hasta el Atlántico, denominada de Rio Grande*
Y la terc^^ra era la comprendida entre el ri'^ Ne^ ^
Yic y el de la Plata, que es la que comunmeuie se Ua-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 177
naba Banda Oriental, antes del siglo XIX. Una vez que
los portugueses poseyeron hasta el río Cuaray, el terri*
torio oriental de los españoles quedó eiicenado entro
t^ie no, el Uruguay, el Plata, la laguna Merim y el
río Yaguarón, y se extendió á todo él el nombre de
* Banda Oriental que á veces ftaé sustituido por el
pomposo de - Continente Oriental
£n ningún tiempo de la dominación es[)^iñola forma-
ron una unidad administrativa las tierras situadas al
Este del Uruguay. Todas ellas ñieron parte de la pro*'
vincia de Buenos Aires. Cuando el hecho de poblarse
algún punto, ó la necesidad de defender la integridad
territorial determinó al gobierno de Buenos Aires á
establecer autoridades civiles ó militares, señaló al
lugar poblado ó fortificado una cantidad de superficie,
«iue era su jurisdicción. Algunas veces varias jurisdic-
ciones contiguas ó próximas formaron una unidad
administrativa superior, regida por füncionaríos cen*
trales, como fueron, por ejemplo, las Misiones, á tines
del siglo XVIII y principios del siguiente. Pero otras
veces la vecindad de los partidos civiles ,6 militares no
era motivo para que éstos compusieran una sección
administrativa superior, sino que cada un i ura inde-
pendiente de los otros y todos se incluían en la unidad
provincial de Buenos Aires. De esta separación fueron
^mplo las primeras poblaciones y plazas militares de
la Banda Oriental, las cuales no tuvieron entre sí víii-
cn\o ninguno, á no ser el de su dependencia directa de
Buenos Aires» como se verá más adelante.
LXXI. — Tolderías, lagares j pueblos
Habitada la Banda Oriental por indios salvajes,
como se ha dicho ya» (III) los españoles no se propusie-
ron seriamente combatir á los naturales ni poblarse en
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178 BOSQUEJO HISTÓRICO
esta regióa puede decirse que durante dos siglos. Eu
todo este tiempo, ni aún después, hasta 1810, los sal-
vajes carecieron de pueblos, porque las tribus eran
lo<las miis ó menus enaates, |>or(¿uc uo leüiun asiciiio
l\jo, ni las que se movían dentro de límites relativa-
mente estrechos, como loe yaros. Cuando las circuns^
tancias las determinaban á detenerse temporariamente
en algCm lugar, se veriíicaba lo que se ha llamado *¿ un
paradero » ; y entonces los indigenaü armaban sus cho-
zas sin orden, cada uno en donde quisiera, y allí se
estaban hasta que las necesidades de la guerra 6 de la
alimentación los decidiese á cambiar de sitio. Á esias
poblaciones movibles se ha dado más tarde el nombre
de tolderías 9».
Los campesinos españoles ó descendientes de espa-
ñoles edificaron casas, como se verá más adelante;
pero aisladas y distantes unas de otras cuatro, seis, y
hasta veinte ó treinta leguas. Cuando varías casas se
erigían, diseminadas en el espacio de media, de una 6
de dos leguas, lormabau ya un lugar Alguiios de
estos lugares llegaron á tener capilla para 1810, pero
muchos carecieron de ella, por la escasez de sacer-
dotes.
Los núcleos proitiauirnte urbanos se formaron con
leuutud: algunos, de modo espontáneo; otros, delibe-
radamenie, ya en una región, ya en otra, según las
conveniencias políticas lo aconscjjaron 6 segCm el interés
de los pai^ticulares sugii'ió.
LXXn. — FimdadoKes «rbuai IumI* el 0«ste
Las primeras j^ulilariones se íbriiiaroa hacia el Oeste.
Habiendo algunos religiosos emprendido la civilización
de los salviges que vivían al Sud del río Negro y al £ste
del Uruguay, se aplicaron primeramente á reducir á los
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1»
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 179
charrúas y consiguieron agruparlos bajo su obediencia
dorante un poco de tiempo ; mas, como se mostraran
refractarius respecto de las ideas y de la disciplina do
k& misioneros, se cansaron pronto de vivir sometidos á
eDos, los abandonaron y pasaron al Norte del rio Negro.
No fueron asi los chanás. Pertenecientes á otra nación
'le iubliiilu^ iiicís suaves, se acomodaron íacilmente á
hí& reglas de la vida civilizada ; y, como los charrúas y
minaanes los hostilizaban en la tierra continental, se
resig-uaron á permanecer en una de las islas situadas
en la desembocadura del río Negro y distinguida cun el
ú&mbre de Vizcaíno. Esta fué la primera población
estable que tuvo la Banda Oriental desde mediados del
' siglo XVII, compuesta, toda ella, de indios, denominada
nal ftueblü de Sanio JJoj/dngo SoHanOf y goliernada por
m corregidor. Pero la isla era tan anegadiza, que la
menor creciente del río la inundaba inutilizando los tra-
¡Myos apícolas y liaciendo penosa la existencia, motivo
I ¡or el cual los indios abandonaron su pueblo en ITüS.
Otra reducción de indios se formó, poco más ó menos
nada 1780, en la orilla del arroyo Espinülo^ cuyo
aombre tomó. Sus progresos fueron muy lentos, y su
iK^blición muy escasa, aun(iae al^^unos españoles se
i^regarou á loá indígemis, razí jn i>or la cual no se creyó
lecesario darle autoridades civiles para su gobierno.
La necesidad de mejorar de condición indujo al ecle-
mástico que dirigía aquel pequeño grupo á abandonar
:^bién el pumo en 1800.
Los pueblos que existían en 1810 en la zona Oeste de
U Banda Oriental son : la colonia del Sacramento, y
*fl Rt-al Carlos, fundados en 1680 ; Santo Domingo
>:>riano, fundado en 1708; Víboras, que tuvo principio
1780 ; Mercedes ó la Capillanueva, fundado de 1788
i 4 1791 ; Dolores, fundado en 1800 ; y Rosario, fundado
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180 líU^QlKJo HISTÓRICO
Ya se sabe que la colonia del Sacramento debe su
exii^lencia á los portugueses, y (jue éstos y los españo-
les la ocuparon alternativaiiiente, hasta que recunooie-
rou los primeros para siempre ei derecho de los según*
do6. Tres veces la tomaron los españoles por la fuerza
délas armas. Ka la primera (1680) la destruyeron,
C ':nosi farra su pi oposiio contrario á tener j>uebios en
la orilla izquierda del Plata; reedificada por los portu*
guoses lue^''o, la conservaron los españoles desde que
volvieron ?1 apoderarse de ella en 1705, hasta que la
euire^Mron ñ sus autaj^onistas diez años después; peix>,
cuando por última vez la asaltó Cevallos en 1777, la
arrasó nuevamente, como si así imposibilitara ulterio-
res contiendas. La jx)blacit)n se formó después de 1777
por tercera vez y creció poco á poco, sin interrupción,
en los tiempt^s ulteriores.
' El puoblecito Real Carlos debió su origen al sitio que
los españoles pusieron al Sacramento en 1680, y lia-
Uióse al i>rincipÍ4i r////^;>u del bloqueo. Recibió su úkiuiu
nombre recién en 1702, cuando Cevailos sitió por pri*
mera vez la plaza portuguesa.
Los indios que habían po!>lado la isla Vizcaíno so
trasladaron, en seíjruida que la ahandunaroa con pei'-
miso del gobierno de Buenos Aires, á la punta meridio-
nal que forman los ríos Negro y Uruguay y fbndaron
aquí un pueblo nuevo (1708) poniéndi^le el mismo nom-
bre úA :il»aiidonado; es decir, Sanio i)i>iiiingo Suriano,
el cual fué regido por uu corregidor, un cabildo, y iin
comandante militar, abrazando su jurisdicción todo el
espacio encerrado por el Uruí^uay, el Negro, ol arro^'o
Grande, el Maciel y el San Salvador. Un siglo después
su cabildo se corapunía de un alcalde y 4 regidoi-es. Lo
presidía el comandante militar, que era nombrado por
el virrey. Defendían este partido 7 compañías de mili«
cias de caballería. Había dos i¿jlesias; una en el pueblo
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 181
y otra fuera de él, y era relativamente hermosa la casa
capitular, pero los demás edificios eran de muy escasa
importancia.
Lü pi'imero que hubo en doiulo está Mercedes, fue
oaa capilla, dependiente de la parroquia de Soriauo,
que 86 edificó en 1788 para servir á los campesinos que
habitaban, acá y allá, en los parsyes próximos. Lla-
mósele la Capilla nueva. Los terrenos adyacentes enijie-
¿aron á poblarse poco después y ya en 1791 se juzgó
ronveniente decretar el pueblo de Mercedes y dotarlo
de antorídades administrativas.
Los indios que en 1800 abandonaron el pueblo del
Espiniilo se trasladaron con su director eclesiástico á un
lugar situado más al Norte, en la margen del arroyo
San Salvador, y fundaron otro pueblo. Unos lo deno-
miiiaron en los primeros ticmi)OS Espiniilo, y otros ¿an
Salvador ; pero lue^o recibió el de Dolores, con el cual
se le conoció después.
El Rosario no era, á fines de 1810, más que un
[ equeüo caserío de pobre aspecto, que tuvo su ori^Lren
en 1780 y que recién en aquel año recibió el título y
el nombre con que se le conoce. Se le llamó anterior-
mente, y aún después de 1810, con el nombre de el Colla,
y también con el de VigUanciu, aunque este último fué
Quiy poco usado.
LXXUI — i uudaciüucs urbanas hacia el Esíe
Las poblaciones más antiguas de la zona oí k iital son
MaMonado, San Miguel y Santa Teresa, que tuvieron
principio de 1730 á 1740. Maldonado, aunque dotado de
\ka extenso y profundo puerto, progresó mucbo menos
de lo que su posición mereciera, debido en mucha parte
á que su distancia de la costa y lo arenoso del suelo
dificaltán el transporte. San Miguel y Santa Teresa
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182 BOSQUEJO HISTÓRICO
fueron dos i>unios íortiíicados, que se fundaron : el pri-
mero cerca del arroyo Chuy y del extremo Sud de la
lag^una Merim, y el otro más al Sud, entre la laguna
de iMi Hitos y li rosta del Ailantico, para defensa de
las posesiones que españoles y portugueses se disputa-
ban. Los pequeños caseríos que en su rededor se levan-
taron, como qiie tenían vida dependiente de las guarni-
ciones, deca}ciun en cuanto cesaron las invasiones
lusitanas.
Á mediados del siglo XVIII creó Cevallos el pueblo de
San Carlos y á ñnes se formaron los de Rocha y Melo.
Llamóse al primero MaMrma^o chico hasta qtie se le
nombro patrono. Rocha dependió d<^ la parroí^uia de
San Carlos durante algún tiempo, y Meio fué en su ori-
gen una guardia encargada de estorbar el contrabando
de los portuguoes.
LXXIT* — Fwitetoiies orlMuias ea «1 Centro y al Korto
La i niñera [>obla('ión que se fundó enlazóla centr:ü
es la de San l'elip^* y Santia¿^o de Montevideo. Asi que
Zabala obligó á los portugueses á abandonar la penín-
sula de Montevideo, que habían ocupado y fortificado
en 1723, (LXIII) hizo edilicar la f«»rtal«^7a de San Josc
(1721) en el ángulo noroeste de la PiMonsula para pre-
caverla contra ulteriores tentativas, y á los dos años
fundó la ciudad, como ya se ha dicho, (LXIII) con 10
familias que trajo de líu- nos Aires, ,i las cuales se agre-
garon, mest's di spues del mismo año, otras trece pro-
cedentes de las islas Canarias» que condujo don Fran-
cisco Alzaibar, y en 1723 otras más que \inicron de las
mismas islas v de Buenos Aii*es.
Más de cincuenta años transcurrieron, desde que se
ftmdó San Felipe y Santiago, antes que se iniciara nin*
guna otra población dentro de los Umites de su terri-
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DE LA REPÚBLICA ORIEm'AL DEL URUGUAY 183
lorio. La primera que le siguió íué Guadalupe, de los
Canelones, en 1774 segtin unos y en 1778 según otros.
Sucediéronle después San Juan Bautista, del Santa
Lucía, (1781) Pando, (1781 6 1782) San José, (1781 6
Minas, (1783 ó 1781) Piedras, (1800) y Florida,
( iswó) por lo que se vé que las poblaciones íkeron ale-
jándose de las cercanías de Montevideo según el tiempo
corría. Fliera de la jurisdicción se fundó además la San-
tísima Trinidaíl de Porongos, (1803) entre la Cuchilla
Grande y el río Yí.
Cuando las tierras situadas entre los ríos Cuaray,
Uruguay y Negro se separaron del vasto territorio de las
Misiones (1801), existían des aldeas sobre la orilla del
Uruguay : la de Belén, más al Norte del río Arapey, y
Paysandú, al sud del río Queguay, fundadas respectiva-
mente en 1800 y en 1772. No se a*?regó á éstas otra
|x»blación, dentro del territorio septentrional del río
Negro, en los años que corrieron hasta 1810«
CAPÍTULO II
EDIFICACIÓN DE LOS PUEBLOS
LXXT. — Las calles j manzana»
Algunos pueblos tuvieron origen completamente for-
tuito, por haberse formado con ocasión de un estable-
cimiento militar, como Santa Teresa y Meló, ó de un
establecimiento religios»^, romo Mercedes. Pero los m;is
deben su existencia al propósito de colonizar. En el
primer caso se edificaron habitaciones al rededor del
establecimionto militar ó relií2rioso paulatinamente, sin
que interviniera otra \ uluniad ni otro interés que los
individuales del poblador, y entonces cada uno edificaba
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184 BUSsyLEJO HIM URICO
en donde y como quería. En el segundo caso, como que
la iniciativa partía de la autoridad pública, se procedía
coii máb orden : so niecii;iii lus terrenos con arreglo á
nn plan regular, se trababan ia¿i divisiones, y los adju-
dicatarios construían sus casas y ^ercían su industria
dentro de sus lotes deslindados.
Los españoles no tuvieron en la Banda Oriental más
que un lijto tle trazado urbano, el cual consistió en esta-
i)lecer calles rectas y paralelas equidistanies, qui' se
cortaban per))endicularmente, de modo que entre cuatro
calles quedaba un espacio cuadrado de cien á ciento
cincuenta varas de lado. Llamóse cuadra á este espacio
primiuvaniente. Con el tiempo se aplicó ese nombre á
cada uno de ios lados, y el de manzana á la su[)erricie
cuadrada. Á este tipo se sujetaron los pueblos íundados
por orden ó con autorización de los gobernadores 6 de
los virreyes ; y á él se redujeron también, en cuanto el
caserío empezara á í'urmar núcleo, los que nacieron sin
concepto preconcebido.
La colonia del Sacramento, aunqne edificada por los
portugueses, siguió en éste punto un i I m ÍLíual al de
los españoles. Á mediados del siglo XVIII tenía traza*
das dieciocho calles largas y paralelas, dirigidas de Este
á Oeste, las cuales estaban cruzadas por otras dieciséis
que iban de Nurto á Sud. Entre unas y otras se habían
señalado cuatro plazas.
No se usaba poner nombres á las calles desde que se
aprobara el plan del pueblo. Lo general era que se
prescindiese de tales iiidicaciones hasta que la edifica-
ción hubiese avnn/.ido muclio ; jicro, una vez que se
pensaba en nomenciaiuras, se recurría al santoral para
tomar de él los nombres. Muchos pueblos llegaron al
año 1810 sin que hubiesen nominado sus calles. Mon-
tevideo mismo recibió su nomenclatura en 1778, cin-
cuenta años después de fundado y cuando casi todas sus
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 185
calles estaban bien determinadas por las líneas de casas.
No iuibo cii ese sistema sino un solo nombre que no
fuera de santo» como se ve en seguida :
CALLES LARGAS, QUE VAN DE O. Á E.
San Mi^^uel (hoy Piedras)
San Luis (Cerrito)
San Pedro ó del Portón,
(25 de Mayo)
San Diego (Washington)
San Gabriel, prolniiiíación
oriental de ban Diego
(Rincón)
San Carlos (Sarandi)
San Sebastián (Buenos
Aires)
San Ramón (Reconquista)
Del Portón nuevo, lla-
mada así por el vulgo
(Santa Teresa)
CALLES CORTAS, QUE VAN DE N. Á S.
San José (Guaraní)
Santo Tomás (Maciei)
San Vicente (Pérez Cas
tellanos)
San Benito (Colón)
San Agustín (Alzaybar)
Santiago» continuación
septentrional de S. A-
gusíín (Solis)
San Francisco (Zabala)
San Felipe (Misiones)
San Joaquín (^Treinta y
Tres)
San Juan (Ytuzaingo)
San Femando (Cámaras)
Era de regla que en todo plano de pueblo se desti-
nase algún espacio para plaza pública ; pero éstas solían
ser pocas, i)equeiias é innoniiucidas. Por lo reírular no
tenia cada pueblo más que una plaza, de la extensión
de una manzana. Montevideo tenía una también, que
era el cuadrado comprendido entre las calles. San
Gabriel» San i ci lÉando, San Carlos y San Juan. Á falta
de nombre propio, se la designaba con el adjetivo de
plaza Mayor.
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186
BiKSQLEJO HISTÓRICO
Hubo on la Randíi < >neiU:ii hasta 1777, cuatro puüios
fortiíicados : San Mi;?üel, Santa T^ ro^a, la Colonia del
Sacramento y Monte\1cleo. San Miguel y Santa Teresa
faeron dos fortalezas aisladas de la frontera, tan pronto
ocupadas por españoles como por [X)rtugueses, como se
ha visto.
La Colonia fué fortiíicada desde que se fundó con una
trinchera de madera, tierra y fagina; los españoles
demolieron en el mismo año las construcciones de sus
enemigos, poro éstos las rehicieron así que recuperaron
la posesií^n del jtunio y las ampliáis ni do modo muy
considerable. Cuando el gobernador Salcedo puso sitio
á la plaza en 17:^, la pequeña península en que ésta
descansa, dirigida do Este á Oeste, sirviendo de abrigo
al puerto que ocupa la parte Noroeste, estaba defen-
dida: por la hateria Santa Hita en d ángulo saliente
del Norte; por la balería San Pedro de Alcántara en el
ángulo saliente del Sud; por una torre 6 cubo hacia el
medio del lado Norte, con frente al puerto, y por una
línea de murallas fosadas que desde dicha torre it>a
hasta la costa Sud para cerrar l;i [«'nínsiila por el lado
do tierra. En el cpniro de la muralla li:ilna una ciuda-
dola de cuatix) án^^-^ulos» en cuyo interior se hallaban la
iglesia parroquial, el palacio del gobernador, el hospi*
tal real y el hospicio de San Antonio. Fuera de la
ciudadela, pero dentro del recinto fortiíicado, había un
deiHxsiín de armas, dos capilla^, un roleg-it) do jesuítas,
un molino de viento y bal «ilaciones de jefes, oíiciaies y
tropa. Salíase del recinto fortificado por dos portones
abiertos en ambas cortinas ó murallas, y por una puerta
falsa que tenía la cindadela. Toda la población estaba
fuera de murallas, formando dos barrios : el del Norte,
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 187
sobre el puerto ; y el del Sud, sobre el borde meridio-
nal. Entre ;iinl)os hnhín iin erran espacio libre que per-
mitía á la artillería obrar en tiempo de guerra siu cau-
sar daño á las casas.
Las fortiñcaciones de Montevideo llegaron á rodear
completamente la ciudad. Su construcción duró más de
cincuenta años, ;í pesar de que, ya al empezar, trabaja-
ron en ellas mil hoDihres traídos de las Misiones. En el
año 1736 no había aún más que la fortaleza de Sau José,
revestida con camisa de piedra y cal, fosada y con
puente levadizo, la baieria vit^a que en 1723 levanta-
ron los portugueses en el ání>ulo Sudoeste de la penín-
sula, que los españoles re'^d¡íi(\'iroii hacia 1734; tres
baterías pequeñas que se edificaron en la misma época
y que se demolieron para mediados del siglo XVIII; y
una muralla de piedra seca, en forma de zigzag, que
defendía la villa por el lado de tierra, dando paso á
ella por un portón situado á la altura de la < alie San
Pedro. Hacia 17S0 se componían las obras defensivas
de : las baterías del Muelle y de San Francisco y situadas
en la costa Norte, con frente á la bahía ; del íUerte San
José ya mencionado; de las baterías San Carlos y San
Joaqwn, en la costa del Oeste; de la batería de Santo
Tontas situada en el ángulo Sudoeste; la batería San
Juan sobre la costa del Sud ; de una ciudadela, situada
casi en el centro del lado Este, y de dos grandes alas
amuralladas y prof\indamente fosadas que partían de
la ciudadela y llegaban : una hasta la costa Norte,
rematando en un o'bo ó torreón, y la otra hasta la costa
Sud, terminando en otro cubo. X ambos lados de la
ciudadela, contiguas á ella, había otras dos baterías, y
hada el medio de la distancia de éstas á los cubos otra
batería en cada ala. Se aumentaron los trabajos en
seguida de las invasiones inirlesas, concluyendo una
batería sobre el lado Sud, entre los de San Juan y Santo
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188
Tomás, y otra al Oeste, entre las de San Joaquín y San
Carlos. Se haliía proyectado una línea terresire do
murallas, á la distancia de un tiro de cañón de la ya
descripta, pero no llegó á ejecutarse. Se salía de la ciu-
dad al campo, primitivamente por un portón situado al
Norte de la cindadela, en la dirección de la calle San
Pedro ó d«d Portón, y últiiiiainrriie i>or el mismo y por
oU'ü abierto cerca del cubo del Sud, llamado el Portón
nuevOt Á la par de la calle á que dió nombre. A las
baterías nombradas se agregaron otras dos para 1810 ;
ana entre las de Santo Tomás y San Juan, que se llamó
de San líaíacK y otra entre las de San Joaquiu y Sau
Carlos que se denominó de Sau Diego.
Los salvajes modificaron, [>ara el año 1810, el sis-»
tema de edilicaciún quo t^ní i:i (Mi ludo se descubrió el
Río de la Plata. Luí» ({iie se suuieueron á la raza con-
quistadora adoptaron las costumbres de sus dominado-
res. Los que no se sometieron, principalmente los
charrúas y los mínuanes, siguieron haciendo viviendas
portátiles, pero aprovecbando los cueros do animales
vacunos y caballares. Coi iaban para ello tres ó cuatro
g^jos iaxgos de ios árboles, los arqueaban, clavaban en
el suelo ambos extremos de cada gajo de modo que
éstos distasen entre sí algo más de media vara, y ten*
dían sobre ellos uno ó más cueros. Dentro de cada
habitación entraban dos persoiias y algunos hijos. Si la
familia era más numerosa, se haciau cerca una ó más
habitaciones iguales, y en ellas entraban las demás
personas, arrastrándose. Otro cuero les servía de piso y
de cama.
Las casas de iu¿» rsjiafi(iK>s chacareros ó labradores
eran ^ ranchos » pequeños y biyos, con pai-edes de
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DE LA RETÜBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 18i>
barro y techos de paja, dotados generalmente de una
puerta y de una ventana muy chica. Los españoles y
sus descendientes que viví¿iu eii los distritos pastoriles
habitaban también ranchos; pero los huecos de puertas
y ventanas se cubrían generalmente con cueros y á
menudo con nada. Muchos, que no eran estancieros ni
peones, carecían de casa y vivían en los montes con sus
mujeres y sus hijos.
La edificación urbana eia mucho más adelantada;
pero áiñnn notablemente la de Montevideo de la de
otros pueblos. Gomo éstos eran meras aldeas, de escasa
población, no proi>orcionaron motivos suficientes para
promover la fabricación de hidrillo y teja en sus inme-
diaciones; y, aparte de que hubo tiempo en que aún
en Montevideo faltaban ó no sobraban tales fábricas, la
escasez de medios de comunicación dificultaba y enca-
recía los transportes de aquellos materiales. No era fácil
tampoco disponer en todo tiempo y en cualquier parte
de arena y cal, ni de ol>rcros aptos, y la pobreza de los
colonos era causa de que no pudieran pagar servicios y
artículos demasiado solicitados ó procedentes de lejanos
puntos. De ahí que en los pueblos del interior abunda-
raii mucho las cho/ is de quincha (pared de cañas ó
ramas y Ij.irro) ó do adobe, con techo de paja, porque
estos materiales se hallaban á la mano en todas partes,
y que los mejores edificios fueran de piedra asentada
con barro y techados de paja, salvo casos excepcionales
en que se empleara la teja para techar. Motivos pode-
losos liabía para que la colonia del Sacramento estu-
viese más adelantada á este respecto, y en reaUdad lo
estaba. Sin embai^, casi todas sus 321 casas eran de
tierra cruda á mediados del siglo XVIIL Paredes de
ladrillo y barro se hicieron recién á fines del siglo
XVIII y princi])ioá del XIX, pero en pocos pueblos.
En cuanto á Montevideo, hacia 1745 no había todar
190
Büb4iU£JO HISTÓRICO
vía más que un corto número de casas erigidas acá y
allá. Hacia 178Ü, ya lerniiiiadas las principales obras
de defensa, el número de casas había aumentado liasta
cubrir totalmente loa írenies de alumnos manzanas cen*
trates y ocupar más ó menos los de las manzanas del
Nordeste, Este y Sudeste. Estaban aún casi despobladas
las manzanas biLuada^ ^uijrt la calle San Benito (Colón)
y la mar'^'^en occidental. \'eiiUc años má^ tarde la edifi-
cación, naturalmente más compacta hacia el centro y
el Este, se había extendido iiacia el Oeste, especial-
mente entre las calles San Migruel y San Pedro y entre
las de San Carlos y San Sebastian. Fuera de las Ibrtiíi-
cacioiics no había nia-'^ 4110 alg"iinas poquihimas casu-
chas, muy distantes entre si, á lo iai*go de la ohüa de
la bahía.
A los quince años de íUndada la ciudad, y aún de&>
¡)U('s, eran todas las casas de un solo piso al nivel de la
calle, bajas, y de pobre aspecto. Haliía algunas de pie-
dra, techadas de teja; pero la mayoría eran de barro y
tenían techo de p^ja, y no pocas estaban techadas con
cueros de ganado mayor. Las casas de dos pisos apare-
cieron al acercarse el fin del sig^lo XVIII, y su número
no era crecido el añu I8lu. Todavía en el úluino tercio
de aquel siglo no era raro ver levantar casas de impor-
tancia con paredes de adobe; era común, aun tratán-
dose de edificios públicos, construirlos con piedra tosca
sentada en barro; después se emplearon con alguna
frecuencia la arena y la cal cii ve/ dd barro, y más los
ladrillos cocidos eu vez de la piedra, sobre todo en los
pisos altos.
Fuera cual íüese el material empleado, las paredes
solían ser muy ^^ruesas. Una vara 6 vara y media, si
erai: laacslras; niedia vara ó ali:o aias, si eran tabiques
principales : tales eran las medidas comunes respecto
de los pisos b^os. Se usaron el techo de p^a y el de
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 191
teja para cubrir las casas hasta fines del siglo XVIII.
En esta época se empezaroa á coastruir con ladrillos,
cocidos techos de dos aguas y horizontales (azoteas).
Los pisos se cubrían en los tiempos más remotos : si
eran interiores y de piezas destinadas á habitación, con
ladrillo; si eran de deparlamentos destinados á depó-
sito, almacén ó tienda, no se cubrían ó se enlosaban
con piedra labrada. Después se empleó la baldosa en
las habitaciones y primeros patios.
Las casas tenían poca altura. Las piezas principales
eran esi)aciosas por lo regular; las del Tundo solían ser
pequeñas, agrupadas de modo que traían á la memoria
la idea del laberinto. Las puertas y ventanas, tanto
interiores como exteriores, se usaron pequeñas, excepto
la del zsLgvián, que solía ser grande, \ , por lo mismo,
teiiia uii¿i de sus hojas otra mucho más chica, que es
la que se abría ordinariamente. Se usaban {iocd las
puertas vidrieras, porque no se las reputaba bastante
segaras. Así las de calle, como las del patio y las inte-
riores eran de tablero cerrado, de madera gruesa;
giraban sobre goznes ó alcayatas, y se las aseguraba
con grandes llaves, pesados cerrojos v tuertes trancas
de hierro. Se usaban escás trancas aún cu las puercas
interiores que daban paso de una pieza á otra cuando
en alguna de éstas se guardaban cosas de valor. Los
vidrios de las ventanas eran de cortas dimensiones y
estaban sosteuidos [)or montantes y travesanos gruesos.
Su fragilidad estaba reparada por pesados postigos
interiores y por rejas de robustos bari'otes de hierro
encajadas al muro por el lado de fhera. Abundaban
los grandes patios, como que el terreno costaba poco.
No se buscaba la belleza ia ^^lugaiicia de los edifi-
cios. Los balcones, cuando los había, descansaban
sobre tirantes de madera que quedaban á la vista de
los transeúntes, aunque blanqueados, por lo regular.
l\)2 BOi^tKJO UISTÓIUCO
Si $e quería ostentar buen p^to, se cubrían sus cabe-
ceras culi una i.iMi horizoiitalinente clavada clt' uü
extremo al otru del balcón. No se veían cornisas de
ancho vuelo, ni más ornamentación que la forma
arqueada de la parte superior de puertas y ventanas,
los guardapolvos de i^ual curvatura, pilares tigurados,
á menudo >ii. molduras, en las fachadas de más preten-
sión de liiieb <lel siglo XMII, y algunos recortes y
calados en los pretiles del frente. Y aun estos adornos
solían ser de mal gusto y poco variados, cuando no
eran deslucidos por la falta de reboques, pues harto se
usaba dejar desnudos los ladrillos de las fachadas y aún
lo>de los i)aüos,si l>ien blanqueados con cal. Tudu, en el
conjunto y en los detalles, era tosco, despertaba la idea
de tuerza y praducía una impresión de pesadez agravada
por la monotonía.
LXXYIIL ^ fii fafUseato ét Mtrm j caUei
Las aceras, siempre y en todas partes estrechas, care*
cieron de cubierta, así en Montevideo como en los otros
pueblos, durante muchos años, por manera que se
hacía din'cil transitar por ellas en días de lluvia y en
los inmediatos. Pocos pueblos del interior se ocuparon
antes de 1810 de prevenir de algún modo las molestias,
privaciones y males que de tal estado se seguían. En
Montevideo empezaron los vecinos más cuidadosos ¿
poner en los frentes de las puertas de calle piedras y
cascotes. Se hicieron luego alirunas sendas, y por
último se empezó á pavimentar en todo lo ancho las
aceras, y se generaUzó esta mejora lentamente, en las
cuadras más pobladas. Los pisos de ladrillo, colocado
de plano ó de cajito, y los de cascajo fueron los más
generales. La losa de piedra se usó mucho menos.
Sin duda el motivo principal de haber atendido ton
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DE LA REPÚBLICA OKiLNiAL DLL URUGUAY 193
tarde y mediocremente á esta necesidad común fué el
concepto grosero que se tenía de estas comodidades;
pero en buena parte debió iiiíluir lainbien el teDior de
que los carros y las bestias prefirieran las aeeras á las
calles y destrozaran las obras, pues los vecinos y el
cabildo se dieron á defenderlas cuidadosamente, desde
los primeros años del siglo XIX. Estas defensas consis-
tieron en postes plantados en el borde exterior de las
aceras á la distancia do cuairo ó cinro varas unos de
otros. Hacían tal oíicio, en los extremos de las cuadras,
grandes cañones de hierro que se reputaban inservibles
para su olgeto propio. Los postes preservaban contra el
dafio de los vehículos y servían á los muchachos para
ejercicios de salto; pero no impedían que los catiallos
tomasen el lugar de las p-entes. Estos abusos su^^ii ieron
ia idea de cerrar ios espacios clavando barras de ñerro,
á manera de barandas, en las cabeceras de los postes;
luego se agregó, en los extremos y en la línea 'eje de
las aceras así embarandadas, un molinete de madera
que, girando horizontalmente sobre el extremo de un
poste, impedía el tránsito á los irracionales y lo estor-
baba á los hombres. Y, como si tales medios no basta-
ran para conservar los pisos, agregaron algunos un
arco de hierro, sujeto un extremo á la pared y por
el otro al poste esquinero y á tal altura que no {Midiera
pasai* el jinete siu dar con la cara en el canto del hierro
y estropeái^la.
£1 pavimento de las calles faé desusado, antes de
1810, en la Banda Oriental. Esta obra ha sido costosa
en todo tiempo ; los pueblos del interior, pequeños,
espaciados y pobres, no podían >ulVagarla; y su nece-
sidad no era, además, muy sentida por las poblaciones,
compuestas de gente fíierte, más acostumbrada á
soportar molestias que á gozar de comodidades. Mon-
tevideo, era, seguramente, la que miis había menester
15
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I
194 BOSQUEJO HISTÓRICO
de que sus calles se empedraran, ya por la clase de una
parte de su población, ya por lo desigual y áspero de
su snolo ; pero, si bien hnl»o quienes aspiraran á tai
mejora, y quienes la intentaran, no se hizo nunca otra
cosa que rellenar zanjones, cegar pantanos y empedrar
veredas á través de las callos. Los propietarios empren-
dían, de tarde en tarde, estas pequeñas obras en los
frentes de sus casas, y siempre de modo incompleto y
derectuoso, como se hacen estas cosas cuando se indi-
vidualizan. Una vez, hacia 1775, se hizo un esfuerzo
colectivo. No í'ué de grandes resultados; pero algunas
calles quedaron más transitable?^ue lo estaban.
LXXIX. — Lm» If ledas, eoBTeatos j eementerlM
Los pueblos de la Banda Oriental se formaron por
reuniones de indios salvajes reducidos, ó de lanulias
españolas. En el primero de estos casos los indios obe-
decían la dirección de clérigos y, por lo mismo, a!
hacerse las chozas en que habían de vivir se hacía la
ig-lesia en que habían de orar. En el segundo caso la
autoridad disponía á veces que un sacerdote acompa-
ñara á las familias, sea desde el momento de su insta-
lación, sea alLi-ún tiempo después, en cuyos casos se
destinaba alguna de las casucas á los oíicios reiigiüso6
6 se la edificaba especialmente. Ks así que todos los
pueblos de cierta importancia estuvieron dotados de
iglesia, fuera parroquial ó dependiente de alguna pa-
rroquia.
Los materiales de las primeras que se erigieron no
difirieron mucho de los empleados en la ediíicación
general; pero f'sto no obstó á que la iglesia fuese, en
todos los pueblos, la mejor de las construcciones, como
que estaba consagrada al más grande y temible de los
seres concebibles. Pocas se hicieron con el propóbiiu de
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D£ LA K£PCBLICA ORl£I<iTAL DEL URUGUAY 195
que sirvieran definitivamente; la ur^aMicia y la escasez
de materiales adecuados á una fábric^i imponente y
duradera obligaron á menudo á levantar edificios
pequeños y ligeros» de carácter proylsional; pero muy
luego empezaba la reunión de fondos para obra « más
digna de su objeto sedaba fonna á un proyecto y se
principial)ii su ejecución, l:i cual adelantaba á medida
que se allegaban los medios.
üo de muy diferente manera se hicieron estas cosas
en San Felipe y Santiago* Los jesuítas que en 1724
vinieron de Misiones con los indios llamados á trabajar
en las obras de defensa, hicieron construir una capilla
de pequeñas proporciones y muy á la ligera, porque
sus neófitos no debían pasar dias sin ^ casa de Dios
Hacia 1730 se propusieron los franciscanos establecer
un hospicio en ]as dos manzanas limitadas por las calles
San Miguel, San Francisco, San Luis y San Benito ;
pero lueg-o se cambió el proyecto por el de un convento,
y se edificó una pequeña iglesia de piedra y ladrillo
asentados en barro, con techo de teja y entrada con
atrio por la calle San Francisco, y á continuación,
hacia el Oeste, el convento. Ambas secciones tenían su
costado septi'ntrional sobre la calle San Miguel y se
llamaron respectivamente convento é iglesia de San
Francisco.
En el mismo año se empezó á trabajar en otra iglesia»
qm había de ser la matriz. Por ser lugar de prefe-
rencia, se echaron las bases en una de las esquinas de
la plaza Mayor ; es decir en la Nordeste de las forma-
das por las calles San Gabriel y San Juan. Constaba de
una sola nave de mediano tamafto, y de un bautisterio.
Sus paredes fueron de piedra y barro ; su techo de teja.
Por tanto, sus materiales y su factura fueron lo mejor que
se acostumbraba. Los fieles pudieron verla terminada
á los 16 anos de esfuerzos muchas veces renovados.
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bos(v»i;ejo histórico
La población creció, y progresaron las ideas edili-
cias, y aumentaron los recursos. Por todo esto las iglc*
sias existentes fueron juzgadas, para los últimos años
del siglo XVIII, insuficientes y pobres. Se pensó en cosa
que mejor satisficiera la fé y el arte ; y, como no tuviera
Montevideo arquitectos capaces, se encomendaron los
planos á peritos de Buenos Aires ; y la caja del virrei-
nato proporcionó las primeras sumas de dinero que se
invirtieron en l;i [U'oyectada obra. Los irabajos empe-
zaron en el año iTUü, en la esquina Noroeste que for-
man en la plaza Mayor las calles San Carlos y San Juan,
empleándose ladrillos y argamasa inmejorables. A los
veinte años estaban t43rraina(las las tres hermosas naves
de la que ya se llamaba Matriz nueva ; pero faltaban
la cúpula, las torres, el reboque exterior y varios tra-
bajos interiores.
Lo costoso de esta obra, que en su época era monu-
mental, no arredró á los habitantes de Montevideo, sino
que al contrario, sirvió de modelo y animó á imitarlo
en menores proporciones. Es así (jiie ocho anos después
de haber comenzado se puso la piedra fundamental de
la capilla de la Caridad^ la cual fué, no tan grande como
la Matriz nueva, y de una sola nave, pero como ella de
materiales escogidos, de robustas formas y de aspecto
agradable. Se la edificó en la calle Santo Tomás, entre
las de San Diego y San Pedro, y estaba por concluirse
todavía á los doce añus de enterrada la primera piedra.
Las iglesias íUeron consideradas en mucho tiempo
como lugares apropiados al entierro de los cadáveres.
En los primeros años se abrían las sepulturas en el
interior, en los corredores y en los atrios de la capilla
de la cindadela, de la Matx'iz y de San Francisco. Cuando
la población de Montevideo creció tanto que el interior de
las iglesias no bastó para (hir sepultura á los muertos,
San Francisco y la Matriz destinaron al objeto una parte
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DE LA RKi^ÜBLlCA üRiEOTAL DEL URUGUAY 197
del terreno contiguo desocupado que les pertenecía. Desde
entonces se enterró á los militares en la capilla de la
cindadela, á los pobros en el Campo Santo do cada ig-le-
sia, y á los ricos en el interior ó en el atrio de ésta.
Mas estos mismos campos anexos á las iglesias fueron
estrechos para principios del siglo XIX ; razón por la
cual mandó el cabildo que se construyese otro más espa-
cioso fuera de muros. Estuvo situado este ('ampo Santo,
desde que se le inauguró en 1.SU8, en la costa Sud, en
ano de los ángulos que hoy forman las calles Durazno y
Andes.
LXXX. — LttB easas capllalares
Sí la iglesia era el primer edificio público de toda
población española naciente, la casa del ayuntamiento
había de ser el segundo. Los reyes no ponían trabas al
establecimiento de los cabildos. En cuanto un pueblo
reunía cierto numero de habitanies en su núcleo y cer-
canías, le era acordada la gracia de tener su autoridad
municipal; y» creada ésta, era de regla que se le
hiciese casa especial. Las primeras eran provisionales
las más de las veces, porque la institución nacía, como
es natural, sin que le precediera alojamiento. Pero muy
luego se disponía el vecindario á sustituirlas por otras
que se distinguiesen del común de las casas, aproxi-
mándose, en importancia y en apariencia exterior, á
las jg-Iesias. Un palacio municipal n aunque fiiese de
aüobr, si era couipleto, constaba de tres d< partamentos:
uno, consagrado á las funciones del cabildo y de sus
oficios y empleados ; otro, adecuado para asegurar á
los acusados y penados ; y otro para el cuerpo de guardia
que había de defender al cabildo y custodiar á los
detenidos y presos. No era frecuente que estas tres sec-
ciones se reuniesen desde luego en las casas capitulares,
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198
B(>SQC£JO HISTÓRICO
que harto se conseguía muchas veces con tener una
sala (le st'Muneü ; pero la aspiracjou era reunirías, y
se procuraba realizarla venciendo m<is ó menos diücui-
iades.
Podrá concebirse cómo se graduaban estas adqui-
siciones en loe pueblos de segundo y tercer orden, por
lo que ocurrió en Montevideo. La villa existió desde
172t) ; pero tuvo justicia y regimiento álos cuatro años,
cuando el número de habitantes requirió ios funciona-
rios capitulares. En ese mismo año 1730 se adquirió la
primera casa para su servicio, que se compuso de una
sola pieza, sin acoesori(»s, loeliadade teja \ Cómo inter-
vendría fi barro, cuandu siete años mas tarde hubo que
decidirse á rehacer la casa ! Esta vez no se inido tam-
poco hacer más que una sala* y de adobe ; la cual» sí
aventajó á la primera en que Alé más grande, no en ser
mas duradera, pues consta que á los poeof? afios hubo
que demolerla para reemplazarla por cosa íiit jur.
El tt rrer edificio que ocupó, en la plaza Mayor, el
ángulo Nordeste que forman lias calles San Carlos y San
Femando, excedió al segundo en el ntímero de depar-
tamentos. El cabildo, el cuerpo de ¿^u.trdia y los proce-
sados tuvirron el suyo respectivo, bajo el mismo techo.
Aunque entiú el bai^ro como materia prima, también
esta vez» la construcción se mantuvo en pie hasta los
primeros años del siglo XIX. En esta época el palacio
capitular podía sostener una comparación con la Matriz
vieja sin £rrand<' niení^ua ; pero, enfrentado á la Matriz
miei a, pareeia que su fealdad y mala construcción se
acrecían, y el vecindario llegó á no poder mirar ambos
monumentos vecinos sin cierto escozor, tanto más pun-
zante, cuanto que la Caridad, aunque despacio, avan-
zalia á lo lejos eoiji i rifando lialagiiefias esperanzas. Se
hizo, pues, la resolución de <iüe el cabildo estuviera
mejor alojado, porque así lo requería el decoro ; se enco-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 199
meiidaron los plnnos ; se presupuestóla obra en el con-
cepto de que seria de piedras sillares y de ladrillos
unidos con buena mezcla de cal y arena y de que cons-
taría de dos pisos sólidamente abovedados ; y se inau-
guraron los trabajos en 1801, los cuales este ban todavía
atrusiulus ca 1810, ¡)ero no tanto que los niuntevidcanos
no se sintieran ya satisieclios de realizíu^ tan hoiinosa
fiibríca.
LXXXI. — El imlaeio real
Muchos años estuvo la Banda Oriental 411^ su
primera autoridad militar tuviera una habitación ade-
cuada. Cierto que las necesidades no fueron muchas en
I08 primeros ; pero, según fué aumentando la población
de San Felipe y Santiago, y multiplicándose la de su
extenso distrito, complicóse el servicio, aumentó el per-
sonal, y hubo que crear nuevas oficinas. Día llegó, pues,
en que no bastaron los edificios comunes para el objeto
y en que se pensara en hacer una residencia capaz de
corresponder al fin que se tenía en vista, así por su
extensión como por su apariencia.
Se ideó el plan, se eligió el lugar y se hizo la obra.
En cuanto al lugar, recayeron las miradas de los inte-
ligentes en las cuatro cuadras ó manzanas limitadas por
las calles San Pedro, San Francisco, San Carlos y San
Beniio. El espacio era demasiado para ocuparlo com-
j)letameüLe desde luego, pues en 1708, íecha de I:i fun-
dación, no era menester fábrica de lanta miigniiud. Se
acordó ocupar aproximadamente un cuadrado de cien
▼aras por lado, que se situaría en el centro de las cua-
tro manzanas. Pero, como las calles no tenían la direc-
ción d(.' los puntos cardinales, y se quiso que los frentes
del palacio la tuvieran resultó que los ángulos del edi-
ficio vinieron á dar en las calles que cruzan las men-
200 BOSQUEJO HISTÓRICO
cion.'Klas cuatro maiiz.'in.t^, muy coiva de ellas, y que
delante de cadu lado ú*A {ialacio quedara disponible ua
espacio iientagonal. fistos espacios hubieran servido
para despejo, higiene y embellecimiento de la residen-
cia d< 1 ^M)bierní); mas ediflcííronlos los particulares, de-
jando Pijiiv sus propiedades y la pública una calK».
El eduicio ucupó casi lodo el cuntorno del terreno,
dejando en su c«Mitro un gran patio cuadrado. £n el
punto medio del lado Norte estaba la portada, muy
ancha, con fi^oznes clavados en marco de piedra sillar.
A su izquierda estaba el departamento del cueri>o do
•guardia, que era una pieza peijueña, muy baja, con
paredes de piedra y techo de teja, á la cual entraba
escasa luz por %*entanas de cortas dimensiones provis*
tas de rejas de hierro fuertísimas. Seguían al cuerpo de
;,'uardi i, hacia el Este, hasta la esquina, otras piezas de
i^ual constru<^ción, con puertas al patio y pe(|ueñas
ventanas ;í la cidle. Los lados Este, Sud y Oeste, esta-
ban ediílcados con ladrillo y cal, á no mayor altura que
el íVente. El gr<>bornador tenía sus habitaciones en el
lado Oeste; una capillita ocupaba el medio del lado Sud,
frente á la entrada; á su i/«iuierda estaba el salón de
recepciones; lo demás era paralas oílcinas del ser-
victo pCiblico. Todo era, por dentro y ítaera, sencillo,
sin la menor ornamentación, de asi>ccto casi mísero.
La portatla era m;ís propia de un cuartel que de un pa-
lacio de gobierno. Hacia se tuvo la buena idea de
í'ormar un jardín en el gran patio, el cual mejoró la
impresión que causaba el aspecto general del ediñcio,
y se empezó A edificar con ladrillo y mezcla de cal una
sección de dos pisos en el ángulo Noroeste, que sola-
meí.ti' hal*;,i estado cercado hasta e!Hen('e>. Ta! era la
mansión de ios gobernadores, que generalmente se desig-
naba con el nombre de £1 fuerte.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 201
LXXXn* — Los depósitos de ayas iiotoMe
Se habrá notado que todos los pueblos del interior,
fundados hasta 1810« están sobre ia orilla ó muy cerca
de algún río ó arroyo. Han tomado esta situación : algu-
nos por gozar de las ventajas de la comunicación flu-
vial; y todos, por tener á la mano las maderas y la leña
que los montes podían proporcionarles, y por la facili-
dad de proveerse de agua potable. Tenían, pues, un
servicio abundante de este artículo tan indispensable
a la vida.
Por ser el agua del río do la Plata salada en las
cercanías de Montevideo, los habitantes de esta ciudad
tuvieron que recoger el agua llovediza y que usarla
exclusivamente en los primeros años que siguieron á la
fundación. Emi)learon para el electo pipas y tinajas, que
culocaban comunmente en los ííngulDS de lus [>atios, y
á las cuales caía el agua de los techos por medio de
caños de hojalata ó de conductores de t^a. Mas, suce-
diendo que las lluvias no se producían periódicamente,
que aquellos recipientes no bastaban para recoger toda
el agua que pudiera neresitarse hasta la lluvia pi óxima,
y que con írecuencia se descomponía el líquido cuando
más se le necesitaba, este medio de provisión distó
mucho de satisfacer las necesidades, y tal deficiencia
motivó que se abriese en el recinto fortificado el llamado
Pozo del Rey.
Ck)mo su agua, aunque ahundante, era salol>re, no
hizo todo el bien que se esperaba. Pero no tardó un
vecino en abrir otro pozo fuera de las fortificaciones,
cerca de la playa de la bahía, sobre la orilla del
arroyuelo de las Canarias. Surgió aquí agua potable;
la pohlación se sirvió de ella durante mucho tiempo á
lalta de agua llovediza y el autor de la benéfica obra
Oigitized
202 Bo^yCEJU msTüKICO
tUTo la satisfacción de que lo recordaran á menudo los
consumidores agregando al pozo el nombre de Masca^
renos.
Ci t'ció la población; el servicio de las pipas y tiu^jus
siguió siendo inseguro y el del po20 llegó á ser insuft*
cíente. El descubrimiento de Mascareñas enseñó á otros
en qué lugar podría hallarse buena agua. No era
meiii^it'r, por lo mi5?nin, otra cusa í{\\Q- aprovechar ia
lección, y la aprovechó la autoridad haciendo abrir
otros poeos en las inmediaciones de aquél, que por ser
obra de autoridad se llamaron Pozas del Rey.
Confiar en ellos equivalía á poco menos que ponerse
á merci'í! del enemigo cada vez que la plaza íiiese
sitiada, aparte de lo molesto costoso que era su bene-
ficio. Los dueños de casas se decidieron, por evitar
tales inconveniencias, á abrir en sus fincas aribes ó
cisternas; y tanto se aficionaron á ellos para fines del
siglo XVII, que en adelante los hicieron de enorme
capacida l, {lerfcctamenie iiiqicrmeables v abovedados,
b^jo de tierra. No tuvo nunca Montevideo agua tan
ponderada como la de lluvia que se recogía en estos
recipientes casi inagotables.
LXXXin. — finrernediides, médlMS, renediot r liaepltoles
Como que las costumbres alteraban poco el orden de
la naturaleza, la salud fué excelente en pueblos y cam-
pos durante muchísimo tiempo. Pero, como nadie era
inmortal, ni cjsíaba del todo exento de irregularidades
de vida, ni libre de accidentes imprevistos, ocurrían de
tarde en tarde enfermedades y, por lo tanto, necesidad
de curarlas.
Los salvajes adultos y varones, aficionados á embo-
rracharse con aguartlitMiio, ó con inirl de abejas iV'r'aicn-
tada ^K}r medio del agua (chicha) sentían en el estómago
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL tKUÜÜAY 203
los efectos del alcohol ; juzgaron que este órgano era el
aíiiento de la embriaguez, é iiidajcroii de aquí» seírfm
parece, que allí se radicaban todas las eiiíermeüades
que padecían. La lógica, que á ningún ser animado
&ita, los condujo á sentar como regla terapéutica que
la vuelta de los enfermos á la salud dependía de extraer
el mal del estómago; y, no hallando nada más ade-
mado, curaban todas bs enfermedades chupando con
gran fuerza la piel de la región gástrica. No todos
debían ser aptos para aplicar con buen resultado este
tratamiento, pues había indios que se ocupaban espe-
cialmente en curar. Eran los médicos de la tribu.
Los campesinos españoles, criollos y mestizos, no
tenían médicoSt es decir, personas dedicadas especial-
mente á curar, ni los necesitaban, pues creían á toda
persona cristiana más ó menos dotada de la capacidad
de sanar ciertas enfermedades. Es así que cuando alguno
se enfermalia pedía la asistencia de indígenas liautiza-
dos, ó de vecinos de su propia raza, y, á falta de aqué-
llos y de éstos, del primer transeúnte que divisaran.
Tanta confianza inspiraban las prescripciones de estas
personas, que el paciente las t jecutaba sin poner nunca
en du<la su eficacia, por más peregrino que fuera el
medio curativo.
£n los pueblos del incerior, y aún en Montevideo
durante medio siglo, poco ó nada tuvieron que hacer
los médicos diplomados, ni los farmacéuticos. No se
usaban otros remedios tpie algunas hierbas medicinales,
cuyas virtudes eran cunocidas por cierto nfimero de
mi^eres de las diversas clases sociales. Producido un
caso de enfermedad, se ocurría á los buenos oficios de
la señora Tal 6 de la china Cual, y nadie pensaba en
más para sanar de calenturas, catarros, cólicos y con-
tusiones. La primera botica la tuvo Montevideo en 176.S,
y por ese tiempo hallaron ocupación los facultativos
I
204 bo.si^UEJO HISTÓRICO
Bnfermero lo era todo el mundo con la mejor voluntad,
de modo que á nadie faltaba, llegado el caso, quien lo
cuiíl.'iiM, ¡»*»i- \)ocn^ í|ue fueran sus amistades.
Euipero, segúa íue civciendo la ciinlad, so aumentó
la clase de loa pobres, tan privados de familia como de
fortuna, y, por lo mismo, también la necesidad de que
la ñlantropía de los vecinos se ejercitase con más fre-
cuencia. V, ' oiiK) nunca son tan fáciles, ni tan útiles,
los actos de iM^nelicencia ejecutados individualmente
como los asociad(>^ . 'ombinando el sentimiento de amor
al prójimo con la idea de la economía, sugirieron al
vecino don Francisco Antonio Maciel el proyecto de
constituir una asociación con el ñn de auxiliar á los
condenados á muerte en sus últimas horas, y «4 los
cnlermos pobres. Asociáronse en 1775 unas pocas per-
sonas bajo el titulo de Cofradía del señar san José y
caridad^ y desde el aflo siguiente se consagraron al
segundo de aquellos humanitarios oficios.
Al [irincipio i)oin.'in los coírades y recog^ían en el vecin-
dario S' Ui uuilmenie cantidades do dinero, nombraban,
pagaban y enviaban enfermeros á los necesitados y
daban á cada uno de éstos dos reales diarios, mientras
durase la enfermedad. Mas, como esta manera de asis-
tir no careciese de inconv»^nientes, v el Cabildo avan-
zalia lentamente en la jirepararioii de un Im^ini d, por
faltarle ios insdispensables recursos, se resolvió Maciel
á convertir en hospital provisionalmente una casa suya ;
lo dotó con 12 camas y, tomando sobre sí los gastos
que la asistencia causara, iiiaiiíJruró en 1787 el Asih de
caridad. El Cal)iMo terminó en el año siguiente el Jíus-
pitai de igual nombre, lo entregó á la cotradia de que
era hermano mayor el caritativo Maciel, llamado justa-
mente el Padre de los pobres, y se trasladaron á él las
camas y los enfermos del Asilo.
Diez años despucs de inaugurado el Hospual de can-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 205
(hd se fundó, por resolucióa de las autoridades de Bue-
lÁji, Aires, un hospital rmiitar que ocupó el terreno limi-
tado por las calles San Benito, San Francisco y San
Higaei» y por la orilla septentrional de la ciudad, bajo
et nombre de Hospital y barracdn de la marina. Se
confió su administración interior á los reli^nosos betle-
mistas, y se asistieron en él lus enfermos del personal
ele la marina de guerra, de las fuerzas que guarnecían
la ciudad, y de la clase de presidarios.
LXXXIV. — Edificios destinadab ú diversiones populares
El primer ediíicio erigido en Montevideo, con destino
á diversiones populares, de que se tiene noticia íue una
[dm de toros. Se la edificó hacia 17 7d, según se dice.
Era de forma ochavada por dentro y fuera, y ocupó la
cuadra encerrada por las calles San Diego, San Carlos,
maíllo Toaids v San José. Existia aún hacia 1790.
Mientras hubo plaza de toros no iiubo teatro. Vínole
ea 1794 al portugués Cipriano de Mello la idea de
hacer levantar el primer edifício aplicado á las repre-
sentaciones, y realizó su pensamiento en el callejón
pe conducía dul Fuerte á la calle San Pedro, enue las
de Santiago y San Francisco. La casa de la comedia,
(gue asi se le llamó) importaba el principio de un pro-
greso importante ; pero no había en ella el lujo, ni la
elegancia, ni las comodidades de los teatros de hoy en
día. Li techo, cuya armazíui de madera era muy sólida,
era de teja y estaba sostenido por toscas vigas (jue del
caballete venían á buscar apoyo en el suelo, intercep-
tando el paso y la vista de los espectadores. £1 piso de
la platea era de ladrillos. A ambos lados había dos
hileras superpuestas de palcos y una de asientos espe-
ciales para las mujeres ( la cazuela). Desde el techo
pendían varios aros de madera que se mantenían en
2üi) BOSQUEJO UISTÓaiCO
posición horizontal y bajaban ó subían por medio de
cuenias. El i)r>rde superior esos aros <*staba provisto
de cierto núm<n*o de tubos conos de hojalata, ea los
cuales se aseguraban velas de sebo, fabricadas á baño.
Esos aros eran, pues, los candelabros ó arañas que
servían para alumbrar la sala en los días de fiesta.
CAPÍTULO m
POBLACIÓN DE LA BANDA ORIENTAL HASTA 1810
LXXXV. «- l*(»blaciáii de MoiiteTideo
La pequeña península en que está situada la ciudad
de Montevideo era habitada por alguna que otra
persona que vivían en casuchas de piedra ó de adobe
(lis'MJiiiiadas á lariras distaucias. Decretada la imiiiación.
se establecieron iumediatamt'iite s ('» lo lauiilias venidíis
de la Banda Occidental, y luego, hacia fines del mismo
año, llegaron otras 13, procedentes de las Canarias, que
fueron traídas por Alzaybar. El mismo condujo en 1728
unas 30 familias más de las mismas islas, á las cuales
precedieron y si;Lmieron otras qu<^ haljían residido en
varios puntos de la jurisdicción de Huenos Aires, y que
se trasladaron animadas por el Cabildo de la capital.
La población no aumentó en los primeros tiempos
con mucha rapidez, puesto que en 1770 contaría algo
más que mil individuos d(^ lodas las edades y sexos.
Seí^ún algunos testimonios, hacia 1800 el número fué
de unos T.'oo dentro de muros y otros tantos íUerat
diseminados en las chacras ; pero, el padrón formado en
1803 por orden del cabildo no constató mayor número
que el do 4722, comprendiendo los blancos, los indíge-
nas, iob uegros y los mestizos de todas clases que vivían
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DE LÁ REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 207
la ciiidaíl v suburbios. Creció enlósanos siLuientcs,
y luogo disminuyó, sobre todo fuera de muimt con
motivo de las invasiones inglesas; por manera que
hacia 1810 no excedía, ó excedía poco, la cantidad de
habitantes, de la que había sido en 1803.
No se puede determinar qué progr^s hizo la pobla-
ci/>n «le la Banda oriental, fuera de ' Montevideo, hasta
el año 1810. Sólo se tienen los datos que publicó Azara,
relativos á los últimos años del siglo XVIIl, en los cua*
les se incluyen los habitantes dei núcleo de cada
I>ueb1o y los de su distrito rural. Son éstos, compren-
diendo á Montevideo :
LXXXTI. — Población dei resto del ptd»
Región dei Oeste
Colonia del Sacramento.
Real Carlos ....
Soriano
Víboras
Mercedes
Dolores ó Espiniliü « .
Rosario ó Colla . . .
300
230?
1.700?
1.500 ?
850 l
1.300 ?
300?
6.150
Región del Esle
Maidonado
San Miguel
Santa Teresa
San Carlos 6 Maidonado chico .
Rocha
Meló * •
2.ÜÜ0 ?
40
120?
400?
250
820
3.630
A la vuelta
9.780
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2Ü8
liüü>gL£JO HISTÓRICO
De la vuelta 0.780
Región del Centro
Guadalupe ó Canelones . , « . 3.500
Santa Lucia ó San Juan Bautista. 4fiO f
Pando 300 ?
San José .'>5fl ?
MiniiS 450
Piedras 800 { 5.860
15.Ü40
LXXXTn. - P^UadóB tttel de ím Hmmém Oriental
Sumando las poblaciones do Montevideo y del resto
del país se tiene el total de :^.985, á que ascendía
aproximadamente, el número de habitantes en 1800.
}\}v i'l incremento de esta población y por haberse
fundado ¿iusieriurmenie laFlorida, la Santísima Trinidad
de Porongos y Paysandú, creciu aquella ciíni para 1810
en términos que no es posible precisar. No falta quien
suponfira que llegó hasta 60 ó 70 mil ; pero este número
es indudablemente exagerado.
En Cí>ta ijublación entraban los españoles, los iiuh-
gcnas, los negros, lus mesii/A>s, ios zambos y los mula-
tas. La mayoría era do españoles y mestizos. Cuando
aciuéUos empezaron á colonizar la Banda Oriental eran
muchos los indiV'enas y rarísimos los negros ; pero el
nú moro de éstos aumentó mucho para 1810, sobre todo
en MontcN idri», en que íbrmaban el tercio de toda su
población; y el de aquéllos, ai contrario, disminuyó,
por la persecución que motivaron su carácter indómito
y sus costumbres dañinas. Mientras los españoles no se
propusieron ocupar esto territorio los ohamias perma-
necieron ea la zona limítrofe del rio de la Plata ; mas
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 209
desde quo se fundó Montevideo y que los colonos
empezaron á tomar posesiones en el interior, se some-
tieron las tribus de origen goaranítico y los más de los
charrúas se Alejaron continuamente hacia el Norte, no
sin disputar en sani^rientas luchas sus posesiones, siendo
de notarse que quedaron en su lugar, durante algún
tiempo, tribus minuanes venidas del otro lado del
Uruguay, hostilizando, aunque sin éxito de importancia,
á los pobladores europeos. Para el último cuarto del
siglo XVIII los charrúas refractarios á la civilización
habían transpuesto el río Negro, diezmando de paso,
según parece, á los yaros semi-amansados que vivían
entre ese río y el San Salvador, y á los bohanes que
residían poco más allá. Los minuanes vagaban entre
tanto al Sud del río Yic, atacando hoy una aldea ó una
estancia, mañana otra, y sufriendo repetidas ])ersecu-
ciones de los espíinoies. Ya para finer> del mismo siglo
los charrúas y minuanes indómitos, reducidos á muy
corto número, habían pasado el Cuareim, y sólo venían
al Sud, en partidas de pocos hombres, para ejecutar
cori*''i'ías.
Las tribus indí'j-enas amansadas s(* repartieron en
las estancias, chacras y pueblos fundados por los con-
quistadores. Los demás continuaron durante la domina-
ción española la vida errante que llevaban cuando se
descubrió el río de la Plata, con la diferencia de que su
movilidad auui^'nió por el uso del caballo y por la con-
tinua persecución de que eran objeto. Los negros
residían en los centros urbanos y en las chacras princi-
palmente, con las familias á quienes pertenecían. Los
españoles y sus hijos habitaban en los pueblos y en sus
establecimientos agrícolas ó ¡)astoriles, los últimos de
los cuales estaban diseminados en el campo á grandes
distancias unos de otros. £n la población rural es en
donde abundaban más los mestizos, por la razón de
14
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210 BO^CEJO HISTÓRICO
que, siendo muy pocas las mujeres españolas» lo8 hom-
bres bc unían ;i las indias reduciüas > alas migeres que
éstas generaban.
Las clases mencionadas no se mirabaíf nada bien.
Desde el principio de la conquístalos salviyes odiaron á
los españoles, y éstos juzgaban á los salvajes y á los
negros como á seres tan inferiores, qu< iuianif largo
tiempo discutieron ios más doctos si ios indios i>oriene-
cían ó no á la especie humana, siendo necesario que el
Papa declarase la afirmativa. Aun así, muchos sacer-
dotes se negaron después á administrarles sacramentos.
Mejor concepto si* tenía de los mestizos ; pero ni éstos,
jii los criüilüs, m:ujt(_-mau buenas relaciones con los
españoles, aunque perteneciesen á una misma iamilia.
Parece que esta aversión era mayor en Montevideo y en
los pueblos que en el campo, acaso porque era menor
la ignorancia.
CAPÍTULO IV
AUTORIDADES LOCALES
LXXXVIll. — Ort^atii¿4iciuu geiierai del serrieio iiúUieo
En los primeros ueiiiitos la Colonia, (cuando la
poseían los españoles) Montevideo, Maldonado y Santa
Teresa eran otras tantas comandancias, y se tuvieron
en esos puntos muy })ocas autoridades subalternas. Los
comandantes r'K'n ían principalmente autoridad mib-
tar; la política, judicial y mani<Mpal convspoii' iia á los
cabildos* Pero, así que las pol)lacíones empezaron á
tener importancia se hizo sentir la conveniencia de que
el gobierno de Buenos Aires tuviese en la Banda Orien-
tal un auxiliar de mayor significación. Inducido por
tales consideraciones el gobernador -\ndonaegui solicitó
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D£ LA REPÚBUCA üKlfiMAL DEL LHUGUAY 211
del Rey que dotase á Montevideo de un gobernador
político y militar con las facultades correspondientes á
la importancia del puesto; y, accediendo el Soberano,
lo instituyó. El coronel don Joaquín de Viana fué quien
recibió el primer nombramiento, y lo ejerció desde
Marzo de 1751. £1 gobernador de Montevideo, como
todos, debía ser nombrado por el Rey; pero estaba
subordinado á la autoridad política y militar áv FUi'mios
Aires, por ser la Banda Oriental parte de la provincia
bonaerense.
Desde entonces filé más cómplicada la organización
administrativa de la Banda Oriental, sobre todo la de
Montevideo. En la |>niiiL'i a década del siglo XIX era
como se indica en los artículos siguienies.
LXXXDÍ. — ÁBlorlMee de la ngi6« eentnd
La autoridad política y económica de la ciudad de
Montevideo y su jurisdicción era de.sem[)eñada : P por
el gobernador, con un asesor y uu escribano de go-
bierno; — 2** por un mmisira de la real hacienda^ con
oficiales primero, segundo y tercero; ^ 3^ por un admi-
msirador de aduana, con un contador, un vista, un
alcaide, oficiales primero, segundo y tercero, un oficial
dt' tesorería, uno ile administración y un escribano de
registros; 4"* por uu admmisírador de la renta de taba'^
eos\ con un contador, un oficial, un tercenista (encar<>
gado de la tercena 6 puesto en donde se vendía el
tabaco) y un mozo de almacenos; 5° por un adminis-
trculor de la renta de correos, con un contador y dos
oficiales.
La autoridad militar estaba á cargo : I"" de un estado
mayor de plaza con un gobernador, que lo era el poli*
tico y jefe de la real armada, con un sar¿,'-onio mayor;
2^. un comandante niüÜar de matricida, con un ayu-
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212 . ÜOáglliJu HISTÓRICO
dante, un asesor y un escribano; 3^. un capitán del
puerto con dos escribientes, un asesor, un escribano,
üii vidria del rcrro, un i)nicti( 0 lu.ivor, uno de nombra-
mienio y tres supernumerarios ; 4'' un cuerjjo político
de artillería con un ayudante de contralor, (el contralor
residía en Buenos Aijres) un guarda-almacén y su ayu-
dante, y un maestro mayor de montajes; una sec-
ción del rrnl cue^^po de iníjenwros del virreinato.
Las l\ier/:is (jue urdinariamente dependían déla auto-
ridad militar eran :
2 compañías de milicias del i*eal cuerpo
de artillería 230 plazas,
2 eouipaiiias de naturales, del mismo
cuerpo 210 —
1 batallón de voluntarios de infantería
con 8 compañías de flisileros y 1 de
firranaderos 094 —
4 escuadrones de voluntr^rios de eaba-
Ueria, de ti*es compaíiias ca la uno • 700 —
1 compañía de pardos granaderos • • 100 —
l compañía de negros granaderos . • 60 —
l/.rJ4 plazas.
Además había un cuerpo de hlandcngves de la fron^
terüf compuesto de 8 compañías de á 100 plazas cada
una, creado en el año 1799, y un escuadrón de 900 pla-
zas de caballería estacionado en el Yí.
El ui>üstadero ó esi.u ión naval del Riu de la Plata
era administrado por un comandante general de ma-
rina» que durante algún tiempo lo íUé el gobernador de
Montevideo y funcionaba con un asesor y un escribano;
por una secretaría de la comandancia, con un ayudante,
"Vi^^dos escribanos, un portero, y un interprete de lenguas;
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I
DE LA REPÚBLICA ORIKNTAT> HEL URUGUAY 213
por UDa nuiyorfa con un oficial de órdenes y un escri-
biente; por una junta de apostadero que presidia el
comandanta ^'-eneral, constaba de 1 vocales con un
secretario y un asesor; y por un ministerio de bajeles,
con un ministro principal, dos agregados y dos escri-
bientes. £1 número y clase de buques de guerra era
variable; pero generalmente era de una fragata» dos ó
tres corbetas y veinte y luuLas lanchas cañoneras y
obliteras, aparte de varios bergantines, faluchos y
místicos que se ocupaban en el servicio de la costa pata-
gónica, de las Malvinas y de los ríos, y en conducir la
correspondencia entre Buenos Aires y la Colonia. La
escuadra, prefería apostarse en el puerto de Montevideo,
I»nr ser más cómodo que el de Buenos Aires y que el de
la Ensenada de BaiTagán.
Las fiinciones judiciales, pohciules y municipales
eran desempeñadas, en cada pueblo de la jurisdicción
(le Montevideo, por su cabildo.
No había en toda la Banda oriental otra autoridad
eclesiíística que ios curas piírrocos. La ciudad de Mon-
tevideo tuvo uno solo. Hubo otro en Canelones, y otro
en las Piedras.
X€. — AutarldadM de las rtffUmet del Oeste j Este
El punto algo importante de la región occidental' era
la plaza de la Colonia del Sacramento; pero esa misma
importancia era militar más que política. Es así que no
haljía en ella autoridades encargadas especialmente de
funciones políticas. La policía, la justicia y las atencio-
nes municipales eran servidas por el cabildo, y el cui-
dado militar estaba á cargo de un comandante, quien
disponía de 80 hombres de infantería y 2 escuadrones
con 150 plazas de caballería.
Hacia el Este había dos lugares importantes, que
214 BOSQUEJO HISTÓRICO
eran Maldonado y Santa Teresa, hajo el punto de vista
militar, razón por la cual habla en cada ano de ellos
un comandante. En el primero la ftierza era de 100
liuinbres (\e infantería y 150 de caballería. Sobre la
frontera del Brasil había un <»s< iiatliV.a ralullería,
de 300 plaz;is. Además funcionaba en Maldonado un
ministro de la real hacienda con un oficial.
CAPÍTULO V
COSTUMBRBS POPULARES
XCI* ^ Práetieas religiosas
Personas que luvieron relaei(Sn eon los charrúas y
los minuanes aseguran que estos salvfyes no se entre-
¿"aban á ninguna práctica religiosa á Unes del siglo
XVin, y que no tenían idea de divinidad, ni de exis*
tencia sobrenatural, ni ninguna otra que pueda califi-
cai-sp de religiosa. Autores modernos Miptuien que
alguna noción debieron tener, aunque vaga, de la vida
Altura, puesto que enterraban sus muertos con armas,
como para que usaran de ellas después de la muerte ;
|)ero, éstas y otras costumbres que sin duda han tenido
origen en creencias reliíriosas, bien pudieron ser obser-
vadas por mera imitación hereditaria de usos pertene-
cientes á pueblos místicos antiguos de que procedieran,
habiendo olvidado las ideas á que en tiempos remotos
correspondieran, pues ¡es m«4s fácil perpetuar actos
externos <]iie sentimientos. Este p-^recer tiene en su
apoyo la constancia de que ningún eiiarrtía 6 niiuuán
hacía cosa que pudiera interpretarse como culto. El
mismo casamiento, que en todas las religiones reviste
formas especiales, ninguna tenía entre los salviyes que
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 215
lo distinguiese de cualquiera acto civil, pues se reducía
á pedir una mvi¡ev á su padre, obtener contestación
afirmativa y llevársela consigo. Hombre y mujer vivían .
juntos mientras estaban á su g'usto; y, cuando desapa-
re("ía la buena inteliíi^eiicia, se separaban para unirse
á otra persona de su agrado.
Los mestizos que vivían en el campo, á largas distan*
das de pueblos y capillas, habían aprendido de sus
padres españoles sus ideas y prácticas religiosas ; pero,
ya por la iiidifrrencia de las madres indígenas, ya por
la ausencia de sacerdotes, aquellas impresiones se des*
vanecieron poco á poco y apenas les quedaron, para
principios del siglo XIX, la costumbre de bautizar á sus
hijos, aunque fuera por sí mismos, cuando estaban cre-
cidos ó eran ya mozos, y numerosas supersticiones.
Los españoles y sus descendientes urbanos profesaban
el catolicismo, y también los negros. Las creencias de
los católicos de entonces diferían de las creencias cató-
licas de hoy en día, en que se aplicaban con igual
adhesión á todas las ideas que ens' üalía la Iglesia, en
que lio abundaban quienes adiuitiesen unas y rechaza-
sen ó pusieran en duda otras. Nadie estaba en relación
con personas de otras religiones, ni con libre^nsa-
dores ; nadie leía libros que no ñieran místicos, apro-
bados por la autoridad eclesiástica ; nadie recibía el
intlujo, por lo mismo, de ideas contrarias á las del eato-
licismo. La fé era una, y se extendía con igual inten-
sidad á las doctrinas que la Iglesia reputa indiscutibles
y á las que, si bien admitidas por sus representantes,
podrían ser discutidas.
No sabiendo el vulgo distinguir lo que era de lo que
no era de precepto, lo que mandaba la autoridad ecle-
siástica de lo que aprobaba simplemente ó sólo toleraba,
prestaba adhesión incondicional á muchas ideas extra-
lias, y á supersticiones y pi*eocupaciones de todas da-
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21Ó BOSQUEJO HISTÓRICO
SOS, por {^roseras que fueiaii. No hal>ía liecho extraor-
dinario ó sobrenatural que iiu se aüibuyese a las brujas»
las ánimas solian aparecer de mil maneras, y los demo-
niofi se entretenían en llevarse los pecadores en pleno
dfa. Refiérese que mientras un misionero predicaba
acerca de las \m\as (M Iníierno en v\ atrio de San
Francisco á un iiUiut'j u>o ^^enúo que llenaba el anden
y la sección inmediata de las calles, y del cual eran
parte gauchos que oian el sermón montados en sus
caballos, empezaron éstos á piafiu*. Asústanse algunas
personas por atribuir el ruido á la presencia de los espí»
ritus malos, iiriian que el deiiiuuio las persig:ue, huyen
aterradas, comunican á los demás el espanto, y el pre-
dicador se queda solo antes qifó se diera cuenta de lo
ocurrido*
Cuando algún criminal era condenado á muerte en
Montevideo, la colradia <le San José y Caridad entraba
en función con el lia de a^isur al penado en sus últimos
momentos.
Dos de ellos, que se reemplazaban periódicamente en
los tres días de capilla, lo exhortaban á que se arre-
pintiese y á que creyera en la misericordia de Dios ; y
otros iban de casa en casa pidiendu iiniosna - para luen
del alma del que van á ¿gusticiar. » Las donaciones eran
aplicadas á los gastos del entierro. £n la hora de
cutar la pena la hermandad acompañaba al condenado
al lugar del suplicio cantando el Padre Nuestro, se diri»
gía de allí á la iglesia y oraba por que Dios se apiadase
del que iba á morir.
Era costumbre rezar en las horas de comer, de acos-
tarse y de d^ar la cama, como lo era santiguarse al
salir de casa. Ningún niño ó joven se acostaba sin pedir
lo bendiriuii a sus padres y abuelos, quienes la daban
solemnemente acompañando sus palabras con la señal
de la cruz hecha en el aire. Ai dar las campanas el
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D£ LA KEPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 217
toque de oración descubríanse los hombres la cab^a*
todas las personas detenían su andai , li;ill)uceaban uua
oración, y continuaban su camino 6 su tarea. Ningún
sano omitía la misa, la coníesión ó la comunión en los
días de regla, sin atraerse la reprobación de sus seme-
jantes, y ningún enfermo quería morir sin que se le
administrase el sacramento de la eucaristía. El viático
iba á casa del moribundo y volvía á la iglesia pro-
cesionalmente ; hombres y mujeres lo acompañaban
orando por el alma del enfermo, y los transeúntes
que hallaba al paso hincaban las rodillas en tierra y
rezaban también, si no preferían unirse á los acom-
pañantes.
No se habría atrevido el pueblo á bañarse, durante el
Terano» en aguas fluviales que no hubiesen sido hender
ddas previamente : creía que la bendición tenía la vir-
tud de disminuir el peligro de morir ahogado en los ríos,
ya que la experiencia le probaba que el preservativo
no era efícaz del todo. £1 más ó el menos dependía no •
sólo de la bendición, sino también de la fé que en sus
virtudes tuviesen los que se sumergían en la corriente ;
ó, por k) menos, esta era una de las teorías con que el
MÚgo explicaba los frecuentes casos de des^^racia. Ade-
más una bendición hecha en cualquier día y sencilla-
mente, sin testigos ni aparato, habría sido de valor
dudoso, no habría satisfecho á los creyentes. Era nece*
sario dar al acto cierta solemnidad, y verificarlo en día
fijo. Así, pues, el <s de Diciembre partía de la iglesia un
sacerdote precedido i)or la cruz y seguido por pueblo,
y una vez en la orilla del río, se ejecutaba la ceremonia
aolemnemente. Desempeñaban este oñcío, en Monte-
video, los padres íhtnciscanos ; quienes se trasladaban
procesionalmente al lugar elegido para baño público,
al Norte de la ciudad, entre las calles Santo Tomás y
San Vicente, al cual se llamaba Baño de los padres.
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21S BOSQUEJO HISTÓRICO
porfjiie allí refrescaban t.inibiéii su cuerpo los de la
coiimniíl?>r| fio San Francisco.
Las calamidades públicas eran motivo de que se saca-
sen las imágenes de San Felipe y Santiago de la iglesia»
V se las Ueyase en procesión por las calles principales.
Acudían el Cabildo y hombres y mujeres en gran
nüraoro, y rlcníros y seglar»^s unían sus [»reces para que
Dios hiciera obrar á la naturaleza como los saplicantes
querían:
Se tenía la idea do que los actos religiosos eran más
{srratos al Ser supremo si se ejecutaban en lugares
osiN eiuhnenie consagrados, que en oira parte cual-
quiera. Las iglesias eran, pues, muy concurridas ; y,
como no se podía ir á ellas á todas horas, era general
en las familias pudientes destinar á oratorio un depar^
lamento de las casas que habitaban. Guando él domi-
cilio ostuba situado fuera de la ciudad, á considerable
distancia de las iglesias, el oratorio asumía cualidades
de capilla y servía á la devoción del vecindario.
La religión católica ha interesado la imaginación de
los creyentes dando macha solemnidad á sus fiestas, y
liaí'ieu'lo en ellas ostentación do lujo. Cada iglesia de la
Banda Oriental desplegaba, pues, en las grandes Tesii-
vidades todo el boato que podía. Siendo Montevideo la
población más pudiente y la de gusto más cultivado»
natural era que aquí tuvieran más lucimiento las misas
y las procesiones. Y, como el ser humano es imitador»
el fausto de la iglesia estimuló el del pueblo ; por manera
que las damas ponían empeuo en llevar á los actos
solemnes cuantas riquezas podían en vestidos y Joyas.
Menos ostentoso era el vestir de los hombres ; pero, en
cuanto les permitían las costumbres, esmerábanse tam-
bién ellos i>or lucirso. Qiiionos lo conseguían particu-
larmente eran los capitulares, que en tales ocasiones
asistían formando cuerpo, llamando la atención con sus
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 219
vistosos trajes de gala. Ya para el año 1810 había
adoptado el Cabildo la regla de hacerse preceder en las
solemnidades por dos maceres y un clarín, uniformados
ei>n capa encarnada, chaleco, calzón corto, media del
mismo color que la capa y zapato de hebilla.
XCU — Usos judiciales
El principio imiversal que reiría entre los charrúas y
minuanes era el de la libertad más completa que ima-
^inarse puede, todavía á principios del siglo XIX. Cada
tmOt hombre ó mi^er, podía, pues, hacer lo que qui-
siera. No imponía obh'gaciones, ni el matrimonio ni el
reconocimiento de un cacique. Ihiy más : si los jefes de
familia acordaban un acto de guerra ó <le pillaje, el
acuerdo no obligaba á nadie^ ni á los mismos que lo
habían tomado, por cuya razón podían abstenerse ios
que quisieran, sin que los otros lo tomaran á mal. Se
comprende que en tal sistema no podía haber delitos,
ni jueces, ni castigos; y, en efecto, no los había. No
conocían leyes» ni los caciques ejercían autoridad res-
pecto de ellos, ni se aplicaban penas ni acto alguno de
cualquiera ofendía á los demás. Debíase ésto en gran
parte á que, debiendo bastarse cada individuo á sí pro-
pio, no ha! ía relaciones sociales: y á que el carácter
taciturno que les era peculiar evitaba comunicaciones
y reyertas. No se mataban ni se herían coh armas. Si
alguna vez alguno era ofendido por otro, arreglaban
los dos solos la cuestión á bofetadas, v continuaban
luego como si nada hubiesen tenido. Como se vé, no
diferían mucho de las bestias.
Los campesinos oriundos dp españoles habían adqui-
rido, en este punto, mucho de la condición del salvaje.
No sentían la cólera, ni los afectos profUndos. No ambi-
cionaban el compañerismo de los semejantes, sino acci-
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220 BOSQUEJO U16IÜRIC0
dentalmente y dentro de ciertos límites. Ni sentían
uuüca lu necesidad du la autoridad judicial para reparar
. hu.s agravios, sino que rc¿*»lví;ui todas las cuestiones^
fueran cuales fuesen, en combate singular á cuchillo.
Los testigos de estos hechos no los denunciaban á la
justicia, ni se prestaban á declararlos si eran citados.
El individualismo de ostx)s gauchos no era tan absoluta
romo el de los charrúas, pero estaba n.uclio mas cer-
cano de él que del socialismo poUtico délas poblaciones
civilizadas. El poder social, el poder del estado, era
algo que no les hacía falta, ni les preocupaba. Ni tenían
noción de los sentimientos humanitarios. Su estado de
barbarie distaba |>oco del salvaj<\
Concuerdan ios icsiimonios eu que había muciia i*ec-
títud de intención en las costumbres ur])anas españolas
del siglo XVIII y principios del XIX. Los caracteres
eran sinceros, leales y fjrancos. Las personas se consi-
deraban entro si y se proU'í^íaii cuiUito pudiesen. La
confianza era ihmiiada : los contratos apenas leníau
que ser escritos, pues la palabra empeííada valia como
si íbera documento. Era cosa corriente recibir cantida-
des de monedas de oro y plata sin contarla^, por la fé
que inspiraba la asev(^'raci<»n del pagador, y más de
un caso han referido los ancianos, hasta hace jM»ca
tiempo, de lomai^ en depósito y devolver bolsas ó tale- '
gas de dinero, sia que mediase formalidad de ninguna
clase entre depositante y depositario.
Los malhechores no abundaban, pues, en los pueblos
y la [íolicía no necositaba do personal numeiuso para
prevenir los dchtos, ni para aprehender á los delin-
cuentes. Los funcionarios públicos que desempeñaban
estos cometidos eran los alcaldes y los pocos alguaciles
que los auxiliaban. Así que se tenía noticia de un delito
cual(iui(*ra se buscaba al autor; y en cuanto se hallaba
al que se presumía tal, el alcalde ó el alguacil daba tres
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D£ LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL ÜRUaüAY 221
jrolpps en el suelo con la vara que siempre llevaba,
iavocaba el nombre de la justicia y daba la voz de
preso. £n la mayoría de los casos no se necesitaba más
para que el presunto criminal obedeciera ; poro, cuando
así no sucedía, el alcalde ó alguacil salía á la calle, si
no estaba en ella, daba los tres golpes con su vara y
solicitaba en alta voz : ^ \ Favor á la justicia ! Los
▼ecinos que tales palabras oían suspendían sus queba<
ceres, se armaban con lo primero que les venía á la
mano y cordan á prestar el auxilio de su ñierza. Entre
todos reridi iii al desobediente, lo sujetaban, y becho
esto bastaban pocos, 6 no era menester más (¡ue el
representante de la justicia para conducir al aprehen-
dido á la cárcel.
No siendo firecuentes los crímenes, causaban mayor
sensación que si lo fueran los pocos que se cometían, se
les juzgaba más atroces, y se les casti^^'-aba con severi-
dad aparatosa, porque escarmentaran ios que se sin-
tieran tentados á salir del buen camino. Las previsiones
de la Justicia se dirigían principalmente á los salvajes»
á los campesinos y á los esclavos; á aquéllos, porque
solíau acometer á los vecinos para robarlos ó matarlos,
ó porque habían puesto fin á la vida de algún ofensor
en íüensa de su natural indisciplina; y á éstos, porque,
mirados como seres abyectos, se estimaba con particu-
lar prevención y crueldad cualquiera desmán en que
incurrieran. En Montevideo hal>ía oua dase que ocu-
paba de modo principal á la justicia : era la de gente
de guerra, la cual, por los hábitos de su oficio, solía
dar pruebas excepcionales de estimar en poco la vida
de los semejantes.
Tales son las razones que movieron á la autoridad á
umplcar perraanentemeaie medios adecuados para
infundir miedo* En la cárcel del Cabildo había de con-
tinuo una escalera destinada á castigos corporales. Se
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222
B06QÜEJO HISTÓRICO
la empleaba pruforentemente para corregir á los escla-
vos. Si huían del poder de sus amos, ó si hurtaban, ó
si no servían como se les mandaba, ó si de cualquier
otro modo faltaban á las reglas de la sumisión y no se
corregían por los uiedios represivus empleados por los
dueños, se les llevaba á la cárcel, se les despojaba de
sus ropas, se les amarraba de pies y manos á la predi-
cha escalera y se Ies azotaba sin->piedad. Luego se les
conducía al hospital para que se curasen las heridas.
Los autores de crímenes muy ¿^^raves solían ser ahorca-
dos en público. Ilaria 1764 se plantó en Montevideo
una máquina de ahorcar permanente, para que su sola
vista intimidara. En 1803 se puso otra horca, perma-
nente también, en la plaza. La primera sirvió para toda
clase de condenados á la pena capital ; la segunda füé
erigida pniicipalmciite contra los es* l.ivus.
Los condenados á sufrir el ultimo suplicio eran pues-
tos en capilla desde tres días antes del señalado para
la ^ecución» á fin de que se reconciliasen con Dios y se
dispusieran á morir resignados. Eran auxiliados en esta
operación de la meiUe, pnr individuos de la hermandad
que creara Maciel y por saceidoies. En la hora del
suplicio, (las 10 de la mañana generalmente) se les
conducía engrillados al patíbulo, acompañados por el
clérigo y los cofrades y seguidos por troi)a > jior gentío
liuiiieroso. El verdu¿;o ejeeüUiba la j>ena. El ajusticiado
permanecía suspendido de la horca hasta la tarde, para
que el pueblo lo contemplara. La hermandad y un
sacerdote se dirigían orando, precedidos de un pendón
negro y de la cmz parroquial, llevando velas encendidas
en las manos y seguidos de pueblo, á la vez curioso y
devoto, de la iírlesia al In^^ar del suplicio. Los hermanos
tomaban el cadáver en andas cubiertas con paño negro,
lo cargaban en hombros, lo conducían á la iglesia, se
rezaba aquí el responso, y por último el cadáver era
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 223
conducido con igual solemnidad al campo santo y
sepultado.
XCIU. — CeremoMlas mortuorias
Los charrúas y minuanes no solían emplear con los
cadáveres, hacia 1800, ninguna ceremonia de signifi-
cación religiosa.' Así que uno moría llevaban el cuerpo
á una colina y lo enterraban con sus armas. Á veces,
como distinción, los amig-os ó parientes mataban sobre
ei sepulcro el caballo que más hubiese apreciado el
diiUnto. £ra inútil . preguntarles porqué hacían estas
cosas, pues no conocían otra razón que la costumbre.
La mujer, las hermanas, y las hijas adultas solían»
coDiu señal de duelo, cortarse una ariicuLioión de un
dedo de la mano, clavarse ea el brazo ó en el tronco
del cuerpo ei cuchillo ó lanza del finado, y llorar y
privarse la mayor parte de los alimentos durante dos
meses. Los h^os adultos se privaban de alimentos
duraníc dos días, luego se hacían atravesar el brazo
por astillas distantes una pulgada entre sí, iban á un
hosque, abrían un foso« permanecían una noche metidos
en él hasta la cintura y luego se arrancaban las astillas
y se sometían á dos días de abstinencia. Ninguno de
estos sufrimientos era obligatorio, pero pocos los omi-
tían, y nadie se daba cuenta del ña á que prác ticas tan
attroces conducían.
Los campesinos de raza blanca ó mestiza, si vivían á
pocas leguas de alguna iglesia, vestían el cadáver, lo
montaban á caballo con los pies en los estribos como si
viviera, sosteniendo derecho el cuerpo con dos palos
cruzados, y así lo llevaban al cura para que dispusiera
su entierro. Pero, si la distancia era mayor, ó bien
d€t|aban el cadáver sobre tierra, cubierto con ramas ó
piedras, hasta que se pudriera la carne, ó bien descar-
naban los huesos y airojaban los músculos y lus víscc-
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2'¿i BOi>Ql.i¿JU HlbXÓKICO
ras. Los que podían y querían hacían enterrar el esque*
lelo cuando estuviuict íí:íi[)Ío y seco.
En los pueblos era cosLumbre enterrar los cadáveres
en las iglesias, después de los oficios que la Iglesia
católica prescribe para tales casos. No se mezclaba
menos la religión, en tales actos, según las costumbres
de Montevideo. Mueit.i una |)ersona, se la vestía, no
con sus r(»pas coiiiunos, sino con especial mortaja de
significación religiosa. Si era varón» poníanle un hábito
de santo ; si mcger, uno de virgen. Teníase la creencia
supersticiosa de que estas vestiduras de santos valían
para aproximar á la santidad á los fallecidos; y era
mayor la fé si el hábiii» había pertenecido A algún
clérigo, y mayor aun cuanto más tiempo el clérigo le
hubiese usado. De aquí que fuese más meritorio
amortajar con hábitos comprados en el convento, que
con hechos ex profeso, y se pagasen más caros los más
viejos.
Los hombres tenían la suerte de contar con un con-
vento de franciscanos; y éstos la de hacer buen comer-
ció con la venta de sus tnges, pues se generalizó la eos*
tumbre de amortajar con el hábito de San Francisco.
Las mujeres era nieuus dichosas: no habitado convento
de su sexo, no podían adquirir de monjas los hábitos
preferidos, á no ser que los compraran en Buenos Aires
á las dominicas ó á las capuchinas, lo cual era difícil y
no estaba al alcance de todos. Tenían que conformarse,
pues, con hacer la vestidura en cada caso, seirim la
voluntad de la difunta ó de su familia, cuya elección
recaía en el hábito de la Virgen del Carmen ó de la
Virgen de los Dolores.
No todos podían beneficiar d alma del finado con el
empleo de tales mortajas, que gentes liabía que a|)enas
ganaban para aümenlai^e i)ubremente, 6 que ni tanto
ganaban. £stos infelices tenían que resignarse á cubrir
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D£ LA REPÚfiUCA 0R1£NTAL DEL URUGUAY 225
de cualquier modo los cadáveres de sus amados extintos;
pero era cosuuiibre (lue empleasen tela blanca.
Amortajado el radáver, se atendía al modo comu se
le había de velar y de enterrar. Los pudientes manda*
bao hacer ataúd más ó menos li^joso ; los menos pudien*
tes lo alquilaban ; y los pobres eran conducidos en cami*
lía. El hospital arrendaba sus cajas á las familias pudien-
tes de ios que en iú morían ; las camillas eran pro-
porcionadas püi' los padres franciscíums. Estas diferen-
cias» aunque suücientes para graduar el estado de for-
tuna ó el rango* no eran tan considerables como pudie*
ra imaginarse, pues la ley ponía trabas á las manifes*
taciones excesivas de la vanidad, prohibiendo que se
forrara los ataúdes con cosa que no fuera coco, bayeta
ó paño, y que se le ornamentara con más que galón
negro y tachuelas ó tachones. Lo que no üsdtaba nunca
en ellos es la cruz, hecha en la tapa, cerca de la cabe-
cera, de modo que cayese sobre la parte más noble del
cuerpo que dentro iba. El arte procuraba mostrarse en
este signo de redención, adornándolo; pero dentro de
límites esti^echos, porque no disponía para ello de más
elementos que cintas negras ó blancas y tachuelas ama-
rillas ó negras.
Colocado el cadáver sobre una mesa, con las manos
cruzadas soln e el pecho, entre cuyos dedos se asegu-
raba una imagen de Jesús cruciíicado, se encendían
cuatro velas en los ángulos de la mesa, y las personas
amigas de la casa, y otras que sin serlo, acudían por
devoción, velaban conversando poco y rezando mucho
y muy gravemente por que Dios iuera misericordioso
con el alma que había abandonado el mundo.
Sucedía luego la conducción á la iglesia. Se hacía en
hombros y de noche. El cortejo iba á pie, á paso lento,
llevando en las manos faroles encendidos, que tanto
servían en las noches obscui^as pax*a alumbrar el camino,
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226
BOSQUEJO HISTÓRICO
como para disponer á Dios en favor del finado. En
iglosia seguían los rosarios y las oraciones con el ánii
absii aído y serio, cuyo acto se hacía más imponer,
por el silencio que le rodeaba y por la negrura c
espacio, que apenas quebrantaban las pocas luces d
túmulo. Después, ya de día, doblaljaii las campan
Uistemeate, acudían los tíeles, el sacerdote oíiciaba
responso 6 la misa, y el corteo tomaba á pulso el ataú
6 al hombro la camilla, y se,dirigía al campo santo, «
donde desaparecían para siempre los restos del tlifunt
El estado de los ánimos cambiaba desde este moment
Los acompañantes volvían á su habitual modo de se
se encaminaban al domicilio de la iUmilia dolorida, coi
versando de asuntos ordinarios, y al llegar á su destin
se encontraban con una mesa bien provista de vim
pan, queso, nueces, avellanas y pasas, ó de chocóla^
y bizcochueiüs, ó de ésto y aquéllo, según luera la cías
de las personas invitadas. Si pertenecían á la más culi
6 principal y eran adultos, se servía el chocolate á todo
indistintamente ; si además había muchachos, porqu
se había enterrado un niño, se les regalaba con pan
queso, y las frutas mencionadas* Guando los invitado
pertenecían á clase de gusto menos refinado, se reser
vaba el chocolate para las mujeres. No era raro que ei
los entierros de niños se obsequíase además, á los joven
citos que habían transportado el cadáver, con moneda:
de plata, de valor de uno á dos re.iles soltuh l.i posiciói
del que pagaba. Así, pues, si alguna idea triste habíi
quedado, se disipaba con esta especie de fiesta ; y tantc
era el atractivo de ella, que más de uno se sometían i
las penas del acto lúgubre, por ganarse el derecho ik
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lA LA R£PCBiaCA ORIENTAL DEL URUGUAY 227
JOS caluldos decretaban y cobraban impuestos para
-Jer con su producto los servicios que les estaban
y^ffi^idados ; pero, insuficientes á menudo para pagar
i fistos ordinariofit lo eran mayormente para cubrir
» enraordinarias erogaciones. En tales casos bien
-ieran podido decretar contri buc iones temporarias ó
oedales calculadas para que todo el pueblo concu-
proporcionadamente á la posibilidad de cada
• iüo ; pero solía preferirse el medio de las donariones
l^ümáaeas, y ésias eran solicitada¿> casi siempre en
oefldo de alguna obra á la caal no Aiera extraña la
abd. , E:^ uaba retardada la constmcGídn de alguna
^'tsa ó de algruna cárcel ? Se recun ía á los sentimientos
<i pueblo - iban los limosneros de casa en casa y reu-
la fondos ; volvían algún tiempo después si la pri-
colecta no alcanzaba á satislacer la necesidad, y
isseguiase el resultado. La alimentación de los presos
n otro motivo de peticiones de igual carácter ; pero«
^ permanente la necesidad, eran más continuas y
^"alares las solicitudes. Había autorizado la costiiml)re
^ im preso ñiera al mercado, vigilado por un guardia,
«Oí conseguía cebollas y sios de unos, coles de otros,
ri'Jtos de estos, patatas de aquellos, cuanto fuera
liispensable para mantener la vida de los i¿ue habíta-
la la cárcel.
Los franciscanos invocaban igualmente la caridad
¿.'"a proveerse de cumestiblos ; y cuando, por extraor-
t&arios acontecimientos, se declaraba la miseria en las
iiaes pobres de la ciudad, los hermanos legos salían á
"^iir para los necesitados y luego repartían raciones á
(Oeoes las demandaban á las puertas del convento. Se
ibe ya que por medio de limosnas atendían también
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228
B06QUBJ0 HISTÓRICO
los heruianos de San José y Candad á su doble ün de
asistir á los ^justiciados y de mantener la casa de enfer-
mos, cuyas limosnas consistían á veces en donativos
periódicos permanentes, ya de dinero, ya de animales
ú otras cosas.
Todos estos actos se dirigían á favorecer á seres
humanos, fueran indigentes, enfermos, presos ó diftin-
tos. Pero el móvil que los determinaba no era tanto la
sola idea abstracta del deber que todo hombre tiene de
hacer el bien A sus semejantes, como era el sentí-
miento religioso, la aspiración de ser grato á Dios ; es
decir que se protegía al ser humano menos por consi-
deración á la humanidad que por consideración al Ser
supremo. Expresábase con- claridad este concepto esen-
cialmente religioso en la constitución de la cofradía
mencionada. Sus individuos se unían en provecho del
prójimo, pero « á mayor honra y gloria de Dios » ; y si
se ofrecían á conducir en sus hombros « á los pobres
enfermos de Jesucristo ^ era porque contemplaban
que tenían la dicha de carinar al mismo señor Jesucristo,
que se representa vivamente en sus pobres, r
XCY. ~ JUlMitM
Grandes diferencias había, para {principios del siglo
XIX, en el modo como se aHmentaban las varias clases
de personas que poblaban la Banda Orienial.
Los salvajes no comían más que carne asada sin sal.
Las mij^eres solían desempeñar el oficio de cocineras.
Encendían fhego sobre el suelo, sirviéndose de leña que
tomaban del monte cercano. Cuando habían desapare-
cido el humo y las llamas, y quedaban solo las brasas,
aseguraban uu pedazo de carne en un palo puntiagudo,
y clavaban este asador en la tierra, un poco inclinado
hacia las brasas para que la carne recibiera mcyor el
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 229
calor. Cuando ya consideraban asada la carne por el
lado del fuego le daban laielta para que se asara del
otro lado y quedaba terminada la operación. Se asaban
á la vez varios pedazos de carne en otros tantos asa-
dores. No se reunían los individuos de la familia íí
comer en horas determinadas, sino que cada uno se
apoderaba de un asador cuando tenía hambre, lo cla-
vaba delante de sí, y comía hasta hartarse, sin impor-
tarlo lo que hicieran los demás. Usaban como bebida el
agua, la chicha y el aguardiente ; pero no estas últimas
hasta (iue hubiesen concluido de comer la carne. Enton-
ces bebían hasta emborracharse, pero solamente los
hombres.
Los criollos, mestizos, é indígenas reducidos del
campo no empleaban en sus comidas legumbres, ni
verduras, pues creían que las sustancias vegetales
servían sólo para las bestias.^Su alimento único era la
carne de vaca, asada, y la asaban exactamente como :
los salvajes. Se parecían también á éstos en que no
tenían horas señaladas para comer, y en que cada cual
comía cuando quería. No tenían otro tenedor que los
dedos de la mano, cuya grasitud se limpiaban, después
de comer, frotándolos en las piernas ó en la bota de
potro, si la tenían. Las únicas partes de la res que
aprovechaban eran el costillar, el nui/ahambre y la
picana. Lo dem;is lo arrojaban y dejaban podrir en las
cercanías de sus casas. Cuando la lluvia les impedía
asar la carne al aire libre, tendían un poncho y lo sos-
tenían horizontalmente dos personas á cierta altara, y
un tercero encendía el fuego y atendía al asador.
Cuando alguno se enfermal)a y necesitaba caldo, muy
pocos lo hacían eu olla ó puchero, sino que llenaban
con agua una asta de toro, ponían dentro pedazos de
carne, y sometían el todo al calor de brasas, cuidando
de que el asta no se quemara. Entre las comidas toma-
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230 Bosgufijo histórico
han mate muy á menudo, y en los vúges se detenían en
las pulperías para apurar copas de aguardiente.
En las chacras y [Ablaciones urbanas se alinientabau
las personas con carnes de vaca, de ternera, de aves,
de peces, y con hortalizas. £1 asado ¿rozó de estimación
en todas las clases de personas y faé el plato principal
de muchas; pero no por eso faltaban el cocido, los
guisos, los fritos y ciertos refinamientos del nnr culi-
naria . se^úii íUerau el pueblo y la clase á que las íámilias
pertenecieran.
XCn. ~ Serrleioe urlmiiofl
Es constante que cuanto uiás atrasado sea uu [)ueblo,
menos divididas están en él las industrias, is'otábase
esto en la Banda Oriental, comparando lo que sucedía
> en las poblaciones de diferente grado de cultura. En los
pueblos pequeños del interior no había mercados de
bastimentos. Suplían su falla los vendedores ambulan-
tes; pero éstos mismos apenas se ocupaban en proveer
de carne, y, con menos frecuencia, de pan y hortalizas.
Era bastante común que las íkmilias pobres, y algunas
que no lo eran, tuviesen en su casa una pequeña huerta,
en que recorrían legumbres, verduras, frutas y aún
cereales, y un horno en que cocían pan. La costumbre
de hacer el pan en casa era estimada, no tanto por lo
económica, como por la bondad que se le atribuía, pues
era preferido el pan casero, sólo por serlo, á todo otro
hecho en panadería aun cuando la imbiera, que no la
había en todas partes.
Tuvo Montevideo época en que no aventajó á los
demás pueblos b^jo tal respecto; pero, asi que la pobla*
ción creció y que en ella entraron familias distinguidas
y pudientes, empezó la industria de abastecer y no
tardó mucho en exiendei'se y multipiicai*se.
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D£ LA Rl!:PÜBLICA ORlEIlTAL D£L URUGUAY 231
Ed los primeros tiempos se agre^^ó á la costumbre dé
que cada íamilia tuviese su huerta y su horno. \i\ de
que los hoiii tires de elhi emplearan los días ó los ralos
de ocioencazary eu pescar. En cuanto se salíadei recinto
fortiücado se hallaban en abundancia perdices y otras
aves comestibles ; y, como la caza era libre en todo el
año. los que tenían escopeta y municiones emprendían
vi^e hacia medio día y regresaban por ia tarde eoii sus
escarcelas repletas. Otros preferían por afición ó por
necesidad la pesca* de donde resultó que varios puntos
de la orilla Aiesen frecuentados con tal fin, dentro y
íbera de fortificaciones. Luego vinieron los que se
dedicaron a hi caza y á la pesca |)or oficio ; y tanto tra-
bajaron, que ya á principios del siglo XIX tuvo el
Cabildo que reglamentar ambas industrias por impedir
abasos. Los que se dedicaban á pescar tenían sus depó-
sitos en la calle San Joaquín, de donde se originó que
fliera llamada esta calle fie los pescadores por el vulgo.
Allí compraban los que comerciaban con el artículo, lo
cargaban en palancas é iban á venderlo de casa en casa
por precio ínfimo.
La panadería tomó importancia en Montevideo ya
antes de 1810. Para las familias acomodadas se fabri-
caba pan de v uias clases con harina flor; para los
pobres se hacia pan bazo ó de salvado y hogaza. Los
panaderos no podían imponer al pan el peso, ni el pre-
cio que querían, sino los que el ayuntamiento determi-
naba, razón por la cual costaba poco este alimento. Se
le vendía á razón de tantas lil>ras pui* peso, ó de tantas
onzas por real. Era permitido dar á los panes varias
dimensiones; mas no se podía cambiar la relación del
precio con la medida. Bmpero, la baratura no puso fin
á la costumbre de amasar y de cocer el pan en casa de
muchas ñimilias. No se hacía esie trahajo diariauiunte,
aino de Mntos en tantos días. La regia más ¿¿euerul era
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2H2 BOSQUEJO HISTÓRICO
(!<• \]u:\ vez por .Ntiiiana. El día del nmasijo era para las
mugieres y para los mucliachos día extiaordiiiario, al*2ro
así como de fiesta. Reuníanse las parientes y las vecinas
más íntimas; dirigían el trabtgo de las esclavas, si las
tenían, y, sino, unas hacían ana parte de la faena, otras
harí iii Otra, V las más hábiles hacían tollas v bizcochos
a cual niíis a^n-adables al ^''uslo y á la vista, con los
cuales obsequiaban las dueñas á las auxiliares y á la
gente joven. No era raro que dos familias se unieran
para fabricarse sus panes juntamente, en cuyos casos
los ol)sequios se hacían recíprocos, mejorados por gene-
rosa emulación. Todos trabajaban aleíj^re mente ; la
ami:?>tad í^e aianifestaba con es|>ontaneidad encantadora,
y ganaban á la vez : la hacienda de las familias en
ahorros, el cuerpo en vigor y el ánimo en nobleza y
contento.
Las lu.ri iii/as se hicieron también objeto de comer-
cio. En Mízún tiein(K> ios vendedores las ofrecían á
domicilio, solas ó juntamente con la carne, llevándolas
en carretas. Después se estableció en la plaza Mayor la
Plaza de ¡a verdura, y en la plazuela exterior de
la cindadela la estación de las carretas de carne ; y más
tarde, hacia 1^09. la Recorn^ para la venía de aves y
de carne vacuna, al Este de la ciudad, en la calle San
Carlos, próximo á la cindadela. La carne de cerdo se
vendía en casas especiales. Los verduleros tenían sus
puestos en la calle San Carlos, contra la acera meridional,
mediante un dereclm une pagaban al Cabildo. Los car-
niceros, antes de iUndarse la Recova, se estacionaban
con sus carretas en la plazoleta mencionada y en ellas
vendían. Las mi:geres iban todas las mafianas, solas ó
con sus esclavas, segfm pudiesen, á hacer las compras
de lo que hubieran menester, sumergiéndose hasta el
tobillo en el barro en días de lluvia, v volvían á sus
casas con la cesta de cuero (tipa) cargada de carne»
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DE LA REPÚBLICA 0RI£1STAL D£L URUGUAY 233
verduras y legumbres que apenas habían costado poco
más que el trabajo de pedirlos y transportarlos, porque
se tenía por dos ó tres cuartillos de real cuanta hortaliza
pudiera comerse en 24 horas y por otro tanto una arroba
de la mejor carne que daban reses gordas y sanas.
Familias dueñas de alguna esclava, pero escasas de
fortuna, solían aprovecliar la singular luLbilidad de his
negras en fabricar mazamorra, empanadas y pasteles,
y para hacerles vender el producto en beneíicio propio,
ó las esclavas libertas se dedicaban á esa industria por
su cuenta. Puesta su mercancía sobre cestas ó tablas
cubiertas de blanco paño, y cargándolas con soltura en
su lanuda cabeza, recorrían las calles las esclavas ofre-
ciendo á voces « la buena mazamorra, y> las tortas y
empanadas calientes i>, sin perjuicio de entrar acá y
allá, en las casas de los parroquianos declarados. Á
esta venta precedía de ordinario la que hacían tem-
prano en la plaza de la verdura. Allí, en paraje que
cada una elegía y conservaba permanentemente, se
las veía aseadas y llenas de voluntad ofreciendo coa
manera insinuante su mercancía á « la amita n conocida
que pasara cerca de ellas, distraída acaso por asunto
de más u rícente necesidad.
No tcxlus los días iban al mercado ó recorrían las
calles. Muchas de esas esclavas tenían otro Oficio en el
cual no revelaban menos competencia : eran las lavan-
deras de la ropa blanca que usaban sus duefios. Una
vez en la semana, en cuanto se abría el portón do la
ciudad, salían por él llevando solare la cabeza volumi-
noso atado y una batea de madera, y se dirigían á los
pozos de la Aguada» conversando unas con otras anima-
damente, en donde pasaban el día cumpliendo su come-
tido. Como no eran Hbres, ni muy consideradtis, tenían
que devolver, cuidada y blanca como la nieve, so pena
de azotes, la ropa que habían tomado descolorida y
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234 iK'HtLiiJu nurruEiCo
mugríeota. Por el rigor adqniríeroQ el hábito de lavar
tan bien, que nadie pudo superarlas en nincún tíempo.
Los frutos que producía la campaña y (|Uf '*ran desti-
naditb á Montevideo eniraban |)or los |^H»ru>nes en pesa-
das y chillonas carrei^is toldadas, tiradas por varias
yantas de ba^es, é iban á sitnarae^ mientras descarga-
ban y voMan á cargar con efectos de comercio* en la
plaza de Lis carretas, terreno espacioso y despoblado
silo al < k'sre de la calle San FrancÍM ü y al Sud de la
San Sebastián, al cual llamaban vulgarmente el Hueco
de la cruz.
Los carreteros, %*e$tidos con d tnge usual de los
gauchos, marchaban picana (aijada) en mano á los
lados de sus carretas, numiados eu caballos de larga
cola, no del todo amansados todavía.
Mientras duraba la estación de las carretas en la
placa se les veía en compaña de sus chinas w hacer
lumbre en el suelo, al lado de los vehículos, para asar
\os thur roscos y calentar el agua con que lialuan de
cebar el mate; y luego, entretener el ocio - churras-
queando ^ ó • mateando al rededor del fuego, sin
peijuiciode regalarse con tortasy empanadas compnulas
allí mismo, al lado del fogón, á las negras que acudían
secruras de despachar su mercancía espolvoreada de
azúcar.
Toda esta gente y otros campesinos que venían á la
ciudad con diversos motivos solían proveerse de las
piesas de montar á caballo ó de vestir que les hiciera
falta, con lo que sostenían una pane muy importante
del «^omercio de Montevideo. Los comerciantes que
tales cosas vendían ocupaban con iirefereucia la cuadra
de la Caile del Portón (San Pedro) situada entre las de
San Femando y la muralla, pero sobre todo la cuadra
de la calle San Femando que quedaba entre la calle
Pedro y la plaza Mayor, por ser estas dos cuadras
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DE. LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 235
de pasige obligado para todos los que venían de flxera*
La economía no había alcanzado á convencer aún en
aquellos tiempos de que se gana más vendiendo barato
que vendiendo caro, porque el baratero vende mucho y
el carero poco. Los negociantes de la calle San Fer-
nando juzgaban (con criterio en verdad harto generali-
zado) que quien necesitara un rebenque, un bozal, un
ñ^no ó un chiripá había de comprarlo á cualquier pre-
cio; y que, siendo secura la venta, mejor sería cobrar
diez que cmco. Pronto adquirieron la merecida reputa-
ción de careros y, como si el serlo fu^ra atributo pecu-
liar de los oriundos de Judea, llamáronles judíos los
gauchos y hasta la calle de San Fernando tomó el nom-
bre de Calle de los judíos,
"Muchas cosas se debieron á la falta de nociones de
economía, que hoy se atribuirían á torpe avaricia, si se
repitieran. Naturalísimo parece que en cuanto alguno
haya reunido una cantidad de dinero que para nada
necesita, la coloque en un banco ó la preste á especu-
ladores ó comerciantes por un interés de tanto por
ciento. En el siglo XVIII no tenía bancos la Banda
Oriental, ni la costumbre de colocar el dinero á rédito.
Cuando alguno necesitaba una cantidad accidental-
mente, la pedía á un amigo, la recibía siu contar ni
documentar, y la devolvía al poco tiempo en la misma
forma. Se hacían favores con ilimitada conñanza, pero
no se comerciaba con la moneda. Cada cual se mane-
jaba con la propia, no con la ajena; y, si reunía canti-
dades sobrantes, las guardaba en su casa. En esto de
guardar se empleaban precauciones curiosas, por temor
de robos. Algunos ocultaban la plata y el oro, que eran
exclusivamente de cuño español, en el techo, entre los
turantes. Otros llenaban botijas, y las enterraban higo
del piso de una habitación; ó en cavidades de la pared,
cuidadosamente disimuladas; ó fuera de las habitacio-
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nes, bigo de tiem. Bl dueiko del dioero guardaba el
mayor secreto acerca de estos escondites, aun respecto
i\f su jíFuj ia üimilia; ouya reserva ha dado margen con
íreouenriA a quc, mueri" roj»eiuinamenie el acaudalado,
hayan permanecido los caudales soterrados é ignorados
durante machos afios, hasta qae por acaso se han
encontrado con ocasión de demolerás algún edificio ó
de construirse otro.
No es iie exaañar tamo ivüin an l^s lu. es de la
ciencia económica, cuando escíiseabiui las que propor-
ciona el arte de la iluminación. £n efecto : gran mayo-
ría del pueblo se alumbraba de noche, en el interior de
las casas, con velas de sebo de forma cónica, que las
fauiilias lui'-ian <]ii«- compraban hechas, ouya r:il>rica-
ción consistía en bañar un pedazo de pábilo en seí)o
derretido repetidas yeces, hasta que adquiriese la vela,
por superposición de capas de sebo» el volumen que se
quería darle. Las personas pudientes usaron desde
cierta óptica esias velas en los dopartamentos del servi-
cio, y candiles más ó meaos vistosos en las piezas prin-
cipales ocupadas por la íamilia. No se iluminaron las
calles de modo alguno hasta 1795. fin esta fecha sacó
^ Cabildo á licitación el alumbrado de las calles prin-
cipales, el cual se hizo duiaiiio muchos afi^s con velas
de sel»o, doble más largas que las comunes, cuya luz se
resguardaba del viento con faroles suspendidos de pes*
cantes de hierro asegurados en la pared. Al ponerse el
sol salían los negros foroleros con una escalera al hom-
bro y una nieclia encendida en la mano, á encender las
\ elas. Como estas se consumían poco después de media
noche, los africanos volvían ai trabígo de reponer y
encender las velas en la hora oportuna, provistos de su
escalera y su mecha, y de yesquero, piedra do chispa y
eslabón, ó de pagúelas.
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D£ hX REPÜBUGA 0R1£^TAL D£L URUGUAY 237
XCTII* ^ B«ereos y dlTersIones
Nunca fueron los charrúas y minuanes afectos á nin-
gún género de diversión ; y la proximidad de los espa-
ñoles no los movió á cambiar de costambres en esta
parte. Es así que á principios del siglo XIX no se entre-
tenían en juegos, ni en bailes, ni en cantar. Carecían
de todo instrumento musical, no celebraban reuniones
de pasatiempo, y ni el caballo engendró en ellos otro
género de ^ercicio que el necesario para adiestrarse
en su empleo.
Los campesinos criollos y mestizos süli¿iii,al contrario,
reunirse, y amaban la música, el canto y el juego. Sus
reuniones solían ser accidentales y tenían lugar en las
pulperías. £1 que tuviese algda dinero invitaba á todos
á beber aunque le ftiesen desconocidos. El pulpero
llenaba un ííran vaso con aguardiente, (pues no era el
vino agradable al gaucho) y el obsequioso lo daba
sucesivamente á todos, hasta que el líquido concluyera.
Luego se repetía esto mismo varias veces, mientras
hubiera dmero que gastar. Los invitados tenían que
aceptar, porque lo contrario era ofensivo, y estas ofen-
sas provoca 1)1 II duelos á cuchillo, que á menudo costa-
ban la vida á los actores. Mientras se bebía, un guita-
rrista (que nunca faltaba) lucía su habilidad tocando y
cantando iris^ que disponían á la melancolía por el
asunto desgraciado de los versos y por lo aflictivo de la
música. Se solía aprovechar estos éncuenti'os para
satisfacer la gran pasión del gaucho, que era el juego
del naipe. Tendían en el suelo un poncho, se sentaban
en cuclillas teniendo bigo del pie la rienda de su caba-
llo, y jugaban hasta que hubiesen perdido cuanta
poseían, incluso la camisa. Si la del ganadur valía
menos que la ganada, la regalaba al vencido.
Grandemente aficionada á los paseos ñié la población
montevideaua, acaso |'or([iie no abundaban otros medios
de amenizar el iieini)o. Siendo a*rresie y desiiruai el
terreno que quedaba fuera de la linea de ibrUÜcacioneSt
la gente no paseaba en él sino á caballo, en los domin-
gos y días de fiesta, coyas cabal^^atas, en las cuales
solían reunirse hombres y mujeres, tenían por tenia:;» .•
ordinariamente las ináro'enes del arroyo Mi^ueleie. Los
paseos á pie se hacían dentro de murallas» en el espacio
despoblado que había hacia el Oeste y el Norte, sobre
toda la línea del puerto; y hacia el Bste» entre la
muralla y la línea de casas. Tal era el paseadero lla-
mado - del recinto muy freciientadu lodos los días
por las personas pudientes, y ¡)or toda clase de perso-
nas en los días de descanso. En verano» las horas de
paseo eran la maflana y la tarde ; en invierno, el centro
del día, como que en la primera de estas estaciones se
salía á respirar aire fresco y en la segunda á jrozar la
suave temi)eratura del sol. Este era el lin higiénico.
Más ó menos, uníasele el propósito de coquetear, que
no era exclusivo de las miyeres, pues si ellas se esme*
raban en sus vestidos, en sus adornos y en su tocado
por llamar la atención de los paseantes, no menos se
esmeraban los hombres, entre quienes hubo coquetones
que han dejado tras de sí duradera iama de tales. Por
lo cual bien puede decirse que la higiene era, para
muchos, más que la causa, el pretexto de aquella tan
saludable como amena costunilire.
Gustaban también del iniile las poblaciones urbanas.
Un casamiento, un bautizo, un cumpleaños, eran moti-
vos que en los pueblos del interior obligaban á bailar;
y cuando por cualquiera causa que no fliera una des-
gracia indujera á la íamilia á suprimir del programa de
la fiesta aquella manera de divertirse, no necesitaban
de sugestiones ios asistentes para traer un guitarrista.
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D£ LA RBPÚBUCa ORIENTAL DEL URUGUAY 239
si no lo había' entre ellos, é improvisar un baile que
les hacía pasar alegremente las horas.
En Montevideo era el baile modo ordinario de cele*
brar aconiecimientos señalados, no sólo del orden pri-
vado sino también del oficial. Se desplegaba en él todo
el li^o que se podía, según la clase á que las personas
pertenecían, y eran afamados los que solían dar detor-
rainadas familias. Pero á todos sobrepujaban en magni-
ficencia los que daba el gobernador, en los salones del
palacio real, en los grandes aniversarios.
Bailaban también los esclavos, y tenían sus candom-
bea la particularidad de que, sobre ser africanos, se
verificaban todos los domingos por la tarde, al aire
libre, en la misma calle del Portón nuevo. Los amos
habían contribuido á establecer esta costumbre, auto-
rizándola; con lo cual satisfiicían la afición de los
negros, á la vez que estimulaban su buen comporta-
miento, pues sólo daban el permiso dominguero si el
servicio había sido bueno en la semana transcurrida.
Cuando el esclavo se conducía de tal modo constante-
mente que inspirara estimación á los amos, éstos lo
recompensaban regalándole vestidos usados y aún ador-
nos, por que se lucieran. Bien í[ue estas dádiv is no
siempre significaban reconocí iinento de méritos contraí-
dos, pues influía, y no poco, el vanidoso empeño de los
amos por que sus esclavos se distinguieran de los otros.
Bailaban los hombres con su caoAapI sobre el muslo
derecho, desde que tenían 16 años de edad hasta que
t42nían edad muy avanzada; pero, obteniendo permiso
previamente, podían bailar desde que tenían 8 años.
Las mujeres no podían entrar en dansa antes de haber
cumplido doce afk)8. Hombres y nnijeres bailaban á un
tiempo, ordenados en dos filas, al son de un tambor de
mucha longitud y poco diámetro que un hombre percu-
tía con ambas manos, ó de marvnbas cuyas lengüetas
240 BOSQUEJO HISTORICO
metálicas aseguradas sobre el hueco de un mate ó cala-
baza, hacían vibrar con los dedos. Los ilanzanies aceu-
tualiau el compás de la música con palmoteos y cantos
que no cesaban mientras duraba la pieza de magi, de
luboUif de mosambtque^ de iacúa^ de banguela 6 de
lucamba^ que cada nación tenía sus bailes peculiares y
formaba prupo aparte.
Acudía a presenciar esta divei'sión iii. i ;>uriia |»artx3
de la población blanca, sin que las clases se distinguie-
ran en ésto de otro modo que por el tiempo de perma-
nencia. La más sencilla se pasaba las horas sin acor-
darse de penas, y se retiraba pesarosa de que tan
velozmente hubiese corrido la tarde. La más entona !a
se detenía poi*o: recorría los candombes afectando
cierta indiferencia ó desden, pero no sinüendo menos
deseo que la otra de solazarse libremente.
El candombe revestía excepcional solemnidad y brillo
una vez en ol año, el día de leyes. Cada - nación de
esclavos u nía un rey, cuyo carino era presidir sus reu-
niones y dirigir sus actos colectivos. Se le elegía por
tiempo determinado y se le reelegía si se conducía á
gusto de sus súbditos. Todos estos tenían voto en la
elección y bastaba que uno solo observase una candida-
tura para que la elección no se hiciera liasta dilucidar
la justicia de ios cargos. Las naciones ei*an, pues, emi-
nentemente democráticas. Además todas ellas el^ían
un rey principal común, también temporario y reelegí-
ble, por lo que se vé que formaban una confederación.
Esius x'eyes vestían el día 6 de Enero unilbruie de ^ran
gala, lucían condecoraciones, eran acompañados por
ministros y corte lijosamente vestidos, recibían el
respetuoso homencge de toda la población africana,
oían misa especialmente celebrada y visitaban á las
autoridades públicas, de las cuales recil)ían corteses
cumplimientos. Saii^lechos los deberes respecto de Dios
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 241
y del Gobernador, sus Majestades y el séquito, rodeados
por geniío numeroso, se encaminaban al logar que se
les había preparado en el candombe, y allí, £?ravemente
sentados, honraban á sus felices vasallos. K.síos, por su
parte, realzai);\n la solf innulad así por la compostura
con (iue obraban, como por el liyo que desplegaban.
Los vestidos de seda, raso ó terciopelo que sus primi*
tivas dueñas habían degado de usar, salían nuevamente
á desempeñar papel ; yá nadie sorprendía que sobre
ellos luciesen collares y otras alhajas do subido precio,
que la bondad ó el buen humor de algunas amas ó
- niñas « habían proporcionado á título de préstamo.
En esos días se aumentaba el atractivo de la fiesta
adornando la sala de recepciones que cada nación
tenia, la cual senía asimismo para solemnizar el día
de difuntos. Pero la sala que A todas sobrepujaba en
e8])]endor, y también en signiíicación humanitaria, era
la de gunga, dedicada especialmente á las ánimas, por-
que en ella velaban los africanos á todos los de su raza
que hubieran muerto sin dejar deudos ó en pubreza tal
que no tuviera la familia con que costear el entierro.
Terminado el velorio en la gunga, asistían los negros
al entierro, el cual se hacía decentemente á expensas
de la c£ya común.
.Psi que se construyó la plaza de toros se compuso una
cuadrilla con un picaflor, du^ iianderiiieros y cuatro
capeadores, (|ue no se sabe si habían ejercitado la pro-
fesión en España, ó si se ofrecían por aficionados. Es
de suponerse lo último, porque en las corridas que
luego se dieron aparecieron emboladas 1 is astas de los
toros. No habiendo espadas, se sui)rimía el último
« tercio « del toreo, que consiste en matar la res. La
gente iba muy decidida á las lides de tauromaquia; y
no sólo los hombres, que también iban en buen número
las mi^eres, y de las principales, las cuales se hacían
la
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242 fiO6Q0BIC> iii«t6ríoo
notar [>or su entusiasmo y \yov la á?enerosidad con que
roí res[>undían á picadores y banderilleros que les brin-
daban una suerte» sobre todo si la ejecutaban con
valentía y arte.
No se estrenó la Casa de eomediás de modo más
halagüeño para el arle ([ue la plaza de toros, pues
fueron aficioaados los que representaron la primera
{Heza. Pero se consiguió más tarde que trabajasen allí
las compañías que venían para Buenos Aires; y pndie-
ron los montevideanos oír excelentes actores y actrices
y ver bailarines de nota, todos de la escuela española.
El público se afieionó al teatro de tal modo, (]ue muy
pronto faltó lugar. Se produjo entonces una seria com-
petencia de clases sociales. La aristocrática se quejó
de que la media ocupaba una parte de los palcos y
lunetas que ella necesitaba para sí. El Grobemador y el
Tahildo, resolvieron jue se atendieran primeramente
los pedidos de las fauaiias ó personas de distinción, y
que, hi^o que estuvieran satisfechos, se cediesen á los
buiigfueses los que quedaran disponibles; y, como no
era tarea que cualquiera pudiese desetapeñar la de
resolver quienes ¡Kírteneeían i la primera categoría y
(¡uienes á la se-^'-unda, asumió el mismo Cabildo el
encargo de vender los asientos aplicando según su cri-
terio la regla establecida.
XCVin. — £1 resUda y el i^mt
Los charrúas y rninuanes no adelantaron nada^
durante la dominación española» en cuanto ai vestido,
al adorno de su cuerpo y al muebliye. Al pasar del
si^o XVIII al siguiente andaban los varones, ( asi todos,
enteramente desnudos. Solo al^^auios, y en la estiri jón
fHa, se ponían nna especie de camiseta sin mangas,
bocha de pieles, ó se envolvían en algún poncho, si lo
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DE LA REPCBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 243
conseguían de cualquier modo. Las mujeres se cubrían
también con ponchos ó con ra misas que sus pariros á
maridos robai>an ú obtenían (1< otro modo; y cuando
DO, se pasaban sin nada. Hombres y mujeres eran muy
sucios : no se peinaban sino con los dedos; ni se lam-
ban la ropa, ni el cuerpo; motívo por el cual despedían
un olor nauseabundo. Se bañaban, empero, en verano
por refrescarse. Así limpiaban aljsro el cuer^x); mas
apreciaban tan poco esu limpieza, que luego se ponían
sus andnjofi mugrientos. Bn cuanto á muebles, no los
tenían de ninguna clase. Puesto que se acostaban^
siempre de espaldas, sobre un cuero ó sobre la uen a;
que se sentaban sobre los talones; que montaban los
caballos en pelo, si eran hombres, y muy ligeramente
ensillados, las mi^jeres; que comían del asador clavado
en él suelo, y que no se lavaban, no necesitaban camas,
ni sillas, ni mesas, ni lavatorios, ni recados. Siendo
guerreros exclusivamente, bastái)ales el freno y la
lanza, que los portugueses proporcionaban á muchos de
ellos, ó las flechas que en defecto de lanza llevaban en
' un carciy sujeto á la espalda, cuyas armas eran' las
únicas que usaban hacia él fin de la dominación espa-
ñola.
Los campesinos que vivían sin trabajar, apenas se
vestían con un chiripá de bayeta y un sombrero viejos,
si no eran ladrones. Los que se dedicaban á trabjyos
pastoriles, como peones, agregaban al chiripá y el som-
brero un calzoncillo blanco, un poncho y - botas de
poU'o - i^iiechas con la piel de potro ó de ternero,) y los
que podían, no todos, usaban camisa. Sus mujei es no
usaban otro vestido que una camisa ajustada á la cin-
tura con una cuerda. Andaban siempre descalzas. Los
hombres y mujeres de esta clase de población eran
generalmente sucios, porque no tenían ropa ^ou que
mudarse la que tenían puesta y porque no les intere-
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"¿4^ BOSQÜÜJO UmÓRICü
saba la limpieza. Las inujcros que no eran tan desasea-
das lavaban su única < ainisa de tiempo en tiempo, en
el rio 6 aiToyo más próximo, y se estaban desnudas
mientras duraba la operación. Bn los días de lluvia
conservaban seca su ropa» los que tenían que andar
fuera de casa ó carecían de ella, poniéndola bajo el
recado. Recibían A agua sobre la piel» y iueiro que
cesaba de llover se volvían á vestir. Su ajuar era ion
escaso, casi, como el de los salvajes. Algunos tenían
una cama compuesta de cuatro palos y un cuero, sin
colchones ni ropas ; pero los más se acostaban en el
suelo, sobre un ciicro ó sin na<i.K Rara vez se veía un
tosco banco en sus « hozas ó taporas : se sentaban en el
cráneo de un animal vacuno ó caballar, ó en cuclillas ó
sobre los talones. Todo lo que poseían además, era el
barril con (|ue traían agua del próximo arroyo, un vaso
de cuero para bel)erla, una caldera t»n que calentaban
agua, el maie, y un mal recado de montar, compuesto
á menudo de jerga, carona, lomillo, cojinillo y bridas,
todo pobre y deteriorado, y muy frecuentemente de solo
bridas y jerga. Pero á nadie faltaba el cuchillo puntia-
gudo y adiado, que le servía para varios trabajos
menudos, así romo para dcfcnflerst» de un adversario, 6
para consumar una venganza ó un acto de justicia, ó
para matar bestias por necesidad ó por placer.
Entre los campesinos acomodados había algunos á
quienes daba por ser lujosos, sol)re todo cuando iban al
pueblo. Su traje en tab^s casos solía consistir en rhiriiuí
amplio, calzoncillo muy biaaco que rematara en ñeco,
tirador ancho adornado con monedas de plata, botas de
potro, espuelas de grandes y ruidosas rodigas, chaqueta,
hermoso poncho y sombrero. Su puñal, sujeto á la cin-
tura por el tirador, era [troiula de arte y de precio.
-No llevaban peor vestido el caballo, ai cual ponían : en
la cabeza, las bridas y el bozal, que sostenía la manea;
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 2Í6
el largo maneador al rededor del pescuezo; sobre el
lomo, el cómodo recado, compuesto de bajera, carona
inferior, jerga, carona superior, lomillo, cincha, enci-
meraj estriberas, (aciones) estribos, cojinillos, pellón^
sobrejjcllón ó sobreptiesio y sobrecincha; las boleadoras
á un lado del recado» sijgetas por tientos traseros del
lomillo; y, sobre el anca, el lazo enrollado con arte.
Pero si los campesinos eran propietarios y no vivían
muy lejos de .Montevideo, su traje era más urbano y
menos pretencioso, y se componía de calzado, calzon-
cillo blanco, calzón corto, chaleco, chaqueta, poncho y
sombrero. Las telas eran bastas, por lo común, en las
lupas de uso diario, y no había prolijidad en el iiiudo
de llevar las diversas piezas, ni cuidado en su conser-
vación ; mejor era ei U'fiye destinado á lucir en señala-
dos días; pero el poncho había de ser excepción de la
regla, porque era la prenda de liyo, y quien lo pudiera
había de llevar sobre sí uno de los afamados que se
imiiortaban de Tucumán. Las mujeres, aun(iue vestían
algo mejor que las de los trabajadores, andaban bas-
tante desahñadas : no eran el liyo ó la coquetería sus
pasiones sobresalientes.
En los pueblos la gente menos acomodada usaba
también calzado, calzón y chaqueta, de más ó uicnos
buena calidad, según sirvieran en los días de trabajo ó
en los de ñesta. Las miyeres llevaban calzado bajo y
falda corta, que permitía á las coquetas lucir ei pie bien
formado y la bordada media.
En Montevideo todas las clases cuid;il)an más que en
otra parte de aparecer <'on ele<^'"an<*ia, de manera fjue,
aunque las tbrmas principales fueran iguales, sobresalía
el interés en la calidad y en los adornos. miyeres
pudientes usaban vestidos de seda, raso y terciopelo,
bordados de oro, ricas mantillas y joyas de oro, enri-
quecidas con perlas y brillantes. Los hombres se vestían
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1^40 Bu.^UlKJO HISTÓRICO
j)ara los bailes y solemnidades oficiales ó eclesiásticas
con zapato de hebilla, media de seda, cabón hasta la
rodilla, caüiisa de ele^rante pechera y puños con vuelos,
corbata blanca y aacha, chupetín de raso y frac. Loa
individaos del ayuntamiento usaban en tales ocasiones
medias de seda negra, sapatos adornados con hebillas
y piedras, calzón, chupetín de raso blanco bordado de
ovo, canaca negra, capa carmesí y sombrero de tres
picos.
Los cuer|x)s militares vestían todos calzón, chupa,
solapa, collarín con galón, casaca, y vuelta. £1 uniforme
-de los diversos cuerpos se distinguía ; en que la casaca
de^unos (blandengues, por ejenii>lo) era corta y la de los
otros h\r*yZ;i ; en que los calzones eran de diferente
color, (azul ó blanco) y en que los botones eiun blancos
«n unos y dorados en los demás.
XCHú — Is«UiUMl«i«t eeo«ósiif Si j Mralm
Las reliH ion.'s (|ue hasta ahora se han notado en las
<:ostumbrcs de las gentes saiv^e, campesina y urbana
se observan con poca diferencia en las inclinaciones
económicas y morales de estas tres clases de la poblar
ción uruguay a, en el último cuai^to del siglo XVIII y al
comenzar el XIX.
Loa charrúas v minuanes se habían adiestrado
extraordinariamente en el uso del caballo. Lo montaban
en pelo, lo manejaban por medio de riendas, con ó sin
íbeno, y hacían con él lo que querían. Cada individuo
tenía su cjíIkiHo. Si 1<> perdía ó se lo mória, no tenía qne
es[)erar de lus demás de la tribu que le dieran ó le pres-
taran otro : tenía que proporcionárselo por sí, robáo-
<iolo ó conquistándolo al enemigo. Si en una familia no
había tantos caballos como personas, los que hubiera
^ran para los hombres ; las mujeres y los muchachos
andaban á pie. Es decir que el individuo se ocupaba de
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 247
ai, no de los demás, y que el más fuerte se imponía al
más déhíL La regla era el egofsmo puno, de la cual
estaim excluido por completo el altruismo egoísta, cuy^
concepción no alcanzaban.
No conocían otro género de actividad que la guerra,
el pillaje, ^ caza y el comercio de cambioSr.Cuanddrfle
descubrió éí río de la Plata se fabricaban sus ani^ y
se dedicabaa á'pescar y á cazar toda clase de animales;
pero, en quanto el país se cubrió de ganado vacuno y
caballar y los portngueses empezaron á cambiarles
trenos y lanzas por caballos y vacas, descuidaron sus
primitivas industrias, y se limitaron á matar reaes |Mtra
alimentarse y á arrearlas al Brasil para cambiaCrtas por *
las [X)(|uísimas cosas que usaban.
La villa individual y aislada que hacían, y su carác-
ter misantrópico y ensimismado, les privaba de ocasiones
de contrariedad» por lo que eran raras las reyertas entre
sí, y nunca se hacían daño con la& armas. Pero eran
crueles é implacables, no sólo con los conquistadores de
raza blanca, sino también con las m.ís inofensivas tribus
aborígenes ; esto es, con todos los que no fueran ellos,
á quienes robaban y dañaban cuanto podían.
Los campesinos de raza española igualaron á los sal-
vajes en el dominio del caballo. Habituaban á sus hijos
á Miidar en él desde poco después de nacer ; y, como no
andaban veinte varas sino á caballo, y á menudo tenían
que recorrer larguísimas distancias de 20, 30 y más
leguas, se hicieron consumados é incansables cabalga-
dores. Por cerril que fuera un potro ló montaban con
rapidez sorprendente, so sostenían en él sin perder el
equilibrio ni ser arrojados, como adheridos á su lomo,
aunque mucho y muy furiosamente se encabritase ó
corcobease el potro, hasta que se rindiera de fatiga ; y
era seguro que toda vez que el animal tropezase y
rodara había de caer de pie el jinete.
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248 BOSQUEJO HISTÓRICO
El mucho andar á caballo los hizo perezosos de pier*
ñas, razón por la cual no recorrían ninguna distancia
y hacían lo menos posible á pie. Si varios se reunían á
convers.ir, no se apeaban, aun<|iie coiivei'Síirnn «luranie
horas ; cuaiulo iban á pescar, habían de eeliar la red á
caballo ; no sacaban a^ua del po/o, sino á caballo ; no
hacían barro de otro modo que pisándolo con las paUis
del caballo que montaban vni traían del cercano monte
cantidad alirunade leña, aunque solo fuera un pequeño
brazado de ramas, sino an asuandolo por una cuerda
atada á la cincha del recado.
Se vé por ésto cuán holgazanes eran. El pastoreo^
profesión principal i que se dedicaban los trabajadores,
lo hncían del modo más neulii^^ente imaginable. Los
animales pai ían con libertad «mi dilatado camix), y se
esparramaban por todo el á pumo de invadir la pro-
piedad de otro hacendado. Entonces (esto se hacía una
vez por semana) el pastor recorría al galope los con-
tomos de la estancia, y espantaba las reses hacia el
centro a fuerza de ^mmios y de siIl)idos, y con el au.KÍlio
de numerosos perros que le seguían. Nada más hacían
en el resto del tiempo, si no era domar algún potro.
Tampoco empleaban las mujeres el tiempo en traba-
jar, siquiera fliese en cocinar ó en coser. Lo único que
hacían era barrer su vivienda, encender fue^^o, calentar
agua para el mate, y acaso cel)arlo, si no había hombre
que quisiera ahorrarles esa incomodidad.
Como el ser humano necesita emplear sus facultades
en algo, si no las aplica al bien tiene que aplicarlas al
mal. Es así que, careciendo los campesinos de la afición
al uabajo, se aficionaron al jueíro, á las apuestas y á
beber, como se ha visto en el artículo XCVIL De ahí
derivaban frecuentemente sangrientas riüas* Pocas veces
jugaba el gaucho sin clavar el cuchillo á su lado : lo
hacía para advertir que no perdonaría una trampa ; y
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 249
bastaba que la sospechase para desafiar al adversarlo ó
para acometerlo con menos caballerosidad. Horas y
horas pasaban en las pulperías bebiendo y refiriendo
hazañas. No era raro que la imprudencia ó baladro-
nada de alguno hiriese el amor propio de otro, ó que
sirviera de pretexto para desahogar resentimientos ante-
riores, de lo cual se seguían también escenas de sangre.
Ciiamlo el juego ó los convites les consumían el dinero,
rohabaii caballos ó vacas, los llevaban al Brasil para
venderlos y, si bien en muchas ocasiones operaban así
sin experimentar lance desagradable, á veces tenían
que afrontar peligros, en los cuales, vencidos 6 vence-
dores, ponían á prueba su bravura. Kvd cosa corriente
que matasen animales ajenos para alimentarse, y nada
extraño que lo hicieran por satistacer el gusto de matar.
Estaban, pues, familiarizados con el derramamiento
de sangre, al punto que tanto les daba apuñalear ó
degollar á personas que matar vacas. Tan natural les
parecía esto, que lo hacían sin repugnancia, sin odio,
sin exaltarse, y sin (jue la víctima se quedara. Los que
presenciaban el hecho no procuraban evitarlo, ni lo
censuraban luego de consumado, porque lo consideraban
lícito.
Por otra parte>arecían de vergüenza, de delicadeza,
de pudor y del respeto que las personas se deben entre
sí. Padres, hijos y extraños de diferente sexo se nnra-
ban y se trataban con la mayor libertad, desde los 10 ó
12 años, sin que á nadie pareciera inconveniente esta
salvajez tomada de los charrúas y minuanes.
Lo dicho conviene á la generalidad de la gente cani-
pesina« Pero una porción de ella tenía la condición de
ser movida por inclinaciones más depravadas. No se
stgetaban á ninguna clase de trabajo, ni accidental-
mente. Recoi rian el país en todas direcciones, come-
tiendo toda ciase de violencias. Asaltaban estancias.
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' Bi)§QUEJO HISTÓRICO ^
cbacras y pequeñas poblacioneB.; robaban, inceadiaban,
asesinaban y tenían en conslante alarma á la ijiento jr
vn continuo niovi miento á la justicia ; pero su impu-
ni liad era casi secura, porque les favorecían los extensos
4^poblados del Sud del río ^'eg^o, los desiertos dei \
Norte, los bosques inexplorados y la acogida protec-
tora de las poblaciones portuguesas qae medraban con
el fruto (le sus saii^nentas depredaciones.
Las po})la<"ii>nes urhanas eran mucho más cultas,
morales y laboriosas, como que en ellas se concent ra V>aii
iodos los elementos de la civilisación uruguaya. Tales
cualidades sobresalían, mucho más que en otra parte,
en Montevideo, por-jue aquí estaba el asiento de las
principales autoi idados locales de la Banda Oriental, en
su puerto se apostaba ordinariamente la escuadra del
río de la Plata, y á tan numerosos funcionarios, machos í|
jde ellos de clase distinguida, se unían sus familias y
otras personas de condición análoga vinculadas á ellas
de diversas maneras.
Sin embargo, pei*suadidos los españoles y sus hijos
criollos de que la raza á que pertenecían era de especie
muy superior á la de los negros y americanos aboríge-
nes, y pudiendo disponer de ellos con mucha libertad y
por poco precio, se habituaron á encoiiícndarles toda
clase de scr\ irius, por nobles que fueran, y por muy
acostumbrados que hubiesen estado á desempeñarlos
.por sí mismos. Resultó de aquí á los pocos años que i
siendo desempeñados por seres despreciados, los oficios,
les tomaron repugnancia los españoles y criollos por
pensar que, si los ejercieran, se rebajarían á la condi-
ción de los negros ; por manera que ningún español ('>
criollo urbano quería ser otra cosa que clérigo, abc^ado,
empleado público ó comerciante, que eran las únicas
profesiones consideradas dignas ; y, aún el comercio, no
por lodos.
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DE LA REPÚBUGA ORIENTAL DiBL URUOUAT 25i
Es así que las mtyeres de la raza conquistadora uQ
^amumautabaa á sus hijos, ni los educaban en los pH-
'líieros aeia altos de édad, sino que los conñafoaa: á
.negn^» mulatas, índiaa y mOBlieas* |.(toé^podiia a|ifUr>
der de gentes tan mal c^msideradás esa infancia? Es
así también que no se hallaba mujer ni bombre blanco
que quisiera ejercer los servicios domésticos, ni los
oficios ó artes mecánicos, á no ser que lueran recién
llegados de España y no encontraran otro modo de
vivir ; que en cuanto lo hallaran abandonaban aquél por .
no merecer el menosprecio de sus compatriotas, ni
i«;ualarse A lus esclavos.
Mas como eran muy pocos los que podían dedicarse
á la carrera eclesiástica y á la abogacía, pues no había
c6mo aprenderlas, y como á los empleos públicos eran
llamados los espafioles preferentemente, y no todos
podían ser comerciantes, se siguió el becho de que si
los españoles llevaban vida poco activa, los criollos la
llevaban ociosa ; salvo que, como no les íáltara dinero,
ae entretuvieran en disiparlo. La continuación de este
modo de obrar engendró la idea de que malgastar for-
tuna era propio de gente principal é indicio de buen
tono.
Tal manera de ser y de gastar aüojó los resortes
morales de muchos que, gozando de consideración
social por el puesto que desemp^ban en la adminia-
ti'ación, no ganaban lo bastante para acompañar á los
ricos en sus prodi*rali(lades y disipaciones. De aquí
surgieron abusos de confianza, sobre todo en los admi»
nistradores de la hacienda, confabulados con los prin**
cipales que tenían su asiento en Buenos Aires. La
malversación se efectuó durante algún tiempo sin que
fuera notarla; pero, como el móvil era satisfacer deseos
de grandeza, lo desproporcionado del lujo con los noto-
rios recursos legítimos llamó la atención, hizo nacer
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252 BiíSQI EJO HISTÓRICO
sospechas y aurnt^ niar la vi«jilancia y, por fin, descu-
bierlos los dosfab-us y rohorhos á íines c1el si^lo X^'I^,
ilurante el virreinato del marqués de Loreio so sometió
á los autores conocidos á la acción de ia justicia en
procesos que mucho escandalizaron al pueblo, pues
éste ora coiitM almi lue iiom^ado y abundaban en él los
caracteres austeros.
CAPÍTULO VI
INSTRUCCIÓN DEL PUEBLO
Lo dicho en los capítulos anteriores sugerirá fácil-
monte la idea do que distaban mucho los campesinos,
hasta 1810, do pensar en escuelas; y, en efecto, calve-
cieron completamenio de ellas.
No flieron más afortunados» bigo este respecto, los
lugares y los pueblos, pues tampoco tuvieron escuelas,
salvo dos 6 tres excepciones. Una de éstas parece haber
sido Santo Doiuiiiíro Soriano, pues se ha dii liu tjuo los
religiosos que gobernaban la conciencia de los pobla-
dores chañáis les enseñaban el catecismo y algunos
rudimentos de lectora y quizás de escritura. Los jesuí-
tas íUndaron en la (íolonia del Sacramento un colegio,
mientras gobernaron .illi los portu^^ucses, y eii-íeñaroii
a loei', a escribir, á contar v la .locrrina crisiiaua á la
juventud. Pero, expulsada la Compañía de Jesús, pasó
el establecimiento á religiosos de otra orden y más
tarde fué suprimido, cuando los españoles tomaron y
arrasaren por última vez la Colonia.
Los jesuítas sostuvieron también en Moní' \ ideo una
escuela desde 1744, durante más de veinte afios, esto
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l)E LA HEl^BUCA ORIENTAL DKL ÜRÜGÜAY 253
es, hasta que ftieron extrañados. Los padres francisca-
nos continuaron después con ella, en la cual admitieron
á los niños y jóvenes que contribuían con una cuota
laeiisual. Vino en 1796 á hacerle competencia una
escuela laica, pero tan impregnada como la otra de
sentimiento religioso, cuyos beneficios eran limitados á
quienes pudiesen pagar uu precio mensual á su director,
quc k» liu ilua Mateo Cabral. Los tres estableeiuaeatos
fueron dedicados á los varones.
Considerándose que las mujeres no necesitaban ins-
trucción, porque no tenían en que aplicarla, no se había
pensado en abrir escuela alguna para ellas. Pero siendo
de otro parecer la señora María Ciara /abala, esta-
bleció en 1795, b¿go la dirección de sor Francisca, una
escuela para niñas pobres, cuya asistencia estimuló
decidiendo que la enseñanza ñiera gratuita. Los varo-
nes no tuvieron quien Ies brindase el beneficio de la
gr.iLuídaíl, hasta que en 1S09 acordó el Cabildo fundar
una escuela exclusivamente para ellos, la cual, con-
fiada á la dirección del padre Arrieta, fué la primera
escuela oficial del país.
En todas esas escuelas se enseñaba la religión, á leer
y <*í escrilúrun [míco. En algunas se ayi^egaban nociones
tie ariimelica, v en la de niñas se cosía. La escnicla
pública enseñó además gramática y ortografía. JSo se
prohibió que asistieran á ella los niños de color, pero
sí que se sentaran con los blancos y que se mezclaran
con ellos. Todos los alumnos tenían que ir diariamente
á oir misa, conducidos por los a\ udanies. Éstos iban
además á buscarlos á sus domicilios para la hora de
abrirse las clases, y á devolverlos asi que terminaran.
Én cambio podían recibir una gratificación mensual de
4 reales, de quienes voluntariamente quisieran darla.
La asistencia á estas escuelas era escasa y la ense-
ñanza muy defectuosa. Se ensenaba la lectura por el
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¿S4 BOSw^fc-ÍO HISTÓRICO
método del da, ba; la escritura, empezando en palotes
y eígaieiido con letras aaeltaa; la doctrina y la gramá*
tica reteniendo de luemoria la palabra de los textos,
nada ó mal entendida; y los rudimentos de aritmética,
como la gramática en cuanio á las definiciones y reglas
y prácticamente las aplicaciones. Como los ejercicios
prácticos de esta última asigoatora tenían por antece-
dentes las definiciones y reirías, no se entraba en aqué-
llos mientras no se supiesen éstas; y como todas la¿»
materias se estudiaban en opúsculos impresos, no se
iniciaba su aprendi2^je hasta que los niños supieran
leer. Debiendo, pues, estudiarse las asignaturas en
orden sneesivo, el curso, aunque limitado á tres 6 oua-
tiu \ Hiuv elemental, snlia ser oxcesivauiente duiaiiero,
y adeaias penoso vn sumo grado, ya por la aridez <le
los métodos y procedimientos, ya porque el níüo tenia
que ocupar las horas de clase con una sola materia
cuando más variación reclamaba su edad. La disciplina
era tan cruel como la meto(lolo«zía rutinaria que se
aplicaba : se restringía de todos modos la espuinaneidad
de los niños; se contrariaban todas sus inclinaciones y
necesidades mentales, y cuando éstas, cansadas de
sufrir la opresión, se rebelaban aunque fuera sin mala
voluntad por segundos y á hurtadas, venían á restable-
cer la disciplina ia paimeia, los azotes y otros castigos
no menos torpes.
CI. — Llbrerins y peri6dií'08
La acción de la escuela no era auxiliada poi ninguna
biblioteca ; y apenas puede decirse que en los primeros
años del siglo XIX hubiera librerías y publicaciones
diarias ó periódicas, porque solamente en Montevideo
existía una pequeña casa en que se vendían unos cuantos
libros de devoción y de teología, y recién en 1S07 se
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DE LA REPf BLICA UHIENTAL DEL URUGUAY 255
fttñdo un pcnódico, titulado La estrella ^déí iSud, que
apareció semfinalmente, en inglés y en castellano, desde
el 23 de Mayo hasia el 4 de Julio ; es decir, durante un
Bflés y doce días. Dieron á luz esta publicación los
ingleses cuando se apoderaron de MonteTideo y la ter-
minaron asi (lue pactaron en Buenos Aires el desatójo.
Se dedicó á demostrar que España era incapaz de hacer
progresar la America, á hacer simpática la dominación
inglesa, y á publicar documentos oüciales y avisos del
comercio.
£1 segundo periódico que tuvo Montevideo fué la
Gaceta de Montevideo, que apareció el 13 de octubre de
1810 por la Imprenia de la Caridad, redactada por fray
Cirilo de la Alameda y Brea, franciscano de vasta eru-
dición, que había venido huyendo de Madrid por temor
á los frianceses. Se aplicó principalmente á publicar
documentos favorables á los españoles de Europa en sus
relaciones con Francia y á los españoles de Montevideo
en sus relaciones coa los revolucionarios de Buenos
Aires.
■
■
CU- — Grado de iuütrueeióu del pueblo
Los hechos expuestos en los dos artículos precedentes
prueban que tenía que ser crasa la ignorancia de la
gran mayoría del país, puesto que le faltaban todos los
medios de instrucción. Los salvajes no tenían idea sino
de lo que veían. Los campesinos de los distritos pasto-
riles no sabían más que los salvajes ; ni leían, ni escri-
bían, ni teníau nociones de número, salvo alguno que
otro español que hubiera traído de su patria estos cono-
cimientos. Entre los campesinos agricultores la igno*
rancia era también generalísima, aunque no tanto como
entre los otros, porque había en esa clase ni;ís españo-
les, y porque pertenecían á ella indios que habían emi-
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25G
BOSQUEJO HISTÓRICO
grado de las Misiones después de la expulsión de lo
jesuítas, y que venían sabiendo leer y escribir algo, P^r-
su pereza invencible, la influencia del ambiente y h
falta de medios fueron causas «le que su poco saber ii<
se transmitiera á los liyos y desapareciera á los poco:
años.
En los pueblos abundaban también mucho los que nc
leiüiih ninguna clase de instrucción, pues los pri^let^-
rios, aun los procedentes de Europa, eran en extr emo
ignorantes. Y lo eran también muchos que figuraban
en clases suj)eriores. Es así que cuMudo, á los cuatro
anos de fundada Montevideo, juzgó el general Zabala
que la cantidad de población requería ya ser gobernada
[)«)r autoridades civiles y creó el cabildo disponiendo
que fueran nombrados para componerlo las personas
más distinguidas por su saber y cualidades sociales y
morales, se vió forzado á declarar que se admitirían
para regidores, y hasta para el alto puesto de alcalde,
personas que no supieran escriba* ni leer, por quienes
lirmarian otros que lo supiesen.
A medida que pasaron los años y que la población
urbana creció, y que vino complicándose la administra-
ción pública y requiriendo mayor numero de funciona-
rios de todas clases, se agregaron numerosas personas
de clase civil y militar relativamente instruidas, algunas
doctas, que formaron, sobre iodo en Montevideo, un
considerable núcleo de ilustración, si es permitido abra*
zar con la significación de este vocablo á todos los que
liabi.ui recibido enseñanza elemental y superior. Como
es de presumirse, ios liijos de éstos fueron los que prin-
cipalmente recibieron lecciones de sus padres, y fre*
cuentaron las pocas escuelas que quedan mencionadas,
pero no los únicos; por manera que la instrucción
elemental coasistente en lectura, escritura, cálculo, y
tica se extendió para 1810 á la juventud aristo-
L
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 267
crática y á buena parte de ia burguesa. Pero no pasó de
ahí el saber de los criollos, porque nada más enseñaban
las escuelas, porque faltaban colegios y universidades,
y porque no había posibilidad, ni se tenia interés en
leer otra cosa que obras ascéticas, cuino si este fuera
el único medio de cumplir deberes y de ser teliz antes y
después de la muerte.
CAPÍTULO VII
INDUSTRIAS
CSn. — La g«uitel% la «griealtmni j la mlaerU
Püdria discutirse si hubo en la Uaiida Oriental, antes
de 1810, industria ganadera, dada la acepción ordina-
ria que hoy tiene este vocablo; pero, admitido que la
hubo, no es dudoso que su estado iüé rudimentario* Ya
cuando se flindó Montevideo estaba cubierto él suelo de
animales vacunos y caballares salv^es que se habían
mulüplicado sin cuidado alí?uno de los hombres y que
carecían de dueños. Repartido el territorio en suertes
de estancia, cada estanciero se apropió el número de
ganado que pudo y apenas se cuidó de otra cosa que
de contenerlo dentro de su posesión. Según el plan del
ftindador Zal» ala cada estancia debía constar de 2.700
cuadras de lerreno y no debería tener cada propietario
más que una estancia. Mas la ambición inventó medios
para que cada uno acumulase en su dominio varias
suertes, y aun extensiones inmensas, de modo que para
1780 era imposible donar suerte alguna á los mucliísi-
mo.> qiiü solicitaban tierras.
Generalmente se pensaba que una extensión de
cuatro ó cinco leguas cuadradas no eran demasiadas
17
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258 BOSQUEJO H18TÓRia>
para una reinilar esuuicia, poniue el iranado, auiique
no fuera muy numeroso, se esparcía mucho, sobre todo
en épocas de sequía, ea busca de (>astos y de agua. Se
encomendaba una estancia á la dirección de un capa-
taz, y cada mil cabezas de ^nado á un pastor. Éste no
so^ía a los animales, ni los conducía á los parajes
más convenientes, ni lv>s mantenía reunidos, ni lus
hacía volver por la taixie á un punto para que pasai*an
la noche, ni hacía otra cosa que arrearlos á un lugar
céntrico una vez por semana por que no pasasen la
iVentera de la propiedad. Los dueños y capataces pen-
saban á su vez que si la nainrale/a había íiastado para
crear y multiplicar tan prodigiusameuie aquella riqueza,
nada m^or podría hacerse que dtyar obrar á la natu-
raleza, reservándose ellos la sola tarea de contener en
sus tierras sus ganados, y de venderlos cuando hubiera
comprador. La iranaderia l a, pues, todo, menos obra
que algo debiera al trabajo del hombre.
La agricultura se aplicaba al trigo y ai maiz princi-
palmente, pero en cantidad insuficiente para el consumo
interior, puesto que se tenia que importar todos los
años una buena cantidad de Buenos Aires. La llena
producía 12 granos por 1 al año, más {^>equeüos que ios
europeos. Se cuiúvaimn algunas legumbres, verduras y
firutas para el uso de los mismos agricultores y de las
familias urbanas que no tenían huerta, aunque estos
productos eran poco variados todavía hacia 1^00. En
esta época se inu odujoroa de oíros i>aíses aiiiei'ieanos
cl^lses de durazno desconocidas, y de Italia el damasco,
de cuyo íhito vinieron dos carozos inadvertidamente
mezclados con semillas de coles y lechugas.
Se hicieron ensayos por explotar las minas de oro,
plata, plomo y cobre cu; a existencia se creyó compro-
bada en las venientes de los ríos San José y Santa
Lucia y en el distrito de Minas, tomando aliento en las
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DE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 259
versiones que se corrían de que personas ineptas
habían recogido laminitas de oro sin más ^íUerzo que
el de lavar arenas y tierras. Lo cierto fué, empero, que
todos ios que emprendieron trabajos de esta clase habían
perdido tiempo y capital» ya para 1787.
CIT..-* Indattrias derifadas de la ¡ganadería y de la a^neultiinu
La pesca
£n mucho tiempo no sirvió la ganadería sino para la
alimentación local y para la extracción de los caeros,
de la grasa y del sebo. La carne que excedía de la
demanda de los carniceros ó de las familias era arrojada
por no saberse que hacer de ella, y tainiiién lo eran,
por igual motivo, las astas, los huesos, las pezuñas, etc.
Este escaso aprovechamiento de los animales explica :
por un lado, la extrema baratara de la carne, y por
otro, la necesidad que tenían los ganaderos de poseer
gran numei o de cabezas para que esta clase de i)ropie-
dad les produjese una renta suñcienie. Los cueros se
secaban, se utilizaban en parte dentro del país, y se
exportaban en lo restante. Otro tanto se hacía con la
gordura.
La preparación de la cecina ó carne salada y seca se
hacía en Buenos Aires desde ios primeros años del
siglo XVII, segfín se ha referido en el libro primero ;
mas no se ensayó en la Banda Oriental hast^' mediados
del siglo XVIII, en cuya época emprendieron esta
industria, con mal éxito y por poco tiempo dos herma-
nos Perafan de la Rivera y Luis Herrera, habitantes de
Montevideo (1754). Corrieron treinta y dos años para
cuando Francisco Medina íündara otro establecimiento
con más capital y más inteligencia de la materia ; pero
falleció este industrial antes qae los resaltados corres-
pondieran á su buena voluntad y su saladero desapa-
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200
BOSQUEJO HISTÓRICO
reció (1788). Más tarde se veriücaron otros ensayos,
tomando en cuenta la experiencia de los anteriores y
con resultados menos desalentadores, á los cuales se
debió que esta industria permitiera abrigar esi)eraíizas
acerca de su estabilidad y desenvolvimiento futuros,
pero sin tomar cuerpo en los años que corrieron hasta
1810.
Ensayóse igualmente en algunas chacras y estancias
la fabricación de quesos y de manteca, antes de 1780.
No parecieron malos estos productos, á |)esar de que
eran susceptibles de períeccionarse bastante, según
opinaron entonces los entendidos ; mas, como el pro-
greso de las industrias, sea en cantidad ó en calidad,
necesita el estímulo del consumo, y no lo tenían fuera
del país, y escasamente en el interior, los quesos y
mantecas que se hicieron en corta cantídad*y á manera
do prueba, no Uegó esta clase de producción á tomar
los caractero-s de una industria.
Una compañía inglesa, animada por el permiso que
otorgó el Rey para que se explotaran las riquezas ani-
males marítimas de estas regiones, se establooió en
Maldonado para beneficiar cueros y grasa de lobos y
grasa y barbas de ballena. Los resultados no correspon-
dieron, empero, á las esperanzas, razón por la cual
hubo que dar fin á este ensayo al poco tiempo.
La agricultura alimentó la fabricación de la harina
de trigo, cuya molienda se hacia en tahonas; es decir,
en molinos movidos por caballos ó muías. Á mediados
del siglo XVIIl estableció el jesuíta Rullo, en ei Mlgue-
lete» en el punto llamado Paso del fnolino, uno movido
por la flierza de este arro}'o ; y á fines del mismo siglo
crií?ió Manuel (3campos en el mismo parai(^ otro movido
por la fuerza del viento, los cuales elaboraron toda la
harina que consumía Montevideo.
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I
D£ LA KJ¿PÚfiLICA ORl£JKTAL DEL URUGUAY 261
La plaza mercantil más antigua de la Banda Oriental
fué la colonia del Sacramento. Este punto, mientras
estuvo á disposición de los españoles, no había desí)er-
tado niiiiiún interés especial, ni motivos hubo para que
lo despertara, porque, no estando permitido casi el
comercio á los pueblos del Río de la Plata, y aunque lo
estuviese, siendo para todos las mismas las leyes y
autoridades, no había razón ninguna para esperar que
la habilitación del puerto septentrional diera origen á
un comercio próspero.
Colonizado el punto por los portugueses, cuando ya
no dependían del Rey de Espa&a, tampoco habría
tomado importancia comercial si á ellos les hubiesen
regido leyes prohibitivas como las españolas, ó si hubie-
sen lespetado el orden le^ral establecido; j^eiu las rela-
ciones políticas de los lusitanos con Inglaterra motiva-
ron que ésta pudiera comerciar con plazas y posesiones
de la nueva monarquía, cuya libertad se 'extendió en
ocasiones, por motivos i^rualmente políticos, á otros
estados europeos. Resultó de aquí que en cuanto las
autoridades del Brasil cumplieron la orden de fundar y
fortificar la colonia del Sacramento, los comerciantes
portugueses, ingleses, franceses, y holandeses vieron la
facilidad de introducir clandestinamente los productos
de estos países en las posesiones del Rey de España y
de exportar de ellas oro y productos americanos, sin
más trab^o que el de mandar buques á la Colonia,
tener aquí y en la isla de San Gabriel sus depósitos, y
• pasar los artículos al interior de la Banda Oriental y á
la occidental, burlando la vigilancia de las autoridades
españolas, ó enTorpecieiidola por el cohecho.
Así sucedió. AÜuyeron los comerciantes ála Colonia,
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262
BOSQUEJO HISTÓRICO
miel u ras fué poriuguesa, trabaiou relaciones con los
comerciantes de Buenos Aires y coa los indios y campe-
sinos del Uruguay, recibieron buques europeos y bra-
silefios caiigados de mercancías, y se consagraron á .i
introducir de contrabando estos artículos en los territo- ^
riuís vecinos y á recibir de ellos en cambio las carnes,
cueros y harinas que habían de utilizar el viaje de
retomo de las embarcaciones. Por tales causas se activó
el comercio en términos que dieron mucho que pensar
al Roy, á punto que los ruidosos sucesos militares y
diplomáticos que se sucedieron después de la fundación
(le la Colonia hasta 1777 fueron cnusados, tanto ó Ui.is
que por el derecho que los soberanos pretendían tener
en la pequefia tierra disputada, por los intereses indus-
triales y comerciales que esa posesión peijudicaba ó
favorecía. ^
Montevideo no fué plaza comercial hasta íines del
siglo XVlil; pero, una vez que su puerto fué habilitado,
lo prefirieron las naves al de Buenos Aires y al de la
Ensenada de Barragán por su posición, por su mayor
comodidad para cargar y descargar y porque en él esta- ,
ban más scíTuras durante los temporales. Su movimiento
aumentó, pues, rápidamente, ccuaprendiendo el comer-
cio de la Banda Oriental y mucho de la occidental. £n
1795 recibió 34 buques procedentes de España, cuyas
cargas im|)ortaban cerca de 2 millones de pesos fUertes,
y despachó 3() con carga que valía cerca de 4 millones ^
y 800 mil pesos, la mayor pane en oro y plata, pues el
valor de los frutos no excedió 075 mil pesos. En el
decurso del afio siguiente la importación, hecha en 73
buques, aumentó en 900 mil pesos y la exportación,
que ocupó 51 embarcaciones, creció on 200 iii¡i pesos. *
Los fnitos exportados en esto afio inijM'i íai'on c*erea de
4 -millón y 100 mil pesos, por .manera que hubo un
aumento de 300 y tantos mil pesos. Para el año 1799 la
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D£ LA K£PÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 263
exportación de ftutos excedió de 2 millones de pesos.
El movimieni ) del puerto ftié, desde 1800 hasta 1800,
ei que se expresa ea seguida :
Bntradas Salidas
1^00 ~ Ü 34
1801 ? ?
1802 188 169
1803 84 67
1804 134 47
1805 109 73
1806 49 55
CAPÍTULO VIII
SUCBS06 MILITARES T POLÍTICOS
CTI. — Materia de este eapítulo
Narrados ios liechos de armas y las cuestiones diplo-
máticas que tuyieron por objeto, hasta 1801, el límite
oriental de la gobernación y Virreinato del Rio de la
Plata (arf lAII - LXIV), no li i} muiivo para volver
á los mismos .sucesos en este capítulo, porque sería repe-
tir su historia inútilmente y fuera de lugar.
Se han referido también las invasiones inglesas y las
relaciones políticas que sobrevinieron (art* LXV —
LXIX) ; pero, como estos hechos, á diferencia de los
otros, fueron de Buenos Aires en parte y en parte de la
Banda Oriental, uo se habló en el Libro primero de los
orientales más que lo indispensable para explicar algu-
nos que se verificaron en la capital del virreinato, reser*
vando para este Libro segundo el darlos á conocer más
detenidamente, como corresponde.
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264
BOSQUEJO UlSTÓRirA)
Muy poco digno de mención ocurrió en la Banda
Oriental, hasta 1810, en los órdenes militar y político,
fiiera de los sucesos á que se acaba de aludir; sin
embargo, se dará una brevL* idea de los combates habi-
dos con salvajes, campesmos, malhechores y piratas, y
de las desavenencias habidas entre las autoridades
militares y civiles de Montevideo, porque nada falte en
el bosquejo de la época á que está consagrado el pre-
sente libro.
SECaÓN I
Jjesof'de/ies iniernos de la Banda Oriental
CTIL — Gaerra eon eiiarruas y mimuuiee
Ya se sabe que los charrúas y minuanes, unidos en
estrecha alianza y amistad, (aunque habitantes en ban-
das opuestas,) por la gran afinidad de sus razas, carác-
ter, instintos y costumbres, se entretenían en robar,
incendiar y matar, no precisamente por defender el
territorio americano contra los invasores europeos, sino
porque estaba en sus iiábiios ó modo de ser el llevar
esta guerra destructora á toda agrupación humana que
se distinguiese de la suya, aunque fuera salvaje y no los
inquietara de manera alguna.
Bastó que hacia 17:30 matara un español á un miauán,
para que la tribu de éstos recorriera el campo en todas
direcciones cometiendo toda clase de violencias, después
de lo cual se acercó á Monievideo y desalío al coman-
dante. El gobernador Zabala envió desde Buenos Aires
50 dragones con orden de escarmentar á los vengativos
indios, cuyo luiiiiero ascendió á 500. Los dragones se
reforzaron con alguna gente de la ciudad y salieron á
dar batalla ; pero tuvieron que retirarse sin lograr el
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D£ LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 265
escarmiento. Zabala hizo bajar entonces 500 indios de
las Misiones. Los nunuanes reconociendo esta vez el
peligro que corrían, se mostraron dispuestos á un ave-
nimiento. Mas, si ellos suspendieron sus actos de ven-
ganza, tuvieron continuadores no mucho menos dañinos
en los súbditos de los jesuítas, razón por la cual hubo
que devolver al lugar de su origen á los tales elementos
de civilización.
Aunque los salvajes no cesaron de robar y de matar,
lo hacían individualmente 6 reunidos en pequeños gru-
pos, de modo que bastaran, para persegairlos, lasñier-
zas ordinariamente encardadas de la policía rural,
hasta el año 1740 en que se pusieron de acuerdo ios
charrúas y minuanes de todo el país para talarlo.
Difundieron el terror por todas partes y tanto alarma-
ron, aun á las autoridades centrales, que el gobernador
Andonaegüi puso en movimiento las fuerzas de las Misio-
nes, de Sania Fe y de la IJanda Oriental y dispuso que
con arreglo á un plan general, cargasen simultánea-
mente á los salvajes. Éstos huyeron al sentir cerca al
enemigo ; pero, perseguidos rápidamente, ñieron alcan-
zados y deshechos, pues los vencedores pasaron á
rU( liillo aiui á los muchachos, como si así creyeran
concluir para siempre con tan feroces enemigos.
Todavía obligaron los minuanes y charrúas al gober-
nador Víana, en 1751, á enviar tropas contra ellos.
Sorprendidos, fueron vencidos en una acción y diezma-
dos en otra, no porípie los vencedores desplegaran exce-
sivo ri^or, sino porque no fué posible rendirlos mientras
tuvieron vida ó estuvieron sanos. Estas tribus no que*
daron exterminadas, pero sí muy reducidas y recelosas.
Desde entonces no motivaron alarmas generales, con-
íimiaron su retirada hacia el Norte, y no invadieron
sino para empresas aisladas de pillaje.
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266
BOSQUEJO HISTÓRICO
CVnL — aaem«ott taiMM y eoKtniteidtotas. Artlfas*
Scgfm > :ise ha dicho (artículo XCIX), liabía en hi
Banda Oriental, aparte de los indios salvajes» numerosos
campesinos que se entretenían liabitualmente en incen-
diar y asesinar, ñiera por el interés de la rapiña, por
venganza ó por el placer de hacer mal.
Otros muchos, habitantes de los dominios españoles
y portugueses, se ocupaban principahnente en exportar
al Brasil grandes cantidades de ganado y de cueros, sin
pagar los derechos que debían al Fisco, razón por la
cual se Ies llamaba cotUrabandisUis. Pero, si bien se
distinguían de aquellos candoleros en que tenían el ofi-
cio de comerciar y contra b índear por cuenta propia, no
eran, por sus modos de proceder, mucho menos baadli-
dos que los otros. Robaban cuanto podían los artículos
que habían de exportar; otras veces los compraban á
vil precio, hajo la presión del temor que inspiraban ; á
menudo se negaban á pagar lo mismo que habían con-
venido, y veces hubo en que asesinaron á los vendedo-
res por robarles el precio que llevaban.
Los contrabandistas no go/aban de más fama por sus
delitos, que causaban admii'ación por la audacia de sus
empresas. Las autoridades españolas ponírui todos los
medios imaginabies por combatirlos, pero sin éxito«
Nadie conocía como aquellos los caminos del desierto,
ni los vados de ríos y arroyos, ni los bosques, ni las
escarpadas sierras. Á pesar de marchar con pesadas
cargas ó crecidos rebaños, burlaban con frecuencia la
persecución de guardas y milicias ; y, cuando no conse-
guían frustrarla, se apercibían j)ara resistir, y aun para
at^icar, libraban sangrientas batallas y pocas veces
daban motivo á sus perseguidores para jactarse de haber
hecho un escarmiento. Ya sabían los contrabandistas
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL BEL URUGUAY 267
que, si oran tomados con vida, pagaban con ella sus
maldaJes. Esta segundad aumentaba su coraje y su
tenacidad en la pelea, así como la crueldad con que
Cjjecutaban sos represalias. ¡ Ay del enemigo que cayera
en su poder !
Larga experiencia convenció al jjfobierno de que el
contrabando y el vandalaje serían Interminables mien-
tras no se recurriera á una medida extraordinaria. Esta
medida consistió en atraerse á uno de los más afama-
dos contrabandistas para confiarle la persecución de
sus propios colegas y de los demfís malhechores. I.a
elección recayó en José Gervasit) Anií^as, de quien so
reterían episodios que lo caracterizaban como ser excep*
cional.
Artigas había nacido en Montevideo, el año 1758.
Fueron sus padres don Martín José, hijo de don Juan
Antonio, uno de los primeros pobladores de la ciudad
nombrada, y doña Francisca Alzaybar. Don Martín José
Artigas tenía buena posición social y era dueño de bie-
nes urbanos y de valiosa estancia situada en la juris*
dicción de Maldonado. Cuando su hijo llegó á la edad
convcnieíite, lo envió á la escuela» y aquí le ensoñaron
lo que entonces se enseñaba : la doctrina cristiana, la
lectura y la escritura, en cuyas materias le comunica-
ron medianos conocimientos. José Gervasio reveló desde
pequeño carácter tan enérgico, tenaz, 6 irreductible á
las reglas de la sociabilidad, que el padre decidió
sacarlo de la ciudad y llevarlo A sn estancia, juzgando,
sin duda, que el campo sería medio más adecuado que
la ciudad para sus inclinaciones.
Allá, entre gauchos bárbaros ó semisalvajes, el
muchacho Artigas dominó el caballo, satisfizo con él
sus naturales disposiciones de movimiento y de activi-
dad, y se hizo más independiente y más insubordinado.
La estancia no podía tenerlo muy 8i\jeto, porque las
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268 ÜUÜWUEJO HISTÓRICO
escasas ocupaciones de esta clase de establecimiento,
como se sabe, consistían en nndar á caballo v eii viiq-ar.
Pero, aun así, no podía el suportar la i)Osici()n subordi-
nada que naturalmente había de tener : érale necesario
no obedecer á nadie, dar rienda suelta á sus inclinacio*
nes y m'andar en vez de ser mandado.
Desertó, pues, de la estancia, se emancijx) de la
familia y se dió á tratar cou salvajes y contrabandistas
en cueros y ganados, cuyas relaciones cultivó en largo
tiempo. La experiencia ha enseñado cuán fácilmente
las personas cambian de modales, de lenguaje, de cos-
tumbres, de sentimientos y de ideas, cuando de uii
medio social pasan á otro distinto y permanecen en él,
así como demuestra que este cambio se veriñca tanto
más fácil y completamente, cuanto más ióvenes son
las personas y cuanto más añnidades hay entre sus
tendencias eongénitas y las costumfires del nuevo cen-
tro humano. Fácil es, por tanto, imagiuai-se cómo inliui-
ría la vida de la inculta estancia en las ideas, senti*
mientes y hábitos del muchacho Artigas, y cuanto más
barbarizadora sería con el trato de los salvajes y con los
eoiiu ih iiidistas. Si su natural hubiese sido morige-
rado, habríase pervertido for/.osamente por la inevi
table imitación de las costumbres depravadas que
imperaban entre los campesinos de aquella clase;
indisciplinado, voluntarioso y violento como era, más
considerables tenían qiui ser los efectos del contagio.
Es así que, desarrollándose día á día su aíición á la
licencia y á las aventuras, y su aversión á las leyes y
reglas que moderan la vida de las poblaciones cultas,
llegó tiempo en que ni el comercio con los bárbaros
satisfizo las exigencias de su modo de ser, por lo que se
decidió á ser contrabandista.
Capitaneó al principio una pequeña banda. Concuer-
dan los testimonios de la época en que no tardó en
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DE LA HEPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 269
atraerse la atención de los otros contrabandistas por el
atrevimiento de sus empresas, por los medios que solía
poner en juego y \)ov ia inteligencia, el valor y la cons-
tante energía con que solía llevarlas á cabo, eludiendo
^ unas veces, y venciendo otras temibles persecuciones.
Los contrabandistas m€|jor templados prefirieron luego
obrar bajo sus órdenes, de modo que llegó á aumen-
tarse en número hasta 200, quienes ejercieron su oficia
bárbaramente en gi^an extensión despoblada del país,
sobre todo al Norte del río Negro, y en las comarcas
occidentales del Río grande.
Los hechos hicieron notar asimismo á las autorida-
des que en la mucheduial)re que perseguían a muerte
había tomado plaza una personaUdad que se excedía de
lo común, y sonó el nombre de Artigas en todas partes
Tenía él en alarma constante á los estancieros situados
en la zona de sus excursiones; se le sentía hoy aquí,
mañana allá; pero nadie le daba caza, por que nadie
conocía como ól los accidentes del terreno, ni sabía uti-
lizarlos como él los utilizaba, ni disponía de caballos
más veloces y resistentes, ni de » muchachos^» más dis-
puestos á afrontar cualquier peligix). Si alguna vez lo
avistaban las milicias é iban en su seguimiento scí^niros
de alcanzarlo porque le conocían fatigada la caballería,
la banda capitaneada por Artigas mataba una parte de
las bestias, se parapetaba tras de ellas, hacía nutrido
fi^ego sobre el enemigo, lo diezmaba y lo obligaba á
retirarse. Si las fUerzas eran numerosas. Artigas convo-
caba otras partidas, dándoles instrucciones diri^^ndas á
combinar su acción contra el enemií^ro, y ocurría ;í
menudo que éste saliera disperso ó malparado. Tales
contrastes, repetidos, acabaron por intimidar á los des-
tacamentos policiales y á las milicias, los cuales esqui-
vaban por último el encuentro con el famoso contra-
bandista.
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270 BOSQUEJO HISTÓRICO *
Este es el personaje que el Gobierno se propuso
emplear para combatir, no sólo el contrabando, sino
también el robo y el asesinato que á los contrabandis-
tas les servían írecuentemenie du aiedio. Pasando por
encima de las leyes que castigaban severisimamente ^
estos delitos, las autoridades le ofrecieron él perdón y
un señalado puesto en el ejército, en cambio de que
persiguiera y ahuyeni u t á los malliechores de la cam-
paña. Artigas, halagado i)or la propuesta, la aceptó: á
condición, empero, (condición muy propia de su carác-
ter) de que se le permitiera obrar como él juzgara más
conveniente, sin que su libertad fuese trabada por
nadie, ni por nada. La edad de Artigas andaba enton-
ces por los 44 años; por manera (lue este hombre sin-
gular se disponía á servir á su manera la causa de la
civilización, cuando bacía más de un cuarto de siglo que, '
lejos de centros de población, mezclado con gentes de
la peor clase, y llevando vi-hi -ompletamente nómada,
sostenía guerra implacable contra ella.
Artigas no ümtró las esperanzas á que debió su
nueva posición. Se valió de las cualidades que le habían ^
dado sombría reputación de contrabandista para perse-
guir á muerte á los que habían sido sus colegas y cama-
radas. No les permitió momento de reposo; y, como
conociera sus recursos, no le fué difícil vencerlos y
apresarlos á menudo. Suprimió toda formalidad judi-
cial : bastóle el conocimiento que tenía de los individuos t
ú ([uienes ¡perseguía, i^ara ordenar la muerto de los que
creía malos ó peligrosos. Sus órdenes se cumpiian inme-
diatamente de aprehendido el reo, sin darle más espera
que la necesaria para orar el credo cimarrén (1), Se
empleaban generalmente formas crueles de dar la muer-
te ; pero la más usada era la de enchipar; es decir que
(1) Credo nal recordado.
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D£ LA REPÚBLICA ORIENTAL D£L URUGUAY 271
se envolvía al culpable en un cuero fresco, dejando
fuera la cabeza; se cosía este cuero de modo que el
cuerpo quedase oprimido dentro de él; se dcyaba al
^ enchipoílo expuesto á los ardores del Sol; y como el
cuero se contraía á medida que se secaba, el paciente
fallecía después de sufrir dolores indecibles.
Por tales medios consiguió Artigas sembrar el espanto
entre los bandidos y ahuyentarlos, á la vez que tranqui-
lizar á los pueblos campesinos, y modificar las impre*
sienes que su nombre había causado antes de ponerse
al servicio del gobierno. Arti^ras seguía siendo para
lodos el liombrc terrible; pero, habiendo su acción
cambiado de objeto, el habitante de las estancias vió
en él, no ya al enemigo sistemático de los pasados tiem-
pos, sino al protector de su vida y de su propiedad,
cuyo carácter duro, indisciplinado é iracundo hal)ía que
temer todavía, porque era un funcionario independiente
é irresponsable de que por necesidad se valia la civili-
zación.
CIX. — Indlscij^iiia en las aatoridadoi de Monteridet.
Según se ha visto en la Jniroducdón de esta obra,
los españoles demostraron en el Paraguay una tenden-
cia constante, muy pronunciada, á obrar con indepen-
dencia individual, á la vez que á hacer prevalecer la
opinión ó el deseo de cada persona respecto de las
otras. Todos entendían que su dictamen debería seguirse
y nadie quería seguir el de otro. Apenas había quien no
reclamase para sí la mayor suma de libertad, al mismo
tiempo que quisier;i imponer su voluntad á todos. Y,
como es imposible que las dos tendencias se reaücen á
la yez,''el resultado inevitable fué una serie de luchas y
la prepotencia del más flierte.
E¿yO mismo sucedió en Montevideo desde que se cons-
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272 BOSQUEJO HISTÓRICO
tituyó el cabildo. Cada capitular» persuadido de que su
modo de sentir era el mejor, resistía al modo de pensar
de sus cole-í^as ; no concebía ning-uno que pudiera estar
equivocado, ni que en las asambleas, sean pequeñas ó
numerosas, no hay otro modo de deliberar razonable-
mente que acatando los menos la opinión de los más,
para que ésta sea la que se cumpla mientras la mayoría
no piense de distinta manera. De ahí resultó que las
discusiones íUeseu ai)asionadas, que se manifestasen
rÍYalidades, que la intriga ocupase el lugar de la razón,
y que los capitulares, enemistados entre sf, se persi-
guieran recíprocamente y se pelearan hasta en plena
calle. Se comprende cuán despresligiad<i debería estar
esta corporación eu concepto del pueblo. Á lo cual debe
{Agregarse que el pueblo mismo vivía intranquilo, pues
como unos grupos tomaban partido por unos capitula-
t*es y otros por sus enemigos, formábanse bandos opues*
IOS y apasionados.
No menos influían los desórdenes del cabildo en sus
relaciones con la clase militar. £s congénita en los
hombres la disposición á abusar de la fuerza. Los mili-
tares, que á la condición de hombres agregan el hábito
<lc resolver por la íUcrza las cuestiones en que intervie-
nen, se sienieii más impulsados que ninguna otra clase
á usar de la fuerza para predominar. Si el cabildo se
hubiese acreditado por su buen sentido y por su disci-
plina, hubiera inspirado respeto, ya que no temor, á
las auioiidades militares ; poro, desconcepiuadu como
estaba, no sólo carecía de respetabilidad, sino que en
ocasiones pi*ovocó con sus imprudencias los desmanes
de comandantes y gobernadores de la plaza. Así se
explica que Salcedo, gobernador del Río de la Plata,
hubiese dispuesto que no se reuniera el cabildo en lo
futuro sin permiso previamente obtenido del comandante
de Montevideo (1740), y que éste se creyese autorizado
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DB LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 273
para ordenar las sesiones capitulares ; para intimar al
cabildo que se reuniera, no en la sala capitular, como
mandaban las leyes, sino en el domicilio del coman-
dante; y para qne se arrogara la atribución de ordenar
al cabildo que tomara las medidas económicas que a' él
• le parecían convenieiiies. El cabildo resistió cuanu)
pado á estos abusos, y á veces con éxito ; pero otras
veces el invocar sus facultades privativas le costó pena
de cárcel.
Estos escándalos entre cabildos y coman(l;nites se
lücieroü más difíciles desde que el gobernador de Bue-
nos Aires deünió las atribuciones respectivas de aque-
llas autoridades (1744) ; pero, asi que la comandancia
ñié sostitnida por la gobernación, continuaron con los
gubernadorcs las desinteligencias v ios abusos do poder.
El segundo de ellos quiso imponer al cabildo sus suce-
sores (1771), y porque no le obedeció lo redujo á prisión.
El cabildo, á su vez reeiigió dos de sus individuos ilegal-
mente. El gobernador de Buenos Aires oyó las quejas,
destituyó al de Montevideo y liesaprobó la conducta del
cabildo. Esta sanción severa escarmentó á los goberna-
dores Altaros de Montevideo. Con todo, catorce años
después uno de ellos quiso anular la elección de capitu-
lares ; pero no realizó su intento, porque el virrey de
Buenos Aires lo desaprobó.
SECCIÓN II
Las invasiones inglesas
ex. — CiMperaeióu de lu Banda Oriental en la
recoQ4¿uibta de Buenos Aires.
Se ha visto que la primera invasión que trtyeron á
mediados de 1806 las fuerzas inglesas al Río de la Plata
se dirigió á liuenos .Aires; que esta ciudad íuo tomada
18
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274
BOSQUEJO HISTÓRICO
traiiiiuii:! mente por haberla abandonado indefensa el
virrey Sobremonte; que mientras Pueyrredón se dedicó
á organizar las milicias de fuera de la ciudad con el fin
de reconquistarla, pasó Liniers á solicitar con el mismo
fin las tropas que aquí había, y que, conseguido ésto,
se unieron las fuerzas de los dos jefes y retomaron la
ciudad de Buenos Aires, venciendo giono¡>amente á los
conquistadores (LXV),
Conviene volver á hablar de la reconquista para dar
idea más circunstanciada del modo como cooperó la
ciutl i'l de Montevideo. La «gobernaba á la sazón el
general don Pascual lluiz üuidobro. Así que supo este
militar que Beresford se había apoderado de la capital
del virreinato, tuvo la intención de recuperarla con las
fuerzas que tenía bajo sus órdenes, las eii-^les en l uena
parte habían venido de Buenos Aires cuando se temió
que la expedición al Cabo de Buena Esperanza viniera
antes á Montevideo. Comunicó su pensamiento al cabildo
y obtuvo la más decidida adhesión de este cuerpo ; mas
como no tardara en roncebir temores, bastantes funda-
dos en verdad, de que los ingleses intentaran apode-
rarse de la Banda Oriental, Ruiz Huidobro cambió de
propósito y se decidió á permanece en Montevideo,
preparado para defenderla. El cabildo disentía del
gobernador. El 11 de Julio le instó por oficio que se
resolviera á reconquistar la capital ; y como Ruiz Hui-
dobro no se considerara facultado para obrar, mientras
el virrey no se lo ordenara, el cabildo le replicó por
oficio del IS de Julio declarando en nombre del Rey
que modiantt) la ausencia del Virrey, estaba el Gol>er-
nador de la plaza facultado para emprender por sí la
reconquista de Buenos Aires.
En este estado de ánimo sorprendió liniers á Ruiz
Huidobro y al cabildo. Liniers no negó que er i fundado
el temor de que los mgieses atacaran á Montevideo;
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL ÜRÜGÜAT 275
pero ot^etó ; que no podrían tomarla sino después de un
«tío y por asalto; que, como no contalMui con tropas
soficíentes, tendrían que esperar la Uegada de reflierzos
procedentes de Buena Esperanza; que, como la espera
y las operaciones requerían mucho tiempo, podían
muy bien los españoles reconquistar á Buenos Aires
antes que Hontevideo corriese ningtíii peligro ; y, final-
mente, que no pedía más que tropas, en cualquier
número, pues él en persona mandaría la expedición. El
consejo de guerra ante el cual expuso Liniers estas
razones cedió y acordó confiarle 600 hombres. Muchos
del pueblo se unieron á esta fherza, los acaudalados
contribuyeron con capitales, y Liniers emprendió la
maicha por tierra hasta la (oh^ni i, en donde se le
incorporaron lUU milicianos ; cruzó el río de la Plata, y
^ desembarcó en las Conchas, al Norte de Buenos Aires,
* el 4 de Agosto, con cerca de mil soldados.
Inmediatamente se le incorporaron quinientos hom-
bres que lo esperaban, al día siguiente más de otros
tantos, luego muchos más, y todos marchamn sobre
Buenos Aires, cuyo pueblo se había apercibido para
cooperar con entusiasmo. Al llegar á los arrabales el
€áército reconquistador constaba de más de 4000 hom-
bres. Ya se couo< el resultado: el 12 de Agosto se
rmdieron las tropas inglesas después de una brava
defensa, con banderas, estandartes, 124 piezas de arti-
llería y 1600 fhsiles.
Las dos márgenes del Plata celebraron su victoria
< Mil transportes de alegría. El cabildo de Montevideo se
apresuró á enviar la noticia al Rey, y á solicitar la
gracia á que la ciudad se había hecho acreedora por
su participación en el brillante hecho de armas, con
cuyo objeto comisionó al alcalde de 2* voto don Manuel
Pérez Ralbas y al licenciado don Nicolás Herrera,
dándoles para los gastos la cantidad de 2o mil pesos. A
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276 BOSQUEJO HISTÓEIOO
osa iK'tición com?spondió el Rey acordando á la ciudad
ei titulo de muy fiel y reconquistadora.
CXI. — iBiifléB 4é ki Mtmikk MiMitl !«• liifleM
El triunfo alcanzado respecto de las tropas de I^eres-
ford nu impidió que la escuadra, mandada por j^ü Home
Popham, ( onimu&ra sus operaciones en la margen
iaqiiierda del PiatEt coatando con activarlas á la lle-
gada de las tropas que debían venir de Buena Espe-
ranza y de In^^hiterra. Bloqueó el puerto de Montevi-
deo, y así que se le incorporaron cen a de l.^no hom-
bres procedentes del ial»o, llevo un simulacro de ata-
que sobre aquella ciudad é inmediatamente se dirigió
hada el Este y tomó á viva fuerza, á fines de Octubre
(1806), á MaMouado y la isla de Gorríti.
Popham mantuvo estas posesiones á pesar de ser
inquietadas por ^TUpus de milicianos que procuraban
privar á los invasores de animales y de productos de
labranza, y de una expedición de tropas regulares que
filé vencida.
Entretanto se habían puesto en camino ó se prepara-
ban en Inglaterra tres expediciones que vinieron á
reconstituir y á aumentai' el poder de la conquista :
una de cerca de 4500 hombres de tropa y numeroaoB
obreros, bajo las órdenes de sir Samuel Auchmuty, en
escuadra que mandaba el almirante Stirling; otra casi
igual bajo fl mando del general Crawfurd, acompañada
por la división naval del almirante Murray, ((ue se
había alistado para conquistar á Chile, pero que luego
recibió orden de cooperar con Auchmuty ; y la tercera
de 1600 soldados, c v > jefe era el teniente genera
Joiiíí W'iiiielocke. Stirliní,'- debía sustituir á Popham eu
el mando de toda la escuadra v Wliitelot!ke debía
ponerse al frente de todo el ejército, desde que se
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DE LA. REPÚBLICA ORIENTAL DEL CRUQUAT 277
hnbiesen reunido en el lugar de su destino. Las tres
expediciones salieron de Inglaterra sucesivamente. La
de AuchmQty llegó al Plata en los primeros días de
Enero de 1807; la de CrawAird y la de Whitelocke
llegaron en los meses siguientes.
Auchmuty tonió el mando en jefe en cuanto vino, y
resolvió apoderarse de Montevideo ante todo. Desem-
barcó las tropas en el Buceo, en número de 5700 com*
batientes de infantería y artillería y marchó por el
camino de la ciudad, mientras la escuadra tomaba
posiciones para bombardearla plaza.
CXn. — PMpantlTM de*][oateTÍdeo iNim la defeM
Montevideo estaba defendida por sus murallas y bate-
rías, por 200 cañones, por míís de 30Ü0 soldados de la
guarnií'ion y por 40t)ú blandengues y milicianos que el
virrey Sobremonte iiabía reunido en las cercanías, los
más de los cuales había traído de la Banda Occidental
cuando, rechazado por el pueblo de Buenos Aires, resol*
vió pasar á la otra Banda para protcí^erla contra la
segunda camii.iña que los ingleses preparaban. Las
autoridades militares, el cabildo y el pueblo rivalizaron
en celo por apercibirse á la defensa y acumular víveres
y recursos de todas clases. Se trajeron á los depósitos
cuantos frutos de origen animal y vegetal se encontra-
ron ; se pidiei oM fuerzas .i las autoridades de Buenos
Airt s, y se obtuvo de Córdoba un empréstito de 300 mil
pesos.
CXni- — Frímeros triunfos de Im ingleses
Así que los ingleses lomaron ol camino de Montevi-
deo, se dispuso Sobremonte á estorbai les el paso. Salió-
les al camino, pero sólo consiguió perder hombres y un
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278
BOSQÜBJO HISTÓRICO
4
cañnn. Reforzado con VAOO infantes de la plaza, atacó
de nuevo al enemigo (19 de £nero de 1807); mas tam-
bién le filé adversa la fortuna : huyó hacia las Piedras
8U nomerosa cabaDería, y la in&nterfa quedó en m
mayor parte muerta ó prisionera, pues sólo volvieron á
la ciudad oou hombres de ius üínu que hahiaii dalido.
£8ta derrota no intimidó á los defeosoi^es de la iiid»>
pendencia, á pesar de su gravedad suma, sino que
exaltó su patriotismo y estimuló su valor, acaso más de
lo que hubiera convenido, pues si hion muchos hombres
de buen sentido opinaron que lo acertado sería esj>erar
el ataque dei enemigo, la dase militar se resolvió á
librar nueva acción fuera de murallas, llevando el
mayor número posible de fuerzas, excitada por el albo-
roto de una parte del pueblo. Kl mismo día 19 se pidió
caballería á Sobremonte. Ea el silente formaron más
de 5000 hombres de las tres armas y salieron al encuen*
tro de la división inglesa. La batalla se trabó á la altura
del Cristo. Los híspano-amerícanos fueron derrotados
Lamiáén en esta ocasión. Huyó la caballería; dejaron
en el campo un cañón y mil cadáveres y heridos;
muchos se desbandaron y el resto volvió á la ciudad en
desorden.
Los vencedores se acercaron á las fortificaciones
inm^ ili i lamente, levantaron baterías, y comenz irun el
fuego de cañón por mar y tierra con el proposito de
rendir la plaza ó de abrir brecha para tomarla por
asalto.
CXIV, — £xjpeilÍeioiies mnxiliares de Buenos Aires
El contraste del 19 de Enero se supo en Buenos Aires
el 21, y el del 20 el 23. Á la primera noticia se ordenó
que se preparasen para marchar los restos veteranos y
un tercio de paraguayos y luego se levantó bandera de
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BE lA REPÚBUCA ORIENTAL DEL ÜRCQUAY 279
enganche ofreciendo doble sueldo á los voluntarios j
peosión vitalicia para la íamilia de ios que iaildcieran,
y se envió á Montevideo el anuncio de que inmediata-
mente marcharían 500 y tantos hombres, y en seguida
los cuerpos que se formaran.
La [jiioiera expedición, compuesm de los veteranos y
paraguayos, salió de Buenos Aires el 25, cruzó el río,
siguió su marcha por tierra, forzó el cerco enemigo y
penetró en la plaza sitiada desobedeciendo la orden que
recibiera de Sobreraonie para que fuese á su campa-
menio de las Piedras.
Los voluntarios acudieron en buen número y pronto,
pero poniendo por condición que serian mandados por
Uniers, no por Sobremonte, de cuya nulidad nada
bueno pudian esperar. La primera expedición dió á
conocer estos heciios eu Montevideo, v el Cabildo se
apresuró á comunicar al Virrey la necesidad de que
íbera Liniers el jefe de la defensa, y de que se le fiEbcili-
tasen medios de transporte. Pero Sobremonte, lasti-
mado en su amor propio por la preferencia, y en su
auiuiidad por que Liniers asumía mando sin su per-
miso, prohibió al comandante de la Colonia que auxi-
liara á la segunda expedición mientras no recibiera
orden suva.
Liniers partió de Buenos Aires el 30 de Enero al
freiiie <le ¿óou soldados. Al llegar á la Colonia se cncon-
iró sin caballos, sin muías, sin carros y sin víveres, é
imposibilitado para conseguirlos. El calor era sofocante.
Lenta y muy penosa había de ser la marcha, á pie,
hasta Montevideo; pero la esperanza de ile¿;ar á tiempo
para evitar un nuevo desastre lo decidió á emprender
esa marcha, costara lo que costase. • Partió, pues, la
ootomna.
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2S0
BOSQUEJO HISTÓRICO
CXT« — OenpMiéft i» la BabiU OrieaUl por los layleMs
Tal decisión ñié inútil, porque los ingleses no dieron
tiempo para que la segunda expedición llegara. Sos
baterías abrieron en la muralla una brecha practicáble,
hacia el Sud, para el 2 de Febrero. Sus iro[).»s dieron
el asalto en la iiiaíirii¿,''ada del día :5, aprovechando la
obscuridad de la noche; la lucha fué encarnizada ; j>ero
al aclarar el siguiente día se habían apoderado de la
ciudad y de todas las fortíñcaciones, excepto el parque
de a i t i Hería y la ciudadela, que no tardaron en ren-
dirse. De los valientes defensores de la plaza murieron
más de 800; como 2000 cayeron prisioneros, y pasaron
de 1000 los que huyeron atravesando la bahía.
Auchmuty dictó medidas severas, reclamadas por el
estado de las cosas, para asegurar su triunfo ; pero
repniiiiií severament»^ los menores excesos de sus sol-
dados; mand(') una fuerza para que protegiera al
Cabildo ; dispuso que éste se encargara de la policía de
la ciudad ; hixo respetar á todos los que tenían á su
cargo alí^una fünción judicial ó municipal ; prohibió á
sus marinos y tropas terrestres el andar por las calles,
niuesua delicada del respeto que le inspirábanlos senti-
mientos del valiente pueblo vencido, é hizo cuanto pudo
porque el vecindario no tuviera razón de qu^ja. Pasados
los primeros momentos nombró comandante de la plasa
á Gore Browne ; public(S proclamas ase^rurando que res-
petaría la relisfión y sus ministros, así eomo las propie-
dades, particulares ó comunes ; puso en libertad á ios
prisioneros que eran casados y á los que ejercían el
comercio ó tenían su domicilio en la ciudad ; dió al
comercio de importación fi'anquicias que hasta entonces
habían sido desconocidas, que permitieron introducir
inmediatamente gran número de artículos ingleses de
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DB LA REPÚBLICA ORIBNTAL DEL URUGUAY 281
USO couiún, (l.írnlo vida á un comercio activo que resta-
bleció proiiio el ánimo de la población; y fundó un
periódico, redactado en inglés y en castellano, el pri-
mero que haya aparecido en esta ciudad, bcgo el título
de « La Estrella del Sud cuyo objeto principal íüé el
de propag-ar en el pueblo ideas y sentimientos liberales
como mofiiü de hacer sini[»áuca la dominación inglesa.
Ordenados ios negocios de la ciudad, continuó Auch-*
moty ejecutando su plan de. conquista. Gomo se le
hubiesen presentado Beresford y Pack, fletados de la
prisión en que los habían tenido las autoridades de
Buenos Aires (losde la reconquista, fné destinado el
primero para apoderarse con 2000 hombres de las Pie-
dras, Canelones y demás pueblos inmediatos, y ordenó
al segundo que con otras fuerzas tomara á San José y
la Coloniadel Sacramento, cuyas operaciones se llevaron
á efecto, no ol)stante la hostilidad de algnnas caballe-
rías milicianas, pues Liniers había regresado á Buenos
Aires, al saber la caída de Montevideo, previendo que
pronto sería atacada aquella ciudad y que allí haría
ñdta la tropa que le seguía.
CXVI. — JBeeoniiiibta de U Banda OrieaUL
Los habitantes de Maldonado y Montevideo intenta-
ron recuperar estas ciudades por medio de una conspi-
ración que flié descubierta antes de estallar. Algunos
de sus autores fueron condenados á sufrir la pena de
muerte; mas Auciiüuity les hizo <:,nacia de la vida
cuando ya estaban en el lugai^ de la ejecución.
Á su vez se propuso Liniers desalojar á Pack de la
Colonia, y encomendó esta operación al coronel don
Francisco Javier Elío, hombre petulante y atronado
que recientemente había venido de Eí>{»aíia. Lo nombró
comandante general de la campaña uruguaya y le con-
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282 BU6aU£J0 HLblOHlOO
fió el mando de 1500 soldados. EUo prometió de pala-
tea y por escrito que haría cosas extraordinarias ; pero
fué rechazado en el ataque que llevó al Saci.iuiento, y
sorprendido y compietamenie deslieciio cuando se pre-
paraba á atacar por segunda vez con mayor número de
ftierzas (Mayo de 1807).
Entretanto habían Uegrado las divisiones de Crawford
V (le \VhiteIocke, v éste habitt asuiüulo ei mando en
jefe de ludo el ejercito infries, couio Murra\' el de toda
la escuadra. £1 teniente general organizó todas las
flierzas para lanzarlas sobre Buenos Aires y emprendió
la campaña. Se sabe ya que ílié vencido al atacar la
capital del virreinato y oblii^'^adu á abandonar todas las
posesiones del Río de la Pinta U^XV). Así aso^niró Bue-
nos Aires su independencia de los ingleses y reconquista
la Banda Oriental.
SECCIÓN III
Revoluctunarios y reaccionarios
CXYÍI. — OJerita entre XeateiMee j BiewM Airee.
Desde hacía al¿jiin liempo »'X istia cierta animosidad
sorda entre Montevideo y Buenos Aires. Nadie not6
cuando tuvo principio, ni es £icU señalar las causas.
Nació y se desenvolvió insensiblemente, sin que hubiese
ocurrido nada que la justificara. Pero, si se buscan los
hechos ñ las ( ircuiistancias que hayan concurrido á
determinar el malestar, acaso se encuentren entre
ellos : el carácter dado á la emulación ; las contrarie-
dades de este sentimiento, causadas por la desigual
posición que ambas ciudades ocupaban en el organismo
administrativo, en el comercio y en el movimiento
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BE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 283
intelectual, y el espíritu descoDlentadizo é indisdpy-
nado que distinguía á ios españoles y á sos descendien-
tes americanos.
La reconquista de Buenos Aires fué ocasión para que
talos pasiones se manifestaran públicamente y para que
se acentuaran más. Apenas llegó la noticia del liecho á
Montevideo cuando se reunió el cabildo y resolvió
envii^ al Rey una diputación costosa para hacerle
saber que esta ciudad era la que había recuperado la
capital del virreinato, y para í>olicitar las mercedes (¡ue
por tan sefiaiado servicio merecía. Los bonaerenses
vieron en este acto una jactancia iqjustifícable y pro-
curaron desautorizarla alegando que, si Montevideo
concurrió, fué principalmente con las tropas que poco
antes había mandado Buenos Aires para aumentar
sus defensas; que ese concurso no fué espontáneo y sí
solicitado y arrancado por Liniers ; que todas las tro-
pas procedentes de la Banda Oriental no alcanzaron á
sumar la cuarta parte del ejército que atacó á los
ingleses en Buenos Aires ; que tanto como la acción de
este ejército influyó en la victoria la actitud del pueblo,
cuyos ancianos, mujeres y niños habían peleado en las
calles ó desde los balcones con toda clase de armas,
con piedras y con líquidos hirvientes, motivos por los
cuales, si era cierto que a Montevideo corres|)()ii(]ía
una parte del irinnfo, no lo era menos que otra parte,
la mayor parte, correspondía á Buenos Aires.
Cuando- sobrevinieron los ataques de 1807 á Monte-
video y á Buenos Aires, se disputó mucbo también
acerca de si [)odía compararse la rendición de la pri-
mera con el triunfo alcanzado por la segunda sobre el
poderoso ^érciio de Whitelocke, y no fué poca la
fiierza que hicieron los de la capital arguyendo que el
apoyo prestado por Montevideo en 1806 había sido
retribuido con creces en 1807, puesto que Buenos
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284 BOS<3UBJ0 HiSTÓRiCO
Aires sola había salvado su independencia y rescatado
toda la Hauda Oriental, que ya había sido dominada
por las fuerzas de Inglaterra.
Las pasiones se enardecieron, sin que bastara para
contenerlas la considmMsión de qae todos eran xnieia-
bros de una misma colectividad ; de que nadie hacía
^acia acudiendo á combatir al enemigo común, porque
al concurrir con el vecino atendía tanto á su propia
deftosa como á la defensa del otro ; y que para partíci*-
par de ia gloría de 1800 no era necesario atribuirse á
sí pn^pio más eficacia que la real, ni negar á los coope-
radones la justa proporcií^n con que obraron. Este
estado de los ánimos fue truto de una rivalidad de mal
género, en la cual no había nobleza, ni justicia.
Otros hechos vinieron pronto á alentar la inquina.
Habiendo desalojado los ingleses la plaza de Montevideo
en ios pnuieros días de Septiembre (i8uT), la Audiencia
y Liniers« que desempeñaban el mando político y mili*
tar del Río de la Plata (LXVI), nombraron á Elío para
que ejerciera Interinamente esas ñincíones en Montevi*
deo. El ( ibildo le dió posesión el 14 de Septiembre;
l»ero no sm sentirse lastimado en su derecho, porque
pensaba que, mientras faltara un gobernador nombrado
por el Rey, correspondía al Alcalde de 1^ voto el ejer«
ciclo de las (Unciones políticas, cuya opinión manifestó
reservándose el derecho de reclanKir. En otras circuns-
tancias se habría debatido tranquilamente este punto;
pero en aquellos momentos fué como combustible arro-
jado á la hoguera. Españoles y crioUos no reconocieron
en el hecho otra cosa que el propósito de vejar, y su
exaltación aumentó. Efecto de ella ñió que el cabildo
encomendara al síndico procurador una información
destinada á acreditar que la reconquista de Buenos
Aires ñié « obra de Montevideo y no de la capital,
» como lo vociferaban sus habitantes y* y que algunos
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DE LA REPÚBLICA OEIENTAL DEL URUGUAY 235
meses más tarde decretara, para perpetuar la memoria
de ese servicio y en acción de gracias ai Omnipotente,
que todos los años, el 12 de Agosto, se celebrase una
misa solemne con Te Deimi.
£Uo vmo de Buenos Aires mal impresionado por la
preponderancia que los americanos tomaban respecto
de los españoles, y particularmente prevenido contra
Liniers, porque á no ser espafiul atribuía que se incli
nara en favor de los americanos más que en ei de éstos.
Por otra parte, ambicioso, petulante y poco reflexivo,
en ves de dedicarse á sosegar los ánimos, procuró disi-
par las resistencias motivadas por el origen de su auto-
ridad plegandose, con la exageración y el aturdimiento
propios de su carácter, al partido de Montevideo eu las
rencillas con Buenos Aires, pero dirigiendo sus tiros,
no contra todo el pueblo bonaerense, sino contra Liniers
y los americanos á quienes ésto accidentalmente acau*
diliaba, sin darse cuenta del sentido en que los sucesos
empezaban á desenvolverse.
Se verá sin demora basta donde se llegó por este
camino de resentimientos de un pueblo y de ambiciones
de un atolondrado.
CXmi.'— FtmiiUMiMileBto de MonteTldM wntn LiBim.
Juta fvbenMftlni
Se sabe ya cómo Goyeneche fomentó las disposicio-
nes de Ello y de Alzaga contra Liniers y los americanos
de Buenos Aires, ^ y como vino Alzaga desde Buenos
Aires á luiiuir en el ánimo de Elio para que se pronun-
ciara conti'a la autoridad del virrey y promoviese la
creación de MUdijunéa de gobierno^ sem^ante á las que
se habían constituido en España, para suplir al Rey
mientras estuviese retenido en Francia (LXVII). Estas
insiigacioncs encontraron preparado el terreno ; y tanto,
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286 BOSQUEJO HISTÓRICO
que ya el cabildo había consaltado al gobernador « si
se esperaría orden del virrey » para proclamar á Fer-
nando VIL cuvo advenimiento al trono aca])aba de
saberse (T de Agosto de 1808) ; y, como obtuviese con-
testación negativa, acordó al día ^guíente que se jurase
al nuevo rey el día en que se cumpliera el primer año
de la reconquista de Buenos Aires, cuya resolución se
cumplió con la mayor solemnidad imaginable.
Se presentó la ocasión de realizar el plan acordado
con Alzaga, cuando Elío y el cabildo recibieron la pro-
clama que dió Liniers después de sus conferencias con
Sassenay (LXVII). Contestando el primero la circular
con que vino aquel documento, manifestó al virrey que
su persona le era sospechosa, que no pensaba como él,
y que estaba dispuesto « á hacer la guerra á todo indi-
viduo^ á toda provincia, y aun á la misma España, »
si no combatiese al inicuo monstruo y* que había
usurpado la soberanía de Fernando Yll. El cabildo se
pronunció en sentido análogo contra Liniers y el pueblo
se adhirió francamente á esa actitud.
£1 virrey contestó la provocación suspendiendo en sus
funciones á Elío y nombrando para reemplazarle» inte-
rinamente al capitán de fragata Juan Ángel Michclona.
Presentóse éste, sin que le acompañara fuerza ninguna,
á tomar posesión del gobierno ; pero £lío se lo negó
hasta que se resolviera en cabildo abierto lo que más
conviniese. El cabildo se reunió inmediatamente; se
dió cuenia en su seno de la susuLución de Elío por
Michelena, y se acordó convocar á los principales hom-
Ims de la ciudad para celebrar cabildo abierto el mismo
día (20 de Septiembre). Abierta la sesión, discutióse el
punto con gran calor y se resolvió : que se obedeciese
j)ero no se cumpliese la orden dei virrey; que se recu-
rriese ante la real audiencia de Buenos Aires, y aüa
ante la Junta suprema de Sevilla, si necesario ftaera.
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DE lA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUOUAY 287
hasta conseguir (¿ue la susponsi»')!! de Elío fuese revo-
cada; que mientras ese recurso no se resolviera conti-
nuase el actual gobernador en su puesto,. y que se pro-
cediera á nombrar una junta gubernativa que represen-
tara en Montevideo á la suprema de Sevilla. En el
mismo acto se eligieron los vocales de la junta, se
acordó que la presidiera el gobernador, y se la declaró
instalada.
Michelena, perseguido Axríosamente por el populacho,
huyó á Buenos Aires. El cabildo se dirigió poco daspués
al de la capital expresándole que Montevideo había
jurado morir por Fernando VII y lo cumpliría, y perse-
guiría á cualquiera que así no pensase ; que Uniers
babía dado pruebas de su afición al pérfído extemüna-
dor de la real estirpe española ; y que ya no tendría á
qui» !: Volverlos ojos, si el cabildo de Buenos Aires la
abandonase, si no se empeñara porque cesaran « ios
primeros fervores de la plebe i (5 de Octubre). Mas,
como el cabildo de Buenos Aires, aunque animado por
ideas y sentimientos ÍLruales á los (jue dominaban en
Montevideo, y teniendo en su seno i>ersonas influyentes
que preparaban una conspiración contra Liniers, no
podía precipitar su acción, el de Montevideo confió á
don Raimundo Guerra la comisión de presentarse ante
la Suprema junta de Sevilla y de solicitar que por medio
de una real orden ratificase la institución de la junta
gubernativa y aprobase lo obrado contra Liniers, pro-
hibiendo á éste ante todo que inquietase á diclia junta,
á Elío ó al cabildo mientras la suprema autoridad de
España no decidiese en la i)etición que por intermedio
del señor Guerra se lo hacía. En las int ruco iones que
éste recibió se le ordenaba que hiciera valer la circuna-
tancia de que Liniers había adoptado « como sistema
constante el proteger á la ínfima plebe, ^ rodeándose de
las peleonas más despreciables, como - Peña, hombre
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I
288 BoSgiEJO HISTÓRICO ^
truhán, vil jr díscolo » á quien había tomado para [ ^
secretario ^26 de Octubre). *
A lüS poros diaíi de íhisiradu la cons])iración espa-
ñola de Buenos Aires, encabezada por el cabiidu de i
eeta ciudad y auxiliada por las fuerzas europeas de la
plaza (LXVU)t recibieron las autoridades de Montevideo
una circular por la cual se les comunicaba la instalación
de la Suprc//ia junta general de L'spaña c Indias y se or-
denaba que se la recoauciora < 1 J de Enero de 1809). El
gobemad(M: y el cabildo acordaron inmediatamente que ^
se procediera á prestar el solemne juramento de estilo, v
y así se biso. !
Á los quince días llegaron don Baltasar Hidalgo de '
( iNueros, íjue venía a sustituir á Liniers en el puesto ile
virrey y capitán general, y don Vicente l<íieto que venia
á reemplazar á Eiío en el de gobernador d^Montevideo. ^
Y el 3 de Julio hizo conocer éste último al cabildo la
real orden por la cual la Suprema junta general de
Eí^paña e Indias ordenaba que se disolviese la Junta
gul)ernativa creada el 20 de Septiembre* Todas las
autoridades de Montevideo reconocieron los dos altos ^
ftincionaríos que quedan nombrados, EUo quedó sepa*
rado del ^biemo, la Junta gubernativa se disolvió y
se reaiaulaiun las bueiias reiacioues de Montevideo con
el virrey de Buenos Aires , desde que Liniers cesó de serlo.
Los hechos expuestos y los documentos extractados
demuestran con toda claridad que la actitud asumida |
por el pueblo y por las autoridades de Montevideo desde |
el 20 de Septiembre de 1808, y por lo mismo la Junta [
gubernativa, no tuvieron ¡tor <*ausa otro móvil que el
de combatir á Liniers como medio de vencer la prepon-
derancia que habían tomado en Buenos Aires los ame- J
ricanos respecto de los naturales y el sentimiento de
ciiianci pación que einpezal»a ;i germinar en la cai)ital
del virreinato; cuya conducta y junta gubernativa cesa-
<
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DB hk REPÚBUGA ORIENTáL DBL URCGÜAT 289
ron en el mismo momento en que Liniers fue sustituido
por Hidalgo de Cisneros, de quien ae esperaba que haría
prevalecer la inflaenda espafiola.
Demuestran también aquellos hechos y documentos
que tanto el pueblo como el cabildo y el goberna»Ior de
Montevideo no hicieron la menor distinción enire depen-
der del monarca y depender de España, pues que Jurar
ron y se sometieron á Femando VII cuando Carlos IV
abdicó en su favor la corona, y luego juraron y se
sometieron iírualnit'nte á la Junta suprema de Sevilla,
cuyo nombramiento y autoridad no procedían del rey
cautivo y si del pueblo español, con exclusión completa
del pueblo americano. Reconocieron, pues, que la
Banda Oncuial era dependencia de Espauc*, y por con-
secuencia de su rey, á pesar de que hasta entonces el
rey, España y los americanos habían estado de acuerdo
en que América y España eran dos dominios del rey,
no América de España, ni España de América
(LXViíIj.
Habiéndose dado al gobernador Nieto otro destino,
vinieron despachos de la Suprema junta por los cuales
se nombraba á Elío gobernador interino de la plaza de
Montevideo é inspector y segado comandante de todas
las tropas de Buenos Aires, en cuyo carácter se le reco-
noció desde lue^ en aquella ciudad (12 de Julio de
1809). Pero, no satisfechas la población y las autorida-
des de Montevideo de la marcha que seguían en Bue-
nos Aires los sucesos políticos, pues era visible que los
criollos no se sometían á los españoles y se temía que
un día ú otro procedieran respecto del virrey Hidalgo
como hai>!an procedido respecto de Sobremonte, discu-
rrieron acerca del medio de que se habían de v aler para
V
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290
BUSQUJBJO HISTÓKICO
que la revolución prevista de Buenos Aires no se exten*
diera á la Banda Oriental.
Este interés conservador Ue la dominación espaüuia,
y probablemente también la ambición de Elío, sugirie-
ron el pensamiento de solicitar de la Junta suprema que
se erigiese á Montevideo en intendencia y capitimía
general. Resuelto que el mismo Elío ]»artiera para
España el 4 de Abril, se reunió el cabildo el 2 y acordó
apoderarlo para que promoviese y activase la gestión,
dando por causa no la verdadera» sino que, por ser
limítrofe la Banda Oriental del BrasU, era necesario
precaverse contra las usurpaciones á que su territorio
estaba expuesto.
La nueva intendencia dependería, como todas, del
Río de la Plata; pero^estaría libre de la autoridad
militar y política del intendente de Buenos Aires, posee-
ría en sí misma esa autoridad y podn;i resguardarse
con mucha mayor eíicacia de los peligros levoluciona-
rios que desde la margen opuesta del río le amenazaban.
€XX« — MttiteTideo eootni 1« retalneléii de BiiesM Aires
PartiC Elío quedando el brigadier don Joaquín Soria
como gobernador militar y el alcalde de primer voto
como gobernador político, mientras no viniera á desem-
peñar ambas funciones el brigadier don Vicente María
Muesas. Pero los sucesos de Buenos Aires se produjeron
antes que se esperaban. En cuanto ocuiTieron los de los
días 20 á22 á eMayo de 1810, dirigidos á obtener la
renuncia del vurrey (LXIX), envió éste su secretario, el
capitán de fragata don Juan Jacinto Barga:?, para que
diera cuenta en Montevideo de loque pasaba. Se reunió
el cabildo, oyó la opinión de don Nicolás Herrera, de
don Juan José Obes y del ministro provincial de la real
hacienda de Guancavelica, y luego decidió pedir al
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DE LA REPÚBLICA ORIKiNTAL DEL URUGUAY 291
gobernador interino que decretara laclausm^a del puerto
á todas las procedencias de la cai)ita! (34 de Mayo).
Depuesto definitivamente el virrey Hidal^'o y lL-oIkIv.
el virreinato por la revolución de Buenos Aires, vino el
subteniente de infantería don Martín Galain trayendo
manifiestos y proclamas y conduciendo oficios de la
Junta revolucionarla y del ex- virrey, por los cuales se
requería que las auiuridades de Montevideo reconocie-
sen las creadas el 25 de Mayo. El cabildo se mostró
dispuesto á prestar acatamiento cuando se. enteró de los
pliegos, en el concepto de que los franceses habían
hecho disolver la suprema autoridad de España y de
que la Junta bonaerense gobernaría en nombre de
Fernando Vil mientras éste no volviera á ocupar el
tronp ; pero, no atreviéndose á resolver por si, llamó á
los vecinos más caracterizados y á los principales fun-
cionarios civiles, militares y eclesiásticos, incluso los
ministros de la real hacienda, y esta asamblea decidió
que la Junta de Buenos Aires fuese reconocida y que
se enviase á ella un diputado, con las condiciones que
proyectase una comisión en que estuvieron representa-
das todas las clases i)redirhas, y que aprobase la misma
asamblea en sesión del día siguiente ; es decir del 2 de
Junio.
La comilón se expidió y se reunió la asamblea para
considerar el proyecto : pero el gobernador dió cuenta
de que en la noche última había Iletrado un buque
trayendo la noticia de que se había insta 1; ni* . pn España
el Supremo consejo de regencia^ y se leyó una proclama
que la Junta de Sevilla había dirigido á los pueblos
americanos al cesar en sus funciones. La sorpresa flié
tan grande como la alegría. La asaiiii>ita [»ron umpió
en gritos de fehciiaciones y decidió en el acto que se
reconociera al Consejo de regencia, solemnizando el
acto con salvas de artillería, repiques de campanas,
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292 BOSQUEJO HISTÓRICO
iluminación general y Te Deuni, Y en seguida acordó
que no se tratase el oT)jeu> para que había sido convo*
cada, hasta ver qué efectos producía en Buenos Aires la
noticia que todos festejaban.
La Junta, que distinguió desde el día de su crea-
ciüii entre el rey y España, pudo disfrazar sus ñnes ver-
daderos anunciando que gobernaría en nombre de Fer-
nando VII, ya porque no había que temerle mientras
estuviese secuestrado por Napoleón y no era seguro que
jaimís n^cuperase su corona, ya porque no creyera pru-
dente desplegar de pronto con entera traiiqueza su ban-
dera de independencia de reyes y pueblos ; pero no
podía someterse al Consejo de regencia, porque habría
equivalido á someterse á España. El efecto que produjo,
pues, (MI su ániuio la noticia de la autoridad nuevamente
constituida por los españoles no había de ser del agrado
de las autoridades y del pueblo de Montevideo. Sin
embargo no desesperó de atraerlos á su causa, sino que
comisionó al Dr. don Juan José Passos, su vocal secre-
tario, hombre de mucha respetabilidad, para que con-
venciese al cabildo y al pueblo de Montevideo de que
la unión estaba ¡en el interés de todos, pero que no
podía basarse en el reconocimiento del Consejo de re-
gencia.
El cabildo lo oyó el 14 de Junio y decidió convocar
para el día siguiente á los altos funcionarios militares,
políticos y de hacienda, y á los más respetables vecinos.
El doctor Passos expuso ante eUos cuáles habían sido
los motivos por que se había croado la junta, cuáles
eran sus fines, cuáles hal)ían sido y serían en general
sus actos, y qué razones tenía para no reconocer al
Consejo supremo de regencia, entre las cuales enunció
la de que su instalación no era aún conocida oñeial-
mente. Retirado de la sala de sesiones así que terminó
su pensado di¿>curso, deliberó la asamblea y resolvió
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DE LA REPÚBLICA ORIEJ^TAL DEL URUGUAY 293
que no se reconociese la auu ridad de la Junta, ni se
admitiese pacto alguno de amistad ó unión, mientras
ella no se sometiera á la soberanía del Consejo de regen-
cia» que ya Montevideo había reconocido.
Aunque la reacción contra los actos revolucionarios
de Buenos Aires era general en Montevideo, había una
mmoria, poco significativa al parecer, que simpatizaba
con la causa de los americanos de la capital. Ya á fines
de 1808 se distinguió en este sentido, dando prueba de
carácter, el síndico procurador general don Tomás Gar-
cía de Zúñiíra, que alundoní^ su puesto y se au-sentó por
no reconocer la autoridad de la Junta gubernativa,
cuyo hecho fué causa de que el cabildo lo declarase
indigno de que en ningún tiempo se le confiaran fun-
ciones concejiles. Se sabía á mediados de 1810 que Gar-
cía Zúíiiga n(» era o\ único partidario de la revolución,
y se temía que éstos se entendieran con los cuerpos de
infantería ligeray de Voluntarios del Rio de la PkUa que
habían venido de Buenos Aires á ocupar la plaza cuando
la desalojaron los ingleses, en 1807. Eran, pues, vigi-
lados los sospechosos, y frecuentemente injuriados los
jefes y oficiales de los mencionados cuerpos.
Los recelos y las ofensas se agravaron desde que el
Dr. Passos estuvo en Montevideo ; y tanto, que el gober-
nador Sorui se propuso someter aquellas fuerzas citando
para el efecto las milicias á su8 cuarteles y acantonando
las fiierzas de la escuadra en las azoteas del llamado
Barracón de la marina. Los cuerpos así amenazados se
retiraron á la cindadela y al cuartel de dragones, y sus
comandantes y jefes se (| nejaron al cabildo de los
liltrajes de que eran objeto, pidieron reparación, y exi-
gieron que se embarcara inmediatamente la marina y
se sepasase de su puesto al mayor interino de la plaza,
como medio de evitar desgracias que recaerían en el
pueblo, concluyendo por responsabilizar al cabildo por
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BO^a^l'EJO HláXÓRICO
las consecuencias peijudictales qae sobreTinieran (12
Reunidu este cuerpo con asisíeacia del gobernador
militar Soria, del oidor de la real audiencia, del asesor
del gobierno y del consultor don NicoUb Herrera, se
acordó que el señor Herrera y dos regidores invitasen
á jelV'- <ie los cuerytos queji^sos para celebrar ea
seguida una cooíerencia • amigable ^ con el cabildo,
con los dos gobernadores y con todos los demás jefes
militares de la plaza. Los invitados comparecieron sin
demora, iííu\ distantes de sospechar que se les había
armado un lazu indigno. Así que entraron á la sala se
presentí un grupo de populacho pidiendo á gritos sus
cabezas. Se decretó en el acto la prisión de los qae
habían comparecido para conferenciar amigablemente,
y se disolvieron los cuerpos que ellos mandaban. Los
sostenedores de la sumisión á España adquirieron así
la seguridad de que podrían obrar libremente en lo
futuro.
Se sabe el proyecto que tuvo la infanta doüa Carlota
Joaquina, princesa del Brasil, de hacerse proclamar
regente por los pueblos del Río de la Plata, y de ejet^
cer la soberanía del virreinato mientras no pudiera
ejercerla Fernaudo VII (LXVIII). Ese proyecto, alentado
por el contra-almirante inglés Sidney Smith, autorizado
durante cierto tiempo por el regente del Brasil* y tole-
rado por el ministro Strangford, quedó sin efecto por
un súbito cambio en las disposiriones del ministro de la
Gran Bretaña y d^l príncipe regente; pero no por eso
renunció completamente la Carlota á intervenir en la
política del Río de la Plata con esperanzas más ó menos
vivas de realizar su aspiración.
CXXL — Ofieios de i« primesa CarWU
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 295
Los sucesos de 1810 le presentaron buena conyuntura
para hacer uaa prueba cerca de las autoridades de
Montevideo, que eran las que m^or podían acogw su
intervención, por la comunidad en la defensa de los
intereses de Fernando VIL Es indudable que en este
caso obtuvo el apoyo del marque :i de Casa-Yrujo, emba-
jador de España cerca de la corte de Portugal, aunque
es probable que éste no hubiese comprendido todo el
alcance del pensamiento que aún acariciaba la prin-
cesa.
Los oficios que ( ^ta dirigió con tal motivo á las auto-
ridades de Montevideo llegaron el 12 de Agosto de 1810
á su destino, y se limitaban á acreditar á don Felipe
Contucci para que comunicase las proposiciones de
doña Carlota y tratase de que fueran aceptadas. Con-
tucci trajo también pliegos del embajador español, en
los cuales se decía que la princesa deseaba venir en
persona, para esforzarse con sinceridad y buena fé por
calmar los ánimos y sofocar los movimientos revolucio-
narios del virreinato. El señor Contucci arengó al cabildo
y terminó otreciéndole en nombre de su Alteza serení-
sima fberzas y cuanto la ciudad pudiese necesitar para
defender los derechos de su hermano, el rey de España.
La corporación contestó á la infanta que agradecía
mucho su ofrecimiento, atisteniéndose de aludir al
proyecto de venir al Río de la Plata ; y contestó al mar-
qués de Gasa-Yriyo que la venida de su Alteza no era
conveniente, ya porque despertaría recelos en las
demás provincias del virreinato, ya porque sería peli-
srrosa la introducción de fuerzas extranjeras en un país
que carecía de las bastantes para contenerlas en caso
de necesidad.
Estas respuestas demuestran lue sí Montevideo no
q\iería la libertad y la independencia que le ofrecía
Buenos Aires, tampoco aceptaba el peligro de caer
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2üG BOSQUEJO HlíaXuKlCO
bigo el dominio de los portugueses, aun cuando apa-
rentemente la gobernase una infanta española. Quería
perienecor á España, y uo pcrtenecerse á sí misma, ni
á nadie más.
CXXll. — £1 f^Uernadur Vij^et j lati Cortes ireiiefmks
Transcurrió lo restante del año i8iu sin que ocurrie-
ran novedades de bulto.
Como los gobiernos político y militar estaban desem-
peñados provisionalmente, el Consejo de regencia nom-
bró para ambas funciones al mariscal de campó don
(la^i'ar Vigodet. Llegó éste á Montevideo en los prime-
ros días de Octubre y tomó posesión del cargo en
seguida.
El 16 de Diciembre prestó el gobernador ante el
alcalde de primer voto juramento de reconocer la auto-
ridad de las Cortes generalc>s (\ne en España habían
sobrevenido al Consejo de regencia, y el ayuntamiento
y las demás autoridades militares, civiles y eclesiásti-
cas, lo prestaron á su ves ante el gobernador.
Al proceder así se mostraba Montevideo consecuente
consigo misma. Pues que había declarado su voluntad
de pertenecer á España, lógico era que recunociera y
obedeciera todos los gobiernos que España se diese ó
aceptase.
4
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UfifiO CUARTO
Portugal, España, el Brasil y el Rio de la Piala
desde 1811 fiasta 1820.
CAPÍTULO I.
PORTUGAL T BSPAlfÁ D£ 1811 Á 1820
CXXin. -* El reino áe Poriosai ea iot aioB
Se ha referido en los artículos XXIll y XXVII cómo
obligó Napoleón I á los reyes de España y Portugal á
hacerse sus aliados con el propósito de traicionarlos y
apoderarse de estas naciones, como las invadi(5, y cómo
los ingleses tomai^ou posesión de Lisboa y la familia
real portuguesa vino á establecerse en el Brasil.
Bl Portugal vino á ser así teatro de la guerra que se
hacían Francia é Inglaterra. El pueblo lusitano no se
resignó a .ser mero espectador de esta lucha, sino que
se pronunció en contra de los Iranceses, formó ejércitos
y constituyó en Oporto una Junta de gobierno, la cual
obró de acuerdo con los ingleses. Vencida la última
invasión de las tropas imperiales en 1810, quedaron los
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298 B*>SQÜEJO HISTÓRICO
portugueses gobernados por ana regencia á nombre del
Rey, que i>ermanecía en el Brasil.
Los portugueses estal)an descontentos porque el
Reír«*nte Juan no había querido regresar á Lisboa
cuando pasó el peligro de la invasión francesa, y por-
que, mientras la ausencia de la corte privaba al Por*
tuf?al de muchos hombres de importancia y de mache
Unllo, se aj)rovechaba el Brasil para engrandecer su
poder y su prestigio.
Habiendo muerto la reina doña María, el regente se
proclamó rey con el nombre de Juan VI y elevó el Bra-
sil al rango de reino, y formó el Reino unido de Porkb*
gal, Brasil y Alnrrrves (1S15), cuyo acto aumentó los
celos de los subditos europeos.
Además, don Juan había nombrado á Guillermo Carr
Beresford, por sugestiones de Inglaterra, generalísimo
de los ejércitos de Portugal. Beresford desplegó una
severidad que desairad/) profundamente á sus subordi-
nados, y sirvió la política de su patria favoreciendo á
los partidarios del absolutismo de don Juan VI, en con-
tra de las ideas liberales que habían cundido en toda
la península ibérica.
Todos estos motivos de disgusto determinaron un
levantamiento de las tropíis, las cuales en unión con el
partido liberal convocaron Cortes (1820). Éstas dictaron
una constitución que devolvía al pueblo la soberanía y
dispusieron que el Rey fuese á Portugal, para ejercer
allí sus funciones, cuya voluntad se cumplió (1821).
GXXIT. — La fnem de la ladepenieaela MpaMa
Vencidos los franceses en Portugal, fueron combati-
dos en España por los ejércitos unidos de españoles,
ingleses y portugueses, mandados en jefe por el general
Wellesley, más tarde duque de WelUngton. Este ilustre
D£ LA REPÚBUCA ORIBNTAL DEL URUGUAY 299
*raorrero venció á los franceses en Arapiles (1812) y en
Vitoria (1813), los obligó á retirarse á Francia é invadió
tras de ellos el territorio de esta nación enemiga.
España concluyó entonces la heroica reconquista de
su independencia, y eUa y sus aliados tuvieron la gloria
<le haber probado^al mundo que no eran invencibles los
ejércitos del Gran Cupitáa de la época.
€XXy. — Política Ubenl y iemoerátiea de Espaiia eu los aoos
1811-14
Creadas por el pueblo, con entera independencia de
!a monarquía, las juntas de gobierno (|ue se instituye-
ron en todas las provincias cuando Napoleón sornestró
al rey en Francia» obra del pueblo fueron la Junta
suprema que flincionó sucesivamente en Arai^uez, en
Sevilla y en la isla de León, y el Supremo consejo de
regencin que se instaló en este ultimo punto (XXTIl),
Recordando los españoles sus cories de la £dad media,
tan celebradas por su origen democrático como por su
poder, creyeron oportuno convocarlas, ahora que eran
soberanos. Eligieron, pues, diputados, y las cortes se
reunieron en la mención m la isla, el 24 de Septiembre
de 1810, animadas, como lo estaba la prensa y una
^an parte del pueblo, de espíritu ultraliberal y revo-
lucionario.
Su primer acto de importancia Alé proclamar y jurar
por rey legítimo á FernanUo VII, y declarar nula la
cesión que éste había hecho de la corona en favor de
Napoleón. Luego nombraron una comisión para que
proyectara la constitución política de España; y, habién-
doseles presentado este proyecto en Diciembre de 1811,
lo firmaron, Juraron y proclamaron en Marzo de 1812
con extremadas demostraciones de entusiasmo.
Esta constitución, conocida con el nombre de del año
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300
doce^ notable por las drcunstancias y por la época en
que ñié dada, declaró que el territorio español com-
prendía biS posesiones de África, Asia y America, en
las úitimab do las cuales se citaban como otras tantas
provincias, Nueva Granada» Venezuela, Perú, Chile y
el Río de la Plata, agregando que en cuanto las cir-
cunstancias lo permiüerun se haría por una ley consti-
tucional una división más convenienie del territorio
español.
Disponía además que eran españoles todos los hom-
bres libres nacidos y avecindados en los dominios de
las Españas ; que la wdy 'um espaiiula era la reunión de
todos los españoles de auibos li^misfeyHos ; que esa
nación no era ni podía ser patrimonio de ninguna fami-
lia ni persona ; que la soberanía residía esencialmente
en la nación, y por lo mismo á ésta exclusivamente per-
tenecía el derecho de establecer sus leyes fundamenta-
les ; y que eran ciudadanos los españoles que por ambas
líneas traían su origen de los dominios españoles de
ambos hemisferios y estaban avecindados en cualquier
pueblo de los mismos dominios.
Todos los ciudadanos votarían en la elección indirecta
de diputados, según una base electoral que sería idén-
tica en ambos hemisferios, y esos diputados formarían
las Cortes, compuestas de una sola cámara. Estas Cor-
tes legislarían con el Rey ; el Rey desempeñaría el
poder ejecutivo, y ius tribunales y jueces administra-
rían la justicia civil } criminal. Cada pueblo de más de
1000 habitantes tendría un ayuntamiento elegido en su
totalidad indirectamente por el pueblo, al fin de cada
año. En cada jtroviucia de ambos hemislerios habría un
jefe político nombrado i)or el Rey, y una diputación ele-
gida indirectamente por el pueblo, y presidida por el
jefe político.
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D£ LA REPCbLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 301
CXXVL — Beaeetón absolutista de 18U á 1820.
Vencidos los franceses en España y fugritivo en Fran-
cia el rey José Bonaparte, entraron triunfalmente las
Cortes en Madrid causando entusiasmo indescriptible
<5 de Enero de 1814). Los negocios de Napoleón I no
iban mejor en el resto de Europa que en España. Sus
generales habían sido derrotados en varias acciones por
los ejércitos de la Europa coaligada, defeccionaban sus
aliados y él se había visto necesitado de regresar á
Parfs para preparar nueva campaña contra los enemi*
<^os que, alentados por el triunfo, cuuüauaban sus mar-
chas para invadir á Francia.
En circunstancias tan apuradas entró Napoleón en
tratos con Femando VII y por último le dejó en liber-
tad. Bl Rey entró en España el 22 de Marzo. Ejército
y pueblo lo aclanLui; {)ero él piensa más <mi recuperar
las facultades .suprimidas por la constitución del año
doce, que en mostrarse agradecido. Al pasar por
Gerona, Reus, Zaragoza y Daroca, hace reunir juntas
para que se pronuncien acerca de si había do jurar la
constitución. Don Francisco Javier Elío, que lo acom-
pañaba hf'cho un absohitisia acérrimo, considtó, al lle-
gar á Valencia, á los oftciales del ejército sobre aquel
punto ; y, como ellos le manifestasen que defenderían
al poder real con todos sus antiguos derechos, firmó
Fernando VII (4 de Mayo) un manifiesto contra las
Oortes, la constitución y la prens.i lil)eraU en el rual
negó autoridad á las primeras y validez á las segundas,
y tomó el camino de Madrid escoltado por un cuerpo de
caballería, el cual vociferó en todos los pueblos del trán-
sito contra las instituciones democráticas. Inmediata-
mente se procedió á encarcelar y á desterrar á regen-
tes, diputados y á los liberales más caracterizados, se
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302
BOSQUEJO HISTÓRICO
declararon disueltas las Corles por orden del Key y se
anuló la constitución.
Desde este momento faltó la tranquilidad en España.
A menudo conspiraban los pueblos 6 se sublevaban
cuerpos del ejército, movidos por la aspiracicm de aca-
bar con el al»solutismo y de restablecer la democracia
liberal ; pero estos pronunciamientos abortaron todos y
sus promotores ó jefes fueron condenados á la últuna
pena.
Cuando el Rey y sus consejeros juzgaron que el abso-
lutismo estaba suíicient^raente consolidado en el ejér-
ciU) y en el pueblo de la Península, pensaron en defen*
der sus posesiones de Cérica con un esfuerzo supremo,
ya que los anteriores habían sido ineficaces, y resol-
vieron embarcar en Cádiz un ejército numeroso í^ue se
reunió en Andalucía.
Cuando estaba pronto para emprender el viaje, reu-
nió uno de los batallones, su segundo comandante, don
Rafael del Riego, en las Cabezas de San Juan y lo
sublevó a] grito de « ; Fuera tiranos. Viva la constitu-
ción! (r de Enero de 18:^0.) Cinco ó seis mil hombres
se adhirieron en el acto al movimiento, toni ron la isla
de León, se apoderaron del capitán general y del minis-
tro de marina, y salió Riego con 1500 hombres á reco-
rrer la Andalucía. Pero, habiéndose deelaraclo en contra
suya el ejercito y la escuadra, combaiiJo incesante-
mente y perseguido, no le quedaban ya más que 400
soldados y se consideraba perdido, cuando supo que la
Corana había hecho causa común con él, que también
se habían plegado las tropas enviadas para dominarla,
que la idea revolucionaria se extendía, y que, ame-
CXXVn. - KeToladón del año leiate
DE Ul república, oriental DEL URUGUAY 303
drentado el Rey, se habfa sometido y aceptado la cons-
titución (1(1 ano doce (7 de Marzo) (1).
Se abriei oii entonces las cárceles, volvitroa á España
los proscriptos» se reunieron las Cortes, y los liberales
86 entregaron á realizar de golpe sus ideales, empe*
zando por suprimir monasterios y conventos. Este cam-
bio político que aceptó el rey forzosamente, alarmó á
sus partidarios y á las potencias que componían la Santa
Aiianza. Aquéllos empuñaron las armas en muchos pun-
tos; éstas dirigieron comunicaciones al gobierno liberal
para que cambiase de conducta; y como tal pretensión
fuese dignamente rechazada, invadió á España un
ejercito francés de 100 mil hombres y restauró el poder
absoluto de Femando VII (1S23). Riego y otros perso-
niyes suñneron la pena de muerte ; muchos la de cár-
cel 6 la de destierro ; muchísimos liberales fiieron ase-
sinados.
CAPÍTULO U
EL BRASIL J>B 1811 Á 1820
CXXVm. - Progresos dei Btatúi ta los «ios ISU-ao
La venida de la Corle de Portugal á Río de Janeiro
(XXVII) impulsó mucho el progreso del Brasil en todo
sentido, el cual fbé fovorecído por continuada tranqui-
lidad durante varios años.
Aumentóse el número de los habiiantes y mejoró
considerablemente la clase de los que procedían de
(I) Ha. Frandico Javier Elio, á i|ttieii ol Rey litbía premiado por m adhe*
ii6n dándole lacapitawa general de Vslencia, fué preso por los revoluciona-
rioSf prooeiado y condenado á muerte en 1820. Se le di6 libertad luego; pero
en Mna subteración de loidados se le condenó otra vei y le le aplicó la pena
de garrote (IStt).
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I
304 BOSQUEJO HISTÓRICO
Eiiro|>a, ]uies no sólo añuyeron la aristocracia y altos
ñmcionarios do Porrug-a! y los representantes y marinos
de todas las naciones amigas, sino también gran
número de comerciantes, sobre todo ingleses y portu-
gueses, y i>er8onas que profesaban las letras, las artes
y las ciencias. Rió de Janeiro y Bahía fueron las ciuda- |
des .i tionde principalmente acudieron estos factores de i
civilización.
Creáronse numerosas poblaciones requeridas por el ¡
aumento de inmigración y por la extensión de las indus-
trias, y aumentaron y se enriquecieron las que existían
ya por erincremenin de las industrias, ya por la acti-
vidad creciente del comercio de importación y de expor-
tación, entre cuyos ramos figuró la trata de negros
africanos.
(JXXIX. — Actos oliclales eu lo^ auo^ lbll-¿0
Organizada* 1 1 administración y regularizadas las
fimciones, pensó la Corte en ejercer su inüi\jo fliera de
las fronteras de su dominio. La alianza con España con-
tra los franceses le permitió en 1812 intervenir con
fuerza armada en la liaüUa ()riental, con el doble pro-
pósito de deiender los derechos de Fernando VII ame-
nazados por la revolución de Buenos Aires y de coi\ju-
rar el peligro que corrían sus propios dominios de reci-
bir el contagio de las ideas de libertad y emancipación
que tan resueltamente obraban en la¿3 regiones del
Plata.
Cuatro años después, vencido el enemigo común de
Espafia y Portugal, se habían aflojado naturalmente
los vínculos estrechísimos que habían unido á estos dos
países; y como el Río de la Plata no obedecía ya ni á
España, ni á su rey, consideró Juan VI que podía
emprender libremente la conquista de la Banda Ohen-
s
i
1
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DE LA REPÚBLICA ORIBKTAL DEL ÜRUOUaY 305
tal, y que le convenk emprenderla, para favorecer
económicamente á sus pueblos del Sudoeste y para
asegurar la estabilidad del régimen monárquico abso-
luto que hacía pesar en todos sas dominios. Envió»
pues, tres ejércitos á la vez, que penetraron en la
Banda Oriental ; uno por el Norte, otro por el Nordeste
y otro por el Sudeste, los' cuales se apoderaron del
país, luchando con los campesinos, pero hallando
acogida entusiasta en Montevideo y en centros urbanos
(1816-17).
A la vez que esio sucedía, los políLicus que rodeaban
á Juan VI, cediendo á la iníluencia de las ideas que
habían triuntado en ,1a constitución española del año
doce en cuanto al concepto en que debieran ser tenidas
las colonias, pensaron en la conveniencia de elevar las
posesiones brasileñas á la dignidad y preeminencia de
estado; pero, así oomu los españoles compusieron un
solo reino con España y los dominios de América,
África y Asia» los portugueses prefirieron hacer del
Brasil un reino distinto» igual en consideración y en
derechos á los de Portugal y Algarves, uniendo los tres
bajo líi autoridad de la misma coroua, y conservando á
las demás colonias su signiricación de tales. El Rey
acogió con agrado esie pensamiento y promulgó en
Diciembre de 181d la ley erectiva.
Juan iv había conferido á los primogénitos de la
corona el título de príncipe del Brasil. Erigido en
reino esta posesión, y unido á Poriu^-al y Algarves,
necesario era que aquel título se acomodase á la sitúa-
cito creada. De ahí que en Enero de 1817 dictase el
Rey una ordenanza por la cual confería á los primogé-
nitos el título de principe real de los reinos unidos de
Portugal del Brasil y de '^os Algarves y el de duque
de Braganza,
Dos meses después contraía matrimonio el príncipe
20
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BOSQUEJO UISTÓiUCO
don Pedro con la archiduqnesa Leopoldina, hija del
emiicrador de Austria, y el 0 de Febrero de 1818 era
coronado don Juan VI, |X)r aclamación, rey de Portu-
gal, del Brasil y de los Algarv^, en presencia de loa
altos flmcionarios eclesiásticos, ciTiies y militares y
del pueblo que habla concurrido de todas partes.
La revolución de Buenos Aires, que tanto temía la
Corte, interesó la atención de los pueblos brasileños é
hizo nacer en ellos ideas y sentí niienlos que se armoni-
zaban |)oco eon la monarquía absoluta y aun coa la
integridad del Brasil.
Los primeros que los manifestaron en la vía de los
hechos ftieron los pemambucanos. Qu^osos por las
arbitrariedades de la administración y por lo excesivo
de los impuestos que sufrían, se resolvieron á procla-
mar su inde|>6ndeucia á principios de 1817 y constituye-
ron un gobierno provisional á sem^anza del que se
había instituido en Buenos Aires en 1810. Una parte
del pueblo se adhirió á la revolución; pero otra parte
se conservó fiel á la monarquía y se fortiíioó en Serin-
haem y en Tamandaré. Los pernambucauos atacaron
varias veces en esos puntos á los realistas, sin conse-
guir vencerlos. Los habíanos se pronunciaron también
en flivor del Rey; el i^obemador mandó tro{)as por
tierra y el pueblo equipó una ilota. Ei pueblo de Río de
Janeiro contribuyó á su vez con fuertós sumas para
costear otra expedición, en la cual fueron cuerpos vete-
ranos y de voluntarios. Los pemambucanos, mandados
por abogados y sacerdotes, extremaron sus esftienos; \
pero, habiendo perdido la acción decisiva de Ipojuco, !
(10 de Mayo) y disuelto su gobierno, tuvieron que
someterse. Sus jefes principales fueron ahorcados.
CXXJL.
Kef«lMÍ6M f^fslara
i
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DE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 307
Machos de los comprometidos sufrieron la pena de cár-
cel y otros fueron condenados á destierro.
No por eso se borró en el ánimo de los brasileños el
pensamiento de sacudir la opresión del absolutismo. Se
extendió, al contrario, sordamente y ñié tomando tal
vigor, que sólo necesitaba ocasión propicia para resol-
verse en hechos. La ocasión vino con la noticia del
movimientoliberal que había triunfado, con diferencia
da poco tiempo, en España y en la nación portuguesa.
Los brasileños se conmovieron profundamente. £Ü Rey
publicó su intención de enviar á Lisboa al principe don
Pedro [íara que se pusiese de acuerdo con las Cortes;
pero se insurreccionaron los pernamhucanos el mismo
año 20, y luego, en Enero y en Febrero de 1821, los
pueblos de Pará, de Bahía y de Río de Janeiro, todos
los cuales proclamaron la constitución jurada por las
Cortes lusitanas, jurando íidclidad al Rey. Ésie, sin
poder y sin voluntad para resistir, ordenó al Príncipe
que desde ios balcones del teatro jurase en nombre
suyo, ante el pueblo y las tropas, « que veneraría y
respetaría la santa religión de todos, y observaría y
mantendría la constitución establecida por las Cortes
de Portugal » (27 de Febrero). El orden constitucional
nació y el absolutismo desapareció en el Brasil, ese día,
para siempre.
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308
BOSQUEJO HISTÓRICO
CAPÍTULO III
£L KiO DE LA PLATA D£¿>D£ 1811 HASTA 1820
La guerra de la independencia
CXXXI. — Estodo de la reToInción en Méjico,
T«M»iel% N«ef« Gnuuid% (talto, Perú y CJiUe deim á 1816.
La revolución se había extendido en toda la América
española con mucha Aierza inicial, para 1811. Pero,
después de r^ultados lisonjeros, había decaído ea
Méjico de 1813 á 1816 hasta tal punto, que, conside-
rándola vencida, el virrey avisó ai Soberano q^ue no
necesitaba ya más tropas/
Los americanos de Venezuela y Nueva Granada
batallaron terriblemente, movidos sucesivamente por
el hábil Miranda y por el genio desordenado de Bolívar,
consiguiendo á veces triunfos gloriosos y otras veces
suíHendo espantosas derrotas, triunfos y derrotas que
debilitaban sin cesar el número de las tropas revolucio-
narias, sin posibilidad de reparar tales pérdidas como
los españoles reparaban las suyas <^on las expediciones
que venían de la Península, La más importante de
todas, compuesta de numerosa escuadra y de cerca de
^11000 hombres de desembarco, que obedecían á las
órdenes del general don Pablo Morillo, afianzó la domi-
nación de Venezuela y redujo á Nueva Granada para
: 1816, á costa de torrentes de sangre cruelmente de-
' iramada por ambas partes*
l En Quito (Ecuador) flieron definitivamente vencidos
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DB LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 3üU
los revolucionarlos á fines de 1812 y los españoles
gobernaron allá en paz continua hasta 1822.
En el Peni había dominado tranquilamente el virrey
Abascal hasta 1814, por manera que pudo atender con
sus tropas á la defensa de la causa real ya en el Ecua-
dor > Nueva Granada, ya en las intendencias septen-
ifionales del Río de l;i l'l.Ua. Aprovecháronse en Agosto
los indios para rebelai*se contra la dominación espa-
ñola. Su jefe Pumacagua se apoderó de Cuzco, estableció
una Junta gubernativa y organizó divisiones militares,
una de las cuales envió hacia el Norte, otra á las inten*
dencias argentinas limítrofes, para obrar en combina-
ción con Buenos Aires, y la tercera, que mandó él per-
sonalmente, se dirigió al Sud. Pumacagua obtuvo triun-
fos importantes y tomó Arequipa; la del Este se apo-
deró de la Paz ; la del Norte se encontró con una resis-
tencia superior á sus (berzas. Pezuela mandó entonces
una división contra Pumacagua. Éste fué derrotado.
Así que se pronunció su derrota, sus propios adeptos lo
mataron, y tras este hecho reaccionaron sucesivamente
todos los que se habían insurreccionado, y la paz quedó
restablecida durante el año 1816.
La revolución fué perjudicada en Chile, durante los
años 1811 y 1812, por la rivalidíid del doctor Juan
Martínez de Rosas y el comandante Miguel Carrera.
Este último aprovechó la ocasión de haber sufrido
Rosas dos reveses en Valdivia y Concepción, para
desterrarlo á Mendoza y asumir la dictadura (Octubre
de 1812). El virrey del Perú mando una expedición al
principiar el año 1813. Carrera fué desgraciado durante
la campaña que se abrió y fué destituido. Sucedióle O'
Higgins» cuyo hecho filé motivo de escisiones entre ca-
rreristas y o* higginistas, que los españoles aprovecharon
para adquirir ventajas. El descontento del pueblo causó
su caída y la vuelta de Carrera ai poder. Los españoles
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310
BOSQUEJO HISTÓRICO
reciben del Perú nuevas tropas, mandadas por el gene-
ral Osorio. O'Higgins se une noblemente á su riyal
para combatir al enemigo común ; pero flieron destrosa-
dos auilx)s en Kancaínia (Octubre de 1814) y oblig<idüs
á atravesar los Andes, hasta Mendoza, micnuas su
vencedor entraba en Santiago, calurosamente victo-
reado por el pueblo»
Kl mismo día en que el general Belgrano invadió con
600 hombres el Paraguay, llevando el propósito de favo-
recer el pronunciamiento de los naturales y criollos en
contra de las autoridades españolas, cuyo jefe político y
miliuir era desde 1809 el gobernador don Bernardo de
Volasco, que gozaba de general estimación (LXIX),
obtuvo una pequeña ventea que le permitió adelantar
desembarazadamente hasta el río Paraguarí. Aquí tuvo
que batirse con ñierzas superiores. La acción le ñié des-
tiivorable. Careciendo de elementos para coniinuar la
campaña, emi)rendió la remirada.
Llegaba al Tacuari con 235 hombres cuando fué
sorprendido por cerca de 2000 de las tres armas, man-
dados por paraguayos, que lo atacaron á la vez de cua-
tro puntos. Se defendió heroicamente, pero no consiguió
otra ventaja lüi litar que la de inipunerse moralmente
al enemigo y un armisticio honroso (9 de Marzo), á
íkvor del cual se retiró sin ser molestado, y repasó el
Faraná á fines del mencionado mes.
Los sucesos políticos que inmediatamente se produje-
ron en Para^T^uay, de los cuales hablaré en la sección
siguiente, libraron á la Junta revolucionaria de Buenos
Aires de todo peligro por aquel lado y fué innecesario
recurrir á otra campaña para hacer triunfar la revolu-
''■'S^i^n en la provincia paraguaya.
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D£ LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 311
CXXXin* — La guerra en las ínienétú/6ÍM del
N0r(e, de im á
Ln victoria de Suipacha, la ocupación de Cotagaita y
los fusilamientos de Potosí (LXIX) contribuyeron á pres-
tigiar la revolución en las intendencias del Norte y á
inspirar roníi.iii/a en el triunfo definitivo, la cual pare-
cía tanto iijá« íundada, cuantx) se suponía que España,
aplicada toda á combatir la conquista francesa, no podría
destinar ^ércitos á la defensa de las posesiones de Amé-
rica. Este razonamiento hubiera sido exacto, si la revo-
lución hubiese estallado dos años antes, ó si la guerra
de la independencia española hubiese durado algunos
años absorbiendo lodas las fuerzas de la Península;
pero ya se ha visto que los españoles no tardaron en
conseguir posición ventrosa y en poder atender á las
necesidades de la guerra americana, sobre todo desde
que los franceses evacuaron la Península.
En las intendencias sei)tentrionales del virreinato del
Río de la Plata se señaló el año 1811 por una sola
acción de importancia, que es la de Huagui (26 de
Junio), ganada por los españoles. Las tropas revolucio-
narias quedaron tan debilitadas, que tuvieron que reti-
rarse hasta Tucumán, permiiierido á Goyeneciie que
dominara toda la región del Norte del virreinato.
£1 año de 1812 se inauguró con otra victoria de los
españoles, conseguida en Nazareno (12 de Enero), á
la í'uaJ siguió pronto el envío de [una divisi('»n de 3000
hoDibrcs, bajo las ordenes del general Tristán, ({ue debía
avanzar hacia el Sud y coni binar sus operaciones coa
las fuerzas de Montevideo. Belgrano, que había tomado
el mando del ^érdto argentino (Marzo), avanzó $ su
ves hacia el Norte ; pero reconociéndose impotente para
luchar con el general Tristán sin arriesgar la suerte de
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312 BOSQUEJO HISTÓRIOO
la revolución, emprendió la retirada hacia el punto de
partida, buscando un centro de recursos más favorable.
La vanguardia española alcanzó á la retaguardia argen-
tina en las Piedras, al Sud de Jujuy, y fué vencida.
Empero, esto ni) impidió que Rpli^rano siiruiera su reti-
rada, ni que Tristán viniera tras el. Solicitado el
primero por los tucumanos para que no continuara su
contramarcha, y reforzado su ejército por caballería
campesina, que por primera vez entraba á cooperar en
acciones militaren, se resolvió á esperar allí al ejército
enemigo. Libróse la batalla en Tuciimán. La victoria
favoreció esta vez á los americanos de Septiembre)
en condiciones tales, que Tristán tuvo que retirarse con
los restos de su ejército.
Belgrano {n(^ tras de él durante el resto <1l*1 año y en
los dos primeros meses de 1813. Lo alcanzó en Salta y
lo forzó á rendirse (20 de Febrero). Bste desastre
ind^Jo al general Goyeneche á renunciar el empleo que
desempeñaba, y le sucedió el br;;^'^adier Pezuela, que
gozalM de reputa^aón militar. Belírrano, alentado por
sus triunfos, había avanzado hasta más allá del Poto^,
y determinado á Pezuela á abrir una nueva campaña.
Los españoles derrotaron á los americanos en Vilcapu^
gio (1" de Octut)re) y en Aj/ohio,ia (14 de Noviembre),
obligaron á Belpraiio á repiegarso con los 1000 hombres
que le quedaban, otra vez sobre Tucumán, dominaron
de nuevo las intendencias del Norte, y se vinieron
hasta Salta, en donde ñieron tenazmente hostilizados
por las milicias gauchas que reconocían en Martín
Güemes su caudillo.
San Martín fué nombrado para suceder á Belgrano.
Ocupó el lugar de éste ; pero, convencido luego de que
la revolución no triunfaría mientras la guerra ftiese
hecha con tropas improvisadas y en las reíriones que
hasta entonces habían sido su teatro, concibió un
Djgitiaed brGuiS^Ic
0£ LA REPÚBLICA ORIBNTAL DBL URUGUAY 313
nuevo plan, renunció el mando y se retiró á Mendoza,
como gobernador y capitán general de Cuyo, para
consagrarse á formar un ejército bien instituido y dis-
ciplinado.
Nombróse entonces al general don José Rondeau.
Avanzó éste desde Tucumán, y, como Pezuela retroce-
diese, continuó sus marchíis hacia el Norte, é inició
operaciones en momentos en que se sublevaban los
indios de Pumacagua (CXXXI). Viéndose Pezuela en
medio de dos enemigos, pactó un armisticio con Ron-
deau para operar libremente sobre Pumacagua; pero,
así que recibió el continii^ente de Ramírez, ordeii<) <í
éste que íuera contra los peruanos y se volvió él contra
los argentinos, á quienes deshizo en Viluma ó Sii)e-sipe
(28 de Noviembre) obligando á los restos vencidos á
retirarse hasta Jujuy.
Nunca volvieron, desde • luonces, los ejércitos argen-
tinos á ocupar las intendencias de La Paz, Cochabam-
ba, Chuquisaca y Potosí, las cuales fueron domina-
das por los españoles. Éstos emprendieron varias expe-
diciones hacia el Sud, entre los afios 1814 y 1816;
pero no consiguieron pasar de la intendencia de Salta,
porque aquí los contuvo el arrojo de los gauchos de
Güemes.
CXXXIT. - La fsem ca la SaNa Ofiwtal Ms lau luMtft ISie.
Rechazadas las proposiciones que el Dr. Passos hizo á
Montevideo en nuuibre de la Junta de Buenos Aires para
que se adhiriese á la revolución (CXX), la Banda Orien-
tal se dividió en dos partidos: uno, empeñado en defen-
der la dominación española, que se componía de la
población de Montevideo principalmente; y el otro
compuesto por la población americana rural, que se
plegó á la causa de Buenos Aires.
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314 BOSwlKJO HISTÓRICO
Montevideo declaró la gaerra á la Junta bcmaerense
en Febrero de 1811, se apoderó Inego de la Colonia y
de Maidunado, bloqueó los puertos de la Banda Occi-
dental, y autorizó el corso.
Pocos días después de aquella declaración se protmn-
ció Mercedes en contra de la dominación española,
mandó tropas el gobierno de Buenos Aires, formaron
en la vanguardia las milicias orientales, y, tomadas ya
San José, las Piedras y la Colonia, ei tyercitx) sitio á
Mmtevideo (I"" de Junio).
La plaza sitiada solicitó entonces el auxilio de la prin*
cesa Carlota, invocando su interés en defenderlos dere-
chos de su hermano. El Regente envió á Diego de
Souza con un ejército (Agosto), que inspiró el temor de
que aunasen su acción sobre Buenos Aires; por un lado
Goyeneche que, victorioso en Huaqui y dominador del
Alto Perú, podía correrse al Siid, solo ócombiiiMiido su
moviniioiito con el de fuerzas procedentes de Chile ; y
por otro lado la escuadra de Montevideo y los ejércitos
unidos de la Banda Oriental y del Brasil» Este plan,
cuya reah'zación hubiera concluido con la revolución de
Buenos Aires, fué concebido: pero el ministro inglés
acreditado en Río de Janoiro impidió que se llevara á
cabo, mediando para que los beligerantes celebraran un
armisticio (20 de Octubre) á consecuencia del cual se
retiraron el ejército portugués al Brasil y el argentino
á la Banda Occidental, y se esuiLlcrieron relaciones
cordiales, en el concepto de que los americanos segui-
rían gobernando en la Banda Occidental y los espafiioles
en la oriental.
Este arreglo no tuvo Rectos duraderos. Rotas las
relaciones durante el año 1812, se organizó en Entre-
ríos un ejército, el cual atravesó el l^rufruay (12 de Octu-
bre), triunfó en la acción del Cernía (31 de Diciembre) y
puso sitio por segunda vez á la plaza de Montevideo.
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DE LA REPÚBUCA ORLEKTAL DEL URUGUAY 315
Los sitiados recibieron de España 200U hombres en
los meses de Agosto y Septíembre de 1813; losiadepen*
dientes improTisaroii y confiaron á Brown una escoa.
drílla, con la cual bloquearon la plaza (Abril de 1814)
y dominaron la escuadra española (14 de Mayo). Cerca-
dos los realistas por mar y tierr;i, sin esperanzas de
triunfar é imposibilitados de recibir víveres, se rindie-
ron al general Alvear mediante una capitulación (20
de Junio).
Cesó en este día para siempre la dominación (¿ue los
españoles ejercieron en el Río de la Plata.
CXXXY« — La gaem Ae la independenda eontni
B9•al^ desie m7 hasta 182a.
Lo expuesto en la presente sección enseña que para
fines de 1816 habían triunfado completamente los espa-
ñoles en algunas regiones de América y que la causa de
loa americanos desfallecía de modo notable en las demás
rumies, excepto en el Río de la Plata. Era tácll presu-
mir que el poder de España se dirigiría antes de
mucho contra Buenos Aires y sus dependencias. La
grande expedición con que Morillo fué á \Y'nezueia en
1815 había sido preparada para el Rio de la Plata; y,
si entonces no pudo ese ^ército aplicarse al ñn con que
había sido organizado» nada obstaba á que el pensa^
miento del Gobierno español se realizase ahora. Se sen-
tía la imposibilidad de resistir con rxito á Uil operación
y ios ánimos mejor templados empezaban á preocuparse
p<tf la suerte de la América.
Tal íüé el momento en que San Martín decidió llevar
la ^"-iicn a al centro mismo de los recursos que el ene-
migo tenía en América, es decir, al Perfi, apoderándose
desde luego de su opulenta capital. Podía tomar el
camino del Norte, ya trillado en anteriores campañas.
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316 BOSQUEJO HISTÓRICO
Ó el del mar Pacíñco, pasando por Chile. Optó por este
último. £1 17 de Enero de 1817 emprendió la marcha;
su pequeño ejército, dividido en dos cuerpos, atravesó
la coiíiillera de los Andes por los pasos de Uspaliata y
de los Patos; se reunió en el valle de Acoaca^^ua en los
primeros días de Febrero; triunfó en Chaccíbuoo el U
del mismo mes ; filé sorprendido y disperso en Cancha-
rayada el 19 de Marzo de 1818; pero, rehecho en
seg-iiida, ol)tuvo el 5 de Abril la esplendida victoria de
Maipa, que dejó á Chile dueño de sus destinos para
siempre.
En Agosto de 1820 partió de Chile con un ejército de
de argentinos y chilenos ; desombareó en Perú en Sep-
tiembre, y tonii) á Lima en Julio de 1821.
Mientras San Martín obraba en Chile, Bolívar, que
se había retirado vencido á Jamaica y á Haití, invadió
otra vez el territorio de Venezuela y adelantando entre
derrotas y victorias, hizo proclamar l;i ropúblicá vene-
zolana en 1818, pasó A Nueva Granada, unió los dos
países en un solo estado bajo la denominación de Eepár
blica de Colombia (1819), y volvió á Venezuela para
prose^ír acá la guerra.
Así como San Martín había concebido su plan de ir
á combatir la dominación española en el mismo centro
de su poder americano, para obUgar al enemigo á reti-
rarse de las intendencias septentrionales del Río de la
Plata; Pezuela, que había sido nombrado virrey dd
Perú, pensaba que el mejor medio de impedir á San
Martín que Secutase su proyecto era traer la guerra
hasta Buenos Aires. £1 general don José de la Serna,
que había tomado el mando militar del Alto Perú,
aumentando las fuerzas con otras que había traído de
España, abrió, pues, en Enero de islT la campaña
ideada por Pezuela, enviando delante de sí la vanguar-
dia b^o las órdenes de Olañeta. La expedición avanzó
DE LA REPCbUCA ORIENTAL i>£L LKLüUAY 317
lachando con mochas dificultades y se apoderé suceei*
vamente de Jujuy y de Salta.
La Serna debía seguir á Tucumán, auxiliado por
refuerzos que había recibido ; pero la noticia de que San
Martín habla triuníado en Chile, la hostilidad tenas é
implacable de los gauchos de Güemes, y también él
haber sabido que fuerzas argentinas habían penetrado
en el Alio Perú y >ubievaban sus poblaciones, decidie-
ron á La Serna á desistir de llevar adelante sus opera-
ciones y á retirarse á su punto de partida.
Coando llegó, con sus tropas y bagsyes muy dismi-
nuidos, sonaba por todas partes el noiübre de Lain idrid,
jefe de las fuerzas argentinas que habían invadido las
intendencias del Norte. Había obtenido ventajas impor-
tantes; pero, derrotado luego, tuvo que retirarse á su
vez y los realistas quedaron dominando aquella comarca.
Esa dominación era ¡)erturbada, empero, incesante-
mente por partidas de americanos» muchas de ellas
procedentes de Jiyuy y de Salta, que llevaban á los
realistas ataques imprevistos y les impedían obrar con
libertad y tener ase^^-irada su alimeniación. La necesi-
dad de alejar tan muleríios enemigos y de proporcio-
narse víveres indico á La Sorna á disponer que Olafieta
y Yaldés entrasen en el territorio de Ji^uy á principios
de 1818, y Olañeta y Cantírac en 1810; pero estas ope-
raciones carecieron de proi>üSÍLü u^ausceiideiiial y de
verdadera imporiancia. Todavía en 18JU se dispubu el
general don Juan Ramírez, sucesor de La Serna, llevar
una campaña á Jiiguy y Salta ; más no se lo permitieron
las ventajas que San Martín conseguía en el Perú, las
cuales obIi¿^aiun ai virrey Pezuela á oponerle toda¿> las
tuerzas que leaia disponibles.
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I
I
318 BOSQUEJO HISTÓRICO
CXXXn. — La fi€m «Mtr» la Mafiftrta portufueM,
Ma 1817 tete 182D
Los argentinos dominaban, pues, sin dificult.id todo
el territorio que se extiende al Sud de Jujuy ; pero divi-
didos y debilitados por incesantes luchas internas, no
pudieron impedir que los portugueses aprovecharan
este estado de anarquía para apoderarse de la Banda
OhentaL Penetraron en ell.a por %'arios puntos en 1816.
La división de Lecor, que invadió i>or el Sudeste, mar-
chó en dirección á Montevideo y tuvo la fortuna deque
el Cabildo y el pueblo de esta ciudad salieran á recibirle
con grm solemnidad y extremado entusiasmo (20 de
Enero de ISIT). La división de Cur ulo penetró por el
Norte y luchó con ios campesinos é iiuii^^enas del país,
de £Qü*e-rios y de Corrientes, hasta iS2ú, en cuyo ailo
quedó terminada la conquista y asegurada la paz de
esta provincia, que en adelante se apellidó cisplatíiM.
SECCIÓN 11
I
Sucesos poiiiicos desde 1820
I
CXXXYU, — La poliUe« en el Parafuaj (1811-1830)
Las proposiciones de paz, amistad y comercio que ¡
Belgrano había hecho, antes de abandonar el Paraguay
al jefe que lo había atacado en el Tacuari, c^n el ánimo
de divulgar entre sus oficiales y soldados paraguayos
ideas de independencia fueron conocidas inmediata-
mente y dieron el resultado que el autor había tenido
en vista (CXXXII).-
£n cuanto aquellos oficiales llegaron á la Asunción
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DE lA R£PÜBUCA. ORIKMXAL DEL URUGUAY 319
coriiuiiicaron sus nuevas ideas a varios personas
influyentes; éstas las apoyaron y ordenaron, y la guar-
nición se proauació* £1 gobernador no opuso resisten-
da; por manera que los revolucionarios pudieron cons-
tituir un gobierno provisional, compuesto del mismo
ex-go be mador Velasco, el doctor José Gaspar de Fran-
cia y don Juan V. Zebalios, el cual convocó una Asam-
blea de diputados.
Esta asamblea» instalada á mediados de Junio (1811)
declaró que el Paraguay se gobernaría á sí propio y
enviaría dipuiaJos á la Junta de Buenos Aires, cuyas
leyes y decretos no obligarían al Paraguay sino después
que ñiesen aprobados por la asamblea general de esta
provincia. Es decir que los paraguayos, al emanciparse
del poder español, asumieron su autonomía interna y
conservaron con Buenos Aires las relaciones propias
de una coníéderación, las cuales fueron consagradas en
un tratado que los gobiernos de ambos países celebra-
ron el 12 de Octubre.
Una segunda asamblea, reunida dos años después,
declaró rescindido ese tratado, constituyendo de hecho
la independencia del Paraguay ; abolió el triunvirato y
lo sustituyó por dos cdnsuleSt que lo íberon el Dr. Fran-
cia y don Fulgencio Yegros. El Dr. Francia tuvo tanto
ascendiente respecto de su coleara, que fué el verdadero
gobernante, aunque cuidara de nu parecería. IIal)iendo
este político astuto conseguido que el congreso de 1814
se compusiera principalmente de parciales sayos» se
hi£0 nombrar dictador único por 5 afios ; gobernó satis-
fictoriamente y se sirviu de la coníianza que inspirara
para que el congreso de 18it> lo nombrase dictador
perpetuo.
Desde este momento gobernó tiránicamente ; seimpuso
á todos por el terror y aisló el Paraguay del mundo
entero, privándolo absolutamente de toda comunica-
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320 BOSQUEJO HISTÓRICO
ción, porque no cundiesen entre sus habitantes las
ideas liberales y el espíritu deiiiocrático de otros pue-
blos, y principalmente las ideas y las prácticas revolu-
cionarías de las provincias argentinas (1).
CXXXTm. Orados de elTflIzaeióii iel Bfo de 1a Plata,
de XHU á
Sería imposible tener un concepto claro y verdadero
de los hechos políticos que se sucedieron en el Río de
la Plata desde 1*^11 hasta 1820, si no se conociesen el
grado de civilización del pueblo y sus tendencias con-
génitas. £8ta consideración me determina á darlos á
conocer desde luego, aunque con menos latitud que la
dada á este mismo asumo en la parte relativa á la
Banda Oriental.
La población era urbana y rural» ambas muy diferen-
tes entre sí« La rural, compuesta de naturales, mestizos
y criollos principalmente, era la más ignorante y la de
más incultas costumbres. Los naturales eran, en frmn
parte, salvajes, y, pór lo tanto, carecían en absoluto
de las ideas y de los hábitos morales y jurídicos cuyo
régimen constituye en los centros civilizados el consor-
cio del orden con la libertad individual. No respetaba»
la autoridad {)riblica, ni el honor, ni la vida, in la iraii- 1
quilidad, ni la propiedad ; disponían de personas y
cosas á su antojo, y siempre con formas groseras, á
menudo crueles.
Los criollos y mestizos que habitaban en los campos
tenían costumbres menos primitivas que los naturales
de quienes acabo de hablar; pero eran muy ignorantes >
también, y muy ineducados. Aventajaban á los salvtges
en que aprovechaban algo más las indusüias de los
(i) Fraofiia gobernó asi baila el «fio 1810.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 321
pueblos civilizados en el vestir, en su alimentación y en
su vivienda; pero tenían igual desprecio por el orden
regular propio de la civilización, por los atributos físi-
cos y morales de las personas, y por la propiedad. No
acostumbraban dirigir su conducta por la razón* sino
que seguían ciegamente los impulsos de sus pasiones
torpes ó de sus necesidades fortuitas, complaciéndose
en abusar de su fuerza. Estas poblaciones bárbaras no
se contenían por otra causa que la impotencia, pues el
temor les era casi desconocido. En cambio infundían el
terror y lo explotaban sin el menor miramiento.
Las pobUciones urbanas tenían ideas, sentimientos y
costumbres más morigeradas y regulares incompara-
blemente; pero distaban mucho unas de otras bajo el
respecto de la civilización. Las pequeñas ciudades y
pueblos del interior conocían la obediencia á la autori-
dad y el respeto de las personas y de las cosas, pero
dentro de límites restringidos. Sus costumbres eran
sencillas y rústicas; carecían do todo refinamiento; y,
siendo, además, extrema la ignorancia, las pocas rela-
ciones sociales que se observaban se debían al bábito
impuesto por los gobiernos; por manera que quedaba
ancho espacio para que los individuos obraran libre-
iiieiite.
Según se acercaban los pueblos á Buenos Aires ó á
Montevideo» y según aumentaban en habitantes y en
comercio, su grado de civilización avanzaba, se compli-
caba, y ganaba en delicadeza. Los tres centros más
cultos del Río de la Plata, (prescindiendo del Alto Perú),
-eran Buenos Aires, Montevideo y Córdoba, pues en
estas ciudades se concentraban principalmente el
talento, el saber, el comercio, las industrias, las altas
fíinciones de gobierno y la cultura de las relaciones
privadas, así como á ellas ailuí m l:is personas y fami-
lias de posición más ó menos encumbrada, de más ó
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322 BOSQUEJO HISTÓRICO
menos significación que procedían de Europa, de Rio
de Janeiro ó de Estados Unidos.
Puoíle decirse, pues, que iiabía en el Río de laPlaiü
dos grados extremos de cultura humana: el entera-
mente salvqje^ que era el grado mínimo, y el entera-
mente cMHzado, que era el grado máximo. Entre estos
dos grados había otros dos; el bárbaro, que se acoroaba
mucho al salvaje, y el semi-civüizadOy que se aproxi-
maba al civilizado. Los salvajes y los bárbaros compo-
nían la mayoría de la población rural; los semi-civiU-
zados componían la población urbana.
Los centros civilizados del Río de la Phita tenía:,
dentro de sí el brillo, la elevaoiuii moral y el desenvol-
vimiento intelectual de las ciudades europeas, y dife-
rían inmensamente, por lo tanto, de las muchedumbres
bárbaras y salvajes, que mxi la negación encarnada
de todos los principios económicos, morales y jurídicos
que regían á los pueblos civilizados.
Se sigue de lo expuesto que el estado general de la
civilización del Río de la Plata no difería esencialmente I
del estado de la civilización particular del Uruguay, que
con latitud he descripto en el libro segundo.
CXXXK* — Tendencias centralistas j leeallataa*
La gran diferencia de civilización que acabo de
hacer notar, no impidió que constautenieiite obrara ea
todas las clases del pueblo ua sentimiento vigoroso y
tenaz, en virtud del cual se consideraban, salvaos, bár^
baros y civilizados, hyos de una misma patria, miem-
bros de un solo cuerpo, esto es, argentinos.
Con todo, no debe inferirse que en esta unidad de
ftenümiento patrio se confundían todos los sentimientos
de carácter político. Los salvajes, que siempre habían
formado numerosas tribus independientes, tenían la
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BE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 323
costumbre secular de crear su cacique y de obedecer á
él solo dentro del territorio que temporaria 6 perma-
nentemente ocuparan. Aun cuando las necesidades de
la guerra los obligara á unirse con otras tribus, cada
una conservaba su personal i dad y su orí^anización. No
concebían, pues, estos pueblos la fusión de tribus en
una gran colectividad, ni que los caciques nombrados
por ellos flieran sustituidos por fimcionarios que per-
sonas extrañas les impusieran, ni que la voluntad indi*
vidual de cada salvaje fuera siiitlaiitada por la voluntad
de terceros, sobre todo si estos les eran descunocido^.
£1 saivige era, pues, por sus ideas arraigad¿is y por sus
inveterados hábitos» eminentemente localista ó indivi-
dualista intransigente.
Los bárbaros, clase formada durante la dominación
española, no coui¡>usieron trilius ni tuvieron oacituies;
pero su género de vida los habituó á mirar su voluntad
como razón suprema de sus actos, á odiar á todo fun-
cionario impuesto que veníera á restringir su autono*
mía personal, y á reconocer la autoridad moral de los
individuos de su clase i^ue se distinguieran por la auda-
cia, por la bravura ó por la inteligencia. Dependiendo,
por otra parte, la facilidad y el éxito de sus empresas
del conocimiento del terreno y de las relaciones que
tuvieran, la necesidad y el sentimiento se unían para
hacerles (¡uerer especialmente la región en que se
habían criado, que conocían palmo á palmo y en que se
reunían todas las condiciones de su existencia desor-
denada. £1 bárbaro era, pues, tan regionario é indivi-
dualista como el salvaje.
Los pueblos civilizados, íí su vez, se habituaron al
gobierno semi-autónonio de los cabildos y de las inten-
dencias, el cual, si bien no ñivoreció el desarrollo del
individuahsmo, y acostumbró á reconocer y á respetar
la autoridad de funcionarios centrales, engendró el>en-
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324 BOSQUEJO HISTÓRICO
ümiento de las entidades locales, se llamasen pueblen
ó provincias, y formó el hábito de considerar estas divi-
siones administrativas como unidades políticas organi-
zñ(\f\% en la unidad total del virreinato. De aquí queloi
liuei)los civilizados tuviesen ideas, sentimientos y hábi-
tos de subordinación á una autoridad ceutral á la ve¿
que ideas, sentimientos y hábitos de autonoinfa regio-
nal, en cuyo último concepto concordaban con el modo
de ser de las poblaciones bárbaras y salvajes tanto como
en ol j>rimero diferían.
La masa de la población bonaerense participaba de
las ideas y hábitos regionistcLS de las demás poblaciones
civilizadas, porque recibió, como las otras, el inflijo de
las práctica^ iiiunicipales. Pero, si bien tenía también,
y en alto grado, el sentimiento do la un dad total admi-
nistrativa, no era igual ai de los otros pueblos. Así como
éstos habían recibido de más ó menos lejos, y sieDapfS
indirectamente, el impulso del poder central, el bonae-
rense tuvo ese poder en su propio seuo desde] que se
instituyó el virreinato del Río de la Plata, y no sólo ¿t*
acostumbró á ser gobernado directamente por él, sino
también á ver que desde el palacio real de Buenos Aires
se gobernaba á todas las intendencias. Así, pues, mien-
tras la práctica de ia adiiiiiüstración local lo determi-
naba á considerar á Buenos Aires y su jurisdicción con
personalidad propia, con autonomía interna, y la prác-
tica de la administración general le hizo^concebir el vi-
rreinato como un todo, complejo sí, pero indivisible, su
condición constante de pueblo cnpitaleño lo lamiliariz<5
con la idea de la preeminencia administrativa de Bue-
nos Aires y le inoculó la creencia de que había de par-
tir de allí necesariamente toda dirección general.
No era ésta la única diferencia en el modo de conce-
bir el gobierno central. La constitución del virreinato
había sido uoitaria : centialista en las altas funcioneSt
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 325
descentralizada en las b¿yas. Gomo que los pueblos
veían y tocaban esta última parte mucho más que la
primera, fué débil en ellos el sentimiento do i¿i centra-
lización y fuerte el sentimiento contrario, en cuanto se
debió al iníliv¡o de los hechos que constituyeron las expe-
riencias y prácticas constantes. Pero, como los hombres
superiores que había en el seno de esos mismos pueblos
percibiún los mismos hechos que las muchedumbres, y
además las relaciones con el gobierno central (}ne éstas
confusamente vislumbraban, no tuvieron nunca ideas
descentralistas tan vigorosas y exclusivas como la
mayoría de sus comprovincianos.
Buenos Aires difería también bajo tal respecto de los
otros pueblos civilizados, por la fuerza natural de los
hechos. Sus habitantes aprendieron á distinguir la admi-
nistración local de la general; pero, como ambas se
ejercían diariamente á su vista, tan acostumbrados
estaban á una como á la otra, cuya circunstancia fué
causa de que el pueblo porteño no fuera exclusiva-
mente centralista, ni exclusivamente descentralista,
sino que participaba de ambas tendencias, en mayor ó
menor grado, según fuesen la cultura intelectual y el
medio social á que las clases pertenecían.
CXL. ^ Unitarios y federales en 1811
Las tendencias populares de que he dado breve Idea
se manifestaron en actos políticos de importancia desde
que se inició la guerra por la independencia. Habiendo
estallado en Buenos Aires la revolución que abolió el
virreinato, necesario fué que la primera autoridad revo-
lucionaria se constituyese en Buenos Aires, con hombres
allí residentes. Y, como el movimiento no tuvo un fin
local, sino que se propuso transformar el estado político
de todo el Río de la Plata, natural fué también que la
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326 BOSQUEJO HISTÓRICO
autoridad revolucionaria asumiese poderes generales, y
llevase su acción á todos los puntos del extingoiéo
virreinato.
Esto poder, si Ijien estaba justificado por \ci necesi-
dad, lo estaba á condición de ser ratiíicado y de que no
subsistiera sino mientras los pueblos del Rio de la Plata
constituyesen un gobierno según su voluntad. Com-
prendiéndolo así la Junta del 25 de Mayo, se apresuró
á solicitar el reconocimii uto, que todas las provincias
le prestaron, y á convocar una asamblea de diputados
de todos los pueblos que se hubiesen adherido á la
revolución, para que dictara una carta flindamental y
organizara las funciones administrativas (XLIX).
Llegaron de provincias para el mes do Diciembre
(1810), doce diputados elegidos por los cabildos; es decir,
por los cuerpos en que con más íUerza obraba el espí-
ritu localista. Al tratarse de instalar la asamblea
constituyente se notó que estos diputados pretendían
agrouarse á la Junta para ejercer no sólo facultades
constitutivas, sino también las ejecutivas que la Junta
ejercía, porque entendían que toda la suma del poder
público debía pertenecer desde lue^o á todo el país, y
ser desempeñado por sus representantes.
El presidente Saavedra y otros individuos de la Junta
se adhirieron al ])arecer de los diputados provincianos;
el secretario Mariano Moreno y otros se opusieron,
alegando que se había convocado una asamblea consti-
tuyente, no una asamblea ejecutiva, y que sería una
monstruosidad confiará un congreso. numeroso el ejer-
cicio del poder ^ecutivo, sobre todo de un poder ejecu-
tivo revolucionario que necesitaba obrar con mucho
vigor, gran rapidez y unidad de vistas. Pero estos moti-
vos, si ]»ien atendibles, no eran los que más determina-
ron la desinieligencia. Lo que había más transcendental
era que la Juuta se componía casi completamente de
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 327
porteños y los provincianos querían intervenir y preva-
lecer; era también que Moreno, aunque profesaba las
doctrinas del federalismo, pensaba que este sistema no
debería adoptarse mientras el país estuviera necesitado
de desplegarla mayor energía en la guerra por la inde-
pendencia, al paso que sus opositores venían animados
por el concepto de que, abolidas las viejas instituciones
los pueblos no tenían superiores á sí mismos, habían
adquirido su autonomía y tenían el derecho de conser-
yarla y de hacerla valer.
La íiracción encabezada por Moreno jfüé vencida en el
seno de la Juiua constituida el 25 de Mayo ; ingresaron
los doce diputados provinciales, y Moreno renunció el
puesto que ocupaba (2 de Enero de 1811), La Junta
quedó compuesta, pues, por una pequella minoría uni-
taria y por una mayoría federalista, la cual comenzó
sin. demora á obrar ile acuerdo con sus ideas. Uno de
los ]>rimoros actos do esta asamblea fué decretar que los
antiguos gobernadores fuesen reemplazados por juntas,
dotadas con las atribuciones que aquéllos habían tenido,
y que esas juntas, que residirían en la capital de las
provincias respectivas, fuesen elegidas por éstas. El
derecho electoral no pertenecería, por otra parte, á una
clase de pueblo desde entonces, sino que lo ^ercerían
liasta los indios (10 de £nero).
Los que pensaban como Moreno se consagraron á
difundir sus ideas por la prensa aumentando la actividad
de la Sociedad patriótica, fundada en 1810, la cual se
ocupó en sesiones públicas de asuntos de interés gene-
ral, aunque sin el propósito de derrocar por la fuerza la
situación creada en Diciembre del año anterior. Tenüe*
ron, sin embargo, los federalistas que tal propaganda
pusiera en peligro la duración de su poder ; y, habién-
dose resuelto A asegurar su posición por la violencia,
organizaron un pronunciamiento de pueblo inculto y de
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92S
BOSQUEJO HISTÓRIOO
tropas, que estalló en la noche del 5 al 6 de Abril y i
exigió que flieran separados de la Junta ios cuatro uiú- I
taños que en ella habían quedado, y que se desterrasen 1
varias personas conspicuas de la ciudad, que como I
aquellos cuatro opinaban. Así se hizo, sin pensar en |
las pasiones que nacerían, ni en las consecuencias que
podrían seguirse.
Pocos días después se cumplían órdenes de la misma
Junta sustituyendo al unitario Bel^ano por el fe<iera-
lista Rondeau en el mando del qjército que se organizaba
en la Danda Oriental para oponerlo á los realistas de
Montevideo, y realizando otro de no menor transcen-
dencia. Artigas, que había desertado del ejército español
por desavenencias con su jefe (CVIII), y presentíidose
á la Junta á principios del año (1811), fué nombrado
para que cooperase en la sublevación, ya comenzada,
de las poblaciones campesinas de la Banda Oriental, en
cuyo encargo decidió la consideración de que, por ser
prestip"ioso el oíicial de lílnndenirues entre aquellas
gentes, y nacido en el mismo territorio, era el más indi-
cado para atraer á las muchedumbres bárbaras y sal-
riges y para encabezar el poder localista que aqueUas
masas de población, á la par que todas las argentinas
análogas, representaban. Como Artigas desempeñara su
cometido á satisíacción de la Junta, decidió ésta, en
consonancia con sus ideas de federación, que los uru-
guayos formaran en la vanguardia del ejército que Bel-
grano había empezado á organizar, y que Artigas fuera
el jefe de ellas. Así sucedió que, al tomar Rondeau el
mando superior, lo presentó como comandante de las
milicias orientales ; y presidiendo, por lo mismo, un
grupo de combatientes distinto de los demás, cuya dis-
tinción se definía ]>or sus caracteres locales. Artigas fué
destinado, pues, por la Junta de Buenos Aires, para que
encarnara en su patria, desde el primer día de su apa-
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URÜGÜAY 329
rición en la escena revolucionaria, las tendencias des-
centralistas ó federalistas que ella representaba desde
fines del año anterior, y que quería hacer prevalecer
en la constitución argentina.
Entretíinto la Junta se desautorizaba por la falta de
nervio en la dirección de la guerra y por ios desacici tos
que cometía, defectos debidos principalmente cá su com*
posición numerosa y heterogénea ; y la necesidad de un
cambio, sentida por todos, se impuso al saberse, tras la
desgraciada terminación de la campaña del Paraguay,
el desastre de Huaqui. Cc< Hondo entonces la Junta á la
presión de las circunstancias» resolvió dividir el poder
público en dos cuerpos : uno formado por ella misma
con el nombre de Junia conservadora^ que desempe-
ñaría funciones legislativas, y otro de tres personas que,
con el norn)>re de Poder cjecutiro, ejercería íacultailes
administrativas (23 de Septiembre). Los triunviros pri-
meramente designados para el desempeño de este poder
íheron Chiclana, Paso y Sarratea, quienes á su vez nom-
braron para ministros sin voto á Rivadavia, López y
Pérez.
La Junta promulgó á los veinte días (12 de Octubre)
la primera constitución política del Río de la Plata,
titulado Reglamento de la Junta consermdora^ en la
cual se organizaron separadamente los poderes legis-
lativo, judicial y ejecutivo. Se declaró en ese documento
que después del secuestro de Fernando VII « reasumie-
ron los pueblos el poder soberano » que habían transmi-
tido al rey « con calidad de reversible pues los hom-
bres tienen ciertos derechos « que no pueden aban-
donar ; que para que sea legítima la autoridad de
las ciudades de « nuestra confederación política r? es
necesario que nazca del seno de ellas mismas; que
comprendiéndolo así mandaron sus diputados ; y que
habiendo palpado éstos que no es compatible el
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330
BOSQUEJO HISTÓRICO
gobierno de muchos con la unidad de planes, decidienn
reservarse el poder legislativo y confiar á otros ciuda-
danos el ejcculivo y el judicial.
Esta constitución dió al estado el nombre de Provin-
cias Unidas del Rio de la Flaia, como para signitícar la
naturaleza federal del organismo. Dispuso que la Junta I
sería conservadora de la soberanía de Fernando Vn, I
por cuya razón í^ozaría del título de alteza y de los
honores correspondientes; y que le incumbiría privativa-
mente declarar la guerrat celebrar tratados, crear tri-
bunales y empleos, y nombrar los individuos del poder
ejecutivo. Declaró que el Poder ejecutivo sería indepen-
diente, pero que respondería por sus actos á la Junta
conservadora, y que sus individuos ejercerían el empleo
durante un año. También declaró que el poder judicial
sería independiente y res^ionsable. Nada dispuso acerca
del gobierno de las provincias, sin duda porque ya
había decretado t|ue cada una se gobernase á sí propia ,
por medio de autoridades de su elección. ^
£1 triunvirato que desempeñaba el poder ^ecutivo
juzgó que la corta duración de sus ñmciones lo inhabí*
litaba para satisfacer debidamente las necesidades de
la revolución, y que esta cláusula y la de sujetarlo á
responder ante la Junta conservadora importa l)an anu-
lar la independencia de los poderes y erigirse dicha
Junta en árbitro absoluto del destino de los pueblos,
cuando sus facultades la autorizaban solamente para
dictar la constitución del estado.
Sohcitó el dictamen del cabildo y de una asamblea
de personas caracterizadas, y resolvió rechazar él
Reglamento j desconocer la autoridad de la Junta y pro-
mulírar un Estatuto provisional del gobierno superior
de ¡as Pi^ov indas Unidas (22 de Noviembre), por el
cual instituyó tres poderes generales : un triunvirato,
que se renovaría cada seis meses por terceras partes.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 331
con facultades legislativas y ejecutivas amplísimas ;
una asamblea general, compuesta por el ayuntamiento
y por los diputados de las provincias, cuyo cometido
sería elegir ius u iunviros y autorizar las resoluciones
del triunvirato cuando afectasen á la libertad y existen-
cia de las Provincias Unidas; y los tribunales encarga-
dos de administrar la justicia. Se declaraban partes
del Estatuto los decretos que garantían la libertad de
imprenta y la seguridad individual. Esta constitución
regiría hasta que funcionara el Congreso nacional y no
podría ser alterada mientras tanto sino con acuerdo de
la Asamblea general. Fué jurada el día 1." deDiciembre.
Pocos días después (6 y 7 de Diciembre) se sublevó
una gran parte del regimiento de patricios so pretexto
de que los jefes querían hacer cortar la trenza que
entonces usaban los soldados; pero, como resulro del
sumario levantado que la sublevación se dirigía á resta-
blecer la Junta conservadora disuelta por el Tríunvi*
rato, el gobierno condenó á muerte á 11 sargentos,
cabos y soldados y decretó que los diputados íaesen con-
finados en sus provincias en el término de 21 horas. Es
decir que en el gobierno central quedó triuníante el
partido unitario al terminar el año 1811.
Natural sería suponer que este cambio político verifi-
cado en la capital hubiera producido una ti*ansforma-
ción completa en el organismo de las i)rovincias. No.
sucedió así, empero. Si bien la Junta federal decretó
que los pueblos nombrasen juntas gubernativas, no se
cumplió este decreto más que en las ciudades de Cór*
doba y Mendoza. En todas las demás continuaron gober-
nando los tenientes gobernadores y los comandantes,
como hasta entonces. El triunvirato no tuvo que alte-
rar, pues, la constitución de los poderes sino en Córdoba
y en Mendoza, restableciendo en aquélla la gobernación
y en ésta la tenencia.
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332
BOSQUEJO HISTÓRICO
CXU.» Lft raceUii eipaiol» 4« ISIS
El Triunvirato se consagró, desde los primeros dias
de 1812, á satisfacer las necesidades de la guerra por
la independencia y á organizar la administración. Con-
fiscó los bienes de los españoles ausentes, reglauientó
la Justicia» hizo sustituir la escarapela española por la
blanca y celeste en los ejércitos» abolió el uso de pasear
en lo futuro el estandarte real durante las solemnida-
des, inau^'-uró la bibiioteca publica, prohibió la impor-
tación de esclavos y declaró libres á todos los que desde
un aflo después pisasen el territorio de la república,
nombró gobernadores intendentes y tenientes goberna-
dores para las provincias, etc. (Enero á Junio). Lógico
habría si<l'> que cambiara por unitarios los jefes Ron-
deau y Artigas que la Junta federal había mandado á
la Banda Oriental como representantes agentes de su
sistema político. Se abstuvo, sin embargo, de nombrar-
les sustitutos. Ii:ual lolerancia oljservó en otros i)untos.
Eutreianto los caliildos del interior habían nombrado
y enviado representantes á Buenos Aires, para que
compusiesen una Asamblea provisional de las Provin-
cias Unidas. El 4 de Abril se reunieron 33 de Buenos
Aires y 11 provincianos, y la asamblea se instaló, dán-
dose á sí la calificación de suprema. El Triunvirato,
que miraba con desconfianza la intervención de las
asambleas en los negocios públicos, porque pensaba que
debilitaría el vigor que la guerra necesitaba, no pudo
tolerar qne la de Abril se denominase su[)rema es
decir, superior al Triunvirato, y decretó á los tres días
la disolución de aquel cuerpo, prometiendo al país que
inmediatamente convocaría otra asamblea. Esta pro-
mesa se cumplió en Junio. Los cabildos fueron solicita-
dos de que enviasen diputados con poderes bastauíA^s
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D£ LA REPÚBLICA 0RI£1<ITAL D£L URüaUAY 333
para formar un plan de elección sobre la base de la más
perfecta igualdad pulítica, para señar la fecha en que
se reuniría el Congreso, y pai-a aprobar tratados inter-
nacionales.
Este programa, si no podfa satisfacer las tendencias
democráticas del pueblo, puesto que el Triunvirato se
reservaba la omnipotencia legislativa y ejecutiva en ios
asontos nacionales; tampoco debía impresionar bien á
los españoles por el concepto de que la futura asamblea
tuviese poderes ^ para concluir y sancionar tratados
internacionales porque imfiortnha, no ya organizar
una situación tempoi'aria de colonias sometidas á
España ó al Rey» sino acentuar el carácter definitivo
de estado independiente [que había asumido la revolu-
ción desde 1810. Este propósito, pública y solemne-
mente manifestado, serviría para justificar trabajos
internos dirigidos á restaurar el dominio de los espa-
ñoles.
Pero esos trabajos existían desde antes. Se había
concebido el plan de que Goyeneche corriera de
Norte á Sud, de que los españoles residentes en Buenos
Aires se pronunciaran en momento oportuno, y de que,
cooperando las fuerzas de Montevideo, se asegurase el
triunfo y se escarmentase á los americanos de estas
regiones como Goyeneclie hal)ía escarineatudo á los
del Alto Perú anteriormente. Goveneche comenzó sus
movimientos en Mayo, operando con éxito sobre Cocha-
bamba, pero retardando su marcha al Sud. La coope-
ración de Montevideo fué anulada por el armisticio de
Abril. Los peninsulares de IUilíios Aires quedal>;in,
pues, tii una situación desventajosa. Sin embargu se
resolvieron, bajo la dirección de don Martin de .Vlzaga,
á sorprender á la guarnición y á deponer el gobierno,
en cuanto los preparativos estuviesen terminados. Un
negro, esclavo de uno de los comprometidos en la con-
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334 BOSQUEJO HiSTuKlCO
juración, denunció el proyecto el 1/ de Julio. Los cons-
piradores fueron presos. Alzaba y rj7 cómplices, casi
todos del alto comercio, fueron fusilados, y desbaratóse
el proyecto de restaurar.la dominación de £spaüa.
CXUL — La Lugiü Lautaro, el Triluivimto j los íederaies en IbVi.
Los americanos residentes en Inglaterra y en España
habían constituido en aquellos países asociaciones
secretas con el fin de realizar la independencia de Amé-
rica y de establecer la república en los nuevos estados.
Llamábanse logias, y tenían el apelativo Lautaro. San
Martin» Alvear, Zapioia y otros argenünos, residentes
entonces en España» pertenecían á la Logia Lautaro,
Así que esos personajes vinieron á Buenos Aires (9
de Marzo de 1812) fundaron otra Logia Lautaro, en la
cual ingresaron personas de significación política. La
Logia se aplicó activamente á influir en el gobierno y
en el ejército, ó mejor dicho, á dirigir sus actos, ya
íbera atra^^endo á su comunidad á los que ejercían altas
funciones, ya fuera haciendo ocupar estas funciones
por sus afiliados, ó trabajando en el ánimo de gober-
nantes y jefes militares, á manera de consejeros ofi*
ctosos.
La Logia no conseguía, empero, asegurar su prepon-
derancia en los actos gubernauvos. Uno de los triunvi-
ros se inclinaba en favor de los federales y otro (Sa-
rratea) dejaba su puesto por haber transcurrido el tiempo
de su cargo. £1 6 de Octubre se reunió la Asamblea
convocada en Junio. Había en ella representantes uni-
tarios V federales : v como éstos no alcanzaran á com-
poner mayoría, negaron entrada á dos diputados del
otro partido por conseguirla. Dominantes los federales
en la Asamblea por este acto, era seguro que reempla*
zariau al triimviro saliente por uno i^ue pensase como
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 335
ellos ; y, por consecuencia, que volverían á regir en las
dos ramas del gobierno general los hombres del aüo
once. Así sucedió.
La Logia se resolvió entonces á imponerse por la
flierza, ya que contaba con la adhesión del cabildo, de
los jefes militares y de una parte del pueblo. San
Maríín, Alvear, Pinto, Ortiz Ocampo y otros hicieron
marchar las tro|)as á la plaza de la Victoria cerca de
inedia noche (8 de Octubre) ; concurrieron además el
ayuntamiento y ^^^rupos de pueblo, y, todos de acuerdo,
dirigidos ó estimulados por Monteagudo, depusieron á
la Asamblea v á los triunviros v coiistuuvcron nuevo
triunvirato (Passo, Rodríguez Peña, y Alvarez Fonte).
El nuevo gobierno se apresuró á convocar la asamblea
nacional en condiciones más aceptables que las que
hasta entonces habían regido. Decía en su manifiesto
que *í el eterno cautiverio de Fernando VII había hecho
desaparecer los últimos derechos de España La
incertidumbre política había « hecho flotar de un
gobierno provisorio en otro »», creando odios y descon-
fianzas. El mantenimiento de la república requería la
reforma general de la administración y era tiempo do
que el pueblo, ejerciendo libremente sus derechos»
deliberase acerca de su flitura suerte. En vez de enco-
mendar á los cabildos, como hasta entonces, la elección
de diputados, se mandó que cada ciudad, dividida en
ocho secciones, ehgiese popularmente y en voz alta
ocho representantes, y que éstos, á su vez, nombrasen
de acuerdo con el ayuntamiento, los diputados que
habían de ir á la Asamblea. Estos diputados tendrían
poderes ilimitados para constituir la nación según la
voluntad del pueblo.
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.33G
BOSQUEJO HISTÓRICO
CXLm. — EX gobierno unitario y la oposieién íederai
de 1813 á 1815
La Asamblea general constituyente se instaló con
mayoría de unitarios el 31 de Enero do 1813 y procedió
.desde luego como poder legislador de un estado inde-
pendiente y libre, sin que el Triunvirato le pusiera
reparos por tales atribuciones, Duiaate este año abolió
el Tribunal de la inquisición, declaró al estado indepea-
«diente de toda autoridad eclesiástica extranjera y pro-
hibió que profesasen en órdenes religiosas hombres ó
mujeres menores de 30 años ; creó la moneda nacional
4e oro y plata, declaró feriado el día 25 de Mayo, y
aprobó la marcha patriótica escrita por López , abolió
los títulos de nobleza y mandó arrancar del frente de
las casas las armas y demás distinciones que la signifi-
casen ; declaró libres á todas las personas que naciesen
•ó residiesen en el territorio de las "Provincias Unidas,
prohibió el uso del tormento é hizo quemar por el ver-
dugo, en la plaza» los instrumentos que se empleaban
^n darlo ; reglamentó la enseñanza de los libertos y pro-
liil)ió que en las escuelas se aplicase la pena de azotes ;
promulgó un Estatuto por el cual organizó el poder
ejecutivo.
En el mismo año (29 de Noviembre) fueron separados
.de la intendencia de Córdoba los territorios de Mendoza,
San Juan y San Luis, para constituir la nueva intenden-
cia de Cuyo. Sus autoridades principales residirían ea
Mendoza*
Entretanto las provincias se mostraron inquietas 6
-desordenadas. En la intendencia de Salta, en que se
comprendían las teniente -gobernaciones de Jujuy, Cata-
marca, Tucumán, y Santiago del Estero, los gauchos,
armados por la necesidad de contener á los españoles
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DE LA RE1>ÚBL1€A ORIE^ÍTAL DEL URUGUAY 337
en el Norte, alimentaban las pasiones de candillos tan
bárbaros como ellos, que obedecían las órdenes del
coronel Martín Miguel de Güemes. En la intendencia de
Córdoba los gobernadores se ven forzados desde 1811 á
luchar sin tregua con los federales, á quienes dirige el
deán Funes, hasta que en Junio de 1814 una revolución
derroca al intendente y declara que no quiere depender
en lo futuro del gobierno nacional. La insubordinación
federal de Córdoba se extiende á la intendencia de
Buenos Aires, y estimula á Artigas y demás caudillos
para aliarse y marchar contra la capital de la Repú-
blica, hala^nindo la vanidad y la ambición del primero
con el título de protector.
Mientras se vencía á los monarquistas de Montevideo
y en los meses subsiguientes, los federales estuvieron
en guerra encarnizada con el gobierno nacional en toda
la intendencia de Buenos Aires, como lo estaban en
Córdoba. En Corrientes derrocaron al teniente-gober-
nador, reunierou un congreso })ruviucial,y se declararon
separados de la autoridad central bajo el protectorado
de Artigas (1814). Los que se distinguieron en las peri-
pecias de esta campaña fueron el coronel Juan Bautista
Méndez, los caudillos Blas Basnaldo, Cano y Antonizo,
y el coronel Genaro Perugorría, delegado y represen-
tante de Artigas, á quien éste hizo dar muerte por
haberse convertido á la causa del Directorio.
En Entre Ríos descolló, entre los secuaces del regio-
nalismo, losé Ensebio Herefiú. Los gauchos y los sal-
vajes lo hicieron su caudillo. Se sublevó contra la auto-
ridad central. Habiendo el tenienfe-f»obernador do
Santa Fé (general Eustaquio Díaz Véiez) recibido orden
de someterlo, tuvo Hereñá la fortuna de salir victoríosot
y tras el triunfo hizo declarar ambas regiones indepen-
dientes de la autoridad de Buenos Aires y semetidas al
protectorado de Artigas (Marzo de 1815).
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338 BOSQUEJO HISTÓRICO
En la Banda Oriental Artigas, que ya en 1811 come-
tiera el acto inhumano de llevar tras de sí violentament/í
toda la población de su provincia (14 ó 15 mil personas
de todas edades y sexos) al retirarse á Entre Ríos caando
se levantó el primer sitio de Montevideo, qae había
tenido graves desavenencias con el gobierno nacional,
que había hostilizado al ejército que vonía á sitiar por
segunda vez, en lsl2, á los realistas de Montevideo,
que había expulsado durante este sitio de acuerdo con
Rondeau, al unitario general en jefe Sarratea, que luego
había qiici ulo inq)oner su voluntad en la elección de los
diputados para la Asamblea constituyente, que poco
después desertara con sus secuaces del ejército patñota
abandonando los puntos que ocupaba eñ la línea de
asedio (181.3), mancomunó sus esfuerzos con los caudi-
llos de Comentes y Entre Ríus y envío sobre la plaza
uruguaya tomada por Alvear á sus tenieníes Rivera y
Otorgues para que siguieran aquí la campana comenzada
en Córdoba. En esta ocasión fué derrotado Otorgués
primeramente por Alvear y después por Dorrego ; pero,
éste lo fué á su vez por Rivera en Oiiayai^os (Enero de
lsi5). Solicitada la acción del gobierno de tantos puntos
ajjartados, y careciendo de tropas para acudir á todos
á la vez en sostenimiento de su autoridad y del orden,
mandó que las de Montevideo evacuasen la plaza y se
retirasen á Buenos Aires (23 de Febrero).
Es decir que Ins huestes federales de las intendencias
de Córdoba y de Buenos Aires dominaban la mayor
parte del territorio al comenzar el año quince, y se
hablan puesto de acuerdo, bajo el protectorado de Arti-
gas, para coinl)atir á los unitarios (|ue ejon'ían el
guhiei [i » nacional, hasta vencerlos en el mismo centro
de su poder, la capital argentina.
Á este estado de los asuntos internos se agregaba,
como se recordará (CXXXIII), que ios ejércitos que sos-
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I>B LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL tJRÜOUAY 339
tenían en las intendencias del Norte la guerra con los
realistas venían sufriendo una serie de terribles desas-
tres desde Octubre de 1813, que permitieron al general
Pezuela avanzar triunfalmente h;ist;i Salta. El i^^nhierno
de las Provincias Unidas se reconocía, por lo mismo,
impotente para resistir á la vez á la dominación de
Espafia y á la prepotencia de las clases bárbaras del
pueblo. Como si estas desgracias no flieran bastantes,
se produjo honda división en la Logia Lautaro,
siguiendo una parte al ambicioso Alvear, y otra parte
al sesudo San Martín, pues ambos se enemistaron por
la diversidad de sus opiniones y de su carácter, y flié
necesario que el último aceptase el mando del ejército
del Norte y lue^o la gobernación de Cuyo, para que el
otro obrara sin desvirtuar sus móviles patrióticos por
las sugestiones de la rivalidad*
Resuelto, sin embai^ de tantas desgracias, á agotar
los esfuerzos en favor de la libertad y del orden, la
Asamblea abolió el triiinviralo y concón Iró el poder
ejecutivo en un solo director (22 de Enero de 1814) que
lo fué desde luego don Gervasio Posadas. Se pensó que
con esta medida seria más enérgica y rápida la acción
del gobierno. Además se decidió disminuir la jurisdic-
ción territorial de los cfobernadores intendentes, ya
porque así cumplirían éstos mejor sus cometidos, ya
porque se restringiría en extensión y en ñierza el influyo
de los caudillos regionales. Así, pues, se separaron de
la intendencia de Buenos Aires, formando con ellos
otras tantas intendencias, el territorio de la Banda
Oriental (7 de Marzo do 1814), el de Entre Ríos (10 de
Septiembre) y el de Ck>nientes (en la misma fecha); y
se separaron de la intendencia de Salta los de Tucu-
mán, Catamarca y Santiago del Estero, para formar la
provincia de Tucumán (8 de Octubre).
Pero, como estas medidas no impidieron que los gau*
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340
£OSQU£JO HISIÓRIOO
chos y salvajes triunfaran en las provincias reciente-
mente creadas, y como ya se tenían noticias de que en
España se aprestaba una fuerte expedición de 15 mil
hombres destinada al Río de la Plata (la misma que
después tuvo que ir á Venezuela — CXXXI) y mandada
por el famoso general Morillo, los poderes públicos
nacionales perdieron la esperanza de que el país se
salvara por sus propias ñierzas, y á caer de nuevo bs^o
el poder absoluto de los reyes españoles prefirieron
deber la indei»endencia á las potencias europeas, aun-
que fuera á condición de regirse por una monarquía
constitucional. De ahí que Rivadavia y Belgrano fuesen
enviados á Europa en Agosto (1814) para negociar la
independencia con Inglaterra y con España á la vez.
En guerra el país con propios y extraños, se juzgó
que operaciones tan múltiples, desarrolladas en tan
vasta zona, requerían una suprema dirección militar.
Renunció Posadas su empleo en Enero de 1815 y vino
Alvear á reemplazarle cuando apenas contaba 28 años
de edad. Más violento que reflexivo, y bastante orgu-
lloso para no pedir ni oír consejos, á pesar de su inexpe-
riencia, apartó á San Martín de la intendencia de Cuyo,
en donde preparaba su gloriosa expedición al Pacífico,
lanzó un decreto severo contra Artigas, amenazó con la
horca á los que alterasen el orden público, llamó á las
armas á todo el pueblo, y mientras mandó un ejército
contra las montoneras victoriosas de Córdoba, de Santa
Fé y Entre Kios, que b^jo las órdenes de Artigas se
encaminaban á Baenos Aires, se dirigió al Gobierno de
Inglaterra manifestándole que el Río de la Plata quería
pertenecer á la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obede-
cer á su gobierno, vivir traoquüamente ai amparo d&
su protección.
1
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D£ LA REPÚBLICA ORIBNTAL DBL URUOÜAT 341
CtXLiy. ^ Las subleTaelones de TTQamnngra j FonteziélM» J la
itfolaeiéM federal de ¿nme Aires USl^i
Habiéndose pensado á fines de 1814 en nombrar á
Altear para que mandase el ejército del Norte, que
estaba bajo las órdenes de Rondeau, y temiéndose que
no lüera bien recibido, envió el Gobierno varios jefes y
oficiales como para preparar una buena acogida; pero
el ejército se pronunció contra ellos en Tucumán y el
general en jefe dió orden de que se les tuviera presos.
Este hecho haré concebir que el nombramiento de
Alvear pai*a director del estado no habia de ser del
agrado de Rondeauly de los jefes que le seguían. Se
hallaba el ejército en Huamanga (Perú) cuando recibió
la noticia. Allí mismo declaró que le negaba su recono-
cimiento; es decir, que no se sometía á su autoridad
(30 de Enero de 1815).
Por su parte la división enviada al encuentro |de los
montoneros aliados mandados por Artigas, que de Santa
Fé se dirigían á la capital de las Provincias Unidas,
según liabía propuesto Córdoba, se sublevó al llegar á
Fontezuelas (provincia de Buenos Aires) obedeciendo
á los coroneles Ignacio Álvarez Tbomas y £usebio Val-
denegro, quienes hicieron causa común con los federa-
les (12 de Abril). Dos días después intiiiiaron al gene-
ral Alvear que renunciase el mando. El 15 el cabildo
y los federales de la misma capitad apoyaron á los suble-
vados de Fontezuelas ; y Alvear, viendo armados en
contra suya al ejército y al pueblo, abandonó el poder
el día 18. La Asamblea se disolvió enseguida.
Convocóse inmediatamente en la ciudad una asrim-
blea, y ésta, coi^untamente con el cabildo, nombró al
general Rondeau para que desempeñase el empleo de
director, designó al coronel Álvarez Thomas para que
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342 üusguKJO HISTÓRICO
lo ctferciese mientras no viniera el nombrado, y consti- |
luyó una Junta de observación con facultades constitu- i
cionales y le^rislativas (20 y 21 de Abril). I
En los días subsiguientes el cabildo de Üuenos Aires
lialagó á Artigas con los títulos de ilustre y benemérito;
el gobernador aliado de Córdoba le envió una espada
de oro cubierta de pouijíosas inscripciones; el director
intei iiio iiizü apreJicader y en^TÍllar, por coiii placerle,
á los unitarios más caracterizados que habían íigurado
en él primer directorio y en la asamblea, y la Junta de
observación se ocupó de redactar un Estatuto provi-
sional PARA LA DIREOCIÓN Y ADMINISTRACIÓN DEL
ESTADO, en coniuiULudad cou las doctrinas del federa-
lismo.
CXLY. - La MMtttmMa éb im
Las sublevaciones militares no merecen a[)rol)ación
en ningún caso, porque nada hay más sometido por su
naturaleza á la ley de la obediencia, que el ejército. Los
que sirven en él deben tener ciencia é inteligencia para
cumplir las órdenes que reciben directa ó indirecta* ^
mente del Poder ejecutivo, pero no para juzgar el
acierto 6 desacierto de esas órdenes, y menos para I
rebelarse contra ellas. El ejercito no es un poder polí-
tico; los militares que en él sirven no pueden ni deben
ocuparse de política; el militar que quiera ser político
debe renunciar antes el empleo que tenga en el ejército.
Esta es la buena doctrina. Su infracción es indisciplina,
y nada liay tan funesto como un ejército indisciplmado, ,
aun cuando pueda suceder alguna ves que un acto de .
insubordinación salve momentáneamente de un peligro. '
Las sublevaciones de Huamanga y de Fontemelas
fueron actos vituperables, tanto más cuanto que,
habiendo sido consumados por tropas regulares, fomen-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 343
taban y en cierto modo autorizaban los desórdenes de
las milicias campesinas, compuestas de gauchos y de
salv£yes. Debe decirse, empero, no como justificación,
ni como atenuación del delito, sino como simple aseve-
ración de un hecho, que la sublevación de Fontezuelas
tuvo, al lado de su faz mala, la de haber su[)rimido el
motivo de que las muchedíimhiv's bcárl)aras que seguían
á Jos caudillos coligados bajo iu dirección política de
los cordobeses y la jefatura militar de Artigas conti-
nuaran su marcha devastadora hacia Buenos Aires, y
la de haber dado ocasión á que vinieran al |)oder indi-
vidualidades cultas, en vez de las sirnestras que lo
habrían tomado, si hubiesen sido los campesinos quie-
nes entraran en Buenos Aires y constituyeran las nue-
vas autoridades.
Debido á esta circunstancia, pudo componerse la
Junta conservadora con personas ilustradas y promul-
garse poco después (5 de Mayo de 1815) una constitu-
ción, no perfecta, pero sí notable y plausible por más
de un concepto.
Componíanlo 8 secciones, en las cuales se trataron
latamente estas materias : de los derechos y obligacio-
nes de los individuos, del poder legislativo, del poder
csfecutivo, del poder judicial, de las elecciones y fluicio-
nes electivas, del ejército y la armada, de la seguridad
individual y la libertad de imprenta, y de la Junta de
observación.
Todos los habitantes, fueran nacionales ó extranjeros^
gozarían de estos seis derechos : la vida, la honra, la
libertad, la igualdad ante la ley, la propiedad y la
se^ruridad, y dcl)erían respetar la religión católica
apostólica romana, que sería la del estalo. Todos los
temires, mayores de 25 años, nacidos y residentes en
el país, serían ciudadanos activos y pasivos. Gozarían
de la ciudadanía activa todos los extranjeros (menos los
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344 BOSQUEJO BISTÓaiCO
españoles) mayores de 25 años, con 4 6 más años de
residencia en el país, que tuvieran propiedad inmueble
óalg'una prole.MÓn útil y supiesenleeryescribir; y podrían
ser elegidos para tercer luiciones públicas, no siendo
las de gobierno, desde que tuvieran 10 años de residen-
cia, y aun para las de gobierno, si renunciaran á toda
ciudadanía extranjera. Toda autoridad que privase de
un derecho político ilegalmeute incurriría en la pena del
tallón. £n cambio todo hombre estaría obligado á
someterse completamente á la ley y á obedecer, honrar
y respetar á los flincionaríos públicos.
El i>oder le«?¡slativo residía originariamente en el
pueblo. Lo ejercería en nombre suyo la Junta de obser-
vación, en lo que fuera más urgente, hasta que se reu-
niera el Congreso general de las provincias, en la ciudad
de Tucumán.
El poder ejecutivo sería desempeñado en todo el
teiTiiorio por un director del estado, elegido todos los
años. Le incumbiría, entre otras cosas : el mando y
oiiganización de las ñierzas de mar y tierra ; la conser-
vación del sosiego público ; la administración de los
fondos ; d nombramiento de sus ministros, de agentes
diploma lieos y consulares, y de jueces ; el fomento de
las industrias; el negociar y concluir tratados. No
podría disponer ninguna expedición militar íbera de la
provincia, sin previo consentimiento de la Junta de
obser\ ación, reunida con el Cabildo y el Tribunal del
consulado.
El poder judicial seria desempeñado por los tribunales
y jueces ya instituidos.
ferian elegidos : el dii^ector del estado, los di|in lados
que formaran el congreso general, los cabildos, los
gobernadores de provi^ieia y los individuos de la Junta
de observación. £1 pueblo elegiría directamente cierto
número de electores, y éstos, reunidos en asamblea.
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DE LA REPÚBUCA ORiENTAL DEL URUGUAY 345
designarían los flmcionarios. Los tenientes^bomado-
res serían nombrados par el director, de una terna que
le presentaríii el cabildo de la capital de provincia.
Las fuerzas de mar y tierra serían administradas
segrün disponían las ordenanzas. Pertenecerían á la
milicia cívica todos los habitantes amerieanos» aiü como
los exira^eros que tuviesen más de 4 años de residen-
cia en el país, desde que hubiesen cuinplicio 15 años de
edad, hasta la de 60. La fuerza armada obedecería al
Director ; pero soló á la Junia de obset^vación, desde
que ésta y el cabildo declarasen que aquél había clau-
dicado ó que obraba contra la salud y la seguridad del
estado.
Las acciones privadas de los hombres que no afecta-
ran al orden público estarían exentas de la autoridad
de los magistrados. Nadie estaría obligado á lo que la
ley no mandase clara y expresamente, ni privado de lo
que ella no prohibiese del mismo modo ; ni podría ser
penado, ni confinado, sin forma de proceso y sentencia
legal. Todo hombre tendría el derecho de resistir con
la fuerza la prisión de su persona ó el embargo de sus
bienes, si se intentaran ÍUera de orden 6 sin las forma-
lidades legales. El auxiliar esa resistencia no se repu-
ta! la criminal. Sería libre iu manifestación escrita del
pensamiento.
La Junta de observación se compondría de 5 vocales.
Éstos serían inviolables, estarían exentos de toda auto-
ridad, y sus flinciones durarían todo el tiempo que las
del director del estado.
Basia el resumen que acabo de hacer para que se
comiu^eada el valor doctrinal de la constitución de 1815.
Ninguna 6 casi ninguna de sus disposiciones sería anti-
cuada hoy en día, á los ochenta afios de haber sido
promulgada ; muchas merecen todavía el juicio de avan-
zadas ; algunas han de parecer de un radicalismo atre-
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346 BOSQUEJO HiSTÓKICO
vido, y no faltan arttcnlos que los pueblos más liberales
miranan como innovadores y peli^n^osos. He escrito eon
bastardilla los que me parecen más dignos do atención.
Esto demuestra cuanta era la ilustración jurídica de los
autores, y cuan liberal su criterio político.
Sin embargo, el trabajo revela que no tenían un con-
cepto perfecto de la federación, á pesar de su ciencia.
La federación es un organismo de estados, regido por
dos principios fimdamentales. — l.« Cada estado fede^
rodo es autónomo respecto de todo lo que ^ él solo le
iiitcresa de modo |)articular. Su puel)lo atiende á sus
necesidades peculiares, según su opinión y su voto por
medio de un poder que constituye, de otro que legisla,
de otro que ju^a, de otro ú otros que desempeñan las
demiás clases de fbnciones administrativas. — 2.* Los
intereses comunes á todos los estados federados son
satisfechos por autoridades igualmente comunes; es
decir, por un poder constituyente, por un poder legis-
lador, por otro judicial, por otro ejecutivo; cuyos pode-
res son federales, porque el estado complejo que forman
los federados es un estado federal. — En este sistema
cada estado federado es independiente de los otros y
del federal en cuanto á su organismo interno atañe;
pero depende del estado federal en cuanto interesa á
la comunidad de la federación.
Ahora bien: la constitiición del año quince consagra
los principios federativos en cuanto organiza los pode-
res generales y estatuye que cada provincia elegirá el
gobernador que desempeñe el poder ejecutivo de la
misma ; pero no los consagra en cuanto omite las fun-
ciones constitucionales, las legislaturas y los poderes
judiciales de provincia y dispone que los teniente-gober-
nadores sean nombrados por el director, lo que ímpor"
taba crear poderes antagónicos con los del gobernador.
Esa constitución es en parte federativa ; pero tiene más
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DE LA HEPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 347
de unitaria. Si la asamblea unitaria derrocada la
hubiese dictado, sería una expresión de sus principios
ligeramente ruud i lirados por dar á los caudillos la satis-
facción de sei- ^olipniadores de sus provincias; pero,
dictada por unu junta revolucionaria que proclamaba
la federación, revela: ó bien que los mismos federales
ilustrados temían que su sistema político diera ñmestos
resultados si se adoptaba netamente, ó que no se tenía
todíivía entonces idea exacta de lo que era la federación.
Lo que interesa ver ahora es cómo cumplieron las
proyincias y el gobierno central la parte federativa de
la constitución y cómo la parte unitaria,
Cl^LTI* — Las prOTinHas durante el léglneii
íedenü. 1S15-17.
£1 director interino nombró para ministros de
gobierno, de hacienda y de guerra respectivamente: á
don Gregorio Tagle, político hábil, ílexible y poco
escrupuloso; á don Manuel obligado, y al general Mar-
cos fialcarce. El gobierno convocó la asamblea consti-
tuyente, retiró los poderes que Posadas y Alvear habían
dado á Rivadavia y á Belgrano para negociar en Europa
la independencia, y cediendo á exigencias del partido
vencedor más que á sus propias concepciones, nombró
una Comisión civil de justicia y una Comisión militar
qfecutíva para que procesaran á los individuos del par-
tido contrario que de algún modo se hubieran distin-
guido. La primera desterró ó confinó á numerosos ciu*
dúdanos espectables por el solo hecho de haber sido
partidarios del gobierno vencido ; y la segunda proce-
dió de igual modo respecto de militares á quienes no
se les halló más delito que el de haber cumplido el
deber de ser fíeles al gobierno de quien habían depen-
didOy y aun llegó á hacer fusilar á uno.
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348
B08QUBJ0 HISTÓRICO
. Se tuvo la esperaiusa de que cesara ó disminuyera el
desorden de las provincias, y se confirmó al ver qm
Artigas, el más implacable, turbulento y temible de
todos los cau lillus, cuyo poder había llegado a :su ajx)-
geo por la uiuóii de las cuatro provincias y la teniente-
gobernación que habían reconocido su protectorado,
enviaba desde su cuartel general de Santa Fé «< al muy
benemérito pueblo de Buenos Aires » una proclama en
la cual procura l)a jusficar su conducta pasada, le daba
la enliorabuena y haría votos porque »• nada fuese capaz
de contrariar la unión de todas las provincias « y en lo
futuro no se viese en todos otra cosa que x una sola
gran familia de hermanos (29 de Abril). »
Sin embargo, no sucedió así. Aunque en la provincia
de Tucumán siguió írobernando el general Araoz por-
que, si bien nombrado por Posadas, se adhirió á la
causa federal» la provincia íUé agitada por el levanta-
miento del coronel Juan Francisco Borges. Este caudillo
depuso al teniente-gobernador de Santiago del Estero,
ocupó su lugar y negó obediencia al gobernador Araoz
(Diciembre de I81G). Belgrano, que mandaba á la sazón
el ejército del Norte y era capitán general de las pix>vm-
cias que librase del poder de los españoles, tuvo que
marchar 'contra Borges. Lo venció y lo hizo juzgar.
Se le castigó con la última pena.
En la provincia de Salta asumió el gobierno el cabildo
{Mayo de 1815); pero el mismo día iué obligado por el
coronel Güemes á convocar al pueblo» y el pueblo, com-
puesto en su mayoría de los gauchos que seguían al
famoso caudillo federal, lo proclamó gobernador. Lo
irregular de esta elección no impidió que gozara el poder
hasta i>ocos días antes de su muerte, ni que lo ejerciera
con absolutismo desenfrenado, aunque reconocieodo que
su provincia pertenecía á la Unión y conservando con
las autoridades, nacionales tratos tan cordiales como
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DB LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 349
ñieran compatibles con su natural indisciplina, con su
arbitrariedad y con suis torpezas.
La revolución federalista había llevado al gobierno
de Córdoba al coronel José Javier Díaz, quien se creyó
segforo en él, durante algunos meses, por contar con la
protección de Artigas. Pero se encontró con que la
toniente-gol)ernación de la Rioja no le obedecía, sino
que 8edeciara))a se[)arada de su dependencia. Ck)nsiguió
que el capitán José Caparrós» de acuerdo con una firac^
ción del pueblo, depusiera al teniente-gobernador
(Abril de 1816); mas éste no tardó en recuperar el poder
y se conservó independiente del gobierno provincial.
Algunos meses después (Septiembre) el mismo Díax
tuvo que luchar con el comandante Juan Pablo Bulnes,
y (taé vencido. Las autoridades centrales nombran
entonces para sustituirle á don Ambrosio Funes. Bulnes
le resiste, mas el nuevo gobernador triunfa jí fines del
mismo aüo, el tederaiismo y el protectorado de Artigas
se interrumpen, y vuelve entonces la Rioja á la sumi-
sión del gobernador (Diciembre de 1817).
Se eligió el gobernador intendente de la provincia de
Buenos Aires á los quince días de promulgado el esta-
tuto, y el elccLo permaneció en el puesto los tres auos
que esa constitución sellalaba. Pero no porque la pro-
vincia hubiese estado en paz. £1 día anterior á la elec-
ción el coronel Valdenegro y el mayor Enrique Martí-
nez intentaron ua motín militar contra el comandante
de armas y los generales Viamunt y Díaz-Vélez ; j>pro
fueron aprehendidos y desterrados. También en Santa
Fé eligió el pueUo el teniente-gobernador poco después
de publicado el estatuto, cuya elección recayó en el
mismo que desempeñaba interinamente las funciones,
(Fraricisco A. Candioti), federal decidido que tuvo per-
maneatemente enarbolada la bandera separatista. SI
cabttdo entabló comuDicaciones con el director, dis*
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350 B06QUBJO UISTÓRIOO
puesto á emanciparse del protectorado de Artigas,
cuyas milicias habían infundido temor en los habitan-
tes, y consintió en que viniesen fuerzas de observacióa
(1500 hombres) destinadas á contener á los revoltosos
(Agosto) ; por manera que tanta Inquietud inspiraban los
federales campesinos al gobierno de su partido, como
habían inspirado al unitario.
Habiendo fallecido el teniente gobernador, se eligió el
sustituto; se hizo arriar la bandera de Gandioti, y se
cambió el personal de la administración. La situación
parecía modiíicada en el sentido de sacudir la prepoten-
cia de Artigas; pero en Marzo del año siguiente (1816)
se sublevaron dos compañías enviadas contra los indios,
de una de las cuales era teniente Estanislao López.
Estas fuerzas se reunieron con otras que Artií^^as liabía
enviado desde Entre Ríos y todas, obedeciendo órdenes
de Mariano Vera, á q^ien proclamaron teniente-gober-
nador, sorprendieron al teniente-gobernador y al gene*
ral Yiamont, jefe de la fuerza de observación, obligando
al primero á huir y al segundo ácapiíul,M¡ .
El direolorio nombró entonces al ^'^cueral Beigrano
para que con nueva división obrase sobre Santa Fé.
Belgrano, prefiriendo un avenimiento á la guerra,
encomendó al general Díaz Vélez que tratase con Vera ;
y eíeniv.iiiiente se puso de acuerdo, i)ero para sulile-
vai'se contra Belgrano y contra el Director, cuyo pacto
se firmó en Santo Tomé (iTde Abril). Belgrano ñié
preso; las tropas se adhirieron al tratado, y Álvarez
Thomas renunció el poder.
La Junta conservadora y el cabildo nombraron enton-
ces al brigadier Antonio González Balcarce. El tratado
de Santo Tomé íüé ratificado; pero no por eso hubo paz
con los federales ariiguistas de Santa Fé, pues el mismo
Díaz Velez tuvo que marciiar 'M)[Ura rl L,^obernador
Vera, quien llegó á la capital de la teniente-gobernación,
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DE LA RfiPÚBUGA. ORUSKTAL D£L URUGUAY 351
luchando con dificultades de todo género (Agosto);
mas también filé obli¿^cido á retiraise y á sufrir pérdi-
das. Los veucedores, cuyo director militar fué Estanis-
lao López, cometieron numerosas crueldades durante
esta campafia y aun después del triunfo.
Es decir que los federales de la teniente-gobernación
de Santa Fé estaban divididos en aríigimlas y eii ciíUi-
artiguistas. Los mismos artiguistas no estaban confor-
mes con Artigas en cuanto á los vínculos que los liga-
ban. Aquéllos miraban á éste solamente como aliado
protector ; éste entendía que debían estarle absolutamente
sometidos. De esta diferencia de conceptos nació (iurante
la'campaña que acabo de referir un episodio que demues-
tra bien el sentimiento del pueblo santafesino y las pre-
tensiones del caudillo uruguayo. Proclamado Vera
teniente-i;^( íbemador por las tropas sublevadas, recibió á
un cüjnisioiiado de Artií^as, don Ramón Toribiu Fernán-
dez, que exi-jrio en iM^mbre del Protector que Vera impu-
siese una contribución al pueblo y se la diese juntamente
con la artillería, fusiles, tercerolas y demás armas que
el general Viamont había dejado al capitular. Como su
demanda no fuese atendida, redujo á prisión al Goberna-
ilor, lo remitió al Paraná, ordenó á Hereñú que Ic
remachase una barra de grillos y lo pusiese en un cala-
bozo, por rebelde á las órdenes del Protector, y al día
siguiente convocó al pueblo para que eligiese otro
teniente-srobernador (í) y 10 de Mayo de 1816). Pero el
j>ueblo se reunió armadt» para imponerse al comisionado
de AiHigas, á quien exigió que hiciera regresar á Vera
en completa libertad. Fernández, amedrentado, obede-
ció y Vera fué recibido el día inmediato por el pueblo,
y aclamado con estrépito.
Hereñú asumió la p:obornarión de uiui parte de la
provincia de Hntre Ríos en 1815, y la ejerció con la
protección de Artigas hasta Diciembre de 13171 desde
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352 BOSQUEJO HISTÓRICO
la ciudad de la Bajada del Paraná. Le obedecían otros
caudüius entrerriaiios secuadarius, tales C( «mo Evaristo
Carriego, Gervasio Correa y Gregorio Samaniegro, que
tercian su poder semi-autónomo hacia el Sud. Sa
dominación fhé combatida por el directorio federal
mientras estuvo cu Santa Fé el general Dkxz \*élez, pues
éste mandó contra él una división bajo las órdenes del
coronel Federico Hoimberg ; pero Hereüú resultó vence-
dor é intervino luego en la rendición del general. Desde
entonces no sufrió persecuciones del directorio federal ;
pero sí la rivalidad de Francisco Ramírez, caiidillo de
la Concepción del Uruguay, y la prepotencia avasalla-
dora de Artigas, quien disponía de las personas y de
las cosas de Entre Ríos para sus empresas como si le
pertenecieran. Hereñú y sus tenientes ya nombrados
llegaron á considerar con mayor aversión el despotismo
del Prot-ector desde que éste hizo nombrar al coronel
José Francisco Rodríguez para gobernador. Entonces se
decidieron á emanciparse de él en cuanto hubiese oca-
sión favorable. Se presen t<') cuando los portugueses
invadieron la Fíanda Oriental (CXXIX). Ol'liirado Arti-
gas á contraer toda su fuerza á la defensa de su provin-
cia, y debilitada por lo mismo su acción exterior desde
los desastres del Arapey y del Catalán, creyeron fácil
Hereñú y sus secuaces pronunciarse contra la domina-
ción del caudillo oriental, reconociendo la autoridad
del directorio. Este pronunciamiento se verificó en
Diciembre de 1817, apoyado por flierzas nacionales;
pero no estuvo destinado á tríuníár, como se verá
poco después (CXLVIII).
También en la provincia de Corrientes se sucedieron
las revueltas durante el régimen federal. Baaoaldo había
nombrado un gofomiador en 1816. Á éste sucedió otro
en el mismo año. Fué depuesto á su vez por los antí
artiguistaSy pero volvió al poder inmediatamente. Le
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U RBPtiBLIGA. ORIENTAL BBL ORUaUAT 858
siguió en 1816 Méndez, artiguista. Los que no querían
la tutela del caudillo oriental le hicieron la guerra,
pero Alerón vencidos otra ves y sus Jefes enviados al
campamento de Artigas. Al ser repuesto, Méndea
ordenó, por obedecer á su Protector, que se forzara al
servicio de las armas á cuantos pudieran llevarlas,
mientras el indio misionero Andrés Tacuarv, llamado
también Andresito Arti^^as, y más comunmente Andre*
SÜO9 hüo adoptivo del Protector, hacía otro tanto en
las Misiones, disputando á los paraguayos el dominio
de este territorio. Todas estas fuerzas eran para el ser-
vicio de Artigas. Las indiadas reunidas en Corrientes
se coníiaron al mando del coronel José Francisco
Bedoya ; pero éste, en vez de emplearlas segf6n la volun*
tad de Artigas, 'se sublevó, depuso á Méndez, se puso
en comunicación con el gobierno nacional, convocó un
congreso de correntinos é hizo confirmar el nombra-
miento de gobernador que ya babía recibido de sus sol*
dados (1817).
Por su paurte la provincia oriental soportaba pruebas
no menos duras. Vencido Dorrego en Guayabos, y
abandonada la plaza de Montevideo por las tropas nacio-
nales, entró rn ella Oiorgués y se arrogó ei mando. Los
actos de salvajismo que él y sus soldados cometieron
horrorizaron tanto á la culta población de Montevideo,
que Artigas tuvo que ceder al clamor de sus mismos par-
ciales sustituyéndolo por Rivera y enviando más tarde
á don Miguel Barreiro para que gobernase según sus
instrucciones y como deloí>'ado suyo.
Así que cayó el poder de los unitarios, el nuevo direc-
tor nombró comisionados para que tratasen la indepen-
dmcia de la Banda Oriental. Artigas desechó en abso-
luto la proposición de la independencia y opuso un
proyecto por el cual declaraba que la Banda Oriental
era una provincia argentina y estaría sv^eta á la cons*
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354 BOSQUEJO HISTÓRICO
titución que dictase el Congreso que pronto había de
reamarse, á la vez que exigía que las provincias de Cór-
doba, Entre Ríos y Corrientes, y la teniente-goberna-
ción de Santa Fé permanecieran l)i\jo la protección de la
provincia oriental y soiiietidas ~ á la dirección del Jefe
de los orientales » mientras voluntariamente no quisie-
ran separarse. Los comisionados del directorio federal
procuraron transigir repitiendo al día siguiente su pro-
puesta de que la Banda Oriental fuese independiente y
a^wgando (jue las pro\iiicias de Corrienies y Entre
Ríos quedarían en libertad para i tenerse b¿yo la protec-
ción del gobierno que quisieran. Pero Artigas, que no
quería la independencia de su patria y si la mayor can-
tidad de poder posible para imponerse en su [provincia
y ñiera de ella, rechazó también esta propui^si.i y que-
daron rotas las negociaciones (Junio de 1815). Esta
ruptura fué la que determinó al director Álvarez á man-
dar sobre Santa Fé la fuerza de observación que
comandó el general Viamont.
Los portugueses aprovecharon (\sta coyuntura para
invadir la Randa Oriental, como queda referido
(CXXXVI), y de ahí que en las Misiones, en Corrientes y
en Entre Ríos se apresurasen los caudillos artiguistas á
reunir indiadas para oponerlas al invasor del Urugaay.
Bl gobierno argentino propuso todavía arreglos á Arti-
gns, cou el íin de re|)eler iodos unidos los ejtu'ciios \K)r-
tugues'es, mas el caudillo incorregible pretirió la domi-
nación portuguesa al avenimiento con el gobierno nació*
nal, y ñié motivo de que la causa de la independencia
uruguaya quedase vencida en el decurso de 1817.
De lo expuesto se deduce que si los unitarios habían
sido impotentes para hacer respetar la autoridad de su
gobierno y para someter por la fuerza á las poblaciones
de las provincias antes de 1816, no füé menor la impo-
nencia de los federales ilustrados que se apoderaron del
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DE LA REPÚBUCA OKI£NTAL D£L URUGUAY 355
gobierno en Abril de ese año, como que Salta, Córdoba,
Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y el Uruguay no se le
subordinaron, ni se ocuparon de cumplir, siquiera fuese
aparentemente, las disposiciones del famoso estatuto
PROVISIONAL. Las pocas provincias que estuvieron en
buenas relaciones con el gobierno general no aprove-
ciiaiuu la paz para organizarse constitnrional ni arlnii-
nistrativamente, y á las otras les sirvió su separación
de hecho solamente para vivir en permanente estado de
guerra, y sometidas al cacicazgo de caudillos locales y
á la prepotencia arbitraria de Artigas, más ó menos
duramente ejercida, soí^ün fueran las distancias ñ que
estuvieran del cuartel general ó la talla de los mando-
nes. En ninguna de ellas hubo constitución, leyes, ni
cosa parecida; ni las personas, ni las cosas, estuvieron
sujetas a reglas civiles iii políticas. Imperaba la volun-
tad variable de los que disponían de la fuerza. Ni entre
ellos, ni ellos y el pueblo, existieron relaciones que,
siquiera fuese embrionariamente, pudieran reputarse
federativas. Artigas dominaba unitaria y absoluta-
mente, cuanto le era posible, á su pueblo y á los que
le tenían por protector; y cada jefe subordinado domi-
naba en su distrito tan unitaria y absolutamente como
pudiera. Esas provincias diferian poco, por su organi
zación política, de las tribus salvajes. Ni podía espe-
rarse otra cosa del estado de civilización de la mayoría
de sus pueblos, que era, como se ha visto, la barbarie
de los campesinos (XGI y sigts. GXXXVIII). La federa-
ción mal entendida por los hombres ilustrados que se
llamaban íe(ler:i!*'>, no era para los pueblos otra cosa
que la libertad de tener caudillos locales, ni para los
caudillos era más que la libertad de mandar y disponer
de todo como querían. Hubiera podido esperarse de
caudillos civilizados que su omnipotencia ñiese morige-
rada por ideas científicas y por sentimientos humanita-
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356
ríos; pero los salidos del seno de la barbarie no podían
tener otras ideas y sentimientOB que los inherentes at
grado prímitiTO de su caKora Intelectoal y moral ; por
manera que era inevitable que el uso de su poder fuese,
como fué efectivameate, bárbaro.
CXL> n. — La Tnelta ai redimen aiütario (ISie-lSl 7j.
Los sucesos del año 1815 y de j)niicipiüs dei sigruiente
demostraron al director Alvares Thomas qae la aplica*
ción del Estatuto provisional no se realizaba en las pro-
vincias, é impedía al gobierno obrar segl&n lo requerfan
las ciminsiancias. Deseoso de poner remedio á estos
males, en vez de someter el punto á la Junta de obsei-
vación, como debió, hizo un llamado al pueblo de Bue-
nos Aires, se reunió éste en el Colegio, amplió las fhctil-
tades del directorio y nombró una comisión para que
reformara el Estauuo (Febrero de 1810). La Comisión
se expidió en los primeros días del mes siguiente y el
pueblo fué citado para considerar el proyecto; pero
luego se juzgó más prudente postergar la promulgación
do las modifleaciones hasta que el Congreso se proiiuii-
ciara á su respecto (Ai)ril).
Como en esos días ocurrió además el suceso de
Santo Tomé, en que se pactó la deposición del director
(CXLVI), Álvarez Thomas renunció su empleo y la Junta
de observación y el cabildo nombraron al brigadier
Antonio González Balcarce, según ya se ha dicho (10
de Abril). Poco tardó en manifestaiáe en Buenos Aires
una ardiente oposición de federales y unitarios. Aqué*
líos pidieron á Balcarce que la provincia se constituyese
federau va mente, sin perjuicio de la obediencia que se
prestaiia á las autoridades centrales; los últimos
rechazaban tal pretensión. Balcarce apoyó á los fede*
rales; el cabildo á los unitarios. Sucediéronse los
BB LA RBPÜBUCA ORIENTAL BEL URÜGUAT 357
tumulios, pero la voiaciua üei pueblo dio el triunfo á
ios unitarios (Mayo). La consecuencia Aié que el
Cabildo y la Junta de observación destituyeran á BaK
caree y que lo reemplasaran por ana Cmnisién gttber^
nativa, compuesta de un capitular y de ua mieuibro de
la Junta (11 de Julio).
Las proYÍncías habían sido invitadas entretanto para
que eligieran representantes y los enviasen á Tucumán,
según el Estatuto prescribía. Esta era la oportunidad
en ([ue todas concurrieran á hacer valer sus opiniones
y á decidir lo que más bien les pareciera. Pero Artigas,
que no podía estar en paz con nadie, ni quería someter
su ambición á la decisión libre de una asamblea, pro-
hibió á las provincias que le reconocían Protector, que
mandaran diputados á Tucumán é invitó á las misnius
y á las demás que los enviasen á Paysandú, para que
allí se celebrase el congreso constituyente, b^jo la
la dirección y la protección del cau«üllo.
Aunque algunos diputados acudieron á Ptiysandií,
fueron pocos y se frustró el proyecto. Á Tucumán fueron
los de las provincias de Buenos Aires (excepto ia
teníente^bemación de Santa Fé), Cuyo (que la compo-
nían las jurisdicciones de Mendosa, San Juan y San
Luis), Salta (en que estaba compr< n lido el territorio
de Jiguy), y Tucumán (que la componían la sección del
mismo nombre y las de Catamarca y Saniiago del
Estero^ Á estos diputados se unieron también los de
Córdoba (de que era parte la Rioja), así que los fede-
rales artiguistas fueron vencidos por los que no admi-
tían el protectorado de Artigas (OXLVlj, y los délas
provincias del Alto Perú (Cochabamba y Cbuquisaca).
El congreso se instaló en Tucumán el 24 de Mareo de
1816, compuesto en su mayoría de representantes fede-
rales, algunos de mucha talla intelectual, y todos ani-
mados por sentimientos patrióticos. La minoría de uni^
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BOSQUEJO aibTÓKlCO
tarios había ido de Buenos Airea principalmente, qaie>
nes, avezados ya en la política, llevaron ideas definidas
y concoixl antes. Los federales, fjue poco habían figurado
en la vida pfiblira, !Iovan>n el senliniienlo reg-¡«>nal
decorado con el nouibre de /edei^alismo, que andaba
entonces en boca de todo ei mundo, pero sin tener con-
cepto claro de lo que era el sistema político así llamado,
y, por consecuencia, sin unidad de doctrina ni de pro-
pósitos liiiales (Iri(M-uiinatlos. Los representante^ del
Alto Perú se distinguían de todos los otros \k*v su pcn-
Famiento de que se restableciera el antiguo imperio
pemano de los incas, extendido hasta el Rio de la
Plata, con la capital en el Perú.
El iiitlujo ({\h' los (11 ¡)ii i:\dos unitarios, y íiiás quo ellos
la siluaeión de l.i> proviucias ejercieron en la mayoría
de los que se tenían i>or federalistas se reveló pronto en
el nombramiento de la persona que había de desempe-
ñar definitivamente el directorio, el cual recayó en d
coronel mayor Juan Martín do Pueyrredon, disputado
por San Luis, decidido sostenedor de las doctrinas uui-
tarias (3 de Mayo).
£1 día 9 de Julio proclamó solenmemente y por una-
nimidad la independencia de las Provincias unidas.
Los dii)Utados del Alto Perú aprovecharon estos
momentos, en que el patriotismo iiacia coiiíVaterni/ar á
todos los individuos del congreso, y en que el orden
interno, así como ios peligros exteriores, aumentados
ahora con la actitud que los portugueses asumían,
reclamaban medidas que acreditasen la nacionalidad m
el concepto del nmndo entero, para proponer que se
adoptase la forma constiLuciunal de la monarquía Tom-
plaJa, llamando al trono la dinastía de los incas y res-
tableciendo su capital histórica de Cuzco (12 de Julio).
Se cambiaron opiniones á este respecto en varías 8esio>
lies, pero la moción quedó sin votarse, porque la discu-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL ÜRUaUAY 359
sión demostró á sus autores que uo podría triunfar.
El director Pueyrredon ocupó su puesto á fiues del
mismo mes de Julio. Bl Congreso se trasladó á Buenos
Aires, reabrió aiiui sus sesiones en Mayo de 1817, y en
Diciembre sancionó la constitución del eslado, que deno-
minó REGLAMENTO PROvisoRi»^. Estc documento tomó
por base el estatuto de 1815, del cual. copió literal-
mente muchas disposiciones y aun secciones enteras ;
pero diíiere de 61 en varios puntos importantes. Uno
de éstos es el que dispone que los í^obernadores de pro-
vincia sean nombrados por el director del estado* en
vez de ser elegido por el pueblo. £s decir que desapa-
reció de la constitución la disposición federativa que
contenía, y quedó sancionado el régimen unitario, aun-
que se dispuso que el nombramiento se haría dentro de
la lista de cuatro á ocho elegibles que todos los cabil-
dos presentarían al director. Muchos de los diputados
que hablan ido al congreso imbuidos por sentimientos
federales más 6 menos indefinidos se adhirieron á la
restauración del sistema unitario, sin renunciar por eso
á sus idens especuladvns. La causa que decidió á la
mayoría á votar el proyecto fué, según más tarde lo
expresó en un documento memorable, « el estado tan
n deplorable en que se hallaba la República cuando se
<p» instaló el Congreso nacional : ... los ejércitos disper-
jf sos y sin subsistencia; una lucha escandalosa entre
» el gobierno supremo y muchos pueblos de los de su
9» obediencia; el espíritu do partido ocupado en luchar
I» una facción con otra; ciudadanos inquietos, siempre
91 prontos á sembrar la desconfianza com[)) imiendo el
corazón de los incautos; ... en fin todo el estado camí-
1» nando de error en error de calamidad en calami-
« dad, á su disolución política n ... No menos que de
impedir que la autoridad degenerase en tiranía, se
9» había cuidado de que la libertad del pueblo no dege-
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«• nerase en liceDcia. Huyendo de las juntas timiattiia-
r lidiS (que se formaba 11) para las elecciones de jetes de
T los pueblui, relbrmiüüaíse las formas recibidas y no
9 se dio lugar á principios subversivos de todo el
» orden social : ae limitó el circulo da ia acdéa
m popular ála propuesta de elegiblea. Füé aafcomD
« le consiguió la tranquilidad. »
La constitución de 1817 fué, como la de 1815, muy
democrática, pues declaró ciudadanos activos á todos
los hombres mayores de 25 años que hubiesen nacido
en el pais ó que» habiendo nacido en el extraiqera,
tuviesen cuatro afios de residencia, «perderán algún
arle ú oücio y supiesen leer y escribir. Los extranjeros
serían ele^^ibles, además, para los t'iii[>leos de la repú-
blica, en cuanto tuviesen diez años de residencia; y
para las Amcioues de gobierno» si renunciasen toda otra
eiudadanfa.
CXLTIli. — Lm fKivlMlat y «1 gMeim «dtMrl*! «a 1S18 y
La provincia de Salta continuó arbitrariamente domi-
nada por Guemes desde que se promulgó la constitiicióo ,
unitaria, en los años 1818 y 1819; cuya dominación
toleró el directorio, porque careció de fuerza para impe-
dirla» y porque Güemes fué en ese tiempo el único poder
que pudiera contener» y que efectivamente contuvo i
los realistas en las provincias del Alto Perú.
La provincia de Tucumán se conservó también fifOS^
^^ada hasta fínes de 1819. Pero Araoz, que había conti-
nuado sus comunicaciones con Artigas, y luego <^o^
Ramires» después que cesó en el qjeicicio del gobieriK)
(CXLVI), indvyo á un oficial á que se sublevara coa ]
parte de la guarnición (Noviembre). Fueron arrestadoA
el jefe de las tropas y el general Belgrano, (ipie estaba .
postrado por uua enfermedad)» destituido ei gobem^^^
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 3(il
7 proclamado Araoz como tal. Araoe protestó que obe*
decerfá al CJongreso, puso en libertad á Belgrano, y
estuvo en el gobierno provincial hasta principios de 1820.
Aunque vencido Artigas por los portugueses en 1817
(CXLVI), intentó reabrir nueva campaña en 1818» reu-
niendo en Entre Ríos, Corrientes y las Misiones corren-
tinas cuantos gauchos é indios pudiera. Su atención
estaba toda entera absorbida por las necesidades de
esta guerra. No teniendo pueblos que gobernar en su
provincia, porque se habían sometido á ios portugueses,
todo su empeño se contrajo á imponer á sus aliados sus
órdenes, para que lo auxiliasen con elementos de gue^
rra. Pero, sin capacidad militar, no disponiendo sino de
bárbaros y de salvajes indis( iplinados para oponerlos á
las tropas reo-ulares del enemigo, y con su autoridad
muy quebrantada en Santa Fé y en Entre Ríos desde
que perdió la campaña de 1817, resultó definitivamente
vencido en la de 1818 y 1819 y obligado á abandonar
para siempre á su patria, en seguida de las derrotas del
Arapey v del Catalán (Enero de 1819).
Ú triunfo de Bedoya (CXLVI) uo puso término á la
guerra de los partidos correntínos; pues, si bien su
poder no hubiera sido superado por los artiguistas de
Corrientes, contaban éstos con la indiada misionera que
recoiiocia la jefatura del cacique Andresito. Bedojra
pudo gobernar sin temor de ser depuesto mientras los
misioneros estuvieron entretenidos en defenderse de las
dos invasiones que el general portugués Chagas les
Uevó á mediados de 1817 y principios de 1818 con el fin
de impedir que vinieran á engrosar las fuerzas con que
Artigas operaba en el Uruguay; pero en cuanto se
repusieron de los desastres de la tíitima invasión fueron
traídos por Andresito contra el gobernador Bedoya en
número de 2000, triunfaron, peneitraron en la ciudad
de Corrientes y restablecieron en el poder la influencia
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I
302 BOSQUEJO HISTÓRICO
artígaista devolviendo el gobierno á Méndez (Octabfe
de 1818). Andresito consolidó esta sitoadóo permane*
ciendo en aquella ciudad durante sieie i^eses, hasta
i^ue invadió á su vez el Brahil en H19, en couibiii ación
con la última campaña que Artigas alMÍó en su país.
Los enemigos del despotismo artiguista aprovécharoii
la ocasión para rebelarse ; i^ero el irlandés Pedro Camp-
bell, tenido por almirante de la escuadrilla de Artigas,
y su auxiliar y compatriota Juan Tomás .\sdet les
salieron al encuentro, los vencieron (Mayo), decapitaroa
á los jefes, exliibieron sus cabezas en la plasa pública
de Corrientes y se entrei^aron á toda clase de excesos.
Estauislao Ló|>ez había adquirido en Sania Fé noto-
riedad y prestigio durante la guerra de 1817 (CXLVI) y
se sirvió de estas ventajas para hacer sublevar una
ñierza contra el teniente-gobernador Vera, obligar á
éste á que renunciara, y sustituirlo en el gobierno
(Julio de 1818). Santa Fé había sido hasta entonces
parte de la provincia de Buenos .Vires. López la declaró
provincia y se llamó á sí el primer gobernador, cuyos
títulos ñieron consagrados por los hechos de larg^>
tiempo, pues la doniinación de Estanislao López duró
veinte años. Ental)ló on seguida relaciones amistosas
con Artigas y con Entre Ríos, y abrió una campaña
contra la provincia de Buenos Aires cuyo territorio
septentrional recorrió diflindiendo el espanto en las
poblaciones. Penetró asimismo ct) la provincia de Cór-
doba y derrotó en la Ben-adura al coronel Bustos
(7 de Noviembre). Habiendo el directorio puesto en
campaña un ejército considerable bajo las órdenes de
Balcarce, López se replegó sobre su provincia y batió
la caballería enemiga (27 de Noviembre).
Retirado el ejército nacional hasta la frontera de las
^qa provincias, sustituido Balcarce por Viamont, y
Hpi^uiixada la caballería, continuaron las operaciones
DE UL REPÚBUCA ORIENTAI. DEL URUGUAY 3Ü3
con esta arma. López ftié derrotado por Bustos en él
mismo paraje en que éste lo había sido por aí^uél
{18 de Febrero de 1819); pero, rehecho prontamente,
venció á su vez á la cabaUeria de Víamont, mandada
por Hortiguera, en las Barrancas (10 de Marzo). Con-
siderándose empero López impotente para luchar con
la infantería y la artillería del directorio, así como el
cyército del directorio lo era para luchar con la caba-
llería santafecina, ambas partes reconocieron la necesi-
dad de poner término á la campaña por un acuerdo, y
celebraron un armisticio temporal en el Rosario (5 de
Abril 1819), al cm^l so sijjruió otro que se ajustó (12 de
Abril) en San Lorenzo con el general Belgrano (quien
venía también contra López), estableciéndose que las
tropas nacionales se retirarían de Santa Fé y Entre Ríos
y las santafecinas se irían hacia el Norte de la provin-
cia, y que ambas partes estipularían un tratado de paz
en el término de un mes.
Mas, aunque el director nombró sus representantes,
y éstos esperaron muchos meses, López no correspon-
dió : ni principio, porque el entrerriano Ramírez no
concurría; y luego, porque el general chileno José
Miguel Carrera (CXXXl), que quería volver á Chile
venciendo con el auxilio ai^entlno al partido que en su
patria i^obernaba, indujo a López y á Ramírez á renovar
las husiilidades contra el gubiei no nacional esperando
que por este medio volvieran los federales al poder y lo
protegieran después en su empresa contra el gobierno
chileno. El caudillo santafecino aprovechó este tiempo
para dar á la [provincia el estatuto provisional, que
fué su primera constitución (26 de Agosto), y luego
terminó los aprestos militares para la campaña contra
Buenos Aires. Esta guerra comenzó en Octubre y con-
tinuó en todo lo restante del año y en 1820.
Rebelado Hereñú y sus secuaces contra el gobernador
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a54
BOSQUEJO HI8T6rIOO
con que lo había suplantado ArUgas y cuaira la prepo-
tencia de éfite, y habiendo conseguido ^ue el gobierno
nacional lo a{M>yara con 50D hombres que confió al
coronel Luciano Montesdeo<*n, se pronunció Ramírex en
favor del proteciorail» uru^.niayo (rXLVI), y comenzó
la guerra venciendo á Moaiesdcoca en Ceballos (Diciem-
bre de 1817). £1 Director envió inmediatamente ai gene-
ral Balearte con otros 500 hombres. Se reunieron con
éstos los de Herefiá, y por su parte Ramírez atrajo á
sus filas á cuantos había en Eíiire Ríos aptos para i
pelear. Las dos fuerzas se encontraron en el Saucesito,
cerca del Paraná, el 25 de Mano (1818)» y apenas tra-
bado el combate, se declaró la derrota de Balcarce. £1
Directorio no quiso prolongar esta gfuerra. Quedó, pues,
Ramírez con el prestitrio que le hahian dad(^ sus triui.-
íüs, y no descui lú el hacerlo valer para erigii'se ea I
aeñor de Entre Ríos con el título de Supremo entre^
rnano,y para organizar militarmente toda la provincia.
Tranquilo respecto de Bueuos Aires y aliado de Santa i
Fé y de Arti^^'-as, marchó sulire Corrientes con el propó-
silo (Je vencer á Bedoya y reponer á los artiguistas en <
el gobierno ; pero al penetrar en el territorio vecino
supo que Andresito operaba ya con éxito y se retiró,
dando cuenta de los hechos á Arti^^^s, y diciéndole que
había convidado á dicho Andresito á bajar al Sud»
para (^ue marchara contra los portugaleses >» (Agustu
de 1818). Tuvo que luchar en seguida con Uerehú, que '
invadió la provincia y penetró hasta Gualeguaychá,
mientras el general Balcarce respondía á las hoatilida-
des iniciadas por el caudillo de Santa Fé; pero triunfó
pronto de su adversario. Cuando el general José Miguel
Carrera pasó de Montevideo á Entre Ríos y Santa Fé
con ánimo de inducir á los caudillos de estas provincial
á qae en vez de celebrar la paz con Buenos Aires n»n-
pieran el armisticio y prosiguieran la guerra, Ramírez
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DB LA RBPÚBUCA ORIENTAL DEL URU0ÜAT 365
aceptó la proposición^ se alió con López y ambos hicie-
ron la campaña que éste recomenzó en Octubre de 1819.
CXLIX. - £1 gobleno wdtario es xm j 1819
Transcurrió el afio 1818 sin que los poderes nacionales
realisanm algún acto político de excepcional importan*
<Ha, á no ser el envío á Europa, por indicación de la
Logia Lautaro, del sacerduie don Valentín Grómez,
filósofo, hombre de letras y orador sagrado de reputa-
ción, que había desempefiado papel importante en los
sucesos revolucionarios ; cuyo envío tuvo por objeto
solicitar de las potencias de primer orden, dirigiéndose
primeramente á Francia, que asegurasen la indepen*
dencia del Rio de la Plata, nueva y seriamente amena-
zada por la expedición de 20.000 hombres destinados á
Buenos Aires, que se preparaba en Cádiz (CXXVII). El
Congreso sancionó el 22 de Abril de 1819 la constitución
definitiva del estado y aprobó un extenso manifiesto
dirigido á demostrar que los principios adoptados eran
los más convenientes al país y estaban autorizados por
la experiencia del Estatuto provisorio de 1817.
Declaró que el estado profesaba la religión católica,
apostólica romana. Dividió el poder legislador en dos
cámaras : una de representantes y otra de senadores,
en lo cual se separó de las constituciones anteriores.
Confió el poder ejecutivo á un director, que sería nom-
brado por las mencionadas cámaras cada cinco años, y
y encargó al presidente del senado el suplir al director
en caso de enfermedad, acusación ó muei*te. Creó una
alta corte (le justicia, cuyos individuos serían nombra-
dos por el director. Especilicó los derechos de la nación
y de los habitantes del estado. 'Dió reglas para la
reforma de la constitución y mandó que rigieran las
leyes, estatutos y reglamentos ya promulgados , en cuanto
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366 BOSQUEJO HISTÓRICO
BO 86 opusieran á esta constitución, mientras la legisla-
tura no los reformase. Esta constitución fué incompleta
en varias de sus seis secciones, aun después del apéndice
que el Con^^vsü aprobó á los ocho días; peiu ningún
defecto tan notable como el de haberse omitido la
declaración terminante y clara de si el estado se regiría
por el sistema unitario ó por el federal, y las disposiciones
que del principio declarado debían derivarse. La cons-
titución no trató OvSie punto capitalísimo, (jiie t«niía
dividido á todu el pueblo en bandos proíundainenie
enemistados. Esta falta de franqueza, 6, mejor dicho,
esta omisión tan notable debió por fiierza desagradar A
todos los i»arti(los, y aun darles i)asepara que interpre-
taran In constitución en sentidos opuesto*!, seírún á cada
uno conviniera ; es decir que provocaba la anarquía.
Pueyrredon, que ya estaba cansado de gobernar,
renunció el directorio á los pocos dfas de promulgada
l¿i Lonsuturión. El roiiírresu nünit>ró al j^eneral Rondeau
para que lo sucediera hasta la elección de ia^ cámaras
legislativas (O de Junio).
Entretanto don Valentín Gómez, que había entablado
relaciones diplomáticas con el ¡^^jbiemo francés, recibía
(1.° do Juüio) la propuubia de que el Río de la V\
adoptase la íonna de gobierno monárquica constitucio-
nal, llamando al trono al duque de Luca, heredero de
la corona de Etruría, he^io la protección de Francia. Se
allanarían las dificultades que España pudiera oponer,
puesto que el candidato estaba ligado á los Borbones ]>or
la línea materna, y se conseguiría interesar á Portugal
casando al príncipe con una princesa del Brasil. £1 j
Sr. Gómez expresó que no podía tratar sobre esta base,
porque carecía de instrucciones; pero envió la proj)uesia
al director y Hondean la pasó al Congreso. El proyecto
fué leído en la sesión del 27 de Octubre y discutido y
aprobado, con la condición de que no se le opusiese In-
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DE LA REPÚBLICA ORlEISi AL DEL URUGUAY 307
glateira» en las de 3 á 12 de Noviembre, juzgando que
de tal modo quedaría asegurada la independencia, se
pondría liii a la espantosa indisciplina de los partidos y
del ejército, y volvería al dominio de las Proviucias
Unidas el territorio usurpado por los portugueses. Los
sucesos ocurridos muy luego en España y en el Rfo de
la Plata impidieron que estas negociaciones deplorables
continuaran.
€L. LaestáitMÍe de 1830
Recomenzada la ^^uerra entre Santa Fé y el gobierno
central, contando la primera con la alianza de Entre
Ríos, pasó Ramírez el Paraná con fuerzas, se unió con
las de López y las que habían venido de Corrientes y
Misiones, y tomó el mando en jefe. Por su parte el
director Rondeau salió á campaña y reunió un ejército,
algo ináb numeroso que el del enemigo, y había orde-
nado que se le incorporase el llamado auocüiar del Perú,
mandado por el general Cruz, en el cual se hallaban los
caudillos Juan Bautista Bustos (de Córdoba) y Alejandro
Heredia (de Tucumán), y algunos jefes de línea, como
José María Paz, Gregorio Araoz de Madrid, y otros.
£ste ejército marchó hacia la provincia de Santa Fé y
penetró en ella en los primeros días de Enero ; pero, al
llegará la posta de Arequito (sobre el río Carcarañá),
se sublevó la miuirl bujo la dirección ile lUistos, Paz y
Heredia (8 dej Enero), se le plegaron poco después otros
grupos y, habiendo tenido el general Cruz que dejar el
mando, lo tomó Bustos y se dirigió á Córdoba, aban-
donando la causa dt'l directorio y sin querer aliarse á
López y Ramírez contra liuenos Aires, á pesar de los
esfuerzos que hizo José Miguel Carrera por atraerle.
Con todo» quedó establecida la comunidad del interés
general. Las flierzas mandadas por Ramírez tomaron el
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36é
nombre de Primera dirisión : las lü.*: c iadas por Bustos
se <icn«>íXimaroa Segunda décrntrn : y ambos com ponina
«i EJéraio ftderaL
Al día sigipeiite da ocamr la Abfericite de Af^^
T en rormÍTencia ttm fot aotores según se piensa, si
proTi'in'MÓ en San Juan al grito f!e « \ Viva la federa-
ción * « ei capitán Mañano Menduabai contra 6l
teníente-gobemador (cuñado suyo) y asumió el goliiemo
apoy^ándose en el voto de las milicias y de una parte del
pufíblo. Ant^s de dos meses se proclamó que San Jaan
fíApí^raha de la provin<ia de Cuy'> píira formar vinñ
autónoma, y el mismo Mendizabal fue eleirido primer
gobernador. San Luis siguió el templo federalisla de
San Joan (1* de Marzo) y, por oonseenencia, quedó
dividida la provincia de Cuyo en las dos mencionadas y
y en la de Mendoza, que tomó nombre propio y también
se declaró autónoma. Bu el mismo mes de Marxo et
comandante Juan Felipe Iharra depuso al teiye&te»
gobernador de Santia^ro del Estero, hizo reunir ana
asaiijhtAa y ésta n^si^lvió ásM vez que Santiago se sepa-
raba de la provincia de Tucumau para cousütuir una
por si sola, aatóooma en su (»tien interno y sometida
federativamente al Congreso nacional. So primer gober-
nador lo fué el mismo Ibarra, quien se hizo dar por las
cámaras provinciales el íjrado de bris'adier ¿reneral y
mantuvo en el poder durante una larga serie de años.
Tucumán yCatamarcase proclamaron entonces inde-
pendientes, formando ambas la RepátUca féderál d$
Tucumán, cuyo presidente fué el general .\raoz ; pero
al aíiu sii^iiionte (Agosto) se emancipó Catamarca da
Tucuiiiáü y se constituyó en provincia autónonin Como
que Güemes era y hacia lo que quería á fiivor ó á pessr
de todos los sistemas políticos, no cambió las relaciones
de Salta y Jujuy con la República, ni con el g-obierno
nacional ; sino que, aplicado constantemente á cerrar á
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9
DE lA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 369
lu£> españoles el paso hacia el Sud, declaró la guerra á,
Tucumán porque no le auxiliaba como él quería (1).
También ibé derrocado el temente-gobemaidor de la
Rioja á los pocos dfas de haber ocurrido la sublevación
{\e Arequito ; los revolucionarios se declarai (jii separa-
dos de la provincia de Córdoba, se constituyeioii eu pro-
vincia federal y nombraron gobernador al general Fran-
cisco A. O. de Ocampo, que había promovido y dirigido
la insurrección. En Enero se acercó Bustos á Córdoba
con el ejército de Arequito, hizo reuuü una asamblea
en Marzo, y ésta convirtió á Córdoba en provincia autó-
noma y nombró á Bustos para gobernador, cuya domi-
nación cyerció durante muchos aflos.
Entretanto, privado Rondeau de la cooperación de
los 4.000 hombres que en Arequito defeccionaron, y
desmoralizada la tropa que bajo sus órdenes tenía, tuvo
que suiíír en Cepeda la derrota de su caballería (1."^ de
Febrero) y (lue retirarse con la infantería y la artillería.
Ksie liecho y lo mal que andaban los asuntos políticos
en la provincia de Buenos Aires, lo decidieron á renun-
ciar el directorio (7 de Febrero). Continuó desem[)e-
üaudo este empleo el que ya lo tenía interinamente, don
Juan Pedro Aguirre; pero á los tres días el general
Miguel Estíiiiislau Soler, comandante de las fuerzas de
la provincia, intimó al Cabildo que noliíicase al Direc-
tor y al Congreso que quedaban depuesto el primero y
disuelto el segundo. La notificación se verificó el 11 de
Febrero; el 12 cesó el Congreso declarando disuelta la
unión de las Provincias Unidas de Sud-América, y el
(1) Fué fenddo por los tucumanot en Abril de 1821. Creyendo lotsalieAos
propicia la ocasión para sacudir el yugo del temiUe caudillo, lo depusieron
en Ilayo ; pero, Gfiemet desconoció la autoridad de esa resolncidn» folvió á
Sella con las montoneras que babia salvado de la derrota y iom6 U dudad
<30 de Mayo). Oebo días después lo sorprendieron aquí los espaAoles, Güemes
•e retiró bierido y murió á los pocos dias (17 de Junio).
U
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370
BOSQUEJO HISTÓRIOO
13 asumió el Cahikio el Lrobierno provincial y la pro-
vincia de Buenos Aires se declaró, á su vez, soberana é
independiente. SI 16 se nombró en cabildo abierto á
don Manuel Sarratea para que ejerciese la ñinción de
gobernador.
Seis días después de su nombramiento salió el gober-
nador Sarratea con dirección al ejército federal» que se
acercaba á Buenos Aires. Al dfa siguiente» esto es» el
23, celebró con Ramírez y con López, en la capilla del
Pilar, una convenciún por la cual se restablecía la paz
entre las tres provincias signatarias y se estipulaba :
que, aunque la nación» y especialmente las provincias
contratantes se habían pronunciado en favor de la
federación, se sometían á lo que deliberase uu congreso
de diputados que se reuniría dos meses m?ís tarde ; que
las divisiones de Santa Fé y Entre Ríos volverían á sus
respectivas provincias; que sería libre la navegación
del Paraná y del Uruguay para las provincias amigas ;
que el Conirreso general de díi-ut idos desliiidaría los
territorios de las provincias; que se procesara á los que
habían ejercido el gobierno nacional» para que quedara
justificada la guerra declarada por Santa Fé y Entre
Ríos; y que se enviase una copia de este tratado al
capitán general del Uruguay, don José Artigas, para
n que, siendo de su agrado» entable desde luego las
f> relaciones que puedan convenir á los intereses de las
m provincias de su mando, cuya incorporación á las
« demás federadiis se miraría como uü dichoso aconte-
9> cimiento. «
Estas palabras demuestran que ya Ramírez y López
no consideraban á Artigas como protector» ni como sim-
ple aliado de quien no pudiesen prescindir. Negociaban
por sí, con toda libertad y sólo üieiicioiiaban al cau'ííllo
uruguayo en uno de los artículos íinales para expresar
que podía unirse á las provincias federadas» si quería.
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DB LA RBPÚBUCA ORIENTAL BBL ÜRÜOUAY 371
Ramírez se encargó pronto de impedirle aun ésto.
Habiendo Artigas huido para el territorio conrentino en
cuanto flié derrotado en el Tacuarembó, llamó en su
auxilio fuerzas de Misiones, Corrientes, Entre Ríos,
Santa Fé y Córdoba. Recibió algunas de ai^uellos terri-
torios, pero no de los últimos. £1 tratado del Pilar lo
alarmó además» porque sus tenientes se le rebelaban en
él. Decidió, pues someterlos, empezando por Entre Rfos.
Estaba todavía Ramírez en el Pilar cuando supo que
Artigas había invadido su provincia. Inmediatamente
pubUcó un manifiesto (23 de Marzo) anunciando ai
» gran pueblo de Buenos Aires ^ que partía para
n escarmentar á un enemigo orgulloso que intentaba
r> ocupar el territorio de Entre Ríos insolentado por los
ft mismos fratricidas que quisieran ver soibcado en el
n continente todo género de libertad. Ramírez se
encontró, al irolver á su provincia, con partidas de
Hereñá que se habían levantado en contra suya; pero
las dominó y abrió su campaña contra el cau«lillo
uruguayo. Artigas derrotó á Kamírez en las Guaclias
(13 de Junio) y Ramírez á Artigas en el Paraná, en el
Sauce de Lema, en el Rincón de los yuquer(e$,en Moco-
reta, en las Tunas y en los Árboles, en el me¿ transcu-
rrido desde el 24 de Junio hasta el €^ de Julio. Artigvas,
vencido y perseguido, se vió obligado á pedir refugio en
el Paraguay, en donde el dictador Francia lo tuvo con-
finado hasta que murió (1850). Ramírez se hizo entonces
jefe supremo de Entre Ríos, Comentes y Misiones,
cuyos territorios reunió cou el titulo de República de
Entre Rios,
CU. iBfereneUs generales
Los hechos expuestos desde el artículo CXXXVIII
demuestran que to4o el pueblo del Río de la Plata
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372 BOSQUEJO HISTÓRICO
estuvo dividido, desde 1810, en dos bandos : uno lla-
mado uniiario, y otro llamado federal. » Unitarios it
hubo en toda la extensión de la república, en todas las
clases sociales; y en toda la república, en todas las
clases dei pueblo, hubo también « federales » Pero lus
sucesos revelan que las palabras « unitario n y *t fede-
ral « no tenían, respectivamente, signiñcación idéiu
tica en todo el país.
Los unitarios ilustrados de Buenos Aires v de las
provincias entendían que el unitarismo que ellos profe*
saban era un sistema constitucional democrático, en el
cual las ñinciones gubernativas estaban organizadas de
modo (jue todas recibiesen la dirección, en todo el país,
de un centro único, amique complejo, residente en la
capital del estado ; es decir, de un solo poder legisla-
tivo, de un solo poder ejecutivo y de un solo poder
judicial. Los unitarios que pertenecían á las clases bár-
baras admitían la unida J del poder supi^emo, i)erü sin-
darse cuenta de sus relaciones orgánicas con las túncio-
nes administrativas de todo el país y con la soberanía
popular. Entendían que un hombre ó un congreso nom-
bra ba gobernadores para las provincias y que éstos le
debían al^'^una obediencia, pero nada más. El unita-
rismo era para ellos una especie de monarquía auto-
crática nacional, algo así como un gran cacica^.
Á su vez los federales de las clases cultas tenían idea
de que la federación consiste en que cada provincia
tenga su centro gubernativo independiente, su poder
ejecutivo y su poder judicial, organizados sobre la base
de la soberanía democrática; en que la nación tenga
también su centro gubernativo general, es decir sus
poderes legislativo, ejecutivo y judicial, organizados con
la soberanía del pueblo; y en que los gobiernos nacio-
nal y provinciales funcionen en esferas distintas, aun-
que exactamente correlacionadas. Había diversidad de
r iQitri fi hy <r¡nnfl[r
DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY S73
pareceres cuando se trataba de aplicar este principio,
pero el principio, en sf mismo, era clara y uniforme-
mente concebido por los hombres ilustrados. Pero cosa
muy distinta era el federalismo para los bárbaros y sal-
vajes de todo el Río de la Plata. Los íoderales de estas
clases sociales sentían satisfecho su sentimiento cuando
dominaba en la provincia ó en ana sección de la provin-
cia un caudillo surgido de la muchedumbre á fevor de
su bravura, de su inteligencia, de su audacia y de su
desenfreno ; cuando ese caudillo se apoderaba del poder
arbitrariamente y arbitrariamente lo ^ercía, halagando
las pasiones de sus secuaces y arrimando' y atormen-
tando de mil maneras á sus adversarios, sin subordina-
ción á la autoridad superior, un poniendo s\i volunUid
como ley, y cediendo sólo ai móvil de sus intereses per-
sonales ó al poder de otro caudillo á quien temiera.
Eran, pues, estos federales la antítesis de los otros; su
'concepto no tenía nada común con el federalismo pro-
piamente tal, sino que, al contrario, consisíiá en un uni-
tarismo ultra, que concentraba todos los poderes, la
soberanía y la administración, en un solo individuo,
que era el déspota de la comarca, sin ley ni respon-
sabilidad.
De aquí se sig'ue que tanto en los unitarios romo en
los federales había dos grupos separados por diferencias
proftmdas. Uno de ellos, compuesto de individuos más
6 menos ilustrados, se caracterizaba por sus tendencias
orgánicas; el otro, compuesto de gentes incultas, se
distinguía por sus tendencias anorgánicas. Los unita-
rios y federales del primer grupo concel)ían la constitu-
ción del estado como un sistema, más ó menos compli-
cado, pero en el cual se correspondían todas las partes,
segfni principios fijos, respecto de los cuales no desem-
peñaban los hombres otro papel que el suboniinado de
realizarlos del mejor modo que pudieran. Los unitarios
üigiiized by
371 " BOSQUEJO HISTÓRICO
y federales del segundo grupo no concebían ningún sis*
tema de ideas constitucionales, y ni que el hombre
debiera sujetar en el gobierno sus actos á principios
dados. Para ellos no había nada superior al caudillo
que los manda])a, ni en lo físico, ni en lo moral,
excepto la fuerza física opuesta que no pudieran contra*
rrestar.
Siendo, pues, la ¿^raii mayoría del país compuesta de
gentes de esta última especie, debió suceder natural-
mente que las tendencias orgánicas fuesen impotentes
para neutralizar las tendencias anorgánicas. De ahí
que ni los unitarios, ni los federalistas ilustrados hayan
conseguido, sea desde la capital de la república, sea
desde las capitales provinciales, someicr á los pueblos
á las reglas de gobierno propias del unitarismo ó del
federalismo, y que la desorganización y la arbitrarie-
dad hayan sido, desde 1810 hasta 1820, hecho3 cons-
tantes y generales á pesar de todas las constituciones
que se han promulgado y de haberse sucedido en el
gobierno alternativamente los federales y los unitarios.
Y, como es más enérgica la afinidad entre las tenden-
cias orgánicas, aunque divididas por intereses políticos,
que la afinidad de las tendencias orgánicas con las
anorgánicas del mismo nombre, se explica que con
sanas intenciones hayari venido unitarios y federales
de las clases cultas á ponerse de acuerdo, por servir al
interés común y superior de la civilización, al dictar las
constituciones de 1817 y 1819.
Los sacrificios que estos avenimientos suponen no
podían, empero, modificar el modo de ser de las mache*
dumbres y tenían que contribuir á enervar el carácter
de las mismas clases civiles y militares en que deberían
apoyarse el congreso y el directorio. Si, pues, los
gobiernos unitarios y federales de los primeros años
fueron débiles, no obstante la disciplina de sus tropas
üigitTzeS^ Google
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUOÜÁT 375
regulares, porque debieron emplearlas en defender la
independencia nacional y no pudieron ejercer su auto-
ridad en la mayoría de las provincias* más débiles fue-
ron los últimos años de la década, porfjue, además de
liaber tomado extensión v fuerza el caudillaje bárbaro,
cundió la indisciplina en el escasísimo ejército que
tenía á sus órdenes y no podían contar con él.
Es así que el gobierno nacional resaltó vencido en la
Provincia oriental por una derrota como la de Guaya-
bos; que no pudo auxiliar á Hereñú en Entre liíos sino
con ejércitos de 500 hombres; que no haya podido con-
tra Güemes lo qae pudo Tucumán; y que Ramírez y
López lo hayan obligado con menos de 1600 montoneros
á firmarla convención del Pilar. Los ^robiernos milia-
rios y federales no tuvieron otro a[)oyo efectivo que el de
Buenos Aires y su provincia. El dia en que aun este les
faltó, se vinieron al suelo, quedó acéfala la república y
las provincias se desmembraron y se declararon autó-
nomas, si bien perseverando en el propósito do íurinar
un solo estado y de reconstituir más tarde un congreso
nacional.
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LlfiltÚ QUINTO
La Banda Oriental de iSíi á i820.
CAPÍTULO I
LA DOMINACIÓN ESPAÑOLA DE 1811 Á 1814
SECCIÓN I
La guerra de la independencia, íSii'iSí4.
CUL * XoBteTÜeo ea ««cm Wk Bseaos lint <1S1D.
El ConscQO de regencia que los españoles hablan ins-
liluíílo en la Península no se limitó á nombrar goberna- ¡
dor político y militar para Montevideo á lines de 1810 |
(CXXII), sino que además designó á don Javier £lío
para que rigiese el virreinato del Río de la Plata, arro- ,
gándose así en nombre de España la autoridad qae
solo en el Rey habían reconocido los ríoplatenses. Elío
llegó á Montevideo en la jirimera (¿uincena de Enero
de 1811, prestó juramento, ante el Cabildo, el 19, y en
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J>£ LX REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 377
los primeros días de Abril obtuvo que esta corporación
nombrase tres electores de diputado para las Cortes,
quienes nombraron á don José Antonio Fernández, y,
por excusa de éste, á don Rafael Zufríategoi, con cuyo
acto quedó consumada la sumisión de los montevidea-
nos á España.
Mientras así se procedía en el orden interno, ei vi-
* rrey Elío procuró que la Banda Occidental imitase á la
oriental, dirigiéndose (15 de Enero) á la Junta guber-
nativa de Buenos Aires, á la Audiencia y al Cabildo
por ofi' io en que les expresaba que las Cortes extraor-
dinarias eran el centro de unión de todos los españo-
les ; que las divisiones surgidas en el Río de la Plata
debían desaparecer, porque á nadie serían útiles sino al
enemigo común; que por su parfe olvidaba todo lo
pasado y ordenaba la suspensi«')U de las lio.siilidades; y
que esperaba que las autoridades do Buenos Aires, ins-
piradas por iguales sentimientos» reconocerían y jura-
rían las Cortes generales, enviando á ellas sus diputa-
dos, así como el alto cargo de que Elío venía investido.
— La Junta contestó el 21 : que el solo título con que
Elío se presentaba á un gobierno establecido para
defender el derecho de h$ pudflos libres contra la opre-
sión de los mandones constituidos por un poder arbi-
trario, ofendíci la razón; que no estaba lejano el
momento en que los diputados de todas las provincias
habían de deliberar con todo el poder de su voluntad y
de sus luces ^ cuáles eran los derechos y los deberes del
pueblo á que obedecen y el poder legitimo que haya de
mandarle; y que lo mejor que pudiera hacer para man-
tener la armonía general, era desnudarse de su inves-
tidural de virrey, abstenerse de atentar contra la digni-
dad de la respetable asociación poliHca del Rio de la
Plata, y esforzarse por que entrara en buen camino el
grupo de refractarios que residía en Montevideo. La
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378 BOSQUEJO HISTÓRICO
Audiencia y el Cabildo respundieron el 22, descono-
ciendo también taato la autoridad del virrey como la de
las Cortes generales.
En consecuencia, Elío mandó cerrar el puerto á las
i'omunicaciones con Buenos Aires, envió Íuli/lis á la
Cclonia bajo las órdenes de Muesas, y declaré) luego la
guerra al gobierno (13 de Febrero), caliücáadolo de
rebelde y revolucionario, y reputando traidores á cuan-
tos lo componían y lo sostuviesen. En Marzo reforzó la
escuadrilla que bloquea !)a los puertos enemigos, mandó
otra al Uruguay, autorizó el corso y coüíió la coman-
dancia de la Colonia á Vigodet, quien partió con tropas
de Montevideo.
CLin* — La campaña de U Banda Oriental toma el ^artiáe
de Baenee Airee eentra Meatefidee (mi).
Belgrano, mientras marchaba al Paraguay (LXIX),
y al pasar por Entre Ríos, había hecho trabajos dirigi-
dos á decidir á los orientales á proniiii Marse en favor de
la independencia. Respondiendo á esas gestiones, el
puebleciUo de Belén, situado en la desembocadura del
Yacuy en el Uruguay, füé el primero en pronunciarse.
Si^'^uióle Soriano, en donde dieron el grito Pedro Viera
y Venancio Renavides, y en seguida Mercedes (28 de
Febrero), cuyos sublevados, que obedecían al coman-
dante de milicias Ramón Fernández, recibieron la pro-
tección del batallón 6.* llamado de Pardas y morenos^
mandado por Don Miguel E. Soler, que la Junta guber-
nativa había situado anteriormente, con otras fuerzas,
en la margen occidental del Uruguay.
Ocurrió al mismo tiempo otro hecho que influyó
mucho en el pronunciamiento de los campesinos. José
Artigas, que, como ya se ha dicho (CVIII), había co-
rrespondido coa celo terrible á la esperanza que induyo á
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUOÜAT 379
las autoridades españolas á perdonarle sus delitos y á
eocouieudaiie la persecución de los baudidos y contra*
bandistas entre quienes había pasado casi toda su vida»
filé llamado á Montevideo é incluido, primero como
oficial, en las milicias (|ue tan mal papel hicieron frente
de los invasores in^L^^leses, y íil ti mamen te en los blanden-
gues que Muesas llevó á la Colonia, de cuyo cuerpo era
^ente (OLII)..
• No tardó en indisponerse con su jefe ; y como éste le
repriiniera con severidad, desertó de las lilas realistas,
y. se presentó á la Junta de Buenos Aires con iiaíaei
Hortiguera, ofreciéndole ambos sus servicios, que flie-
ron aceptados. La Junta incorporó á Artigas en el ^ér*
cito patriota con el grado de teniente coronel, le ordenó
que marchase á sul luvar á sus comprovincianos y
le conüó tropas, aiaias y dinero, instruyendo á la vez
á Soler para que le auxiliara toda vez que ñiera necesa*
rio* Artigas desembarcó poco después cerca del arroyo
de las Vacas, y se dirigió hacia el Norte, buscando la
incorporación de los que ya luchaban por la indepen-
dencia en los territorios de Soriano y Mercedes.
Los sucesos empezaban, pues, á tener importancia,
y era indispensable someterlos á una dirección inteli-
gente. La Junta se fijó en Belgrano para esta dirección.
Le ordenó en Marzo (¡ue fuera al nuevo teatro de la
guerra. El eminente ciudadano tomó el resto de tropas
que había salvado en la expedición al Paraguay, y con
cerca de novecientos hombres más que se le enviaron
de refuerzo, llegó á Concepción del Uruguay á [uinci-
pios de Abril y pasó á Mercedes en momentos en que
estaban divididos por desavenencias Artigas, Soler y
Benavides, y en que varios caudiUejos se dirigían á la
Junta de Buenos Aires quejándose unos de otros y aspi-
rando todos á los primeros puestos de la milicia. Fué
reconocido como representante de la Junta en un ^ér-
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380 BOSQUEJO HISTÓIUGO
cito que ya contaba coa más de :>0(MJ combati^^ntes v
dispuso que José Artigas insurreicionase el centro de
la provincia, Manuel Artigas el Norte y Benavides el
Sod«
Cuando Belgrano se ocupaba de poner en ejeciirión
su plan do operaciones ocurrieron en Buenos Aires los
hechos políticos que excluyeron del poder á ios unita-
ríos y elevaron á los federales (CXL). Esta partido,
interesado sobre todo en que sus ideas políticas y su
influjo se íreneralizara]), decid¡«> su>uiuir á Belgrano
por Rondeau, y confiar á Artigas un puesto adecuado
para que fomentase en los pobladores bárbaros y en el
ejército el espíritu regionalista, contando con que
podría disponer de esa fuerza contra ol partido que aca-
baba de caer. Así sucedió que Rondeau, apenas fue
reconocido general en jefe, presentó Artigas al perrito
como comandante de las milicias uruguayas, como jefe
natural de ellas.
CUY* ' Prhi«nM «itenielones entre los indepeatf eates j Im
reallitiB inirwyM* ÁttHm 4e \m FMm (1811)»
La popularidad siniestra de que gozaba Artigas entre
los habitantes do la t'aun'afia y los liala*TOS que para
ellos tenía la revolución, tanto jHtn[uc .nC diriíría c^mu'a
ios españoles, malqueridos por la severa persecución
que habían hecho á los que llevaban la vida desarre-
glada propia de la barbarie campesina de aquellos
tiempos, cuanto por el p nero de vida que permitía,
sobre todo bajo la dirección del renombrado coman-
dante de milicias ; habían atraído á las columnas revo-
lucionarias gran número de secuaces, pertenecientes en
su mayoría á las clases bárbara y salvige que consti-
tuían entonces lo más de la población rural del Sud del
río Negro. Al advertir esto el virrey Eiío, mandó en
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DE L.V REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 381
todas direcciones circulares amenazadoras; comisionó
á Don Diego Herrera para que matase á cuantos hallara
en actitud hostil, á la hora de conocido el hecho ; y
escribió á los curas párrocos induciéndolos á que exhor-
tasen á sus feligreses á defender al gobierno ; pero todo
fué inútil: las poblaciones se levantaron en masa y los
curas fueron los que dieron el ejemplo en muchos para-
jes. Se cuentan entre estos : Don Valentín Gómez, cura
de Canelones, que fué después notable figura de la revo-
lución del Río de la Plata ; su hermano Don Gregorio
Gómez, cura de San José, y Don Santiago Figueredo,
cura de la Florida.
Sintiendo entonces el Mrrey la necesidad de destruir
el centi'o que tenía el levantamiento en Canelones,
decidió atacarlo con vigor y mandó contra él un cuerpo
compuesto de las tres armas. Artigas no esquivó el
combate : se adelantó, llegó hasta San Isidro (Piedras)
y allí se encontró con una fuerza de más de 1200 hom-
bres y cinco cañones. Se trabó la batalla (18 de Mayo)
y triunfaron los revolucionarios, tomando más de 480
prisioneros, incluso su jefe Posada, 23 oficiales y la
artillería.
Esta victoria, que valió á José Artigas el grado de
coronel, fué de trascendencia : VigoJet abandonó la
Colonia á Benavides (2G de Mayo) ; se retiraron á
Montevideo las partidas destacadas y muchas personas
más, conocidas por realistas ; y Elío, receloso de algu-
nas person^as que había dentro de Montevideoy temeroso
por los enemigos que había fuera, expulsó numerosas
familias y pidió socorros á la princesa Carlota, del
Brasil, invocando el interés que ella tenía en defender
los derechos de la corona de España.
382
BOSQUEJO HISTÓRICO
CLT. ^ Primer sitio de Xonterideo {l^lh
No tardó Rondeau en incorporarse á las faerzas
victoriosas con el cuerpo de las que había conservado
hojo sus inmediatas órdenes, con las cuales compuso el
ejército de la revolución un total de 5.000 hombres.
JElondeau marchó con todo el ejército sobre Montevideo ;
llegó á su frente el 1.^ de Junio y el mismo día declaró
que la plaza quedaba sitiada.
Aunque los sitiados tenían abiertas las comunicacio-
nes por 1,1 { arle del río, la escasez se hizo sentir ])or la
imposibilidad de introducir por tierra los ganados y
vegetales que eran indispensables á su subsistencia.
Las guerrillas se sostuvieron animadas, causando algu-
nas pérdidas de vidas, pero uilluyendo en cambio en el
ánimo de las milicias, muchas de las cuales recién se
veían comprometidas por primera vez en hechos de
guerra. Un feliz asalto dado por sorpresa» durante una
noche, á la pequefia guarnición de la isla de Ratas, es
el episodio más imporMní<i ocurrido en aquel tiempo :
jíroporcionó á los patriotas algunos soldados volun-
tarios y crecida cantidad de pólvora, que falta les
bacía,
CLVI, — La tre^ de Ibll
Aunque había sido muy satisfactoria hasta ahora la
suerte de la causa de la independencia en la Banda
Oriental, el éxito de la revolución del Río de la Plata se
hallaba seriamente aaienazado. El ejército del Norte
había sulVido el descalabro de Htiaqui, se había retirado
á Tucumán, y las tropas realistas de Goyeneche se
disponían á correrse al Sud (CXXXni). Por otro lado«
la princesa Carlota, estimulada por las instancias del
DE LA REPÚBLICA ORlEííTAL DEL URUGUAY o83
virrey Elfo, había consegtiido que el gobierno portugués
enviara un ejército en auxilio de la plaza sitiada, el
cual invadió en Agosto (1811) bajo las órdenes del
general Diego de Souza (CXXXIV). Se recelaba adeuiás
que los españoles residentes en Buenos Aires se prepa-
raban para cooperar con los ejércitos y con la escuadra
que defendían la causa de la dominación española. Y,
como era visible que todas estas fuerzas obraban com-
binando sus movimientos, se temía que no pudiera
Buenos Aires resistir su acción.
Bn tan críticos momentos fúé indispensable sustituir
las armas por la diplomacia, á fin de conjurar el peli-
gvOf postergando para momento más oportuno la
empresa de combatir á los realistas de Montevideo. Se
abrieron las negociaciones en los primeros días de
Septiembre y al mes y medio se alcanzó á celebrar una
tregua, en la cual se estipuló : que la Junta explicaría
su conducta á las Cortes generales y socorrería la guerra
de independencia de la Península; que las tropas revolu*
cionarias desocuparían enteramente la Banda Oriental ;
que el Virrey haría retirar las tropas portuguesas á las
fronteras de su territorio ; que cesarían las hostilidades
y el bloqueo de ios puertos ; que se mantendrían rela-
ciones amistosas, y libres las comunicaciones por agua
y tierra, etc. (20 de Octubre).
CLTn. — La rvttnia de ArtIgM á Entre Biee {Ibll)
Concluida la convención, forzoso era que las partes
lo cumpliesen lealmente. El gobierno de Buenos Aires
ordenó que Rondeau se retirara á aquella ciudad con
las fuerzas venidas de occidente, y que Artigas se diri-
giera al Norte y pasara al departamento de Yapeyú,
situado en la margen derecha del Uruguay, con las
milicias orientales, para cuya seguridad se pusieron á
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384
BOSQU&FO HISTÓRICO
las órdenes de su jefe el cuerpo veterano de blanden-
gues, 8 piezas de artillería, y tres oficiales distinguidos,
y se le dió un buen repuesto de municiones. Además se
nombró á Artígas teniente gobernador del departamento
mencionado, para li alagar sus instintos de mando y de
independencia iieibonal. Las fuerzas de Rondeau se
embarcaron sin demora. Las de Articas emprendieroa
su retirada también; pero este caudillo, acostumbrado
desde su juventud á ser voluntarioso y á emplear me-
(lio8 propios de las clases l)árbaras á las cuales perte-
neció durante más de treinta años, no cumplió la ordea
de retirarse, ni en el tiempo, ni del modo como lo
hubiera cumplido cualquiera jefe disciplinado, sino que
entendiendo que el mejor modo de mostrar odio al
invasor era dejar desierto el país y destruidas las
poblaciones, dividió su caballería engrupes, la repartió
en toda la región meridional y la empleó en obligar á
todas las familias que hallaban á su paso á que le
siguiesen rii la retirada lenta hacia el Norte (1>. La
muchedumbre íisi Ibrzada á emigrar* dejando sus bienes
y renunciando á sus comodidades y costumbres, ascen-
dió al número de 14 ó 16 mil personas, las más de las
(1) Este lieclio. que no es el ¿oico de sm clase que Arti^s haya realizado,
4**1(110 se Vt ná nui> rulelanfe, f»s descriplo como acción <!e salvaje crneldnd por
r tTif-MUjir.! alíeos que se li.'in ocuparlo il»^ «'!. Don Nicolás <1« Vc«!;->, oriental,
á miK'ii iij |>'ii>,)f^ aeus.irse de |t,iicialiilail, dice en una de sus memorias:
«... Porque < s de sal»ei- (jue, al al/aiiiiejilu del f)r¡mer sitio, Arli{;as nrrasiru c»»ii
ludos los liaLtilajilca de la cauij>afia... su> eoiuaudaiiifs ainonazabau coa la
muerte á los» que eran morosos y uu íuei ao pocos los que suíi icrou la crueldad
«le los Mtélices de Artigas. Este bombre ioQexible parece que te complacta
en la Mugre que bacía derraoMr, y en vene seguido de tan numerosa pobla*
ctón. Aquí principia una época de detorganisaeióo, crueldades y anarquía que
nos desgradaría si se biciese de ella mención circunstanciada. > (Go&scoóu
Lasas.) Pei-sonos dignas de fé, de aquelUi época, tales cono don losé Tripeni,
me han rererido ese suceso en términos, que concuerdancon los de Vedia. Me
relató episodios que parecían ínTerosimiles á quienes no tuvieron idea de lo
que eran las milicias de Artigas.
Üigiiiiiod by GoogLe
DE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 385
c!i s tuvieron que hacer el camino á pie, y muchas
que peiecer de fatiga, de pesar y de miseria antes de
Uegar á su destioo» pues eran ancianos, miyeres y
niflOB.
Artigas llegó al Salto llevando tras de sí el inmenso
sf<|UÍto en el mes de Diciembre; cruzó el río Uruguay
en el Salió Chico y se situó en el Ayui Grande, en donde
las desgraciadas familias continuaron sufriendo los
rigores de la intemperie, el hambre y v^ámenes de
todas clases. Muchas ilian á ocultar su desnudez en los
montes, ó á guarecerse contra la persecución de la
soldadesca; otras muchas veían desaparecer sus miem-
bros por la acción de la miseria y de los instintos
feroces de los que tenían en sus manos la fiierza. Aquel
campamento confuso de mujeres, hombres y niños de
todas ciases era un foco de corrupción y uü manautial
inmenso de lágrimas.
i LVUI. — La retirada de los portugueses (1S12)
El ejército portugués había penetrado en la Banda
Oriental dividido en dos cuerpos; uno de ios cuales,
mandado pór Maneco, se dirigió al Arapey, y el otro,
b^o el mando inmediato de Souza, cruzó el río Yagua-
rón y marchó hacia Maldonado. Celebrada la ti^gua
de C^ctubre, y viéndose que, si bien la infantería y la
artillería sitiadoras habían vuelto á Buenos Aires, las
caballerías se habían detenido á Secutar actos de hosti-
lidad inhumanos, Souza, en vez de regresar al Brasil,
d^'-idió continuar SUS marchas hacia el Oeste. Esta reso-
lución, muy fundada en un principio, no lo fué desde
que las milicias uruguayas llegaron al Daymán y se
dispusieron á pasar el Uruguay, desalojando comple-
tamenio el lorritorio que habían ticupado. Sin embargo
el general portugués permaneció en el país y siguió su
S5
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386
BOSQUEJO HIST6&IG0
marcha haci¿i el Oeste. En Marzo se acercó á Monte-
video, recibió de las autoridades de esta plaza cumpli-
mientos y provisiones, y de aquí se dirigió hacia el
Norte^ cuando ya no había enemigos á quienes pudie-
mn temer loe españoles.
El Triunvirato reclamó por este avance de los pLu tu-
^ueses ; Vigodet, capitán general de Montevideo, cod*
testó que, como Artigas hacía aún uso del temur y de
la seducción para usurpar propiedades y perseguir á los
habitantes, con más empeño que nunca, sus aliados no
volverían al Brasil mientras tales hechos no cesaran
(Enero).
Bsta respuesta íüé justa en su fecha, pues na era
razonable que el ejército auxiliar cumpliese lo tratado
mientras Artigas lo violaba ; pero desa[)areció la causa
de la permanencia de Souza desde que la caballería
argentina pasó á Entre Ríos, y Souza no se mostraba
dispuesto á transponer la íh^ntera brasileña. Nació de
aquí el recelo de que los realistas se proponían conti*
nuar la guerra en el territorio occidental, y la decisión
del TriuMvii'ato en virtud de la cual se encomendó la
organización de un nuevo ejército y la fortiíicacióa de
algunos puntos del Paraná y del Uruguay, y se mandaron
á Artigas tropas, pertrechos, armas y dinero. Los por-
tugueses, á su vez, obtu\ieron refuerzos, hasta com-
pletar los números de 5.000 hombres y 30 piezas de
artillería.
Así preparados los independientes y los realistas para
recomenzar la guerra, un cuerpo de ejército portugués
invadió el leiriiorin de las Misiones y otro avanzó hasta
el Itapebí, añuente del Uruguay; mientras Artigas
mandó á Otorgués contra el primero. Soler salió al
encuentro del segundo. Ninguna ventaja pudo conseguir
Otorgués ; pero Soler hizo retroceder á la columna ene-
miga hasta más allá del Arapey Grande.
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DE LA REPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY 387
Bstos preparativos y encuentros parciales eran, por
parte de Bnenoe Aires, efectos de la necesidad más que
de la conciencia de su {XHier. Go^eneche se desemba-
razaba de ios enemigos que tenia en las intendencias
del Norte para nutrchar libranente liacia ia ca[Htai del
Rio de la Plata ; los patriotas no habían hecho nada
que los desquitase de la derrota de Huaqui, y los asuntos
internos preocupaban al Triunvirato (CXLT y OXÍJI).
La guerra que parecía inevitable en la Banda Oriental
oon espadóles y portugueses habría expuesto á graves
peligros la cansa de la independencia.
Por fortuna era mal mirada por el g^obiemo de la
Gran Bretaña la posibilidad de un triunfo de las armas
portuguesas en el Río de la Plata, y el ministro inglés
residente en Río de Janeiro medió porque la Corona de
Portugal y el Triunvirato pusieran fln amistosamente á
la situación diílcil en que se halLibun, dejcindo en liber-
tad á americanos y españoles para que resolvieran solos
sus diferencias. Por efecto de esta mediación vino á
Buenos Aires el teniente-coronel Rademaker en carácter
de enviado extraordinario de Portugal y celebró el
mismo día (20 de Mayo) un armisticio indefinido, con-
trayendo la obligación de hacer retirar ai Brasil las
divisiones portuguesas en el tiempo más breve posible.
En cumplimiento de este pacto emprendió el general
Soujza su retirada hacia Bagó el 11 de Julio.
CUX. - ReMióli M mtmA Artigas aS19)
Así que se aseguró el alejamiento del ejército portu-
gués, el Triunvirato resolvió que su presidente, el gene-
ral Sarratea, fuese con tropas ai campo de Ayuí» orga«
oisase el ejército y emprendiese operaciones contra los
realistas de Montevideo.
Sarratea se encontró al llegar á Entre Ríos, con el
Digilizeci by Coügle
388
BOSQUEJO HISTÓRICO
cuadro desoiailor del campo de Ayuí, eu donde las caba-
llerías bárbaras de Artigas habían corrompido todo, y
cuyos excesos era inevitable que desmoralizaran á las
tropas regulares que había mandado el Triunvirato para
prevenir la invasión portuguesaque temía. Así que Ilesró,
se dio á conocer como general en jefe del ejéix^ito y
ordenó que se dispusieran á marchar todas las filenas
que se habían reunido en el Ayuí.
Estos hechos pro<lujeron en Artigas honda irritación.
El teniente de blandengues, que de pronto se había visto
hecho teniente coronel, y que luego había triunfado en
las Piedras y recibido en premio el grado de coronel de
milicias, llegó á envanecerse tanto, que aspiró á man-
dar en jefe la^ operaciones del Uruguay. La llegada de
tropas y de abundantes materiales de guerra á Ayui
fomentó sus ilusiones y le índigo á comunicar al Gobierno
que esperaba órdenes para mandar contra las Misiones
las fuerzas correntinas y para ir él con el grueso del
ejército al Brasil y situarse en Santa Tecla, que sería la
base desús operaciones. Si el Gobierno quería solamente
que los portugueses se retiraran, bastaría ese moTi-
miento para conseguirlo ; si quería que se les atacara,
vendría sobre Souza y lo haría pedazos,
cualquiera de los dos rusuliados, írín contra Monte\ideo
y la rendiría inmediatamente. En su presunción desme*
dída se creía capaz de todo y no se imaginaba que el
Gobierno pudiera pensar en otra persona para confiarie
el mando supremo del ejército.
Sí I pívsa del)ió cnusarlc el ver como había bastado la
diplomacia para hacer retirar álos portugueses; pero
sorpresa é indignación el que, prescindiéndose de él y
de sus planes, se nombrara á Sarratea para que man-
dara en jefe la seí^un la campaña contra Montevideo.
Sucedió pues, que, si bien no se rehusó á reconocer al
general, trasmitió la orden á las tropas « sin exigirles
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 389
que la obedecieran >» (1); y, cuando aquél dispuso la
marcha de los cuerpos sobre Montevideo, Artigas mandó
á los comandantes y oficiales que se quedaran en el
Ayuí con él. Marcharon inmediatamente, sin embargo,
el regimiento de dragones de la patria, mandado poi-
Rondeau; el regimiento núm. 6, de Soler; el regimiento
de granaderos, de Terrada, y el regimiento de la
estrella, de French. Por el momento quedaron en el
campo de Artigas los cuerpos de línea mandados por
jefes orientales; pero, disgustados también ellos por su
proximidad á las hordas artiguistas y por la soberbia é
indisciplina de Artigas, no tardaron en incorporarse al
ejército de Sarratea don Ventura Vázquez con su regi-
miento de 800 blandengues, Baltasar Vargas con su
división de más de SOO caballos, el comandante Viera
con 700 infantes, y algunas otras partidas. La caba-
llería de Artigas quedó reducida entonces á 900 hom-
bres que mandaba don Manuel Artigas, 400 que seguían
á Barta Ojeda, 70 blandengues, y una compañía de 80
que mandaba el capitán Tejera.
Grande fué el enojo de Artigas. Creyendo que su
nombramiento de jefe de la caballería oriental lo había
hecho dueño de todas las fuerzas que sus paisanos
mandaban, exigió con insolencia que se le devolvieran
los cuerpos que habían desertado de su campamento ;
y, como Sarratea no lo complaciera, resolvió hostilizarlo.
Sucedió, pues, que cuando el ejército se puso en marcha
hacia el arroyo de la China, dejando en observación
sobre el Salto los cuerpos que mandaban Soler y Váz-
quez, Ai'tigas se quedó en el Ayuí en concepto de
rebelde.
(1) Lo reGere asi el mismo Artigas en ñola que dirigió al gobierno del Para-
6 "ay.
390
BOSQUEJO HISTÓRICO
CU* — Sefniia «uqNdb Mrtim MMUeiMM (IglSO
Entretanto la situación política y militar del Río de
la Plata empeoraba* Apenas salió Sarratea de Buenos
Aires (IH de Junio de 1812) estaUó la conspiración
espaíiüla encabezada por Alzaga (CXLI); Bclí^rano se
veía farzailo á contramarchar hasta Tucumáu» seguido
por los realistas (CXXXIII), y estaba Tiva, aun^
sorda, la lucha entre el Triunvirato unitario y loa féde-
rales (CXLII).
El írobierno pensó en mandar la mayor parte del
cyérciio de Sarratea á Belgi^ano, para que contuviese ei
avance de Tnstán, asegurando previammte la coqH*
nuación de )a tregua con la plaza de Montevideo, y con
tal motivo hizo proposiciones á Vig-odet (que había
quedado ea lugar de Elío) y al Cabildo, procurando
persuadirlos de que la Banda Oriental debería adherirse
á la situación creada en la occidental (28 de Agoalo de
1812); pero estas autoridades contestaron á los pocos
(lías (4 de Septiembre) que no huinillarían con el some-
timiento las glorias de Montevideo; que hacían al
gobierno de Buenos Aires responsable de las consecuen-
cias de la guerra, y que, si quería la unión, procediera
á jurar la carta constítucional promulgada en Marzo
por las Cortes.
Frustrado este pensamiento, consultó el Gobierno ai
general Sarratea acerca del modo como podría anzi*
liarse á Belgrano sin desatender al enemigo del Uru-
guay (22 de Septiembre). En tal ocasión opinó el
teniente-coronel Vedia que el tern Lorio oriental (su
patria) no debía ser abandonado, expresando : que
subsistían los clamores de las personas y &milias ente-
ras perseguidas y arruinadas menos por los enemigos
que por la desenfrenada licencia de las. bandas de Arii-
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DB LA RBPÚBtiIOA ORIENTAL DRL URUGUAY 391
gas; qae estos males se agravariao, porque tanto los
unos como las otras se eatregarfan sin obstáculo á
mayores violencias ; y que si era inevitable llevar las
armas al Oeste, era también necesario dejar sobre el
enemigo del Este el regimiento de dragones y el de
infantería námero 4 hejo el mando superior del coronel
Rondeau, ya que el coronel Artigas había probado que
ni por sus conocimientos, ni por su inteligencia militar
estaba habilitado para llevar la guerra á los realistas
de Montevideo.
Bn este estado estaban las cosas de la Banda Orien-
tal cuando se supo en Buenos Aires que Belgrano había*
triunfado en la batalla de Tucumán y perst-guía al
ejército vencido (CXXXIÍI) y cuando el movimiento
unitario del 8 de Octubre disolvió la Asamblea federal,
reconstituyendo el Triunvirato y concentrando en él la
soma de los poderes públicos (CXLII). No hubo desde
este momento razón para vacilar; el Gobierno se decidió
á abrir la segunda campaña contra Montevideo, y, j)or
tanto, Sarratea organizó la vanguardia con tres escua-
drones de caballería, el regimiento G.*" de Soler y el
4.** de Várquez, y varios cafiones, y le dió por jefe á
Rondeau. Partieron sucesivamente estos cucri)os del
arroyo de la China y del Salto, y al llegar al Cerrito,
anunciaron á la guarnición de Montevideo el segundo
sitio con una salva de artiUeria (20 de Octubre). Poco
después llegó Sarratea con el grueso del ejército.
Así que los realistas se vieron sitiados pensaron que
á someterse á los rigores del cerco sería preferible dar
una batjílin á los sitiadores, por la espcMíinza de que,
si resultaran vencidos, renunciarían á su empresa. Pre-
paráronse los sitiados con tal fin en los dos meses que
CVXh - La «Mita M CmU» (ISIQ
392
BOSQÜEJO HISTÓRICO
siguieron y saüerun el 31 de Diciembre en número da
1600, reforzados por piezas de artillería, resueltos á
poner á prueba su suerte antes que llegase el grueso
del ejército de Sarratea.
La batalla, que al lírinciiau pareció favorable á ios
realistas, terminó por el trimiíb de los independientes,
después de haberse conducido las dos partes con bra-
vura. Rondeau, Soler y Ortiguera se distinguieron en
la acción; el segundo mereció ser ascendido al grado '
de coronel del mismo re^rimiento niunero 6, á cuya
cabeza desalojó al enemigo de la cumbre del Cerrito, ¡
clavando por su propia mano la bandera de la patria. «
Entre los muchos muertos que tuvieron los españoles
se eontaron el brigadier Muesas, el capitán Liñán y
otros oliciales.
CLXn. iirti^as f«Tor«ce á h*^ sítiAdos de Montevideo, ho«>tflfza
al ejército sitUdor, j obliga ú iSarratea ¿ reuaneiar el mandt».
(1812-13.
Artigas no se quejó directamente al grobierno por el
nombramiento de Sarratea, pero escribió á personas de
Buenos Aires que le servían de agentes y de cons^eros,
expresando amargas recriminaciones. Los amigos pro-
curaron amansarlo invocando los inteieses de la patria
y lo apurado de las circunstancias. Uno de ellos, Fran-
cisco Bruno de Rivaroia, fingiendo hábilmente que par-
ticipaba de su contrariedad, procuró convencerlo de qne
el gobierno había procedido con sujeci n á jitformes
que se le bal '1:111 dado, no por hacerle dafiu ; se mostr<'>
afligidísimo por que Goyeneche, victorioso en Vilcapugio
y Ayohuma, venía á marchas forzadas hacia Buenos
Aires, y temeroso de que pronto llegara á Santa Fé y
dominara el Río de la Plata; le inculcó qu»^ la Uiagni-
tud de los peligros exigía que todos los buenos patrio-
]>£ LA. REPÚBUCA ORI£NTAL DEL URUOUAY 3d3
tas olvidaseü sus rencillas y se uniesen contra el ene-
migo común, y lo exiiortaba á que se recoiioiliase con
Sarratea y obrara de acuerdo con él, ya contra Montc-
video« ya contra Goyeneche, manifestando á la vez al
gobierno que le animaban los sentimientos más patrió-
ticos (20 de Septiembre de 1812).
Artigas aceptó la indicación de escribir al gobierno
manifestándole sus resentimientos. El gobierno, deseoso
de satisfacerle, envió á Alvear para que tratase con él,
y Ri\ aróla le escribió recomendándole el enviado, reco-
mendaiidolo que hablaí<e con franqueza, asegurándole
que lo que el gobierno quería era transigir, y felicitáíi-
dose de contar con que todo podía tenerse por arreglado.
Pero, desgraciadamente, habiéndose enfermado Alvear
por una rodada que dió su caballo ai llegar al Arroyo
de la China, no pudo llegar hasta el campamento de
Artigas, ni éste acceder al pedido que aquél le hizo de
qae se reunieran en Paysandú, y no pudieron entablarse
las negociaciones entonces.
Hubieran podido iniciarse poco después, si todos
hubiesen estado animados por buenas intenciones ; pero
un agente desconocido de Artigas (1) le envió á princi-
pios de Noviembre una carta en que se disputaban el
predominio la adulación, el fanatismo y la maldad.
Según ella, era « picaro ^ el prol)ierno; «francmaso-
nes y* los hombres de la situación; ** cuadrilla de
pillos f» componían las personas que venían en el ^éi-
• cito; Artigas era un « redentor de la América n, y el
autor de la carta estimaba más su vida que la propia.
No se trataba en verdad de otra cosa que de asesinar al
coronel de las milicias uruguayas y era necesario que
éste se precaviera contra todos. Contra tales maquina-
ciones Artigas debía oponer su alianza con el Paraguay
(1) £1 Sr. Fregetro supone «¿ue sea Santiiigo Cardoto.
Digilized by Coügle
394 BOeQüSJO HIOTÓRIOO
sin pérdida de tiempo, y luego imini.^r á Sarratea que
con sus tropas abamlonase la Banda uncntal. so peua
de obligarlo por la filena de las armas. Ya habla lle-
gado la ocasión en que Artigas pudiera « hacer resonar
su nombre por el inundo y era menester aprofecharhu
Arriáis puílui'le^ir entre el consejo sensato y patriótico
de Ri varóla y el desatentado y antipatriótico de su des-
conocido agente. Su inclinación al desorden, su eneooo
y la violencia de su carácter lo decidieron á ejecutar el
último. Estaba ya en relaciones con el Para'^iiay ; fal-
tábale perseguir á Sarratea, é hizo más: persi^^uio la
causa de la independencia. Se vino |X)r la isquierda del
Uruguay hacia el Sud; alcansó en el rio Negro la comí*
saría y el parque del ejército y se apoderó de ellos ; al
lle^^ar al Yí escribió una larga ó ininteligible carta á
Sarratea, que concluía intimándole que se fuera á la
Banda Occidental y que, si lo quería, se llevase tam-
bién el ejército dejándole los auxilios que necesitara ;
después, desde Santa Lucía-Chico, mandó en todas
direcciones destacamentos con orden de hostilizar á las
tropas sitiadoras, y esas partidas interceptaron las
comunicaciones que Sarratea y los demás individuos de
las fuerzas patriotas mantenían con el gobierno y pue-
blo de Buenos Aires, se apoderaron de los bueyes,
caballos y carros del ejército que encontraron pasta nilo
ó en servicio, alearon cuanto animal pudiera servir
para alimentar ó movilisar á la tropa 6 para transpor-
tar artículos 6 heridos, y aprehendieron las ñienas que
Sarraiea li¿ibía hecho situar á lo lar^^^o de la mariden
del río de la Plata y del Santa Lucía para que impidie-
sen á los sitiados el proveerse de viveres« perautíendo,
por lo mismo, que la plasa estuviese abastecida aban*
dantemente de carne fresca.
Desde el mes de Diciembre hasta mediados de
Febrero de 1813 hubo entre Artigas y Sarratea un con-
i
Digilized by Goügle
DE LA KEPÚBUCA ORIENTAL DEL URUGUAY. 305
tinuado cambio de comanicaciones. Así que Sarratea
recibió la intimación de abandonar el inando, contestó
que, si de ésto dependía la unión, no se opondría, sino
^ae daba cuenta al gobierno, y que lo invitaba á espe*
rar la reaolucidn saperior, suspendiendo las hostilida-
den entretanto en beneficio de la causa común. Artigas
maniíestó que accedía, pero sus rigores continuaron con
los sitiadores al mismo tiempo que favorecía á los sitia-
dos. Sarratea le escribía procurando persuadirlo de que
debia cesar en esta conducta, que ponía en peligro al
ejército y alentaba á los realistas ; Artigas le contestaba
que no cumpliría sus óidenes, mientras el írobierno no
decidiese su separación del mando. Varias comisiones
de yeciuos y de jefes intervinieron por llegar á un ave*
nimiento, sin conseguirlo. Entretanto, Artigas llegó
hasui mantener comunicaciones reservadas con Vicfo-
det, y Sarratea .1 llamarle traidor en un bando en que
prometía el perdón á los desertores que abandonasen el
campo artiguista.
Esta situación era por demás angustiosa; y, yaque
el gobierno lardaba en decidirla, resolvieron Rondeau,
Vedia y otros jefes reclamar de Sarratea que renunciase
el mando nombrando un sustituto mientras el gobierno
no designara á quien definitivamente debiese reempla^
zarlo. Sarratea consintió en irse con los jefes orientales
á quienes Artigas no quería ver en el ejército, nombró á
Roadeau con calidad de interino y se ausentó junta*
mente eon Javier de Viana» Vázques, Valdene^, Bal-
tar j el Canónigo Figueredo.
Rondeau nombro <1 Vedia para mayor ^^eneral ; y
como el gobierno coníirmó estos nombramientos, acej)-
tando por necesidad los hechos producidos. Artigas
avanzó con sus caballerías basta la línea del sitio y
ocupó el puesto que se le designara, en el ala izquierda.
£1 ^ército sitiador se compuso entonces de más de
Digilized
396 BoiigULJu HISTÓRICO
seis mil hombres divididos así: — Dimsién de Bumog
Atre^rRegímientode granaderos, de Terrada; regimiento
n.' íi, de Soler; roírimicnto de la Estrella de French ;
regimiento de arciüería; regimiento de dragones de la
patria, de Rondeau. — División de Artigas : Regimiento
de Blandengues; regimiento de Manuel Artigas ;
regimiento n.** 3, de Frui iuoso Rivera; reurimiento de
« aballería. de Fernando Oior^ues ; regimiento de caba-
llería, de Blas Basualdo,
C LXIII. - Artii^aii AeserU del ejército sitiador (1813-U)
El sitio coniiauu regularmente en todo el año 1813,
aunque no sin que se sufrieran graves agitaciones de
carácter político provocadas por Artigas, de las cuales
se hablará en el capítulo que vendrá después de éste.
Hastü decir por ahora (jiu', habiendo i)rocedido los pue-
l)ios de las provincias á elegir diputados para la Asam*
blea genersd constituyente que se reunió en Buenos
Aires en Enero de este aüo (GXLIII), pretendió Artigas»
instigado {xyr sus amigos los federales de Buenos Aires,
que el pueblo se sometiese á su voluntad en la ehíc< ión,
y que los diputados obedeciesen en el desempeño de su
cometido á las instrucciones que él les diera. Como
nadie había autorizado á Artigas para ^'ercer actos
políticos, pues era un simple jefe militar de la milicia
uruíTuaya. y menos podía arrogarse la soberanía que
por derecho pertenecía al pueblo, ao le obedec-ió éste,
sino que obró con libertad, s^gún su propia opinión.
El despecho de Artigas fué tan grande, y su modo de
manifestarlo tan opuesto á la razón, que desertó del
sitio en la noche del 21 de Enero de 1814, dejando des-
cubierta el ala izquierda de la línea, pues se llevó toda
la caballería que tenía á sus órdenes, excepto la que
mandaban su hermano Manuel v el mayor general
V
Digilized by Goügle
DE LA REPÚBUGA ORIENTAL DEL URUGUAY 31)7
Pagóla, quienes so ne;[^aron patrióticamente á seguirle.
La deserción de Artigas y sus secuaces, gravísima en
cualquier caso por su naturaleza, lo era más en aquel,
por las circunstancias especiales que concurrían. La
plaza de Montevideo negociaba dinero y víveres en el
Brasil por medio de sus cuiiiisionados el regidor Manuel
Durán y el Dr. Mateo Magariños y había recibido fon-
dos del Perú, y de Cádiz refuerzos de tropas que suma-
ron varios miles de soldados. Otras provincias se mos-
tral>an insubordinadas y obli^ban al Gobierno á divi-
dir en ellas su poder ó A tolerar los des<>rdenas por
imposibilidad de reprimirlos. Y Beigrano, después de
triunfar en Tucumán y Salta, había sido deshecho en
Yilcapugio y Ayohuma. La Asamblea, alarmada por
tales hechos, y suponiendo que hasta cierto punto se
debieran á que el Triunvirato no podía d- sidegar bas-
tante energía, se decidía á sustituudo poi' un direcu>r
unipersonal (GXXXXII y GXLIII). Artigas había defec-
cionado, pues, la causa de la independencia en momen-
tos aníTUstiosos, y romprometieudu seriamente la posi-
rión de los sitiadores, que el gobierno se juzgó necesi-
tado de levantar el sitio por no poder sostenerlo.
En consideración á tan enorme gravedad del delU^,
el director Posada, de cuyos tres ministros eraA"brien-
tales el de gobierno (Nicolás Herrera) y el de guerra
(Francisco Javier de Viana) expidió ei 11 de Febrero
un decreto en el cual hizo la historia de la conducta
pública de Artigas, lo declaró infame, privado de sus
empleos, fuera de la ley y traidor á la patria, mandó
que se le persiguiera y se le matara en caso de resis-
tencia, y ofreció seis mil pesos á quien lo entregara vivo
ó muerto.
Di
398 BOSQUEJO HISTÓRICO
Decidido el Directorio, después de Taciladones con-
tinuadas, á prosegair el sitio de Montevideo y á actirar
las operaciones para rendir pronto la plaza, á fin de
consagrar su atención iuego á la guerra del Norte, '
oixlenó á Brown, marino inglés que deaempeHaba el
mando superior de la escuadrilla argentina, que ataeaae '
las naves españolas mandadas por Romarate, que domi- I
naban la entrada del Uruguay y el Paraná. Brown ,
ñlé feliz en su primer encuentro con los españoles; pero
consiguió al dia siguiente (12 de Marzo de 1814) tomar '
la ida de Martín Oarcfa, cuya posesión aseguraba él ,
ejercicio efectivo del domimo en losgrandes afluentesdel
Plata.
Se bloqueó la plaza de Montevideo. La situación de i
los sitiados era penosa, puesto que, impoaibilítadoa de
recibir recursos por mar y tierra, tendxian que rendirse '
por hambre, si no conse^ruían triunüir de la escuadra 6 \
del ejército en una acción en que se conceniraseu todas
sus fuerzas. Los realistas se decidieron á atacar las I
naves que Brown mandaba. Las dos escuadras estaban i
prontas el 14 de Abril para el combate. Componíase la
argentina de cuatro corbetas, un bergantín y dos buques
menores. La española constaba de cuatro corbetas, i
tres bergantines, cuatro buques menores y numerosos
lanchónos. La última salió del puerto, se retiró la otra,
ambas se dirigieron hacia el Kste y tuvieron ese mismo «
día un encuentro del cual resultó un buque español '
inutilizado. El resto de ese día y el 15 se pasaron <
siguiendo los buques argentinos á los contraríos ; se
acercaron el 16 y libraron el combate deflnitivo, que
dió el triujiíü á las armas independientes. Se rindieron
dos corbetas, un bergantín y una goleta españoles;
PK LA REPÜBUGA ORIENTAL DBL URUGUAY 399
íUeron incendiados un bergantín y una balandra y los
demás íranaron en desorden el puerto de Montevideo.
Cayeron en poder de los vencedores 33 oíiciales de mar
y tierra, 2 capellanes» 2 cinj^anos, 380 hombres más,
75 cafiones» 210 flisiles y una cantidad considerable de
oLTos artículos de ¿^^uerra.
El mismo día en que tuvo lugar este hecho glorioso
para las armas argentinas, llegó el coronel don Carlos
de Alvear al Cerrito con el otijeto de tomar el mando
supremo de las flierzas sitiadoras, trayendo desde Bue-
nos Aires un refuerzo de 1500 iiombres y algunos
cañones. El 17 tomó posesión de üu puesto. Los realis-
tas perdieron toda esperanza de obtener venteas, y
aún de sostenerse. Comprendieron que» Tencidos en el
rfo é impotentes para vencer en tierra, se acercaba el
término de su resistencia. En tales circunstancias invitó
el general Vigodet á Brown para celebrar un armisti-
cío y el cai\je de prisioneros; pero el comodoro argen-
tino contestó al día siguiente (19) que no admitiría con-
dición alguna mientras no ftieran entregados al gobierno
de Buenos Aires la ciudad de Montevideo, sus fortale-
zas, arsenales, buques de guerra» y toda propiedad
pública, permitiéndose á los militares que entregaran
sus armas.
Alvear tomó entonces medidas para precipitar la ren-
dición. Vigodet no tuvo otro camino que tomar razona-
blemente que el de entregar la plaza, y el 20 de Junio,
á las 3 y media de la tarde, se obligó á entregarla por
capitulación, el 22 ocuparon las tropas de Alvear la
fortaleza del Cerro, y ol 2:1 guarnecían las dr- Montevi-
deo, en cuyo día el general en jete dió un b¿indo reco-
mendando el olvido de lo pasado y asegurando el res-
peto de las personas y las cosas. Con la plaza cayeron
en poder del vencedor 335 cañones, más de 8000 fbsUes
y todas las embarcaciones, así como 8 banderas, 2
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400 BOSQUEJO UISTÓRICO
mariscales» 2 brigadieres, 7 coroneles, 11 tenientes
coroneles, 5300 más de tropa, y cuanto había sido del
dominio de los vencidos.
Asi terminó la larga dominación de los españoles en
el Río de la Plata.
^kxxim 11
Sucesos j^olUicos de 1811 á 1814
CLXY* — Lo ^06 m ÁrtigM tn 1811
Cuando Artigas desertó del ejército español por el
enojo que le causó la amonestación de su jefe Muosíis,
y se presentó á la Junta de Buenos Aires ofreciéndole
sus servicios, tenía 53 años de edad y no se había seña-
lado tle ningún modo en la vida pública.
Era entonces un hombre de estatura regular, de
aspecto gauchesco, pero simpático en su conjunto. Su
cuerpo, medianamente grueso, solía ir vestido con desa-
liño, llevando de ordinario poncho y sombrero de psya.
Su cabeza bien formada, nunca erguida, esüiba cubierta
por cabellos rnbios, ondeado.s, largos, revueltos con fre-
cuencia. La cara era ovalada, pálida, de color blanco
poco alterado por la intemperie, de carrillos descarna-
dos, barba escasa y larga, fisonomía de expresión afa-
ble comunmente, aiiiuine con rasgos enérgicos, fácil-
mente variables. Tenia ojos azul-verdosos, dd mirada
oblicua, coronados por c^as pobladas y rectas que se
arqueaban hacia el exta*emo interno bajo la acción de
la ira. La nariz, prominente y aguileña, se elevaba
sobre una boca de perfil severo y dimensiones regulares.
Artigas no carecía de cierta mteügencia natural ; pero
sus concepciones eran poco extensas, generalmente
superücíales y desordenadas. Era muy egoísta, domi*
DE LA RET'ÜBLICA ORIK.MAL DEL URUGUAY 401
nador^ intolerante, iracundo, y en extremo vengativo.
Era tenaz en sus resoluciones. Sus malas pasiones tenían
lar^j^a cluracióii, no ísC ¿suljoidiiiaban a ia reílexión pro-
pia, ni razón había capaz de templarlas. Eminentemente
indisciplinado por carácter y por costumbre, no tenía
la menor idea del orden : ni sabia tenerlo en sus cosas,
ni imponerlo á los hombres. No admitía por nada la
menor traba á su libertad personal, ni podía haber quien
respetase menos la libertad ajena, fuese individual y
colectiva. A la vez que incansable en protestar que era
justo, moderado» sufrido y resignado, era tlesmedido
en la arbitrariedad y en la intemparancia. Por las cau-
sas más ñí tiles tomaba las determinaciones más graves,
posponiendo á su encono todos ios intereses de orden
superior que fuesen incompatibles con su resolución.
Pecaba por un gran exceso de suspicacia. Juzgaba á sus
adversarios y á las personas á quienes tema alguna
prevención, capaces de toda clase de infidencias y mal-
dades; no les reconocía lealtad ni móviles sanos, y apa-
rentaba ver, aAn en los actos más nobles de ellos, tre
mendfts Infldencias. Tenía gran aspiración á exhibirse,
lucra couii) fuese; tal presunción de sí mismo, (jue se
consideraba capaz de superar á todos en las más difíci-
les empresas; y tanta vanidad que se atribuía los éxi*
tos de otros, por muy indirecta ó secundariamente que
hubiese intervenido en ellos, en lo cual no hacía más
(jiío personificar la inclinación general de los gauchos,
de jactarse de proci^as imaginarias.
Ya se sabe que en la infancia no aprendió otra cosa
que á leer un poco y á escribir otro poco. Después no
g'anó en instrucción, ni pudo adelantar, porque, si los
medios eran escasísimos en Montevideo, ñdtaban por
completo en el campo, entre los salvajes y contraban-
distas con quienes anduvo Artigas desde su adolescen-
cia hasta la edad madura (C-Clll). De ahí que no tuvie-
se
Digilized by Cüügle
402 BOSQUEJO H]fiT6RIC0
ra, cuando se presentó á la Junta revolucionaria de
Buenos Aires, nincruna instrucción, ni aun rudimenta- j
ria, acerca de ning^a materia, á no ser las que hubiese
recibido por propia experiencia en el trato con las pobia* ;
cienes incultas hasta 1802, y con el personal del cuerpo
de blandengues y con ciertas clases del pueblo desde las
invasiones inglesas. Su ignorancia era, pues, crasísima, I
ai extremo de no poder escribir, ni redactar una carta
de pocos renglones. Servíase de terceros para toda su
correspondencia; y como éstos cambiaban á menudo, i
resultaba varia<lo el estilo, el sentido y el tono de sus
comunicacioaes. '
Tai era, en verdad, el personaje que se ha visto figu- \
rar militarmente en el capítulo anterior. Los hechos
referidos, en que él tuvo aliruna parte, concuerdan con i
la descripción cjue acabo de hacer tan íieimenie como
he podido. Véase ahora cómo se revela en los sucesos I
políticos que se verificaron en la misma época, en los
cuales desempeñó papel señalado. '
I
CUTI. ^ Primera i^iarición de Articas eit el eseeaarlo poUtfee
del FlaU (1811).
Nombrado Artigas jefe de las milicias orientales por
la Junta federal de 1811, para que fomentase el 5;enti-
miento regionalista do los ut uiruayos (("LUÍ í, recibió de
la Junta el carácter déjele del partido que en la Banda
Oriental formase; y, como este partido existía ya yir- !
tualmente en las clases bárbara y salvaje del campo
(CXXXIX), y entre ellas, por razón de afinidades natu-
rales, írozaba Artigas de renombre y prestigio, sucedió
espontáneamente que al destino político que le diera el
gobierno de Buenos Aires se uniese la aquiesceneia ó
sumisión de las muchedumbres campesinas.
Este hecho, á la vez que halagaba el amor propio de
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BE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 403
Artigas, era mirado por los federalistas de Buenos Aires
como digno ser utilizado en beneficio de su causa
según á ellos mejor pareciera ; por manera que, intere-
sados en ciarle dirección, se apresuraron á ofrecer su
amistad al que habían instituido jeíé de los orientales, y
á influir en su ánimo por medio de cartas y de emisa-
rios, que le trasmitían, ya ideas generales relativas á la
federación, ya consejos particulares respecto de lo que
había de hacer en cada caso.
Artigas no podía darse cuenta de lo que siguiíicaban
muchas de las doctrinas abstractas, más ó menos frag*
mentarías y no siempre correctas que se quería incul-
carle, pero tomó de ellas las expresiones federación,
causa de los pueblos ^ libertad - d»\s[ gotismo - , y
otras análogas, les atribuyó la ace[)ción extraña que le
sugirieran su modo de ser y sus hábitos, y se formó un
concepto disparatado del papel que tenía que desem-
peñar.
Ya se ha visto (CLXII) que ius ((ue tomaron la tarea
de dirigirlo en los trabajos federalistas no se ponían de
acuerdo para acensuarle lo que en cada caso debería
hacer, sino que cada uno lo instruía á su manera y
todos diferentemente. Si Artigas hubiera podido dis-
cernir lo que en esos consejos hubiera de bueno ó de
malo, siquiera íbese de la manera aproximativa con que
lo hace el buen sentido, hubiera suplido la falta de
instrucción hasta cierto punto; perú, tanto como care-
cía de nociones teóricas le faltaban inclinaciones sanas.
Era, pues, forzoso que acogiera con preferencia las
sugestiones que más se conformaban con su carácter,
con sus costumbres y con sus pasiones, aunque íhesen
las más antipatrióticas ó contrarias á sus propios inte-
reses.
En los primeros siete meses que siguieron á su nom-
bramiento la conducta de Artigas tuvo carácter pura-
Digilized
404 BOSQUEJO HISTÓRICO
mentó militar; pues si Ijicn alardeaba ya el título de
de los oíñentales, su sigriiílración ostensil)!^ era la
(}ne había determinado el Gobierno al nombrarlo jefe
de las milicias orientales. Pero» cuando se negociaba
la tre^a de Octubre, hizo ñrmar á cierto número de
vecinos una petición por la cual exi¿^ían del general
Rondeau que no se negociara el tratado sin que con-
curriera la voluntad de los orientales, ya que la suerte
de éstos se decidía, Artig^as. había entendido que en un
estado federal no podía decidir el Gobierno sin obtener
en cada caso el asentimiento de tales ó cuales grupos
de población, y suponía que un comandante en jete
podía someter á tales pretensiones el cumplimiento de
•sus deberes!
Lo correcto habría sido hacer comprender á Artigas
que la Junta federal de Buenos Aires, conii>uesta de
diputados, cyercía el gobierno de la federación, por sí
sola, en nombre de todo el Río de la Plata, y que la
pretensión manifestada era subversivo de los más ele-
mentales principios constitucionales; pero los federales
de 1811 no percibían bien las consecuencias que podían
derivarse de olvidar la diferencia enorme que hay
entre la federación y el regionalismo anorgánico, y
además tenían inter^ en no desagradar á Artigas, ya
que con él contaban, como con tantos otros, para
cxteader su influjo político y para cousolidarlo. Acorda-
ron, pues, Rondeau y José Julián Pérez, comisionado
por la Junta para intervenir en la negociación de la
tregua, convocar una asamblea de vecinos para enten-
derse con ella, no en el sentido de solicitar su beneplá-
cito, sino con el íln de eludir la exigencia de Artigas
sin darle motivo para creerse desairado. La asamblea
se opuso á que se aprobara la tregua ; pero al fin se
conformó con que se sometiera el caso á la decisión
del Gobierno.
DB LA REPÚBLICA ORIBNTAL DEL URUGUAY 405
La decisión, impuesta por las circunstancias según
se ha visto (GLVI), desagradó mucha á Artigas, pero
la cumplió. No pudiendo entonces desempeflar papel
alguno en la Banda Oriental, se apresuró á ponerse en
coinunicarióu con caudillos de las provincias argentinas
y con el gobierno del Paraguay. Á todos expuso los
hechos ocurridos desde Febrero; censuró la flojedad
con qu^se había operado sobre Montevideo, vituperó
al ;-:ubierno porque iiabia levantado el sitio, ponderó el
heroísmo y los sacrificios de los orientales, puso de
relieve la posición que él había ocupado respecto de
sus paisanos, aseguró que éstos lo habían nombrado su
general en jefe, habló del ejército nacional en el con-
cepto de que era meramente auxUiador de las milicias
que él manilaba, y terminó invitaudolos á celel>rar una
unión para la defensa de los comunes int43reses. Mucho
insisüót particularmente en sus comunicaciones con el
gobierno paraguayo, en la necesidad de la unión, así
como en pedirle pertrechos de ¿^^lUTra, víveres y solda-
dos, ofreciéndole en cambio animales vacunos. Aunque
Artigas no definió los iines de la unión que proponía,
manifestaba al pedir recursos que tenía en vista la
invasión portuguesa, contra la cual quería prepararse ;
pero, aun cuando no puede dudarse de (|ue tenía este
propósito, no es menos visible el interés que lo movía
á exhibirse como jefe de un pueblo, en cuyo concepto
hablaba á nombre propio, como si esto fUera natural en
el régimen federativo á que creía servir.
CLXVil. — Lit tiipuUeióa de AbrU á la Ásambles de 181$
Cuando se estableció el segundo sitio de Montevideo
habían reempl;i/;ido ya los unitarios á los federales en
el gobierno nacional, y regía el Reglamento provisional
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406 BüSijtEJO lUSTüRICO
de Noviembre (CXL). Obligando á Sarratea á hacerse
reemplazar por Rondeau en el puesto de genenü en jefe
había conseguido Articas satisfacer su resentimiento
(CLIX) y á la vez cambiar un superior unitario por otro
que tenía más afinidades con los federales, y era natu-
ralmente más inclinado á contemporizar, cuyas circons-
tancias le avivaban la o.s[)eranza de seguir con eficacia
•las instruccioiie.s i\U(' recibía de sus coparlidarios úr
Buenos Aires y de las provincias, y de acentuar su pro-
pia prepotencia.
Obedeciendo, pues, á sugestiones políticas de « los
caídos » y á ambiciones propias, asi ijue Rondeau sus-
tituyó á Sarraiea en el siuo y que él se reincorporó ai
ejército empezó á ocuparse de que los orientales fue-
sen representados en la Asamblea general que en
Buenos Aires funcionaba desde el 31 de Enero (CXLIL)
Esta aspiración no podía ser más leí>"ítima, ni más
legal, puesto que los pueblos habían sido invitados
por los mismos unitarios á elegir representantes;
pero el hecho debía producirse legalmente y Artigas,
que no reconocía otra ley que su voluntad y (¡ue, si
reconocía autoridades superiores, no por eso renun-
ciaba la libertad de acatarlas ó de no acatarlas» » según
más le conviniera, prescindió de Rondeau, que era
su superior, no le importó la posición subordinada
y puramente militar (juc tenía, y, asumiendo autoridad
política que nadie había pensado en darle, llamó á su
campo una junta de orientales, y á los pocos días com-
parecieron once diciéndose « representantes de laíüerza
armada, v y otros cinco que manifestaron haber reci-
bido ^ de los pueblos « el coniiu omiso de nombrar otros
tantos diputados para la Asamblea nacioaal. Todos se
reunieron el 5 de Abril en el domicilio de Artigas. Éste,
asumiendo la presidencia á título de Jefe de los orien--
tales^ les dirigió una alocución con el objeto de que
DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 407
resolviesen s¡ se había de reconocer la autoridad de la
Asamblea constituyente de Buenos Aires, de que deter-
minasen el número de diputados que se habían de man-
dar, y de que instituyesen un gobierno provincial,
acerca de cuyos puntos les manifestó lo que deberían
resolver.
Al informar á la asamblea acerca del motivo que le
había inducido á convocarla, manifestó : « El estado
actual de los negocios es demasiado crítico para dejar
^ de reclamar nuestra atención. La Asamblea general,
rt tantas veces anunciada, empezó ya sus sesiones en
^ Buenos Aires : su reconocimiento nos ha sido orde-
y* nado. Resolver sobre este particular ha dado motivo
y* á esta congregación, porque yo ofendería altamente
r* vuestro carácter y el mío, vulneraría enormemente
y* vuestros derechos sagrados si pasase á decidir de
r* una materia reservada solo á vosotros.^
La asamblea se sometió á las indicaciones de Artigas
y designó cinco diputados para la constituyente de Bue-
nos Aires, cada uno de los cuales llevó un poder subs-
crito por el solo elector que le había dado su voto en
nombre del pueblo que representaba. Además, .\rtigas
les dió por toda credencial una carta para don Dámaso
Larrañaga, y además instrucciones subscritas por él á
su nombre propio, en que les ordenaba : — que pidie-
sen la independencia absoluta de las colonias del Plata;
que no admitiesen otro sistema constitucional que la
confederación de todas las provincias que forman el
Estado ; que promovieran la libertad civil y religiosa en
la mayor extensión posible; que propendiesen á que el
gobierno central y los provinciales se compusieran de
los tres poderes legislativo, judicial y ejecutivo, inde-
pendientes entre sí ; que señalasen como límites del te-
rritorio que representaban, la costa oriental del Uruguay
hasta la fortaleza de Santa Teresa, el cual formaría una
408 BOSQVBJO HISTÓRICO
provincia, llamada Provuwta orierUal: que ronsiguie-
ran qoe la constitucióa asegurase á las provincias la
forma de ^biemo republicana; que se opusieran áqoe
ruor.i l iirii» Aires la capital del Estado; y otras cosas
importantes que correspondían á este orden de ideas.
Por otra parte, aunque la junta presidida y üomiiiada
por Arügas había reconocido la Asamblea general cons-
lituyeute, y se sometía á la constitución que érta
dictase, ese reconocimiento no había sido liso y llano y
sí á condición: de que se daría « una púhlic i s.ULsfao-
n ción á los orientales por la conducu anuiiberal de
» Sarratea,Viana y demás expulses de que se declara-
ría c¡ general Arti^cas y sus tropas « verdaderos defenso-
- res cl('l sistema de libertad proclaia.tdo en América
de quo no se levantaría el sitio, ni se nombraría otro
jefe para el ejército auanliadar, que Hondeau; de que
se sacaría de Buenos Aires la capital de las provincias,
etc.. etc. Además había fijado el número de los repre-
sentantes uruguayos sei»arándose de las reírlas estable-
cidas y sin consultar otra voluntad que la de Artigas.
Se comprende fácilmente que la Asamblea general
no podía aceptar tales cláusulas, depresivas unas sin
más objeto que satisfacer el rencor personal de Artigas
para con Sarratea, y tan limitativas de la autoridad
nacional otras que se dirigían al solo fin de asegurar la
prepotencia del caudillo. Se comprende también que
tanto por esta raxón. y la irregularidad extremada
los poderes, como poniue en ellos aparecía Artigas
solo dando íacuitades é imponiendo condiciones, coniñ
si él fUese el soberano del Uruguay» inevitable era que
fuesen desechados los representantes. Y lo fueron, en
efecto, así que se presentaron en Buenos Aires (Junio).
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 400
CLXYIII. — Constitución del gobierno interno (1813).
Así como algunos consejeros cuidaban de que Artigas
favoreciese la causa federal acentuando el regionalismo
ui'uguayo por cualquier medio y halagando sus inclina-
ciones desordenadas, otros le hicieron ver lo falso de la
situación que se había creado asumiendo un papel
político dictatorial que nadie le había ofrecido é incom-
patible con las buenas reglas de gobierno, así como con
el puesto que ocupaba en el ejército. De aquí nació la
idea de dar formas menos irregulares á la autoridad
que Artigas se había arrogado, y con tal fin reunió él
otra asamblea de 16 vecinos el 21 de Abril.
Expuso que se notaban en la campaña desórdenes y
abusos que él no podía impedir, porque lo tenían ente-
ramente ocupado los deberes del servicio milit^ar ; por
cuyo motivo había resuelto proponerles que resolvieran
lo que mejor les pareciera. Se siguió á esto un cambio
de ideas y se acordó que una Junta municipal enten-
diese en la administración de la justicia y en los nego-
cios de la economía interior del país, sin perjuicio de
.las ulteriores providencias que emanasen de la Asam-
-blea soberana del estado, de acuerdo con los diputados
de esta provincia. Instituida esta autoridad, se nombró:
á Artigas ^ para gobernador militar y sin ejemplar
^ presidente de la Junta municipal ; « á Tomás García
Zúñiga y á León Pérez para jueces generales ; á Santiago
Sierra para depositario de los fondos públicos; á Juan
José Durán para;we>3 de economía; al doctor José Revu-
elta psLTSLjuez de vigilancia y asesor; á Juan Méndez y
Francisco Plá i)ara protectores de pobres; al doctor
Bruno Méndez para expositor general de la provincia y
asesor de la Junta ; á Miguel Barrciro para secretario,
y á José Gallegos para escribano público.
410
BOSQUEJO HISTÓRICO
Podía ol>jetarsc á este acto : que Artigas no estaba
facultado para convocar la asamblea; que los congrega-
dos habían sido llamados por Artigas, no elegidos por el
pueblo, ni por los cabildos ; que la Asamblea delib^
en ol concepto de ser la Banda Oriental provincia,
cuando aún no era más que parte de la proviuciu de
Buenos Aires; que la elección de la Junta se inspiraba
en los decretos del gobierno federal do 181 U qué habían
"^sido derogados ; y que el gobierno nacional no había
autorizado la constitución de un gobierno como el que
acaba de instituii^e por la sola voiuntad de Artigas*
Todo esto era inconciliable con los principios que regían
á los estados civilizados. El gobierno nacional, com-
puesto de personas iliLsu adas, ? toleraría tanto desa-
rreglo ¡ i Reconocería, por el liecho de la tolerancia, la
autocracia de Artigas y se allanaría á mantener con él
otras relaciones que las puramente militares? Se vertf
pronto lo que sucedió,
CliXIX, — ÁDiiIaddii de los aeU» de Artigas j eooTeeaeldn
de naero eengieso (181S).
Ai saber Artigas que la Asamblea general coiisti-
iuyente no había admitido los diputados que hizo nom-
brar el 5 de Abril oi dcnó que el acta de nombramiento
ÍUese íirmada por mayor número de vecinos, como si de
este modo se pudiera dar legalidad á lo que no la tenía,
encomendó al presbítero don Dámaso Larrañaga que
procurase acordar con el gobierno nacional la adniisi<m
de los mencionados representantes, y dirigió al mismo
gobierno una extensa comunicación llena de acrimina-
ciones, amenazas é insolencias (29 de Junio).
El Gobierno, deseoso de no llegar á casos extremos,
toleró el len«^uaje del caudillo y en detenidas conferen-
cias expuso á Larrañaga su i*esolución. La Banda
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DE LA REPÚBLICA. ORIENTAL DEL URUGUAY 411
oriental mandaría á la Asamblea cuatro diputados;
una vez que éstos ingresaran en ella, decidiría , la misma
la coDStiiueión que regiría al estado; entretanto el
Poder ejecutivo debería mantener el orden y hacer la
g-uerra á los enemigos. Pero, si los orientales (querían
arr^Ur m^or la administración, especialmente de la
justicia, podrían reunirse los hacendados propietarios
y acordar lo que estimasen más conveniente, para cuyo
Infecto mandaba instrucciones al general Rondeau.
(Fines de Julio.)
Artigas tenía por regla llamar derechos, libertades,
sufrimientos, heroísmo del pueblo á lo que suponía su
propio derecho, su li tuertad, su sufrimiento ó su
heroísmo, como si nunca tuviese presente su personali-
dad propia, cuando era la única cuyo^ intereses y
pasiones consultaba, y cuya voluntad procuraba impo-
ner. Es así que la resolución del gobierno, que desco-
nocía la legitimidad de los actos de Artigas, pero satis-
faciendo ampliamente los intereses y la volundad del
pueblo uruguayo, lo irritó y le indiyo á escribir al
gobierno del Paraguay (á quien había estado instando
que se confederase ó aliase con él en beneficio común y
en contra del gobierno nacional), maiiitksiandolo que
se prescindía del derecho de la Provincia; que se quería
que se estuviese solo á las deliberaciones de Buenos
Aires, y que » este extremo de servilidad ultrajaba á la
justicia; r y que, por tanto, era indispensable ejecutar
el plan de alianza que antes le había propuesto (26 de
Agosto.)
Debiendo convocarse al pueblo para que eligiese
diputados y para que deliberase acerca de la organiea^
rión gubernativa que creyese más conveniente, según
había resuelto el rrobierno, pretendió Artigas ser él
quien reuniera el congreso y dirigiera sus t^ab^jo&.
Rondeau no admitió la pretensión de su subalterno.
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412
BOSQUEJO HISTÓRICO
porque no se conforiiinha ron las instriiccioues que había
recibido. Qu^óse Artigas al Gobierno por esta ofensa ;
pero el Gobierno insistió en que faese el genei'al eu jefe
quien convocase á los hacendados é instalase su con*
¿^reso.
No por esto se resií^nó Artifaras á ser mero espectador
de las deliberaciones del pueblo. Al mismo tiempo que
Rondeau pasó una circular á todos los cabildos dispo-
niendo que el pueblo eligiese electores de diputados y
que éstos se reuniesen en el Cuartel general el 8 de
Diciemt)re, el Caudillo expidió otra circular disponiendo
que los electores se presentasen en su alojamiento antes
que en el Cuartel general, para instalarse allí el Con-
greso (15 de Noviembre). Rondeau, contemporizador en
este caso como siempre, ordenó entonces que los elec-
tores se reuniesen, no en el Cuartel general, ni en el
alojamiento del coronel Artigas, y sí en la capilla de
Maciel, cuya determinación hizo saber á los electores el
6 de Diciembre, justificándola con la reflexión de que
debe apartaree del ruido de las armas y de toda apa-
riencia de coacción el acto en que ha de manifestarse
libre y espontáneamente la voluntad de los pueblos.
CLXX. — £1 Contrrcso de Bfcfembre delihecm dCBeoiiAeleaAo
la autoridad de ÁrUgas (1813).
La elección popular vino á poner de manifiesto la
ambición de prepotencia que extraviaba á Artigas y el
antagonismo que existía entre él y la parte honesta de
su pueblo. Ya el 8 de Noviembre, cuando reunidos los
emigrados de Montevideo y los vecinos del Miguelete
con el objeto de nombrar sus representantes para el
Congreso que se proyectaba, compareció ante ellos el
ayudante don Gregorio Afruiar, con un pliego en que
Artigas ordenaba á los electores que se presentasen en
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 413
SU domicilio el mismo día á fln de enterai^e de Jas actas
del 5 y 21 de Abril, resolvieron aquéllos que quedaba
sometido á la prudencia y discreción de los mismos
9> electores el concurrir ó no, según lo estimasen conve-
- niente, resi^ecto de no ser este un paso prescrito ea
7i la circular que motivaba la reunión. r>
Esta resistencia enérgica á las intenciones domina-
doras del caudillo se acentuó aún más en el seno de la
Junta electora, que se reunió, sin comparecer en el
domicilio de Artigas, en la casa de dua i- 1 ancisco Maciel,
situada á orillas del Mi^njelete, el 8 de Diciembre. Sus
miembros, en número de veinticuatro, designaron para
secretario á D« Tomás García de Zúñiga y para Prest-
dente al general Rondeau ; aprobaron los poderes, algu-
nos de los cuales aparecían otorgados por los emigra-
dos de Montevideo ; y como otros tres se referían á la
circular de Artigas, la Junta dispuso que antes de con-
tinuar la sesión se citase al Jefe oriental para que com-
pareciera al día siguiente á sostener sus pretensiones
con todos los documentos y antecedentes que lucran del
caso. Vueltos á reunirse los electores el día y. García
Zúñiga y Don Manuel Francisco Artigas, comisionados
cerca del hermano de este último, declararon que el
Caudillo no quería presentarse á la asamblea; que se
senna (icsaini<ln [lor los pueblos desde que no habían
obedecido su mandamiento, y que no tenía documento
ninguno que exhibir. Se resolvió por consecuencia que
continuaran las sesiones en el^mismo lugar, se eligieron
tres diputados para la Asamblea constituyente, distintos
de los que se habían nombrado en Abril, excepto Larra-
fiaga, y se nombró una Junta municipal gube?maíica^
dotada con las atribuciones de gobernador de provincia,
reelegible todos los años, y compuesta en el actual por
los señores Tomás García de Zúfii^^a. Juan José Darán
y Remigio Castellanos, á quienes se dio posesión del
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414
cargo al día siguiente, y se les €4icomendó que residen-
ciasen á los miembros del cuerpo municipal creado por
Artigas puco antes.
Tales hechos prodi^erou en el ánimo del Caudillo la
más proflmda emoción. Acostumbrado desde su adoles-
cencia á que todos obedecieran sus órdenes sin qni^
nadie se atreviera á contradecirle, juzíró quo i)0(lrí;i
iTobeniar tan amocraiicameiUe los pueblos cultos coiui»
las bandas de contrabandista» y le imtaba sobremanem
el verse contrariado primeramente por el Gobierno
nr^entino y después por los representantes de su mismi<
pueblo, cuyo jefe se llamaba.
»Apenas tomadas las resoluciones 1 día 9, ordeno
Artigas á su secretario que le redactase uoa violenta
comunicación en que apostrofaba á la Junta por la
manera como había procedido; le mandaba que neviv
case los decreu>.s votndos y aerefí'aba : - (^Mie sí<^!kIo I;i
voluntad de iodos los pueblos que sus diputados asís-
-» tiesen previamente á su alojamiento para imponerse
91 de lo que él tuviese que proponer respecto de las
- actas del 5 y 21 de Abril, y no habitando qiioridu
-« verificar así, i^rotestaba, anulamlo lodo lo obrado |,>or
91 el Congreso y pidiendo suspendiesen sus sesiones. -
Entregó esta nota al Congreso reunido el 10« un ayu-
dante de campo de Artigas. Se leyó en alta voz y t^l
Congreso dis|)Uso que se contestara uianitesLando *¿ que
no se haría innovación alguna en el acta celebrada ei
día O del corriente, n Ei elector D. Juan Francisco
Martines expresó « que no reconocía en la provincia
9» oriental autoridad al^na sobre el Congreso ; - y
liabieíido hecho moción I). Manuel Muñoz de Haetlo
para que en la contestación á Artigas se le dyese que
quedaban suspendidas las sesiones hasta la nueva con*
vocatoria de los pueblos, quedó desechada por no haber
quien la apoyase.
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 415
CLXXI. - £1 Congreso de Blclern*» ttoelm <l«e la Banda Oriental
es pi-ofinefasoMiftltayeélfolilenioj elige 4lMMes {im¡
El mismo día 10 celebró el Congreso otra sesión
solemne, á la que concurrieron sus veinticuatro miem-
bros (1), siendo Manuel Artigas y Ramón Cáccres los
que representaban, á la fuerza armada, y declararoa:
que « reunidos en Congreso general de esta Provincia
» Oriental los Sres. electores libremente nombrados por
Jilos veintitrés pueblos que la comiionen, inclusos los
f» dos nombrados por los vecinos emigrados de la ciudad
n da Montevideo, y dos más por los ciudadanos armados
r que, por estarlo, se hallan fuera de sus bogares
r acordaron en las sesiones de los días 8, 9 y 10 de
n Diciembre del presente año de 1813, según parece de
n sos actas, que debían declarar y declaiaban, usando
» de la soberanía con que estaban autorizados, por
- lii re y espontánea voluntad de los pueblos comitentes :
que estos veintitrés pueblos con todos los terri-
» torios de su actual jurisdicción, íonnaban la Provin-
n cia Oriental; que desde hoy sería i-econocida por una
5. de las del Río de la Plata, con todas las atribuciones
r> de derecho ; — (jue su gobierno sería una junta
n gubernativa compuesta de tres ciudadanos nombra-
(l) Los roprcsentanics que firman esta nHa soa : Jua» Josc Oi lií y Juan Josc
Duran, por Moulovid. o ; n;ulc»lnmc- .1.- M'u^nz. |»or MaUlonailo; .Tomás García
dp Zúftiga, por Snn Carlos, por Puronyos y j,or S;.nla Lm ia ; Francisco SiUa^C
Hocha ; Pedro Pcn z, por Santa Tfif sa ; José Nuñci. por Mclo; Mamiel HlMO,
por Mercedes, Juan Fiuík.sco Mariiacu. iK>r Sanio DomiiigoSoriiiio ¿Uíonardo
Fernández, por San Salvador; Pedro CaUUyud, por las Víboras; LuiS Rosa
Briio, por la Colonia; Tomás Paredes, por Pa^sandá; Aodfés Darán, por
Belén; HÍSáA SánelMt, por el Uiltai José Momel Pón», por Minas; Fclipo
Fér», por San José ; Vic«te Yarda, por Piediw ; José Antonio Bamírc^ por
Plnudo; Le6n Powel de Poralu» por Canelones ; Manuel Pcrcí, por PcfiaruI ;
Benito Garda, por Pando ; Manel Artigas y Ramón Cácem, por los wano»
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416 BOSQUBJO HISTÓRICO
T» dos por la r»'prrs»Mitíi« lóri do la Provincia ; que
y» procedió después á la elección de diputados represen-
si tantos por esta Provincia para la asamblea general
9» ordenando se publique esta acta con la mayor
- solcuiuiflad en todos los campos del ejército, se comu-
T ñique á todos lo^ pueblos \n>v sus resp(*ctivos repre-
y> sentantes y ai Excmo. Sr. Director del Estado. »»
CLXXIL — l)es|>ecliü de Art iLMs. Abandona el sitio ) í'ouvubloiui
EMtre RÍO!» > í orrieiites 'Í81S-14;.
No era posible hacer raás visible la oposición que
existía entre Artigas y los representantes del pueblo
urugua} o, y no es de notarse menos el valor cívico de
que dió pruebas el Congreso en esos días memorables.
Pero no podía parecer esa con- hit ia, á uii hombre como
Artigas, sino un acto de rebelión á la autoridad que se
había arrogado por sí mismo. Si hubiese estado dotado
de tncHnacioneSf siquiera Aiese de inclinaciones demo-
cráticas, que no mas j)odía esperarse de él, habría res-
petado los heclios producidos, por nuicbo que hubieran
mortificado su amor propio. Pero Artigas, que antepo-
nía á todo SQ despótica voluntad, que no sabía mode*
rar los ímpetus violentos de su carácter, y que carecía
de criterio moral para ju/irar con elevación los hechos
que se producían, no peii¿>ó desde a^^ueilos días de
Diciembre sino en desahogar sus pasiones del modo que
más lo sintieran los que reputaba sus enemigos, y
resolvió abandonar el sitio con sus caballerías, dejando
descubierta el ala iz(iuierda de la línea, que éstas ocu-
paban. Todos notaron con estupor el hecho, ai aclarar
el día 21 de finero de 1814. De los secuaces del caudillo
no quedaban en su lugar más que su hermano Manuel
Artigas y el ma}or general Pagóla, que se opusieron
patrióticamente á seguirle*
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BE LA REPÚBUCA ORIENTAL 1>EL URUGUAY 417
Ya se sabe cuánta gravedad dieron las circunstancias
á este hecho y la actitud que áhuniió el gol)iarno con
motivo de el (CLXIII). La declaración de traidor, por
muy justa q^ue fuera» no podía parecerle de otro modo
que d más atroz de los ultrajes, que reclama venganza.
Vens-anza reclamaba también la desobediencia de! con-
greso uruguayo. Ima^nó que la más digna sería con-
vulsionar los pueblos del occidente. El Paraguay le
había contestado siempre con palabras muy cordiales»
pero eludiendo mañosamente todo compromiso de
alianza con el caudillo uru-^uayo. Debía estar conven-
cido de que nada podía recibir de allá, más que buenas
palabras.
Pero no sucedía asi respecto de las otras provincias
del Rio de la Plata. £1 regionalismo existía en sus bár-
baros y salvajes tan poderoso ó más que en las clases
bárbaras y salvajes del Uruguay ; y así como las clases
cultas uruguayas eran ünitariaSt había provincias occi-
dentales en que esas clases eran total ó parcialmente
federalistas, y que se ocupaban en fomentar el regiona-
lismo de los campesino^ y en excitar las ambiciones de
sus caudillos, como se ha visto respecto de Artigas
(GX.LiIII)* £$te caudillo se propuso* pues, ponerse de
acuerdo con los caudillos de Misiones, Corrientes, Bntre
Ríos, Santa Fé, Córdoba, etc., para obrar contra el
Directorio, y dirií^ió á este Un sus pasos.
Tomó con parte de sus fuerzas el camino del Norte,
llegó en los primeros días de Febrero á Belén, pueble-
cilio situado sobre el Uruguay, más allá del Arapey, y
se puso en comunicación con los caudiUejos de Entre
Ríos y Corrientes. Otorgués se situó sobre el mismo río,
cerca de Paysaudú, en observación de las fuerzas
que A Gobierno central tenía en Entre Ríos, y poco
después pasó á esa provincia y peleó con las fuerzas
nacionales. Fructuoso Rivera quedó cerca de Monte-
27
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418 B06QCBJO msTÓRioa
video con instrucciones para liostilizar al ejército sitia-
dor (1).
£1 Directorio había formalizado la elección de Iob
diputados orientales y dispuesto que se constitoyerwi
autoridades locales. El interés de la paz lo había llevado,
siendo unitario y centralista, hasta satisfar. r los senti-
mientos regionales accediendo á que el pueblo consti-
tuyese las autoridades que le parecieran bien*
Pero estas buenas disposiciones no dieron resultado,
lio sólo poniuo (juedó lastimado el or^fuUo de Artigas y
se levantó éste contra la autoridad del Gobierno, sino
porque la ira y las amenazas de Artigas obstaron á que
los diputados se presentasen en la Asamblea y á que la
Junta gubernativa ejerciera sus flinciones.
(i) Im «ttlorídadei de Monletideo aprovedMiiNi It oettíóa ptra proponer i
Artigas y á Oiorgués une reeooeiliecién fumiede en le luoiítidB á les enlori-
dedM etpeflolee ; propeeidAa que ye el eBo snteríer le bebieo hecho por íeter*
medk» de don Luii de le Reble, con ofreeieiienio de fredot, y de nando en le
ceflipefte. No te tiene nolide completa drl cur%o que llevaron cites proposi*
riónos; pero «^«^ ronoce una comunicación del mismo La Roblft Hiri^^ida en
NoTÍembre de 1814, si Bncnrgedo de negocios de Espeta en Rio de imnekú,
en la cual se á\cp ésto :
€ Por noliifi^'^ fíiledignns rrcihitlas del Uio (irnrul»' «le San Pedro, pnreec que
I los Jefes de In H-indr» Oriental Jn^/> Afíij^i-i v F«Mn;iii(<.» Oforgué* haa cojni-
i sionado SU^ iii|uit.i<luá pulietido ;iu\ili' ^ ;>"rvi Cíiitliniifir in guCTf'a en Mombrt
t del Señor liun herttando Y ¡i cunlra ioé rcOeidef de Butnot AireM.
i EsAe incidente, que se halla revestido con lodo el carÁcier de vcrd.Kl, y
t que demnestn el arrepeotiaMenlo de ertos tasaUos descarriados, y separa*
t dos del lendero de la jnslieia, me ben estinutedo á elefarlo á eonedniente
» de U. S.« femando la adjunta memoria que. aunque concisa, no deja de
• indicar lai tenUjas que se seguirien á S. M.» á b Hedón y á les Pror incia»
Americanas, de qoe ü. S. emprendiese una negeciecite eon aquellos man*
» datarlos y qne los auiiliase fooMntendo los denos que en et * dia toe
• animan. »
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DE LA Ri^ ÜBLiCA ORIENTAL DEL URUGUAY 419
Frustrado así el propósito del Congreso de Diciem-
bre, el Gobierno nacional resolvió organizar la Banda
Oriental en conformidad con el Estatuto que regía.
Declaró que ella componía la Provincia mñental del
Uruguay, y era parte integrante de las Provincias
Unidas. Por consecuencia nombró gobemador-inten*
dente á don Juan José Durán, y asesor suyo á don
Remigio Castellanos. (7 de Marzo de 1814.)
CAPÍTULO n
EL GOBIERNO UNITARIO EN LA BANDA ORIENTAL
1814-1815
CLXXIY. — Se orfraniuui las funciones admlnigtxmUftts
de MonteTideo. (1811)
Asi que Alvear ocupó la ciudad de Montevideo, el
Directorio nombró para gobernador político y militar y
delegado extra(»*dinario del Director Supremo, al coro*
nel D. Nicolás Rodríguez Peña, notable hombre público
que desempeñaba la presidencia del Consejo del Direc-
torio, y anunció ese nombramiento al pueblo de Mon-
tevideo en una proclama que se publicó por bando el
10 de Julio, dfa en que Rodríguez Peña tomó solemne*
mente posesión de su cargo, teniendo por secreta i iu ;í
D. Manuel Moreno, otro personaje de imporianeia.
Todos estos sucesos se festejaron en Montevideo con
grande entusiasmo.
Al día siguiente nombró el cabildo las personas que
habían de sustituirle en el desempeño de las fun-
ciones municipales, quienes dieron á los pocos días un
suntuoso baile en honor del general Alvear y de los
demás jefes y oficiales que habían tenido participación
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420 BOSQUEJO bist6rico
en el triunfo ali aii/ado contra los realistas, y nombraron
algo después al luismo Aivear regidor per[>etuo.
En Agosto fué reemplazado Rodríguez Peña por d
coronel E. Soler, y en Octubre los electores designados
por el pueblo se roui.irion en la sala capitular y nom-
braron dos diputados para la Asembiea í^eneral, que I.>
füeron don Pedido Feliciano Cavia y don Pedro Fabián
Pérez.
CLXXV. — La pttm eon Artifas. Tnitaá^de pai. iX^Ui
Vencidos los realistas, se acercó á la plaza Femando
Otorgués con más de mil hombres é intimó á Alvear
que se la entregase. Á la respuesta negativa se siíruió
el sitio, por manera que Alvear creyó necesario ata-
carlo; se le acercó, pero como se considerase relativa-
mente débil con los 200 hombres que llevaba, pidió
infantería y entretuvo, mientras no le llegara, al cau-
dillo contrario con parlamentos. Reforzado para las 7
de la noche del 25 de Junio» cargó á Oiorgués á las 9,
lo disperaót tomándole prisioneros y considerable
número de caballos y bueyes» y dispuso que se le per-
siguiera.
Pero como sostener una guerra con Artiíras equiva-
lía á sostenerla con todas las provincias bañadas por
las dos márgenes del Uruguay, y el Directorio necesi-
taba más urgentemente sus ejércitos para oponerlos á
los realistas del Norte (CXXXIII), se dispuso á u aiar la
paz con el caudillo uruguayo.
Fué Alvear el encargado de abrir las negociaciones.
Las sostuvo con dos enviados de Artigas ; y se siguieron
tan pronto y con tan buen éxito, que Rodríguez Pefia
pudo dar un bando en Canelones el 22 de Julio, mun-
cinndo los arreglos de paz hechos con los diputados de
Artigas, el que fué seguido dos días después por una
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DB LA. REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 421
prociama publicada en Montevideo, encaminada á
hacer olvidar los resentimientx)s {^asados y á establecer
la tranquilidad en los ánimos del pueblo. Por conse*
cuencia, regresó Alvear con sus tropas á esta ciudad»
paáaiKlo en seguida á Dueños Aires, y el Directorio
revocó (17 de Agosto} ei decreto que ponía á precio la
persona de Artigas, declarándolo buen servidor de la
patria, reponiéndolo en su grado de coronel de blan-
dengues y confiriéndole el empleo de comandante gene-
ral de la campaña de Monievidoo. El Cabildo de Mon-
tevideo se adbirió también á estas inaniíestaciones de
complacencia por una comunicación con que expresó á
Artigas la saiisfocción que le causaba el ver asegurada
la tranquilidad de la Banda Oriental. ^'^7 de Agosto.)
CL2LXVL J(mm gnam m Artigas. (1S14«L>)
Bien se comprende que la celebración de la paz entre
el Gol)ierno nacional y Artigas obligaba á ambas partes
á respetarse recíprocamente, á no hostilizarse en lo
futuro. Pero Artigas, siguió dirigiendo á los caudillos
de Entre Ríos y Corrientes en su rebelión contra el
gobierno nacional, y auxiliándolos con (berzas de su
mando.
Ea vista de tal conducta decidió el Directorio abrir
una campaña contra el caudillo uruguayo, á la vez en
Entre Ríos y en la Banda Oriental. Mandó al general
.\lvear con tropas á Montevideo y Valdenegro y Hor-
tiguera irían á Entre Ríos para obrar contra lilas
Basualdo, que había venido desde Corrientes al Uru-
guay y de aquí liabía sido enviado para apoyar á los
caudillos entrerríanos.
Basualdo fué destrozado en el Rincón y perseguido.
Alvoar combinó en Montevideo su plan «le campaña.
Artigas estaba en las márgenes del Arerunguá, (depar-
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tamento del Salto), dirigiendo las operaciones de Batre
Ríos y los movimientos de Rivera y de Otorgues, el pri-
mero de ios cuales se hallaba entre los ríos Negro y Yí,
y el segundo en Marman^á, (departamento de Minas),
ambos con fiiertes divisiones. Alvear dispuso que DÓ-
1 ! marchase con parte ile las tropas contra O torgués,
directamente desde Montevideo» mientras él mismo sal-
dría por agua con otra parte da las tropas, bajaría m
la Colonia, y se internaría en el país, tomando la direc-
ción de Minas, á ñn de cortar á Otorgués la retirada.
Alvear y Dorrt^^^n se acercaron al mismo tiempo al
primer teniente de Artigas. Lo atacó el último y lo ven-
ció, obligándolo á reAigiarse en el Brasil y tomando su
familia, la artiUorfa, y cantidad de gente. (6 de Octubre.)
(inseguido este triunfo, se retiró Alvear á Buenos
Aires y Borrego marrlió contra Rivera; jxto este retro-
cedió rápidamente hacia las posiciones de Artigas, bus-
cando su apoyo. Cerca del Uruguay recibió 800 blanden-
gues y tomó la ofensiva, obligando á Borrego á reple-
garse á la Colonia. Habiéndosele agregado aquí Soler,
marcharon de nuevo contra Rivera. Las ñierzas enemi-
gas se encontraron en el departamento de Faysandú,
sobre el arroyo Guayabos, que desemboca en el Que-
giiay. Rivera derrotó completamente á Borre^'^o (10 de
Eüoro de 1815) y decidió el e.viio íinal de esta campaña
en favor de Artigas.
C'LXXVn. — El inúndente y las trop«B del Direetarío mbnodoBSS
la proTlMla ivteatal (18ir»;.
El Directorio se encontró, después de la acción de
Guayabos, necesitado de enviar otro ejército contra
Artigas, ó de abandonar la Banda Oriental. No sión*
dolé posible lo primero, porque más le urgía consagrar
todos los esfuerzos á contener á los realistas del Norts
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D£ LA REPÚBLICA ORIRNTAL DBL ÜRUOÜAT 423
y á los caudillos de las provincias occidentales, se deci-
dió por lo último.
Eavió á Montevideo al doctor Nicolás Herrera para
que tratara el apunto con Artigas. El Cabildo acordó
cooperai en estáis neí2fociacioncs y dirls"ió una commiica-
ción á Artigas y le envió dos capitulares, con el fin de
inclinarlo á celebrar la paz*
Las negociaciones se emprendieron con Otorgués,
que ya había vuelto del Brasil y tomado el mando de
la vanguardi i, y con él se acordó la desocupación de
Montevideo por las tropas que la guarnecían, y su ocu-
pación por las fuerzas artiguistas.
La ciudad quedó evacuada el día 23 de Febrero. Dos
días después entró en ella el comandante Yupes, con 160
hombres, y al siguiente el mismo Otorgués.
CAPÍTULO III
EL HÉaiM£N AKTIOUISTA. 1815-1816
SECCIÓN i
El góbiemo de Artigas. 1815-1816
CLXXVUL CmtltMléa é» Iw aatoridaies proTiaalalM. (1S15)
Otorgués tomó, desde que entró en Montevideo, el
título de comandante de armas. Su primer acto de
alguna importancia consistió en hacer reunir el cabildo
para tratar asuntos de importancia, mientras por otro
lado preparó una manifestación del populacho con el
fin de ejercer presión en el ayuntamiento.
Apenas se abrió la sesión del cabildo b¿go la presi-
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424 B06QUBJ0 HISIÓRIOO
iloiicia que Otor^iós ^0 arrop^ó, se anunció vina muche-
dniiil)re de pueblo americano que deseaba ser oída, da^
lodos eran soldados de Yupes y Otoiigués, á cuyo ttmit
apareció Juan María Pérez. Otoi^és dió la venia^qw
se pedía, entró Pérez, se^niido de la muchedumbre, y
expuso : (|Utí habiendo cobrado su libertad el pueblo
oriental, procedía que se nombrase nuevo cabildo, pu<*
el actual era hechura del gobierno de Buenos Aires. B
Síndico procurador halló que la petición era muy justo
y propia de un pueblo libre. VA Calnldo resolvió lo único
que hal>ria podido inipuneinente delante del roniandante
de armas : que el pueblo designase electores y que estos
eligieran cabildo. (26 de Febrero.) £1 nuevo cabiMo
f|uedó instalado el 4 de Marzo, teniendo por alcalde
(le priui' 1 N oto» con el ejercicio interino de gobernador
¿M>Uüco, á don Tomás García de Zúñiga.
Como la fama de brutal y sanguinario que Otoigues
se había ganado tenía amedrentada la población, sobre
todo á la española, García Zúñiga se apresuró á publi-
car una proclama asemirando que todos los derechos
serían respetados y procurando devolver la cranquilidaü
á los ánimos ; (7 de Marzo) ; mas no bien había circulado
este pai)el cuando Otorgués lanzó otro en que amena-
zal>a von im()oner el casti<jro do muenc, dentro de 24
lloras irrenii>iUi<'iiiente, á todo español que se mezclase
en los negocios políticos de la Banda OrientaL
Se vió entonces que las seguridades prometidas por
el gobernador interino no tenían (berza para contener
al temido eomandanle ; y se eslal)a bajo la impresiÓB
de la alarma, justificada por la conducta licenciosa de
los gauchos y salviyes que componían la fiierza pública,
cuando tuvo que reunirse el cabildo para saber que
Artigas había nombrado á Otorguós, precisamente,
gobernador político y militar de la plaza, y para reco-
nocerlo tal.
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DB LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL ÜRÜOUAY 425
Artigas había lomaüü el |>apel de soberano para sí,
como se vé, sin esperar á que nadie se lo a^judicaset
siguiera fttese con las estupendas irregularidades con
ípie los de su clase hacían todas las cosas. Pero no se
lardó en reparar esta inconveniencia y el cabildo de
Montevideo, con ser uno solo de los veinUdós que había
en la Provincia oriental y á pesar de que ni cada uno,
ni todos los cabildos juntos tenían facultad para ello, se
vió forzado por Otorgués ;í dar ;i Artipfas la representa-
ción, jurisdicción y tratamiento de capitán general de
la provincia, con el titulo de Protector y patrón de ¡a
libertad de ¡os pueblos^ (25 de Marzo) y á pasar circu*
lares á todos los pueblos para que se le reconociese por
tal capiúu general. (2ü de Marzo.)
CUXIX. — La ataialitrMióB ét <H4«piés. (ISlé)
Varios de los capitanes más famosos de Artigas eran
indios, como la mayoría de sus soldados. Entre las
|K)cas rxcepciones se contaba Otorgués (1), vestido siem-
pre de ciiaquetilia roja y bota de potro, cuya piel blanca
y cabello rubio denunciaban su origen europeo ; mas no
por esto era menos bárbaro que aquellos indígenas. Su
gobierno fué el más terrible que haya tenido Mon-
tevideo.
No hubo familia honesta que no hubiese recibido
brutales tratamientos ; la propiedad no mereció ningún
género de respeto ; en las calles más centrales, á medio
día se consentían impunemente actos de salvajismo, y
(l>8e ha d¡S€Ulido este caudillo >»' llamo üforyuts ó Tonjui's. Sus contoin-
pot áneus escribían el apellido de los dos modos, perú ipás (jeneraimeme dei
prímero. Cn las actas del cabildo se dice Olorgm», Él lecreUirío Roto, de Aiti*
gas, eiertbf a Ttrptk» La dileraiieía de eacritura deba iiaber tenido orí||eo ei|
que Otorgues, que firmaba con batíante mala Icira^ ligaba la o y la t las méa
veces diferenciando bien las dea letras, pero otras dejando abierta la o, como li
fuese el Iraio inicial de una T*
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426 BuSQLtJo uigrróRicu
la TÍda dependía del cafiríclio de caalqiüen soldado de
la guarnición. Dio bailes ofici .ei. á lo< cuales asisue-
ron la¿> íainilias por temor, y cuando le pare?ió híen
huo apagar las luces para atreniar á las numeres Biá«
lespetaUes. üabía antorisado al molato Gay paim
poaese en cuatro pies á cualquier espafiol, lo ensOlaae,
lo rnuntase con espuelas y s*? ¡lasease así por las call^,
Eise mismo Ga\ solía ser enviado á la iglesia ;:ian
Francisco para que moataae á uno de los iagosé bicieR
besar sus carnes traseras por las numeres godas q»a
salían de oír misa. Un compañero de Gay, llamado Cas-
Tillo, se ociipHt»'^ en fiZ'.»Tar públicamente a los españoles
que no obedecían la ordeu de pisotear la bandera de su
patria. Sus soldados podían con toda libertad alentar
contra el honor de las damas, en pleno día, en las
calles de Moiu^ video.
En su tieiíi[iO se entregó á las llamas, en la plaza,
gran parte de los archivos públicos. La administración
pública no existíSt pues no se llevaba cuenta de ella j
apenas se hacia otra cosa que repartir sin tasa entm
algunos explotadores el producto de las exacciones con
que arbitrariamente se abrumaba á los vecinos.
Habiendo llegado la noticia de que once mil hombres
estaban prontos para partir de España con direodón al
Río de la Plata y de que en Río de Janeiro se hacía
grande acojiio de víveres para la cxpeiiiclón, el Cabildo
pidió al de Buenos Aires la unión para la común
defensa, y solicitó del gobernador Otorgués que prohl*
biese la exportación de harina, trigo y todo otro comes-
tible para el Hrasii, que pusiese bui^ues á disposición
de las familias que, buyendo del peligro, quisieran tras-
ladarse á Buenos Aires ó ai Paraguay, y que permitiese
^krribar los muros de la ciudad antes que el enemigo
Begase. (2 y 3 de Mayo.)
OLorgués resolvió entonces pubiicai^ un bando inti-
DB LA REPÚBUGA. ORIENTAL DBL URUGUAY 427
mando á todos los europeos solteros y casados que
dcyaran el país. El Cabildo pidió la suspensión esta
medida, pero ei Gobernador insistió en llevarla á efecto
é instituyó una Junia de vigüaneiay compuesta de cri* .
uii nales, con el lia de perseofuir no solo á los espafioles
y demás europeos, sino también á las personas á quienes
sojuzgase afectas á Buenos Aires.
El Cabildo reiteró su anterior solicitud, estimulado
por los ruegos de la población amedrentada. (9 de
Mayo.) Otor^iés respondió entonces con una farsa, no
tanto á las peticiones del Cabildo como á la orden que
había recibido de Artigas para que pasase el mando al
Ayuntamiento. Hízolo reunir, se presentó á presidirlo y
expuso que, obedeciendo á su superior, resig-naba la
gobernación; pero cuando se iba á proceder á la entrenfa
del mando se precipitó en la sala una muchedumbre de
gente de mala catadura y leyendo uno un papel que
traía, manifestó que el pueblo se oponía á la renuncia
del gobernador y quería que cesasen en sus fUnciones
los capitulares, por no merecer ya su confianza, y que
se procediese á elegir otro cabildo. Como el memorial
leído no traía firmas, la Municipalidad declaró que el
pueblo podía elegir á quienes quisiera, pero que eran
necesarias las firmas del pueblo para dar cuenta al
Caiuián general.
£1 dia 1 1 se recibió una exposición con algunas fir-
mas, por la cual se exigía el reemplazo de algunos de
los capitulares. El Sr. García Zúfiiga opinó que debía
devolverse el papel, pues siendo los que lo suscribían
pocos y desconocidos, no podían invocar la representa-
cióo del pueblo. El cabildo era incapaz de un acto de
energía contra Otorgués. Resolvió, por tanto, abando-
nar su puesto, convocando á ios electores para que
renovasen todo el personnl. El cuerpo de electores
aceptó la renuncia de Tomás García de Zúñiga y de
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428 BOSQUEJO HISTÓRICO
Felipe ("nríioso, pero con fu mó á los otros capitulares en
sus [»uesti>s. (12 de Mavii).
Otorgues peroianeció todavía hasta Julio en la Ciol)er-
nación^ á pesar de las órüeües de Artigas, cometiendo
crueldades, escándalos y desórdenes de todo género.
Los haliilaiites que [uMlían huir, huían; los que no
podían, vivían sin mouieiiLo de tranquilidad. Esto, y la
disipación inaudita de los fondos públicos, merced á la
cual no llegaban al Cuartel general todos los recursos
que de allí se pedían, obli<?aron á Artigas á repetir siw
órdenes en términos irritados, intimando al Cabildo «{ue
asumiese el gobierno mientras no viniera el nuevo
gobernador, y disponiendo que Otorgués marchase
inmediatamente á la frontera para observar si los portu-
gueses se prepanil)Mn á invadir solos ó jinuaujenie con
los españoles que se espex*abau de la Península.
Don Miguel Harreiro íu«' unu do los muy poeü> li-'"^"
bres cultos que se consagraron al servicio de Artigas
incondicionalmente. Le acompañó como secretario j
consejero durante los dos sitios de Montevideo, por ma-
ñera que á él se deben los documentos que Artigas
lirmó con ocasión de los sueesos políticos de 1813. Erfi
Ixombre de pasiones exaltadas; cuya exaltación íut
causa de muchas ideas desacertadas con que índigo i
Artigas á proceder peor que si buenos consejos hubie-
sen moderado sus naturales impulsos.
El scíior Barreiro regresó ai campo de Artigas, de i
una comisión que le había llevado á Buenos Aires,
cuando estaba ya decretada la deposición de Otoigttés.
El 1^ de Agosto fUé nombrado para sustituirlo con el
título de Delegado del Capitán general. Le acouipi^" i
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I>E LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 429
ñaría i^ructuoso iiivera como comandante g;eaerai de
armas.
La población de Montevideo, que conocía á estos dos
personajes, no se sintió enteramente tranquila después
Uei cambio de autoridades, |K)rque si á Barreiro le
alcanzaba una parte déla fama siniestra de Artigas,.
Kivera tenia la de ser el paisano más desordenado que
militaba en las filas del Protector. Pero distaba mucho
el primero de tener las formas y el cinismo brutales de
Otorerués y el se^^'-undo de tener su j>erversidad; por
manera que los ánimos esperaron mejorar de suerte.
Barreiro correspondió al principio á esta esperanza
aboliendo la Junta de vigilancia, disminuyendo las
exacciones y procurando someter iodo á reglas de
orden. Se esforzó asimismo por economizar en los gastos
de la administración y por moralizar la percepción y
distribución de las rentas. Las receptorías de las Adua-
nas de Montevideo, Maldonado y Colonia habían cobrado
arbitrariamente los derechos, v no se halu;i llevado
cuenta de ellos, ni había en los dos últimos puntos
quien pudiera llevarla. Barreiro recibió órdenes para
que nombrara comisarios capaces de regularizar un
poco su servicio, y en cumplimiento nombró dos que
recorrieron los puertos y dieron instrucciones verbales
acerca de los derechos que se habían de cobrar, de la
manera como se habían de llevar los cuadernos, y de
los tiempos en que deberían remitirse los derechos
recaudados á la caja de Ai ügas. Como los comandantes
habían sido los administradores de la hacienda en los
pueblos, y como cada uno de ellos había procedido
imitando á Otoiigués, Barreiro les retiró esa facultad»
contiándola á ftihcionarios civiles.
Obraba en todo dictatorialmente, dando á sus actos el
tinte sombrío que tenía su persona, y sin inspirar con-
fianza ni cuando hacía algo bueno; pero, diiería tanto
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430 BOSQUEJO HISTÓRIOO
hu aduuiji^stración de la de Otor^és, que todos se felici-
taban par el cambio, aunque pocos estuvi^oa satis-
fecboe.
Á fines de 1815 habfan penetrado en la Banda Oriental
partidas exploradoras del ejército portugués, que anun-
ciaban una invasión más ó menos próxima. Á princi-
pios de 1816 no hubo la menor duda de que los portu-
gueses atacarían la provincia. Barreiro desplegó con
tal motiTO todas las cualidades de sa carácter. Se
preparó con ^ran actividad para l.i defensa, pero tam-
bién con la crueldad que había en el fondo de sus senti-
mientos. Amenazó con molidas severas á los enemigos
de Artigas, encarceló á muchos, envió á otros mochos
á Purifíctición, lugar de suplicio que Artijj^as tenía en
el Hervidero, marpen del Uruguay, y se eusaüó parti-
cuiaruicnte con porte&os y españoles.
Renació el terror y abundaron pronto los enemigos
del Delegado de Artigas, no sólo en el pueblo» sino
también en la tropa urbana. El Cabildo, que debía ser
autónomo [)or su constitución, carecía de libertad en
absoluto; pues, presidido por Barreiro, no se atrevía á
autorizar ni á hacer más que lo que su inflexible presi-
dente qoisiera. De donde se siguió que también en este
cuerpo tuviera, aquel, personas desafectas.
Se manifestaron públicamente tales aversiones con
ocasión de la orden que dió Barreiro para que saliese á
campafia el batallón de cívicos. El cuerpo se sublevó,
rediyo á prisión á Barreiro y á varios ciudadanos adic-
tos al delegado, entre los cuales se eontal)an el regidor
defensor de pobres, el secretario del Cabildo y el
comandante de la artillería. (Madrugada del 3 de
Septiembre.)
El Cabildo se reunió á las nueve ¡le la mañana del
misino día, y una cantidad de pueblo penetro en su sala
á tratar de los hechos producidos. Los que encabezaban
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D£ hX R£PÚfiU€A ORIENTAL DEL URUGUAY 43^
al pueblo expresaron que se había procedido contra el
Delegado y sus parciales porque se habían hecho sospe-
choflos, porque habían ordenado la salida del cuerpo
cívico, 7 « por otras causas no menos atendibles. » En
seguida loe asistentes manifestaron sn voluntad de que
el Cabildo asumiese el •robiernr, militar y político de la
provincia. El Cabildo contestó que acatando el manda-
miento del pueblo soberano, procedería en todo con-
forme á stt decisión.
El Cabildo que, si bien no tenía que temer á Barreiro
por el momento, debía temer á Artigas, se asusté do la
posición en que se veía colocado y trató de evolucionar
de modo que su responsabilidad quedase salvada. Dos
dfas después los presos estaban en libertad; los del
pronunciamiento habían ido á la cárcel ó recurrido á Li
fuga; y el Cabildo daba un manifiesto al público pro-
testando que, si había tomado el gobierno, había sido
por evitar mayores trastornos, pero que restablecido el
sosiego, debía continuar ejerciéndolo el señor Delegado
del Capiiíin general y protector de los orientales, don
José Artigas.
Los acontecimientos militares que fliera de Montevi-
deo se desarrollaban determinaron á Barreiro á aban-
donar la ciudad en la noche del 18 de Enero de 1817,
dejando al Cabildo encargado del gobierno.
Así terminaron los dos años que duró el régimen
artíguista en Montevideo.
CLXXXI. - La aaU>€raeU de ArUgas (1815-1816)
Artigas se encontró, cuando entró en la vida pública,
con ayuntamientos en los pueblos, con comandantes en
algunos, y con gobernador en Montevideo, y no alteró
esta organización en los dos años en que la capital del
Uruguay estuvo Ubre de autoridades nombradas por
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BOSQUEJO HISTÓRICO
gobiernos es])arioltís, argentinos ú portug-ueses, en los
dos auos en que la Banda Oriental pudo constituirse j
gobernarse como hubiese querido. Como no ae prestaba
obediencia á ningún poder superior de fliera del teñí*
torio, y la organización preexistenie requeiia uno, se
lo arrogó Artigas; por manera que él fué l'I jefe déla
administración pública» de quien dependían el gober*
nador» ios comandantes y todos los demás ñincioiiaríús,
como en 1814 habían dependido del Directorio de Bue-
nos Aires, y como anteriormente habían dependido dd
virrey.
£n todo estado hay un jefe de la administración; pero
los estados salvcges» los bárbaros y los civilizados difie-
ren á este respecto en que los jefes de los primeros
reúnen en sí solos todas ks funciones administrativas,
como se v< > en ios caciques de las tribuSt ios jetes de ios
otros estados dividen esas fiinciones entre varios fim-
' cionarios de competencia especial, cuya división es
tanto mayor, cuanto más se aleja el estado del salva-
jismo y más se acerca al grado raás adelantado de
civilización. Tales son los poderes ^ y aun los ministros
y ciertas reparticiones que funcionan con más ó
menos libertad, á los cuales están subordinados los
demás funcionarios. Artigas no instituyó ninguna
repartición de esta clase, ni tuvo ministros. No com-
partió el gobierno con nadie : era poder ejecutivo y
judicial. Es así que pedía cuenta al Cabildo de sus
menor^ actos, y le ordenaba lo que había de hacer en
cada caso; instruía á Barreiro hasta de los cueros que
había de reclamar á determinadas pei^nas y de las
confesiones que les había de exigir; disponía que se
«confiscasen los bienes á éste, que se castígase con tal
pena al otro, que se impusiese tal indemnización al de
más allá; y no pocas veces condenaba á muerte en su
propio campamento sin forma de juicio, como lo hizo
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 433
con Don José Pedro Gorría (jefe de unas fuerzas corren-
tinas que cayó prisionero en una acción de guerra), en
su cuartel general á los dos meses de tenerlo preso.
El centralismo de su poder fué tan riguroso, que
privó á los cabildos de la autonomía que tuvieron mien-
tras dominaron los españoles, y los convirtió en ejecu-
tores serviles de sus órdenes, por manera que todos los
funcionarios estaban estrechamente subordinados á su
voluntad.
La policía, la justicia, todos los ramos de la adminis-
tración habían estado descuidados completamente. Ba-
rreiro- atribuyó el hecho á que esas funciones se ejercían
gratuitamente, y propuso á Artigas se resumiesen
en un solo hombre. Pero el Jefe de los orientales
no acogió la indicación, juzgando que no habría como
retribuir sus servicios, ni sería fácil hallar quien los pres-
tase mereciéndole confianza; y aun cuando lo hubiese,
sería difícil que el pueblo tuviera la capacidad de dar
con él ; en tanto que, desempeñándolos el Cabildo, aun-
que sus miembros no habían inspirado la mayor con-
fianza, podrían satisfacer, debido á que aquella corpo-
ración 710 tenia otra misión que la de ejecutar, y á que
influiría en su conducta la presencia de Barreiro y de
Rivera.
Los cabildos se guardaban muy mucho de no salir de
su papel de meros ejecutores de las órdenes de Artigas,
y de no atender la presencia de gobernadores y coman-
dantes ; pero, á pesar de tan sumisa obediencia, solían
ser objeto de terribles reconvenciones y amenazas, que
hacían temblar á los infelices capitulares. Véase un
caso. El cabildo de Montevideo, que era el más inteli-
gente de todos, había recibid ' leí Protec-
tor en Mayo de 1815 y dádod^ ' m^ior
modo que pudo ; mas, como ;
empeño, á comply-"'
434 BO¿>QU£JO HISTÓRICO
bi4 comunicaciones severlsimas que « lo Ueparai de
sorpresa y sentimiento ^ por la dureza de los it-rminos,
persuadido como estaba de ([ue « no había hecho más
que adherirse á las ideas del general y observar perso*
nalmente sos órdenes i». La desazón ñié tan grande,
que el caMMo se apresuró á nombrar al regidm* don
Antolín Reyna y al cura vicario dou Dámaso Vnioiiio
Larrañaga para que se trasladaran al campo de Arti-
gas, (en la costa del Uruguay) y lo convencieran de que
« el Ayuntamiento abrigaba sinceros sentimientos por
la felicidad de la provincia y de lo dispuesto que estaba
á respetar y á hacer respetar sus órdenes »>. Y como el
Cabildo temiese que ni esta embajada bastaría para
aplacar las iras del Protector, aprovechó la ocasión de
haber fhllecido Blas Basualdo, gran teniente dé Artigas,
para ordenar que se le hicieran en la iglesia Matriz
*í los honores correspondiL iiies á su clase con toda la
pompa y sol&nmdad posibles* n Y por abundar más en
pruebas de adhesión y carifio resolvió á los pocos días,
haciendo constar que « por unánime consentimiento, »
se enviase al Capitán general ^ ixa equipaje de vestido
para que remediase su necesidad. ^
Los diputados Larrañaga y Rey na avisaron que
habían cumplido satisfiictoriamente su cometido,
habiéndose inclinado el general á la clemencia « pi^ri-
niendo que nada habrían hecho si no trataba el Apun-
tamiento de dar cumplimiento inmediato á cuanto él
dispusiera s». Pero la clem^cia no impidió que ál
mismo tiempo que la comunicación de los enviados reci-
biese el Galttldo otra del mismo Artigas « quejándose
fuertemente porque aquél no cumplía sus órdenes »
como debía.
Se vé que Artigas no concibió oiganizadóa gnbenia^
tiva propia de pueblos civilizados, ni aun de pueblos
bárbaros ; que desnaturalizó las inidüiuciones más res-
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DE LA REPÚBLICA ORIENTAL DEL URUGUAY 435
petaUes que d^aron los Españoles; y qao mandó
exaetiuMiite como cualquiera cacique hubiera mandado
una extensa tribu diseminada en siete mil leguas de
territorio.
Los puebLos salvajes, bárbaros y civilizados difieren
también entre sí en qu